8 de junio de 2020

Como hijos, acudamos con confianza al Padre, que nos redimió por su Hijo y santificó por su Espíritu.



Hoy la iglesia celebra gozosamente esta fiesta de la Santísima Trinidad, se trata del misterio central de nuestra fe católica, donde adoramos a la unidad divina en la que subsiste la trinidad de personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

En el Antiguo Testamento ciertamente se va insinuando una manifestación de la Santísima Trinidad, y así, el libro del Génesis menciona al Padre que llama a la existencia a todas las criaturas por medio de su Palabra, señalando al Hijo eterno, mientras que el Espíritu aleteaba sobre las aguas.
Sin embargo, recién cuando el Hijo de Dios se hace hombre e ingresa en la historia humana, se da la manifestación plena de este misterio tan grande.
En los textos bíblicos de este domingo se menciona precisamente la presencia de la Santísima Trinidad, y así,  en el libro del Éxodo (34, 4b-6.8-9) que acabamos de proclamar, en el Monte Sinaí, Moisés se encuentra con Dios nuestro Señor, ese Dios que se manifiesta como el Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarse y pródigo en amor y fidelidad. Y Moisés teniendo en cuenta esta manifestación divina postrándose en tierra le dirá a Dios que “si realmente  me has brindado tu amistad, dígnate, Señor, ir en medio de nosotros. Es verdad que éste es un pueblo obstinado, pero perdona nuestra culpa y nuestro pecado, y conviértenos en tu herencia”
Sobre esta manifestación, podemos destacar a la persona divina del Padre, por la que Dios Uno y Trino se manifiesta como compasivo y bondadoso, mientras por su parte, el hombre  se descubre obstinado y endurecido en el pecado, aunque espera contradictoriamente en convertirse en su herencia.
Dios que no se deja ganar en generosidad busca siempre la salvación del hombre herido por el pecado original que no siempre lo elige Él.
De allí que el texto del Evangelio (Jn. 3, 16-18) es muy claro al afirmar refiriéndose a Jesucristo que  “el que cree en Él”, no es condenado; el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del hijo único de Dios”.
De modo que si bien Dios se manifiesta bondadoso y compasivo, señala  la necesidad de creer en el Hijo porque “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”.
Desde el bautismo, recibido en nombre del Dios Uno y Trino, estamos llamados a vivir en comunión con la Santísima Trinidad. Orientados siempre  hacia el Padre sabiendo que en su paternidad busca siempre brindarnos todo lo que necesitamos como hijos.
A su vez, manifestándose en su Hijo hecho hombre Jesucristo, nos invita a seguir sus pasos y transitar  por la senda de la perfección cristina. 
Por último, se perfecciona  nuestro existir cotidiano por la acción del Espíritu Santo, amor eterno entre el Padre y el Hijo, que nos hace partícipes de la divinidad por medio de la gracia santificante.
El Padre nos crea, también el Hijo con el Espíritu Santo; el Hijo nos redime, también con el Padre y el Espíritu Santo; y el Espíritu Santo nos santifica también con el Padre y el Hijo. Estamos llamados por lo tanto a esta vida de unión plena con Dios uno y trino y así poder encontrar en nosotros esa inclinación natural hacia la divinidad, a la unidad, esa unidad no solamente de fe, de esperanza y caridad sino unidad también en la misma iglesia en la cual formamos parte cada uno de nosotros.
Es el Espíritu Santo recuerda hoy el apóstol San Pablo (2 Cor. 13,11-13), el que nos da este don de la comunión entre todos para que en comunión podamos glorificar a Dios.
Cantábamos recién en el cántico interleccional (Dn. 3, 52-56) las maravillas que Dios ha hecho al crear todo de la nada, reconocimos que eternamente debemos darle gloria y honor manifestando su grandeza.
Pues bien, nosotros también debemos dar gloria a Dios libremente sintiéndonos siempre unidos al Dios Uno y Trino que nos llama a las cosas grandes.
Quiera Dios Padre que siempre nos sintamos sus hijos y a él acudamos con confianza. Quiera el Hijo que siempre nos sintamos llamados por Él a una vida de santidad siguiendo tras sus pasos. Quiera el Espíritu Santo bendecirnos para que su gracia no sea en vano, sino que vaya constituyendo en nosotros una vida nueva, una existencia que nace precisamente del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Ciclo “A”. 07 de junio de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



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