23 de agosto de 2014

“Convocada toda la humanidad a participar de la vida divina, alabemos al Señor que nos ama con infinita misericordia”.


El proyecto divino sobre nosotros, presente desde toda la eternidad, no sólo consiste en crearnos para la vida terrenal, sino también el que  algún día podamos gozar de la vida divina y su contemplación para siempre.
De allí que, consumado el pecado por el que el hombre se separa de su Dios,  no nos abandona, sino que prevé caminos de salvación que conducen a la verdad y al bien. De este modo se hace realidad lo que cantábamos en el salmo (66) “A ti Señor te alabe la tierra y los pueblos santifiquen tu Nombre”.
La primera lectura tomada del profeta Isaías (56, 1.6-7) hace referencia a este llamado universal de salvación que hará realidad el que todos “los pueblos santifiquen tu Nombre”, cuando el pueblo elegido regresa de su exilio en Babilonia. En ese momento, Dios, a través del profeta, da indicaciones sobre cómo ha de ser la vida de los elegidos en el futuro,  de modo que “observen el derecho y practiquen la justicia porque muy pronto llegará mi salvación”, y de este modo se procurará dar a cada uno lo suyo mientras se crean lazos firmes entre todos los seguidores del Señor, ya sean miembros del pueblo elegido, ya sean personas que provienen de pueblos paganos que no se han encontrado todavía con el Dios verdadero al que buscan con su fidelidad al bien.
El profeta, que transmite la voluntad de Dios, señala que los paganos son también recibidos, poniéndoles como condición el observar el sábado sin profanarlo, o sea respetar el culto, ser fieles a la Alianza con Dios, y constituyendo todos un único pueblo, caminar por este mundo hacia la casa de  Dios que “es una Casa de Oración para todos los pueblos”.
De este modo se constituye en verdad universal lo que el Creador  pensó desde toda la eternidad para la humanidad, es decir, salvarnos para su Gloria y nuestra comunión con Él, siempre y cuando todos con libertad, respondamos al designio divino, venciendo la tentación, siempre latente, de independizarnos de su voluntad.
En la segunda lectura (Rom. 11, 13-15.29-32), el apóstol san Pablo señala el mal uso de la libertad por parte del pueblo elegido en los tiempos nuevos, cuando rechaza al enviado del Padre, Jesucristo.
La desobediencia del pueblo de Israel significó que el llamado fuera hecho a otros sin que esto encarnara el rechazo de los primeros elegidos. Igualmente acontece con nosotros ya que cuando rechazamos los dones ofrecidos por el Señor, se los otorga a otros que puedan responder a tanto amor recibido, intentando de ese modo atraernos de nuevo hacia Él para responder con fidelidad.
Al respecto, el mismo apóstol destaca que aunque el pueblo elegido se separa de su Señor, no por eso se pierde la  esperanza de que nuevamente se encuentren con el autor del primer llamado ya que el pueblo elegido está interpelado siempre a retornar a la alianza realizada en el Antiguo Testamento. La desobediencia de ellos favoreció la obediencia de otros pueblos que anteriormente fueron desobedientes, ya que en definitiva,  “Dios sometió a todos a la desobediencia para tener misericordia de todos”.
En relación con la misericordia divina que providencialmente refiere a toda la humanidad, san Pablo continúa afirmando que “los dones y el llamado de Dios son irrevocables”, de allí que busca siempre la salvación de judíos y paganos.
En el texto del evangelio (Mt. 15, 21-28) por su parte, nos encontramos con Jesús que busca siempre salvar al que está perdido para encabezar y guiar al único pueblo que conformamos todos y conducirnos a la “Casa de Oración para todos los pueblos”.
La mujer cananea que se encuentra con el Señor, personifica a toda persona que busca a Dios y que se le acerca por medio de la súplica diciendo con confianza “ten piedad de mí”, y aunque se la haga esperar, será su fe la que venza toda aparente resistencia de Jesús a escucharla por ser extranjera, al decirle, “Mujer, ¡qué grande es tu fe!”.
Es la fe, por tanto, la que inicia ese camino nuevo que espera a toda persona de buena voluntad que desea encontrarse con la persona de Jesús, sea judío o extranjero, ya que el llamado de salvación será siempre universal.
Hermanos: pidamos con confianza el estar atentos al llamado de la gracia, imploremos la buena disposición de nuestro corazón para escuchar siempre la convocatoria de salvación que el Señor  nos dirige a cada uno, sus preferidos desde la creación del mundo..



Canónigo Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XX durante el año. Ciclo A. 17 de agosto de 2014. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




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