15 de junio de 2020

Jesús nos anima a hacer memoria y recordar que Él es el pan vivo bajado del cielo, y que quien lo coma como alimento vivirá eternamente.

 En el libro de Deuteronomio (8,2-3.14b-16ª) que acabamos de proclamar se narra cuál es la situación del pueblo elegido que camina hacia la tierra prometida a través del desierto.


El pueblo de Israel que había sido rescatado de la esclavitud de Egipto, sufre hambre, sed, mordido por las serpientes, padeciendo todo tipo de males como cansancio, muerte y soledad.  Se trata de una experiencia donde queda claro lo débil que es el ser humano y que por sí solo nada puede hacer.
Sin embargo, aunque sometido a  todas estas pruebas, el pueblo cae en la cuenta que el sustento que los conforta a todos es la Palabra de Dios y el maná,  alimento éste que anticipa el del Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Precisamente Moisés insiste al pueblo que haga memoria de estos acontecimientos,  diciendo “acuérdate del largo camino que el Señor, tu Dios, te hizo recorrer por el desierto durante estos cuarenta años” y esto para que se perpetúe el hecho de que Dios prueba a su pueblo y así   vea que por sí solo nada podía, que solamente se podía sostener por el agua de la roca –imagen anticipada del mismo Cristo-, por el maná –otra figura predicha de Cristo-, y por la Palabra –que es Cristo también-, y de ese modo alcanzar la meta de la vida eterna prometida a todos.
También nosotros caminamos por este mundo como en medio de un desierto, añoramos igualmente como los mismos judíos otros bienes, otras cosas, pero  al comprobar la vaciedad de ellas evidenciamos que lo que satisface plenamente es la misma Palabra de Dios y es Cristo Eucaristía, pan vivo bajado del cielo que se ofrece como alimento. Precisamente en este tiempo de cuarentena todos aquellos que tienen fe en la Eucaristía, que creen en la presencia real del Señor bajo las especies eucarísticas han sufrido lo indecible al verse privados de este sacramento. Se sienten sostenidos por la Palabra de Dios, es cierto, y prevalece la confianza en el  Dios que protege y cuida al ser humano en medio de las pruebas, pero faltaba algo en sus vidas, la comunión, recibir el cuerpo y la sangre del Señor, esta experiencia que solamente el que tiene fe puede exponerla, puede manifestarla a los demás.
Para el que no cree no es más que un rito, para el que tiene fe lo más grande que le puede acontecer en su vida es poder recibirlo al Señor.
Al respecto, en nuestros días,  no pocas conversiones al catolicismo de personas que pertenecen a otras comunidades cristianas se producen ante la necesidad de recibir el Cuerpo y la Sangre del Señor y sentirse cuidados por la protección de María Santísima Madre de Jesús y nuestra.
¡Cuántos hay que han vuelto o que han ingresado a la Iglesia católica por el Misterio Eucarístico, porque se dieron cuenta que su fe cristiana si bien se adhería a Cristo, no estaba completa al faltar la Eucaristía!
En efecto, los hermanos separados no tienen la presencia de Jesús en la Eucaristía, celebran la cena, pero lo que comulgan es pan y vino,  no el Cuerpo y la Sangre de Cristo que la fe enseña recibimos nosotros, se sienten incompletos porque caen en la cuenta que el “hagan esto en memoria mía” -dicho por Jesús en la última Cena-, se realiza en la Iglesia Católica y no en las diferentes vertientes del protestantismo.
Más aún, cuando alguna duda surgía entre los católicos, los numerosos milagros eucarísticos manifestados en el decurso de los siglos, no han hecho más que dejar en evidencia que Cristo está realmente a través de las palabras de la consagración, de lo cual se nos pide también hoy hacer memoria ya que “la copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?” (I Cor. 10, 16-17)
El mismo Jesús (Jn. 6, 51-58) nos anima también hoy a hacer memoria, a recordar y actualizar  que Él es el pan vivo bajado del cielo, y que quien lo coma como alimento vivirá eternamente,  por lo que no es lo mismo recibir y comulgar un pedazo de pan o un poco de vino, que nutrirnos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo que da la vida verdadera y que su carne es para la vida del mundo, y es su sangre para la vida del mundo.
Ésta Eucaristía, por otra parte, nos asimila a Cristo nuestro Señor como acabamos de escuchar al apóstol San Pablo, y aunque somos muchos formamos un solo cuerpo con Él por la Eucaristía y, permanecemos unidos con aquellos hermanos que se alimentan con el pan vivo bajado del cielo, porque profesamos la misma fe,
¡Qué hermoso regalo que nos hace el Señor en este misterio tan grande, el de la Eucaristía, el pan vivo bajado del cielo, el cuerpo y la sangre del Señor para la vida del mundo! Este Misterio Eucarístico será  perfeccionado, incluso en su manifestación, en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, ya que  adorar el Corazón de Cristo es adorar el misterio del amor divino que se manifiesta a través suyo.
Queridos hermanos, mientras tengamos hambre de Cristo nuestro Señor,  de recibirlo a Él, crecemos en la fe  puesta en la vida divina que nos espera, y nos ayudará a vivir santamente en este caminar hacia el Padre.
Y esto porque si yo tengo hambre y sed de Cristo pondré mi casa en orden, procuraré estar en gracia para recibirlo, y aunque  somos indignos de Él,  su misericordia manifestada en el sacramento de la confesión será perfeccionada en la recepción eucarística, y de este modo nunca faltará este alimento que concede la vida eterna.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. 
Homilía en la Solemnidad del Corpus Christi. (Ciclo “A”). 14 de Junio de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

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