1 de junio de 2021

El bautismo nos incorpora a la vida trinitaria, consagrados para vivir en comunión de vida y amor con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Hoy celebramos la Solemnidad litúrgica de la Santísima Trinidad. Dogma de fe, central en nuestra confesión católica, por el que creemos que en la unidad divina, es decir, en la única naturaleza divina, subsisten tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Podemos acercarnos a este misterio, pero indudablemente la pobre inteligencia humana no podrá conocerlo en plenitud, incluso cuando mediante la gracia divina y las buenas obras lleguemos a contemplarlo en la bienaventuranza eterna.
Allí también conoceremos a Dios de una manera  imperfecta, ya que será al modo humano. En efecto, aunque la inteligencia humana sea elevada por el don sobrenatural del “lumen gloriae” (la luz de la gloria), siempre Dios será superior al hombre. Pero así y todo, seremos felices, porque tendremos la capacidad de conocerlo y  amarlo  plenamente.
Ahora bien, Dios se ha manifestado a lo largo del tiempo, por lo que se fue purificando y perfeccionando  la mirada humana sobre Él. Y así, en el Antiguo Testamento, se da a conocer al pueblo de Israel, elegido para que sea su pueblo y con el que hizo una Alianza de amor. Pero los israelitas no pocas veces se inficionaban con las ideas de los pueblos vecinos cayendo en la idolatría y el politeísmo. Por lo tanto era necesario purificar la idea que se tenía de Dios
En el libro del Deuteronomio (4,32-34.39-40), Moisés habla al pueblo y enseña que Dios es uno: “Allá arriba, en el cielo, y aquí  abajo, en la tierra- y no hay otro”. Por medio de los prodigios realizados a favor de ellos, les recuerda que este Dios los ama tanto que los ha liberado de la esclavitud, conduciéndolos a la Tierra Prometida. Realizando Alianza en el Sinaí, el pueblo ha de observar los preceptos y los mandamientos, y de se modo “Serás feliz, tú y tus hijos después de ti, y vivirás mucho tiempo en la tierra que el Señor tu Dios te da para siempre”.
¿Pero cómo llegamos entonces al misterio de la Trinidad, que Dios es uno en naturaleza, pero que subsisten en esa naturaleza divina tres personas, la del Padre, la del Hijo y la del Espíritu Santo? Es necesario una revelación, una manifestación posterior que la hace el mismo Cristo. De hecho en el Nuevo Testamento tenemos significativos casos en que aparece la Trinidad. Por ejemplo en el bautismo de Jesús, el Padre dice “Este es mi Hijo muy amado, escúchenlo”, Jesús que es bautizado, y el Espíritu que desciende sobre Jesús para señalar que es el ungido, el enviado para redimir a la humanidad a través de su muerte y resurrección.
Este misterio de la Trinidad se manifiesta paulatinamente, por lo que Jesús da precisiones concretas a los discípulos antes de volver al Padre. ¿Qué les dice? “Yo he recibido todo poder en el Cielo y en la tierra”, evocando que es el único Dios manifestado en el Antiguo Testamento. Soy el único Dios, tengo el único poder y no hay otro. Esto nos debe ayudar a pensar cuántas veces el ser humano se equivoca pensando que acumulando poder puede hacer algo. Dios se ríe de estas pretensiones soberbias, ya que “yo he recibido todo poder en el Cielo y en la tierra”. Es el Señor el que va escribiendo la historia de la salvación humana, de allí que continúe diciendo: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos”, encomendándoles de ese modo una misión concreta que se continúa en la Iglesia (Mt. 28,16-20). De ese modo los apóstoles deben ir al encuentro de las culturas, de las razas, de los pueblos y hacer discípulos. Discípulos que tengan obviamente un único maestro que es Cristo.
¿Y cómo se ingresa a esta nueva categoría del pueblo de Dios? Bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. . El texto habla en singular, en el nombre, no dice en el nombre del Padre, en el nombre del Hijo, en el nombre del Espíritu Santo, sino en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Nuevamente la afirmación de la única naturaleza divina en la que subsisten tres personas. A su vez deben enseñarles  a cumplir todo lo que el Señor les he mandado. La misión de la iglesia, pues, deberá consistir en hacer discípulos para formar un único rebaño y enseñar lo que Jesús ha enseñado, lo que  ha mostrado cuál es el camino de la salvación. Ahora bien, el hecho de ser bautizado significa entrar de lleno en la vida trinitaria, produciéndose una transformación en el corazón de cada uno. El bautismo precisamente nos incorpora a la vida divina, a la vida trinitaria, somos consagrados a Dios. Así como los templos son consagrados a Dios, como lo ha sido éste, nosotros recibimos la consagración a Dios en el sacramento del bautismo, al ser marcados con el Santo crisma en la frente, constituidos ungidos para Dios. Por eso es que el ser humano, a no ser que su conciencia se haya endurecido, cuando realiza el mal siente un cortocircuito en su interior porque al estar llamado y orientado a Dios se aleja de esa llamada. El bautismo nos introduce en la vida trinitaria, por lo que decimos Abbá (Rom. 8, 14-17), al Padre del Cielo, ya que el Hijo ha mostrado el camino que conduce a Él y, el Espíritu Santo mueve nuestro corazón para vivir en profundidad esta vida divina de la que participamos por el sacramento del bautismo, que nos hizo hijos adoptivos de Dios.
El mismo Espíritu entonces, se une a nuestro espíritu, nos dice San Pablo, para dar testimonio de que somos hijos de Dios. ¡Qué hermoso poder dar testimonio a la gente que nos rodea y a lo mejor no cree, que somos hijos de Dios y no es poca cosa, hijos adoptivos de Dios, y por lo tanto si somos hijos somos herederos enseña el apóstol y coherederos de Cristo, llamados como Jesús a la Gloria eterna porque sufrimos con Él para ser glorificados con el misterio de la cruz que nos hace participes de los sufrimientos de Cristo y conduce a la resurrección.
Queridos hermanos: reconociendo entonces a Dios Uno y Trino, crezcamos en nuestra fe en Dios Nuestro Señor, aprendamos a dirigirnos al Padre como lo hacemos en el Padre Nuestro o en la oración personal, reconocernos delante de Él como hijos débiles, buscar unirnos a Jesús en la Eucaristía limpiando  nuestro corazón y  alma, para poder recibir los frutos de esa recepción eucarística.  Pidamos a su vez, al Espíritu Santo, que nos de su gracia, que se derrame en nosotros con abundancia y, acompañados por María Santísima, la llena de gracia, caminemos esperanzados a la vida eterna.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Ciclo “B”. 30 de mayo de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




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