9 de diciembre de 2019

“Yo te alabaré en medio de las naciones, Señor, y cantaré en honor de tu Nombre” (Rom. 15)


El libro del génesis (3, 9-15.20) nos describe el estado de Adán y Eva después del pecado. A pesar de la pérdida de la inocencia original por pretender equipararse a Dios, son visitados por Él, manifestando así que el Creador nunca abandona a quienes ama de manera preferencial y que sale a su encuentro a pesar de la caída, para asegurarles su voluntad salvífica.
En el diálogo, Dios no tiene en cuenta las excusas de ambos, que no asumen su responsabilidad por el mal uso de su libertad, algo frecuente en el ser humano, sino que increpando al demonio le advierte que la descendencia de la mujer le aplastará la cabeza.
Esta mujer, por quien el demonio siente aversión y respeto a la vez, es María, su descendencia es Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre en su seno, que se hace presente en la historia humana y nos asegura que por su muerte y resurrección se recrea la amistad  con el Señor Dios perdida en el paraíso y  conduce así  al encuentro con Él.
Para realizar esto, Dios en su Providencia elige a María y la dota de la plenitud de la gracia y, así dirá el ángel: “Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin” (Lc. 1, 26-38).
¡Hermoso y prometedor texto evangélico! No sólo queda asegurado el hombre con la promesa de un redentor que lo saque de la postración del pecado sino que alimenta nuestra certeza de que en medio de las persecuciones del mundo prevalecen siempre los consuelos de Dios.
Y esto es así  porque el Reino de Cristo no sólo se establecerá sino que triunfará en este mundo que le es adverso, porque lamentablemente todavía el Salvador no ha sido reconocido por todos y el hombre sigue pensando que es dios y que puede por lo tanto hacer lo que desea.
Dios sigue tendiendo la mano a todos ofreciendo la vida nueva que nos obtuvo la muerte y resurrección de su Hijo hecho hombres, pero el mundo y no pocos, siguen endureciendo su corazón cerrándose a la salvación que ha comenzado en el sacramento del bautismo.
Y sigue Dios ocupándose del ser humano a lo largo de su existencia en este mundo, ya que cuando nos separamos de Él por el pecado personal, ofrece una segunda tabla de salvación.
Precisamente la reflexión hecha por los santos sobre el tiempo de Adviento, recuerda que tenemos tres venidas del Señor.
La primera cuando se hizo presente en carne humana en Belén, la segunda y última en el momento de su Parusía cuando venga a reinar sobre lo creado y transforme todo en cielos nuevos y tierra nueva.
Y la venida intermedia, cada vez que viene a nosotros a lo largo  del peregrinar humano por este mundo, porque por la debilidad a causa de la concupiscencia, nos vemos muchas veces superados por la tentación y nos separamos de Dios.
Y es en ese momento que Dios recuerda que podemos también nosotros ser transformados en ámbitos de gracia para recibir nuevamente la visita de Jesús y conservarlo en el corazón.
Para ello contamos con la manifestación permanente de la misericordia de Dios en el sacramento de la reconciliación.
En efecto, cuando estamos sumergidos en el pecado, desde la fe quizás nos preguntemos sobre cómo retornar nuevamente al camino de la salvación y crecimiento en Dios, y el Señor nos ofrece entonces su perdón y renovación interior por el sacramento de la confesión.
Es por esta segunda tabla de salvación que quedamos embellecidos por la gracia y fortalecidos para seguir buscando a Jesús y tratar de asimilarnos lo más posible a Él y alcanzar por ese medio la plenitud.
La inmaculada concepción de María consistió en que cuando ella fue engendrada en el vientre de su madre santa Ana, fue preservada del pecado original, de manera que desde el principio estaba llena de la gracia divina, preparada ya en su origen para la maternidad divina.
Esta verdad de fe es congruente con el hecho que sólo era posible la encarnación del Hijo de Dios en el seno de una mujer toda hermosa y pura, libre de todo pecado y afecto desordenado.
Así preparada, María podía decir como lo enseña san Pablo en la segunda lectura de hoy tomada del segundo domingo de Adviento, ”Yo te alabaré  en medio de las naciones, Señor, y cantaré en honor de tu Nombre”, alabanza que harán también los paganos ante la misericordia divina realizada sobre ellos (Rom. 15, 4-7).
Queridos hermanos: aprovechemos este día para pedir a la Madre de Jesús y nuestra, que siempre nos acompañe en el caminar diario hacia la Patria del cielo, que ayude a nuestros corazones débiles e indecisos para saber elegir siempre el vivir en la gracia de la amistad divina.
Pidamos sea realidad la enseñanza del apóstol cuando dice que “el Dios de la constancia y del consuelo les conceda tener los mismos sentimientos unos hacia otros, a ejemplo de Cristo Jesús, para que con un solo corazón y una sola voz, glorifiquen a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Rom. 15, 4-7).


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María Santísima. (II domingo de Adviento) 08 de diciembre  de 2019. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-




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