26 de diciembre de 2019

“Por el nacimiento de Jesús resplandezca en nuestras obras lo que por la fe brilla en nuestro espíritu”.


El texto del evangelio según san Lucas (2, 1-14) que proclamamos, colma de alegría este día en que celebramos el nacimiento de Jesús.

En la primera oración de la misa recordando que “estamos envueltos con la nueva luz del Verbo hecho carne”, pedíamos “que resplandezca en nuestras obras lo que por la fe brilla en nuestro espíritu”.
A su vez, en la primera lectura proclamada (Is. 62, 11-12), Isaías nos hace escuchar la voz de Dios que afirma “Digan a la hija de Sión: Ahí llega tu Salvador; el premio de su victoria lo acompaña y su recompensa lo precede”.
La llegada del Salvador anunciada tantas veces se hace realidad, nace Jesús, cuyo nombre precisamente significa “el que salva a su Pueblo de todos sus pecados” (Mt. 1, 18-25)
¿De qué salva Jesús? si nos consideramos perfectos y autosuficientes para solucionar o sostener lo que rodea nuestra existencia, podríamos dudar sobre qué nos salvará este Dios que viene a nosotros.
Y esto sucede seguramente en muchas personas que celebran hoy la Navidad como fiesta mundana que solamente reúne a la familia para comer y beber, olvidando su verdadero sentido porque ya no se vive desde la mirada de fe que contempla el nacimiento en carne humana del Hijo de Dios que como niño ingresa a nuestra historia.
Esa mirada de fe nos hace ver que Jesús viene a rescatarnos de todas nuestras miserias y debilidades que subsisten aún en nuestro interior después de haber sido transformados por el bautismo, que viene a sostenernos cuando experimentamos en nosotros la inclinación desordenada hacia el pecado, como efecto del momento en que el hombre quiso ser dios.
Precisamente si nuestro pecado es siempre pretender ser más que Dios, Dios se hace hombre, se hace pequeño en la humildad de la carne, para enseñarnos que la humanidad está llamada a participar de la divinidad, pero siempre sin ser Dios mismo.
La pretensión de una grandeza personal al margen de Dios, siempre conduce al hombre, vacío de todo lo que apetecía alcanzar de un modo irracional, a la desesperación y frustración total.
Como creyentes, hemos de ir al encuentro del hombre de hoy y manifestar la certeza de que la misión de Jesús es la de Salvador.
¡Cuántos corazones destrozados sufren en soledad porque no se encontraron con Jesús! ¡Cuántos pecadores, oprimidos por las tentaciones que laceran su corazón, no saben cómo superarse porque no descubrieron al Señor que salva y rescata de las miserias!
Al hombre sufriente de nuestra historia moderna, perdido sin rumbo por la confusión en el campo de la fe y de la moral, llevemos la esperanza de salvación que encontramos adhiriéndonos a Jesús.
Y  Jesús responderá a todas nuestras inquietudes otorgando la paz que sólo Él entrega, ya que el mundo es incapaz de concederla, y si permaneciera el sufrimiento, mostrará la eficacia salvadora del misterio de la cruz dándole  sentido a todo padecer humano.
El apóstol san Pablo (Tito 3,4-7) explicita aún más el significado de la venida en carne del Hijo de Dios diciendo enfáticamente que “Cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres, no por la obras de justicia que habíamos realizado, sino solamente por su misericordia, Él nos salvó”.
En un mundo que reina el odio, la rencilla familiar, la guerra y todo tipo de desorden que coloca a unos contra otros, es bueno recordar que con Jesús se manifestó la bondad de Dios para que vivamos en “La gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, y se ha manifestado” (Tito 2, 11-14), y enseñados por esa gracia ser capaces de rechazar la impiedad para vivir sobriamente con la esperanza de contemplar la manifestación de Dios a los hombres.
A su vez, San Pablo sigue diciendo que la bondad divina y el amor a los hombres se dio a conocer “no por la obras de justicia que habíamos realizado, sino solamente por su misericordia, Él nos salvó”. ¡Qué hermosa afirmación que muestra hasta cuándo y cuánto nos ama Dios, a pesar de nuestras infidelidades! ¡Cuánto hemos de reconocer que todo es don gratuito de Él y que nada de lo que hagamos nos da derecho para alcanzar tantos bienes de lo alto!
Hermanos: vayamos al encuentro del Niño recién nacido y recibamos con corazón dispuesto el mensaje que nos quiere dejar para nuestra vida personal y para nuestra misión en la sociedad en la que estamos viviendo.
¡Es necesario hacerse como niño para entrar en el reino de los cielos ya presente  en el pequeño recién nacido y ámbito futuro para toda persona de buena voluntad que uniéndose a Cristo viva como Él!
Hacerse como niño es ponerse con las manos en alto invocando al Dios que salva, para recibir sus dones y distribuirlos después entre tantas personas sedientas de paz y de cristiana realización personal.
Con corazón agradecido por tanto regalo de Dios, digamos “¡Gloria Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres amados por Él”!

Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en la Natividad del Señor. 25 de diciembre de 2019.
ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com


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