3 de diciembre de 2014

“Que tu mano, Señor, sostenga al hombre que Tú fortaleciste, y para que nunca nos apartaremos de ti, devuélvenos la vida e invocaremos tu Nombre”

Comenzamos con este primer domingo de Adviento un nuevo Año Litúrgico. Adviento que pone su acento no solamente en la primera venida del Señor que ya se realizó y que actualizamos cada año a través de la Liturgia, sino también en la segunda venida al fin de los tiempos que añoramos en vigilante espera, y de la que no sabemos ni el día ni la hora de su realización.
La liturgia del tiempo de Adviento, pues, mira con gozo el pasado histórico de la presencia del Hijo de Dios, hecho hombre en el seno de María, en cuanto Salvador del mundo, y espera su retorno y última venida como Rey de todo lo creado, como ya lo celebramos el domingo pasado, en la que juzgará a toda la humanidad  reclamando a todos por las obras realizadas.
En el tiempo previo a su segunda venida, el Señor ha dejado a sus servidores, que somos nosotros, al cuidado de su casa, asignándonos una tarea, como recuerda el evangelio del día (Mc. 13, 33-37), confiando encontrarse a su regreso con una buena administración, fruto de la fidelidad vivida  en vigilante espera hasta el reencuentro definitivo con Él.
El profeta Isaías (63,16b-17.19b; 64, 2-7) hace referencia al grito que nace de  lo más profundo del corazón del hombre invocándolo a Dios como Padre –término no común en el Antiguo Testamento- , reconociendo así su estado de pequeñez, necesitado siempre de la misericordia divina.
Al contemplar el hombre su pecado, presente desde los orígenes, y reconociendo sus miserias y estado de postración, sabe que no puede salir del mismo si el Salvador no viene a su encuentro, como recuerda con confiada esperanza el salmista en el canto interleccional: “Escucha, Pastor de Israel, Tú que tienes el trono sobre los querubines, reafirma tu poder, y ven a salvarnos” (salmo 79, 2ac.3b.15-16.18-19). Y junto con la certeza de que Dios acude en su ayuda, el hombre promete su fidelidad diciendo: “Que tu mano sostenga al que está a tu derecha, al hombre que Tú fortaleciste, y nunca nos apartaremos de ti: devuélvenos la vida e invocaremos tu Nombre”. 
Ya en el Antiguo Testamento se  manifiesta la confianza sólo en Dios, por lo que el profeta exclama (Is. 63, 16b-17.19b: 6ª, 2-7) “¡Vuelve, por amor a tus servidores y a las tribus de tu herencia! ¡Si rasgaras el cielo y descendieras, las montañas se disolverían delante  de ti!”, siendo éste el grito permanente del Adviento, ya que “Tú vas al encuentro de los que practican la justicia y se acuerdan de tus caminos, aunque “Tú estabas irritado, y nosotros hemos pecado”, ya que “desde siempre fuimos rebeldes contra ti”.
Esta rebeldía del hombre desde los orígenes hacia el Creador, se contrapone a la actitud de Dios que se caracteriza por la fidelidad como destaca el apóstol san Pablo (I Cor. 1,3-9) diciendo, “Porque Dios es fiel, y Él los llamó a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo, Nuestro Señor”.
Pero también el apóstol menciona el primer encuentro del hombre con su Señor como Salvador, de allí que no deja “de dar gracias a Dios por ustedes, por la gracia que Él les ha concedido en Cristo Jesús” “colmados en Él  con toda clase de riquezas, las de la palabra y las del conocimiento, en la medida que el testimonio de Cristo se arraigó en ustedes.”
¡Qué hermoso poder decir que el testimonio de Cristo, el de su muerte y resurrección, plasmó en el corazón del creyente y fue causa de salvación!
Al mismo tiempo, san Pablo nos asegura, que mientras esperamos la revelación, es decir, la segunda venida de Cristo, “Él los mantendrá firmes hasta el fin, para que sean irreprochables en el día de la Venida de nuestro Señor Jesucristo”. O sea, que la comunión con el Hijo de Dios encarnado y ya  presente en su Iglesia, nos ha de ayudar a mantenernos santos e irreprochables obrando el bien y glorificando a Dios, para que a su regreso nos encontremos e ingresemos con Él a la gloria que no tiene fin.
Queridos hermanos: en este primer domingo de Adviento grabemos en nuestro corazón las palabras del apóstol recordando que Dios es fiel y  nos llama por ello a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo, aprovechando el kairós –momento de salvación- que se nos ofrece, poniendo lo mejor de nosotros mismos para vivir la comunión de vida y amor con el Salvador.
El tiempo de Adviento es además un período temporal de penitencia, -de allí el color morado de los ornamentos- donde el creyente reconociendo lo que se opone a la venida del Señor, desea cambiar y comenzar una vida nueva en la que dejemos lo que desagrada al que ya vino a salvarnos. 
Aprovechemos para profundizar el inmenso amor que Dios nos tiene para sentirnos llamados a responderle con todo el amor del que seamos capaces.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el primer domingo de Adviento, ciclo “B”. 30 de Noviembre  de 2014. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.- 


No hay comentarios: