18 de agosto de 2014

“La Asunción de María Santísima anticipa nuestra futura glorificación, si como Ella, permanecemos fieles al Señor”

Por el pecado del hombre entró la muerte en el mundo, afirma el apóstol san Pablo. Pero esta muerte ha sido vencida por la resurrección del Hijo de Dios hecho hombre, Jesucristo.
María Santísima, madre de Jesús es la primera resucitada después de Él, ya que fue elevada al cielo en cuerpo y alma.
Mientras que a todos los mortales nos espera el estado de alma separada después de la muerte, hasta la resurrección final, la Madre de Jesús, ya recibe la gloria del cielo en cuerpo y alma, por los méritos de la muerte y resurrección de Jesús, aplicados a ella en forma perfecta, anticipadamente. 
Ella vive ya lo que viviremos nosotros en la resurrección final, si retornamos al Padre en estado de gracia.
Durante su vida mortal, la Virgen vivía la amistad divina de un modo perfecto, de allí que expresa “proclama mi alma la grandeza del Señor”, porque  sentía en cada momento la profundidad de su vínculo con el Creador.
Ella “se alegra…..en Dios, mi Salvador” invitándonos a considerar que la alegría plena se obtiene de la comunión con Dios.
Dios “ha mirado la humildad de su esclava”, su sencillez, su corazón abierto a todo lo que es bueno, generoso. María nos llama, por tanto, a ser humildes delante de Dios, a reconocer nuestras faltas, a pedirle nos saque del camino del mal y nos lleve por la buena senda.
Si realizamos el bien como lo cotidiano en nuestra vida terrenal, creceremos en la comunión divina, logrando la perfección de los santos a la que hemos sido convocados.
María es invocada por los agonizantes porque es la puerta segura de salvación, “porta Coeli” para todo hombre de buena voluntad; nombrada por todos, tanto por los adultos que desean permanecer en el bien, como por los jóvenes que sintiéndose frágiles recurren a la madre para iniciar el camino del dominio de sí mismos y permanecer de ese modo como mejores servidores de Jesús.
Los niños recurren a Ella, porque saben que siempre está atenta a sus necesidades, como Madre perfecta que es.
Dios “dispersa a los soberbios de corazón” para enseñarnos que delante suyo no somos nada ni tampoco podemos cosa alguna sin Él.
“Derriba del trono a los poderosos” porque sólo Él tiene el poder y total dominio. María, también derriba al poderoso, en particular al demonio, el gran soberbio y el derrotado por la muerte de Cristo, y por lo tanto, por la plenitud de gracia de la Virgen María.
Dios “enaltece a los humildes”, siendo María la que se destaca sobremanera, para que se tome conciencia que el Señor obra grandes cosas por medio de la sencillez, de la pobreza, por aquello que es despreciado por el mundo pecador: la pureza, la virginidad, la transparencia de una vida consagrada al Creador y a su proyecto eterno a favor de la salvación humana.
La elevación de María en cuerpo y alma a los cielos, junto a su Hijo, es el premio a su fidelidad y a su libre consentimiento a la Encarnación del Verbo.
“A los hambrientos” de Dios, se “los colma de bienes” espirituales, mientras que a “los ricos” y repletos de cosas materiales, a los que creen que pueden vivir sin Dios, a los que piensan sólo en una vida que ha perdido su verdadero sentido, se los despide “vacíos”, desesperados, al no encontrar un sentido último a su existencia.
María, en cambio, se vació de sí misma, depositó su plena confianza en quien la redimió y resucitó anticipadamente a toda otra creatura, de allí que sea llamada “feliz”, y es colocada como ejemplo de esperanza cristiana: porque confió y esperó en Dios, mereció estar junto a Dios en cuerpo y alma.
Hermanos: Nos reunimos hoy para honrar a María Santísima. Acerquémonos a ella con actitud de fe. Propongámonos cambiar de vida, con la promesa firme de imitar a María diciéndole siempre “sí”  al Señor. Reflexionemos que como a María, nos espera la vida eterna después de nuestra muerte, preocupándonos siempre de vivir en la amistad divina que nos enaltece como hijos de Dios.
Ser cristianos es difícil, pero no temamos ya que no estamos solos.
Recordemos siempre todo lo que Jesús ha vivido por nosotros, y que ha muerto para elevarnos a las alturas de la divinidad. Pero para ello, Él espera nuestra respuesta generosa, sin condiciones, a ejemplo de María Santísima. 
Al igual que María, seamos siempre fieles a la vocación recibida, de manera que nuestra resurrección futura sea para la gloria y nos sintamos así totalmente saciados en la contemplación plena de la Verdad divina.


Canónigo Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la fiesta de la Asunción de María Santísima. 15 de agosto de 2014. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com







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