23 de diciembre de 2019

“Siguiendo el ejemplo de san José, que despejada toda duda condujo a María Santísima a su casa, hagamos nosotros confiadamente lo mismo”.

 
 El perverso rey de Judá Ajaz  que introdujo la idolatría en el reino, está cercado de enemigos. Sin embargo no quiere acudir a Dios para que lo proteja, sino que busca la alianza de los asirios sometiéndose a  los mismos.

Ante esto Isaías anuncia que “el Señor mismo les dará un signo. Miren, la virgen está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emanuel” (Is. 7, 10-14).
La enseñanza que se percibe con estas palabras del profeta, es mostrar la insuficiencia de poner la fuerza en las armas o estrategias humanas sino que el único que salva es Dios nuestro Señor.
Precisamente el texto del evangelio (Mt. 1, 18-24) deja en claro que esta profecía se aplica al niño que se está gestando en el seno de María Virgen, y así, la Virgen María “dará a luz un  hijo, a quien pondrá el nombre de Jesús, porque Él salvará a su Pueblo de todos sus pecados”.
Queda en claro, pues, que es el Hijo de Dios hecho hombre el que libera al hombre de todo pecado y de toda sumisión al espíritu del mal.
De hecho quien toma como modelo de vida a Jesús, es capaz de llevar una existencia diferente en medio de la adversidad, siendo capaz de conducirse con los demás con los mismos criterios del  Señor.
Si el mundo  y la sociedad se caracterizan por las  injusticias, por el descarte de los más débiles, por el acento puesto en la avaricia y acumulación egoísta de bienes, por el desprecio de la vida naciente y tantos otros males que van postrando cada vez más al ser humano, es porque todavía no se cree en serio y de corazón que es Jesús el que “salvará a su Pueblo de todos sus pecados”.
Como antiguamente el rey Ajaz, el hombre de nuestro tiempo sigue buscando la “fortaleza” efímera de los poderes mundanos del dinero, la política, la confianza excesiva puesta en las capacidades humanas o en la fuerza de las armas, sin alcanzar la paz, la justicia y la realización plena de toda la humanidad.
Sólo desde la vivencia de la fe podemos alcanzar la certeza de que únicamente la identificación con Cristo y la realización de sus enseñanzas, nos conducen no sólo a la transformación de la vida personal, sino también de influir en la sociedad sentando las bases de su transformación integral conforme a la Providencia divina.
Lamentablemente no pocas veces dudamos acerca de esta verdad de que Jesús es el que salva, como sucedió con José que dudara acerca de la intervención divina en su esposa embarazada, a pesar de los anuncios proféticos y del anuncio del ángel enviado por Dios a la Virgen.
Conociendo la debilidad humana, Dios anuncia en sueños a José que lo que está transformando el cuerpo de su esposa es precisamente la presencia del Hijo que va asumiendo la naturaleza humana.
No pocas veces, ante acontecimientos que nos impactan, nosotros nos vemos tentados a pensar dónde está Dios o si Él nos sacará de las encrucijadas de la vida, o si será suficiente la presencia divina.
Y ciertamente es así, es suficiente la presencia de Jesús porque es “el Dios con nosotros” anunciado en el pasado y recordado en el presente.
Queridos hermanos: Aprovecho este día para invitarlos a que siguiendo el ejemplo de san José, que despejada toda duda condujo a María Santísima a su casa, también nosotros hagamos lo mismo.
Y así, acompañemos a María en su embarazo, contemplemos su alegría silenciosa, aprovechemos para suplicar al Hijo que está por nacer que ya que es el Dios con nosotros, que permanezca siempre en nuestras vidas.
Pedirle al Niño por nacer que nos salve rescatándonos de nuestros pecados, debilidades, miserias, traiciones continuas a su bondad, autosuficiencias permanentes que nos llevan a pensar que lo podemos todo sin necesidad alguna de Dios Nuestro Padre.
Pidamos con fe que nos libere de la envidia, del odio, de las rencillas familiares, de los desprecios dirigidos a los demás, del vicio de hacer girar todo alrededor de nuestros intereses, gustos y caprichos.
Pidamos al Señor que descubramos la enseñanza sobre la necesidad de la humildad y la pequeñez manifestadas en un Niño, para hacer presente aquella afirmación de Jesús en su adultez, cuando recuerda que sólo a los que se hagan como niños les pertenece el reino de los cielos, inaugurado con su presencia entre nosotros, y prometido a quienes nos mantengamos  fieles a lo largo de la existencia terrenal  en este mundo.
Sólo los que poseamos corazón humilde, poniendo nuestras vidas en las manos del Señor, dependiendo exclusivamente de su bondad, podremos crecer en santidad para gloria de Dios y ejemplo de los hombres.
José, esposo de María, destaca por su vida sencilla y entregada a los suyos, será su figura la que contribuirá en el crecimiento viril de Jesús, alejándolo del capricho y de los berrinches que a menudo se observa en los niños de nuestra sociedad actual, a los que mucho bien les haría insistirles en seguir el ejemplo del Niño de Belén.
¡Quiera Dios vayamos asimilando las enseñanzas que nos dejará el tiempo de Navidad que ya viene, y alcancemos de ese modo no sólo una vivencia renovada de lo que significa la salvación del hombre, sino también lograr la verdadera felicidad de vivir como hijos de Dios!


Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en el 4to domingo de Adviento, ciclo “A”. 22 de diciembre de 2019.
ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com









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