7 de agosto de 2014

“La bondad y generosidad del Señor, multiplica con su gracia lo poco y bueno que realicemos de buena voluntad”.


Los textos bíblicos de este domingo hacen hincapié en la abundancia de los dones recibidos de parte de Dios Nuestro Padre.

Él quiere realizar maravillas en cada uno de nosotros y en la sociedad toda, pero al mismo tiempo necesita de nuestra respuesta  para no resultar ineficaz la gracia y dones que nos ofrece.
Al respecto, Isaías (55,1-3) afirma que Dios se acuerda del pueblo elegido postrado por el destierro, como también de nosotros que estamos agobiados por el pecado y las vicisitudes de la existencia, prometiendo la salvación: “Yo haré con ustedes una alianza eterna, obra de mi inquebrantable amor a David” siempre y cuando “presten atención y vengan a mí, escuchen bien y vivirán”
La escucha de la palabra de Dios que transforma el corazón humano, será para  el pueblo de la antigua y de la nueva alianza medio para llegar a la vida nueva.
Los signos del beneplácito de Dios serán el don del agua, principio y fundamento de la vida “¡vengan a tomar agua, todos los sedientos!”; el don del vino que significa la alegría y el banquete mesiánico; el trigo que anticipa el alimento de la eucaristía, y la leche que se orienta a la prosperidad y abundancia de bienes de parte de un Dios de ternura.
Esta alianza que Dios desea establecer con su pueblo debe ser reforzada en el transcurso del tiempo por medio de la fidelidad, respondiendo así a quien es Fiel por excelencia desde el origen de la creación. 
En el texto del evangelio proclamado (Mt. 14, 13-21) Jesús en una barca, se aleja a un lugar desierto para orar a solas. Aunque profundamente apenado –en cuanto hombre- por el martirio de Juan Bautista, sin embargo, está atento a las necesidades de la muchedumbre que lo busca y sigue desde diversos lugares, atraída por su bondad manifiesta para con todos los que padecen algún agobio en su cuerpo o en su alma. 
Él mira el corazón de cada uno, conoce las angustias y dificultades que existen en la multitud  que lo buscan, y “compadeciéndose de ella, sanó a los enfermos”, y  a lo largo del día lo escuchan con avidez ya que están ante quien les habla con autoridad, no como los escribas y los fariseos. 
Al acercarse la noche, los discípulos pretenden desligarse de estos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños, solicitando a Jesús que los despida para que vayan a los poblados en busca de alimentos que sustenten sus necesidades.
Pero el Señor les dirá interpelándolos, “denles de comer ustedes mismos”.
A nosotros, también, nos pasa muchas veces por la cabeza, el querer desligarnos de las preocupaciones de los demás, o por un egoísmo que cierra los corazones ante el padecimiento ajeno, o porque estamos agobiados por nuestras propias inquietudes, o quizás, las más de las veces, porque no sabemos qué podemos hacer para aliviar los sufrimientos del otro.
Como los discípulos, debemos aprender a realizar lo que podemos, entregando al menos unos pocos peces y panes, para que Jesús los multiplique con creces.
Esto nos deja una enseñanza preciosa, y es que los dones de Dios están siempre a nuestro alcance, pero que es necesario respondamos aunque sea con lo poco y bueno que realicemos de buena voluntad. 
Es decir, aunque débil y pecador, cada uno puede contribuir con algo propio para que el Señor lo multiplique en beneficio de todos los que nos rodean.
En estos momentos, por ejemplo,  la matanza en Gaza,  por efecto de bandos en pugna, parece nunca acabar. Sería suficiente que cada uno ponga lo mejor de sí, haciendo el esfuerzo por vencer el espíritu de venganza, para que el Señor con su poder infinito corone una paz duradera, de la que es incapaz el hombre mismo, pero que sí puede realizar el poder infinito de Dios.
