29 de junio de 2021

Acerquémonos al Señor confesando nuestras miserias, suplicando su gracia para superar las dificultades y vivir siempre en unión con Él.

 

En la primera lectura de este domingo tomada del libro de la Sabiduría (1,13-15; 2, 23-24), se nos recuerda que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios y que fue creado incorruptible pero por el pecado del hombre, engañado por el demonio, entró la muerte en el mundo, por lo que “todos los que pertenecen al mundo deben padecerla”, pero a su vez, explica el texto bíblico, que Dios no se complace en la perdición de lo vivientes. Él ha creado todas las cosas para que subsistan, el ser humano fue creado también para que subsista, y desde la fe sabemos que esa subsistencia continúa después de la muerte en el encuentro definitivo con Dios. De manera que Dios es Señor de vivientes, y por lo tanto estamos llamados a la vida con Él. En este camino que recorremos mientras vivimos en el mundo, tenemos que asumir lo que significa la condición humana, somos débiles.
Respecto a esto, en la cultura de nuestro tiempo, las ideologías de turno –que no aceptan la realidad creatural de debilidad existencial- inventan falsas seguridades pretendiendo que  pensemos que el hombre  es invencible y por tanto todopoderoso, y que todo lo puede resolver por medio de su esfuerzo. Sin embargo cada día experimentamos más y más que vivimos pateando remolinos de viento, resultando para muchos que la vida terrenal parece ser una pasión inútil como decía Sartre.
Obviamente si contemplamos nuestra existencia desde la fe, la reflexión es diferente, ya que sabemos que contamos con la ayuda del Creador. Pero si no hay una fe puesta en Aquél que es, que era y que vendrá, la vida pierde su sentido. Por eso el mundo vive tan descolocado por todo lo que le sucede, porque el mundo descreído y el hombre inserto en él,  lamentablemente se ha olvidado de Dios o se acuerda únicamente en los momentos cruciales de la vida, cuando ya no da más.
Por su parte, a los que tenemos fe, Jesús nos invita a una relación más estrecha con Él, que no lo busquemos cuando ya las cosas no dan más, sino que vivamos en fidelidad a Él en las buenas, en las malas, en la tristeza, en la alegría, en el sufrimiento y en la salud, en todo momento en unión con su bondad y misericordia. Porque el Señor se muestra siempre atento de nuestras preocupaciones y debilidades y sale siempre a curarnos interiormente aún a pesar nuestro, aunque no nos demos cuenta muchas veces.
Fíjense en esta mujer de la que habla el Evangelio (Mc. 9, 21-43), doce años padeciendo hemorragias, gastando todo su dinero inútilmente, ya no da más, sale del anonimato de la muchedumbre y piensa “con solo tocar su manto quedaré curada”, porque había escuchado cosas maravillosas de Jesús. Y así sucede, quedó curada. Pero Jesús no se conforma con percibir que una fuerza salió de Él, se da vuelta y pregunta ¿Quién me ha tocado? Los discípulos dicen ¿Cómo Jesús pregunta eso, si está rodeado de tanta gente? Pero Él sabe bien a qué se refiere y, por eso la mujer llena de temor, como si hubiera hecho algo malo, -a veces las personas piensan que hacen algo malo invocando a Dios-, al desconfiar de otras soluciones y no se anima a decir que acudió a Dios, de allí que se dirija- al Señor.
Jesús tiene una actitud superadora para con esta mujer que muy asustada y temblando se arroja a sus pies y le confiesa la verdad, pero Jesús con mucho amor le dice “hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda sanada de tu enfermedad” aunque ya estaba curada.
¿Qué es lo que ha hecho Jesús? Con su curación, la mujer que estaba desplazada de la familia y de la sociedad toda, porque era considerada impura a causa de la pérdida continua de sangre, puede restablecida, vivir nuevamente con sus afectos familiares. Jesús le devuelve todo lo que la mujer había perdido, ya que como hombre que es, se conduele con ella por sus achaques y debilidades devolviéndole la salud física, y como Dios, la cura interiormente, le da fuerzas para que siga adelante aumentando su fe y su unión con el Salvador. La mujer por lo tanto, recupera el amor de los suyos que quizá no tuvo durante años, pudiendo ella a su vez retribuir dando su amor a los demás, y encuentra un nuevo sentido a su vida terrena madurando en la fe hacia la Persona de Jesús y  trasmitiendo con su testimonio la bondad y misericordia del  Salvador.
Jesús la cura en base a la fe que tiene esta mujer.  El “vete en paz,” es como decirle “acuérdate que seguirás en paz en la medida que sigas por este camino”, o sea en unión con  Cristo que es el único que salva y que cambia al ser humano.
Por eso no tengamos miedo de acercarnos al Señor, de confesar nuestras debilidades, nuestras miserias, pidiéndole que nos otorgue fuerza para sortear las dificultades y vivir siempre en unión con Él.
Pero sigamos caminando con Jesús y la muchedumbre hacia  la casa de Jairo. En ese caminar le avisan a Jairo que su hija ha muerto, pero Cristo insiste en ir al encuentro de la hija que ha muerto para todos pero que para el Señor  la niña sólo está dormida.
Esto me hace acordar que  en el uso común se habla de la necrópolis  como ámbito de sepultura de las personas y que significa ciudad de los muertos, sin que haya esperanza de la resurrección, mientras que los creyentes en la resurrección decimos  cementerio que es el lugar de los que duermen.
Mientras que unos no tienen esperanza, Jesús resucita a la niña anunciando  de ese modo una vida más allá de la propia existencia terrenal. Y por eso, le dice a esta niña “talitá kum”,“Yo te lo ordeno, levántate”. Jesús se manifiesta como  Señor de la vida, indicándole de alguna manera a la joven  que debe proclamar al mundo que existe la resurrección de los muertos, que no estamos atados a la muerte por más que la muerte sea el último enemigo a vencer. .Justamente en la antífona del aleluya cantábamos “nuestro salvador Jesucristo destruyó la muerte he hizo brillar la vida mediante la Buena Noticia  del Talitá Kum, levántate.
Y esta niña así curada debe  nutrir la vida nueva que ha alcanzado con la Eucaristía. En efecto,  Jesús ordena le den de comer. Imposible salir de la muerte del pecado, resucitar a la vida de la gracia y permanecer en ella sin el alimento permanente de la Eucaristía que es Cristo que se ofrece como pan de vida y bebida de salvación. Esa eucaristía que obviamente requiere el paso de la transformación interior, de la conversión, para lo que se nos ha dado  el sacramento de la confesión.
Jesús nos saca de todas las miserias de la vida, por eso no nos casemos de caminar  para encontrarnos más íntimamente con Él. Y si pareciera que el Señor no nos escucha, saber que Él siempre está en nuestra busca, quiere mirarnos a los ojos, y sacarnos del anonimato. Y así, también nosotros cuando por el pecado nos confundimos en la muchedumbre y tendemos al anonimato, Cristo con la vida, con la purificación interior nos saca del olvido que puede traer la muchedumbre para que veamos cuán importante es cada uno delante de Él.
Pidámosle a María Santísima, la madre de Jesús y madre nuestra que nos ayude a recorrer este camino hacia Jesús, pidámosle a San José también en este año dedicado a él que nos vaya mostrando el camino que nos lleva al Señor.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XIII del tiempo ordinario, ciclo “B”. 27 de junio de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



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