21 de junio de 2021

El que vive en Cristo camina en medio de las dificultades sabiendo que en sus manos somos guiados por quien busca nuestro bien y paz.

En el libro de Job (38, 1.8-11) que acabamos de proclamar como primera lectura en la liturgia de este domingo, Dios le habla a Job diciéndole que en cuanto Creador, en cuanto omnipotente, ha puesto límite a todo lo creado. De tal modo que  existe un orden en la naturaleza creada a la que el Señor le ha dado vida. Y así entonces, queda expresado el poder divino que está por encima de cualquier otro.
Por eso, cuando los discípulos de Jesús se preguntan (Mc.4, 35-41) “¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?” debieran responderse con convicción que es Dios, el Hijo de Dios hecho hombre. Sucede que Jesús se manifiesta como Dios poco a poco ante los discípulos, porque no era fácil que pudieran entender y comprender esta verdad. Estaban acostumbrados a  contemplar al Señor actuando en cuanto hombre, sabían cómo subyugaba a las multitudes, cómo les enseñaba con paciencia y autoridad. Pero al mismo tiempo percibían que había algo nuevo en su persona, porque curaba enfermos, expulsaba demonios, liberaba a la gente de la esclavitud del pecado. Sin embargo no superaban la visión que tenían de que era el maestro.
Jesús quiere entonces que vayan entendiendo y comprendiendo quien es Él. Después de dejar a la multitud a la cual estaba enseñando, les dice a sus discípulos “vayamos a la otra orilla”. Y es en ese momento que se presenta la ocasión, no sin la Providencia Divina, para que Jesús se manifestara realmente como es.
Refiere el texto que Jesús estaba durmiendo en la popa sobre el cabezal, cansado de recibir a tanta gente y consolarla, extenuado duerme. De repente  se desata una gran tormenta, tan grande que la nave está a punto de zozobrar y los discípulos se ponen como locos, de allí que se acercan a Jesús, -en el fondo intuyendo que éste que hasta el viento y el mar le obedecen es alguien especial-, y le dicen “¿maestro no te importa que nos ahoguemos?”
¿Cómo no le va a importar?  De inmediato Jesús aplacó el viento y la fuerza del mar, transmitiendo su calma y equilibrio interior a la naturaleza desbocada, poniéndole límite a su furia, y concediendo a su vez esa misma paz a los discípulos miedosos,  a quienes  recrimina exclamando  “¿Porque tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?”
Esta interpelación de Jesús está dirigida a su vez a cada uno de nosotros para ayudarnos a preguntarnos cómo caminamos en esta vida temporal, donde pareciera que todo se viene a pique, donde la barca de la vida está a punto de zozobrar, el mundo mismo asolado por la pandemia, la barca de la Iglesia azotada por enemigos internos y externos, la barca de la sociedad y de nuestra Patria a la deriva, hundiéndose cada vez más.
Si miramos con ojos humanos hay cada vez más razones para preocuparse, para desesperarse,  porque como la barca que va a la deriva llevada por las olas, nuestra existencia humana pareciera ir sin ningún destino, sin ninguna meta.
Con esta perspectiva, para el que no tiene fe, obviamente no queda más solución que la desesperación, o pensar en algún salvador humano que pueda solucionar las cosas, que nunca va a aparecer por cierto. Pero para el que tiene fe, y cree en Cristo el Hijo de Dios hecho hombre, el Dios vivo, aquel que como Dios en la creación pone límites en las cosas y ordena todo lo creado, la mirada es diferente.
En efecto, el creyente sabe que Cristo no quiere más que nuestro bien, nuestra paz interior, y desea  transmitirnos lo que hay dentro suyo, su paz y seguridad.  De allí que  hemos de acudir siempre al Señor, con la certeza de que quien  está unido a Él nada teme, o si teme sabe que ese temor es superable, que no es un temor que asfixie o conduzca al abismo.
El mismo San Pablo (2 Cor. 5, 14-17) nos deja una pista en la segunda lectura de hoy. Partiendo del hecho de que Cristo murió por todos, señala que los  que viven, no vivan más para sí mismos sino para Aquel que murió y resucito por ellos, o sea para Jesús. Los discípulos, como nos acontece a nosotros muchas veces, estamos pendientes en vivir para nosotros mismos y no tanto para vivir por aquel que vivió y resucitó por nosotros que es Jesús, por eso sigue insistiendo el apóstol, que “el que vive en Cristo es una nueva criatura, lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente”.
El que vive en Cristo camina por este mundo en medio de las dificultades sabiendo que estamos en manos de Dios, que son las mejores manos y que estamos guiados por el Señor que busca siempre nuestro bien, la paz para nuestro corazón.
De allí que, queridos hermanos, hemos de concluir en la misma verdad, que lo más importante es la unión con Cristo Nuestro Señor. Cuando profundizamos en el conocimiento de Cristo, no solamente por su enseñanza sino también por  su modo de obrar, obtenemos nuevas posibilidades para nuestra existencia cotidiana, todo se transforma, y Él nos muestra el camino, porque Él es la verdad que ilumina nuestra inteligencia y porque Él es la vida nueva que nos la da en abundancia.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XII durante el año. Ciclo B. 20 de junio de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





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