22 de junio de 2020

Cuando somos fieles al Señor en medio de las persecuciones, estamos protegidos por Él para su gloria y para nuestro bien.


El Evangelio (Mt. 10, 26-33) que acabamos de proclamar lo encuadramos en un contexto muy particular, cuando Jesús envía a los apóstoles al mundo para continuar su misión  entre la gente.

Ante este proyecto del envío a una misión concreta entre los hombres  Jesús los fue preparando anticipadamente antes del momento de morir en la cruz y de resucitar entre los muertos.
La primera enseñanza será advertirles que no tengan miedo a los hombres, a aquellos con quienes comparten la vida cotidiana, no temer proclamar la verdad por respeto humano. En efecto,  comúnmente el ser humano tiene temores de todo tipo, pero en este contexto  Jesús se refiere a un temor especial y es el de no proclamar la verdad, de no transmitir el Evangelio por miedo al qué dirán, a las persecuciones, al desprecio de los hombres, por temor a no ser correspondidos.
Por eso les dice “lo que les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día, y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas”, ya que  en nuestros días no pocas veces nos hemos convertidos al espíritu del mundo de modo que diluimos  o edulcoramos el evangelio para evitar recibir desprecios y aparecer como políticamente incorrectos.
Y así, todo lo que el Señor enseñó al grupo pequeño de los apóstoles en tantas conversaciones que tuvieron, debían proclamarlo abiertamente.
Igualmente los seguidores de Cristo de este tiempo tan particular, hemos de proclamar abiertamente lo que bien enseñados hemos aprendido. O sea, así como en el pasado llegó el momento de continuar la misión de Jesús, ha llegado también el “kairós” –o tiempo de gracia- para nosotros de proclamar al mundo  lo que hemos recibido, siendo fieles siempre al Señor, buscando agradarle a Él y no a los hombres. No temer  hacer esto, pues, implica que no triunfe el respeto humano, el que dirán de la gente y dejar por ello de proclamar la verdad.
En este sentido, la Iglesia, en el transcurso del tiempo siempre trató de proclamar la verdad del Evangelio aunque muchas veces esta verdad del Evangelio no congenie con las costumbres, con la cultura de los tiempos, ¿cuantas veces escuchamos, aún en los mismos católicos decir la Iglesia tiene que modernizarse, “antes las cosas eran así pero ahora son de otra manera”? En realidad, si la Iglesia siguiera la corriente de la gente, de la cultura y las costumbres peculiares de los pueblos, y acomodara el evangelio según el beneplácito del mundo, traicionaría el mandato de Cristo y como sal insípida  sería pisoteada por los hombres.
En segundo lugar dice Jesús: “no teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”, es decir, llegará el momento en que las vidas de los creyentes que son fieles al Señor estarán en peligro. Tal como sucedió con el profeta Jeremías (20, 10-13), quien manifiesta conocer todo lo que tiene que padecer en manos de los enemigos. De hecho, por proclamar al reino de Judá la caída de Jerusalén en manos de Nabucodonosor y el exilio posterior, provoca el disgusto de la gente, es perseguido, torturado, y termina asesinado en Egipto.
Sin embargo, Jeremías fue consciente que estaba cumpliendo con su misión, por eso su figura es anticipo, un signo adelantado, de lo que habría de padecer Cristo nuestro Señor por manifestar el misterio del Padre a los hombres, y de lo que soportarían los apóstoles en la misión que se les encomienda. Padecimiento éste que se continúa hoy en los miembros de la Iglesia que son fieles a la misión que  han recibido por el bautismo,  y proclaman abiertamente la Palabra del Señor, sin miedo a perder el cuerpo, siendo conscientes que es preferible más bien, temer al que puede enviar el alma y el cuerpo al infierno.
La tercera enseñanza que deja el Evangelio refiere a la necesaria  confianza en la Providencia que ha tener el hombre de fe, a pesar que a veces los evangelizadores pensemos que estamos solos y abandonados de Dios como lo sufrió el mismo Jesús en la cruz sintiéndose abandonado por su Padre, y antes que Él el profeta Jeremías.
Con todo, la misma Escritura nos invita a la esperanza con la certeza de contar siempre con la Providencia divina que nos cuida, como recuerda el profeta  diciendo “el Señor está conmigo como un guerrero temible: por eso mis perseguidores tropezarán y no podrán prevalecer; se avergonzarán de su fracaso, será una confusión eterna, inolvidable”.
Y esto es así porque si ni siquiera un pájaro cae sin que Dios lo permita, mucho más todo lo que ocurre en la vida del hombre no acontece sin la permisión divina,  que apunta al bien de la persona humana, nunca al mal, y ya Jesús lo advierte señalando que somos más valiosos que los pájaros del cielo y  que las flores del campo. En suma, tanto Jeremías, los apóstoles y nosotros, somos protegidos por el Padre del Cielo, siendo Dios nuestra fuerza en medio de las persecuciones, y así cuando pareciera que nada tiene arreglo saber que todo es permitido por el Señor para su gloria y para nuestro bien.
Por último, otra enseñanza del texto del Evangelio refiere a las consecuencias de las acciones humanas, de manera que si negamos al Señor en esta vida por miedo, cobardía, comodidad o por espíritu mundano seremos negados por Jesús ante su Padre, mientras que seremos reconocidos por Él cuando lo reconozcamos abiertamente.
Queridos hermanos, pidámosle al Señor que nos dé su gracia, para que podamos vivir el ideal del Evangelio que hoy la Iglesia nos presenta.

Cngo. Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el domingo XII del tiempo ordinario, ciclo “A”. 21 de junio de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com;

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