1 de junio de 2020

El Espíritu de Dios moldea el corazón de los creyentes y permanece en la Iglesia suscitando la unidad por las actividades, dones y ministerios.

El libro de los Hechos de los Apóstoles refiere hoy al acontecimiento del Pentecostés cristiano que  nos congrega a todos nosotros.

 Jerusalén  y los judíos de la diáspora, es decir, los que vivían en otras partes del mundo estaban celebrando la fiesta judía de Pentecostés. Celebraban el momento en que el pueblo de Israel recibió el don de la ley en la Alianza del Sinaí,  que comprometía a todo Israel con Dios.
Alrededor de las nueve de la mañana, los apóstoles reunidos con María Santísima en un mismo lugar, reciben la efusión del Espíritu.
El Espíritu Santo que es el amor entre el Padre y el Hijo, es  enviado  al encuentro de la Iglesia, que naciera del costado abierto de Cristo, del que brotó sangre y agua, signo de la Eucaristía y del Bautismo. Pero es en este momento de Pentecostés donde se plenifica y se hace universal esta iglesia que va a continuar la obra de Jesús.
Por otra parte, en este hecho de Pentecostés, los discípulos llenos de temor por las persecuciones de este mundo, son iluminados por el espíritu divino y entienden más profundamente lo que Jesús les había enseñado y al mismo tiempo reciben la fuerza de lo alto para enfrentarse a este mundo incrédulo sin temor alguno, el  mismo espíritu que llega también a todos los creyentes.
De allí se entiende que la iglesia fuera creciendo poco a poco en medio de las persecuciones de este mundo y de los consuelos de Dios, a pesar que, podríamos decir, estaba prohibida la profesión del cristianismo, sin embargo se va extendiendo por todas partes, porque es el Espíritu el que mueve los corazones e ilumina las mentes haciendo entender en plenitud la verdad que Cristo ha traído al mundo.
Meditamos anoche en la vigilia de Pentecostés, cómo la confusión de lenguas en la construcción de la Torre de Babel produce esa entrada, podríamos decir, del pecado y donde el hombre se encuentra separado de los demás, hoy en cambio con la venida del Espíritu Santo a pesar de la diversidad de lenguas de los que estaban en Jerusalén, partos, medas, elamitas, etcétera, todos entienden lo que hablan los apóstoles, el Espíritu viene a unir aquello que estaba disperso por el pecado, aquello que se oponía a Dios nuestro Señor.
Y el Espíritu quiere seguir trabajando en medio de la Iglesia y lo hace a través de las distintas actividades, dones, ministerios, que se van suscitando y desarrollando en la iglesia.
Decíamos ayer en la liturgia de la Vigilia, que el Espíritu es enviado a todas las personas siempre y cuando crean precisamente en Cristo muerto y resucitado, de modo que quien está cerrado al misterio pascual no puede recibir el fruto más esplendido del misterio pascual.
O sea, el Espíritu Santo llega al corazón de cada creyente  permitiéndole afirmarse cada vez más en la fe en Cristo nuestro Señor. Pero el Espíritu Santo se manifiesta también en la comunidad, como lo destaca el apóstol San Pablo cuando dice a los Corintios: “nadie puede decir Jesús es el Señor sino está impulsado por el Espíritu Santo” primera afirmación, y continúa que hay diversidad de dones, de ministerios, diversidad de actividades, pero es Dios el que realiza todo en todos, es el mismo Señor,  es el mismo Espíritu el que está detrás de todas estas manifestaciones de cada creyente en comunidad.
El Espíritu Santo otorga a los corazones bien dispuestos  la unidad en el seno de la comunidad, unidad que no significa uniformidad, sino tener siempre presente la voluntad de Dios nuestro Señor. En una parroquia puede haber diversidad de actividades o de ministerios, pero si cada uno se corta solo por su cuenta y olvida justamente esa unidad que trae el Espíritu y no apunta en definitiva al bien común, no está obrando bajo la luz del Espíritu Santo. De allí,  que el Espíritu trabaja en el corazón de cada uno y reclama  rectificar los criterios personales o los puntos de vista que no estén de acuerdo con la voluntad del Señor.
Jesús, a su vez, promete a todos su  paz, la  que el mundo no puede otorgar, ya que siendo la paz “la tranquilidad en el orden” como sentenciaba san Agustín, ésta no puede tener lugar en una sociedad en la que la paz es la tranquilidad en el desorden de la cultura, de las pasiones humanas, de los proyectos de los poderosos.
Sólo Cristo señala la jerarquía de los valores,  los principios que deben regir nuestra vida, y todo aquello que nos hace más  amigos de Dios.
Y el Espíritu, a medida que nos transforma nos envía a la misión, cumpliendo lo mandado por el Señor: “Como el Padre me envió a mi, yo también los envió a ustedes”.
Somos enviados a predicar a Cristo muerto y resucitado que concede la salvación transformando el corazón de cada uno con su presencia. Esta presencia divina se manifiesta por medio de su misericordia establecida en el sacramento de la reconciliación, como meditamos el domingo de la misericordia, y de la cual la liturgia vuelve a insistir, para que se vea cómo el Espíritu de Dios está presente entre nosotros.
Queridos hermanos tenemos una gran tarea por delante y es la de hacer presente a Jesús en medio de la sociedad sin miedo alguno. Muchas veces la cultura de nuestro tiempo busca meternos miedo para que nos quedemos encerrados en el cenáculo de nuestra existencia y no vayamos al encuentro del hombre de hoy para llevarles la palabra del Señor. Se insiste hoy en el  “quédate en casa”, pero esto ha de ser para ir creciendo en esta nueva actitud evangelizadora de salir al encuentro del hombre de hoy, para llevarles la presencia de Cristo nuestro Señor, que fue lo que hicieron los discípulos. Ellos estaban  adormecidos por el temor, pero después de la venida del Espíritu Santo su existencia cambió y concluyeron sus vidas muriendo siempre por el Señor, entregándose por el servicio al Evangelio.
Queridos hermanos: pidámosle a Jesús que el don del Espíritu Santo que nos regala hoy penetre en nuestros corazones, nos transforme y  permita ser nuevas criaturas. 

Textos: Hechos 2, 1-11; I Cor. 12,3b-7.12-13; Jn. 20, 19-23.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad de Pentecostés. Ciclo A. 31 de mayo de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



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