En nuestra Patria, ante los médicos objetores de conciencia que se niegan a realizar abortos, la provincia de Buenos Aires implementa el servicio de abortorios ambulantes para llegar a cualquier lugar y matar niños inocentes.
¡Qué distinta, en cambio, sería la situación, si ante las mujeres que no desean sus hijos, se implementara un servicio de acogida a través del cual se enseñe a valorar la vida, se explicara la gravedad del síndrome desgarrador del post-aborto, y se protegiera a los niños y a las madres con soluciones de contención y no de destrucción!
Esto nos habla de la necesidad de la conversión del corazón humano, que dejando toda mentalidad egoísta, se proponga hacer el bien posible superando toda maldad, para que Dios nos mantenga en los buenos propósitos.
Podemos llevar a cabo esto permanentemente en nuestras relaciones humanas, en todos los ámbitos de la vida, sabiendo que siempre  es posible hacer algo para vencer la influencia cruel del espíritu del mal, que confundiéndonos con falsas razones, nos extravía oponiéndonos a Dios y a nuestros hermanos.
Jesús quiere transformarnos siempre en buenas personas, pero no pocas veces nos encuentra encerrados en la mentira y en la maldad, e incapaces de decirle que nos ayude a querer siempre ser mejores y caminar por sus sendas.
De allí la necesidad de valorar más y más nuestra pertenencia al Señor, profundizar el conocimiento de su persona y sus enseñanzas, grabar en nuestro interior cuánto ha hecho por nosotros hasta la muerte en cruz, para amarlo con la necesaria disposición de un corazón abierto a la respuesta más generosa.
En relación a la verdadera entrega al Señor, nos habla hoy el apóstol san Pablo (Rom. 8, 35.37-39), cuando afirma que es capaz de sufrir todo mal por el amor que Cristo le profesa y que él a su vez le retribuye con su entrega. 
Es por eso que afirma que ni las tribulaciones, ni las angustias, ni la persecución, ni el hambre, ni la desnudez, ni los peligros, ni la espada, serán capaces de separarlo del amor de Cristo.
En el presente, también,  muchos cristianos se entregan con heroísmo a sufrimientos similares por amor a Cristo, al conocer que Él los amó primero.
Aunque los medios de difusión silencien estas crueles matanzas, hoy, en algunos lugares donde prevalece el  musulmán  o el paganismo, muchos cristianos son masacrados por odio a Cristo, siendo la sangre derramada semilla fecunda de una fe cada vez más vigorosa.
También nosotros, con tentaciones sutiles, somos probados para dejar a Cristo. Y así, se nos prometen cargos en el mundo de la salud si nos prestamos a tolerar o realizar abortos; conseguiremos fácilmente posiciones ventajosas si somos cómplices con la corrupción, con la coima o cualquier delito; seremos aplaudidos y no escrachados, en fin, si aceptamos una cultura sin Dios.
Más bien debiéramos preguntarnos, ya que es el peligro más frecuente con el que nos enfrentamos hoy, si nos separará del amor de Cristo el hedonismo, la riqueza, el placer, la vida fácil, la cultura en la que todo es lícito aunque sea antievangélico y un sinnúmero inmenso de posibilidades que nos llevan al mal.
En una sociedad como la nuestra en la que todavía cada uno puede profesar la fe recibida desde niño, la tentación siempre presente será la de aguar nuestras convicciones con nuevas propuestas erróneas, que poco a poco se nos meten en nuestro corazón, y que al no estar preparados con una sólida formación, o desprovistos de virtudes arraigadas, no percibimos como engañosas.
Queridos hermanos: no dejemos de implorar a Jesús nos ilumine con su palabra para descubrir siempre la verdad, y que no nos falte el alimento de Él mismo, para que al recibirlo, limpios de corazón, nos fortalezcamos para hacer el bien.


Canónigo Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XVIII durante el año. Ciclo A. 03 de agosto de 2014. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com










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