15 de junio de 2021

Lo bueno que hagamos para que Jesús llegue a todos, fructificará abundantemente por la gracia divina y la paciencia personal.

 

Nosotros conocemos ya la parábola del sembrador. Se trata de Cristo que arroja la semilla de su palabra y de acuerdo a la disponibilidad o la preparación de la tierra, es decir del corazón humano, se producen frutos diferentes, ya sea el ciento por uno o menos de acuerdo a esa respuesta de la tierra.
La parábola del texto evangélico de hoy (Mc. 4, 26-34) no refiere a la respuesta de la tierra o a la preparación o no de la tierra, sino de la potencia que encierra la semilla que se arroja en la tierra. Posiblemente todos tengamos la experiencia de haber plantado y de contemplar cómo  cada día crece lo que se ha sembrado. Realmente nos asombramos cómo sin saber justamente cuál es el mecanismo, la vida surge de  la tierra. Es la obra de Dios a través de la naturaleza que dispone todo para el bien de aquellos que ama, que somos cada uno de nosotros.
Jesús utiliza esto que acontece cada día en la vida natural llevándonos a contemplar el desarrollo de la semilla que culmina en el fruto, para que comparemos con  el idéntico proceso de desarrollo y crecimiento de la palabra divina, con el crecimiento del Reino, que es Él mismo en el corazón del hombre y la sociedad toda, sin que sepamos cómo.
A veces anida en nuestro interior la  angustia o la decepción al ver cómo el mal se extiende cada vez más y, pareciera que éste está por encima de  las obras que podemos realizar en el orden del bien. Sin embargo, sabemos que aunque crezca aparatosamente lo que sea malo y no se vea tanto lo bueno, es la obra del Señor la que triunfa.
Y esto es así, porque Dios es el dueño de la historia y enseña a través de su palabra que es necesario perseverar en la paciencia esperando el fruto, ya que aunque no sepamos cómo, su palabra germina en el corazón de la gente y nosotros mismos debemos aprovechar esa palabra para dar fruto abundante.
A veces creemos que acciones pequeñas no sirven para nada. ¡Qué hago yo con este ofrecimiento de tal obra en medio de tantas necesidades en el mundo! En realidad hacemos mucho aunque no lo veamos inmediatamente, porque quien hace fructificar es el Señor y Él obra para que abunden los frutos de lo poco que nosotros sembramos.
Por eso, nunca hay que desfallecer pensando que todo está perdido, porque es el Señor el que conduce y transforma los corazones. A veces creemos que estar cinco minutos en oración delante del Señor es demasiado poco, pero si es lo que puedo ofrecer yo cada día debo hacerlo y perseverar, tener paciencia y ver cómo los frutos aparecen a su debido tiempo porque es el Señor el que trabaja.
Quizás pienso que estoy desilusionando a Cristo porque hay tantas dificultades, tantas cosas que tengo en mi vida que son un obstáculo para crecer. Sin embargo, no hay que decepcionar al Señor con nuestra desconfianza, al contrario, luchar. Y si caemos, nuevamente levantarnos para dar frutos abundantes siguiendo la voz del Señor y siguiendo la enseñanza que Él nos deja permanentemente.
Aprendamos de la semilla  de mostaza que es más chica que la cabeza de un alfiler, pero que  cuando comienza a germinar se transforma en una hortaliza muy grande que cobija a las aves del cielo.
Recuerdo, no sé si en esta parroquia o en otra, hicimos el experimento para los chicos de catequesis sembrando semillas de mostaza. Los chicos vieron el tamaño que tenían esas semillas y dejamos que la plantita crezca. Con el tiempo los chicos quedaban asombrados al ver lo que pasaba en el crecimiento de esa semilla, y entendían que por la obra divina sucedía lo mismo con el crecimiento  del Reino, es decir, de la presencia de Jesús entre nosotros.
No hay cosa buena por más pequeña que sea que no produzca fruto abundante y así por lo tanto no caer nunca en la desesperanza pensando que nada podemos hacer para cambiar este mundo. Saber que el Señor siempre nos guía y protege,  y que aún en medio de las pruebas, Jesús está con nosotros.
Ahora bien, esta mirada nueva de la vida solamente se da cuando vivimos a fondo nuestro ser de cristianos. ¿Qué nos dice el apóstol San Pablo en la segunda lectura al respecto? (2 Cor.5, 6-10) Afirma que para el creyente  habitar en este cuerpo es vivir en el exilio, aunque vivamos en la patria que nos vio  nacer, ya que estamos lejos del Señor.
Para  los primeros cristianos era muy fuerte la idea de que vivir en su lugar de origen era vivir en el exilio, porque consideraban que la verdadera Patria es el Cielo, la vida eterna y que nuestro caminar en la vida temporal que nos toca vivir a cada uno de nosotros no es más que un paso para alcanzar la tierra grande a la cual aspira el creyente que es la Vida Eterna.
¿Quién es el que hace el bien? Aquél que tiene bien en claro esta perspectiva escatológica de su vida y conoce que siembra y cosecha no para este mundo, sino para la gloria de Dios, para la Vida Eterna y para la presencia con Él en el Cielo.
El que obra el mal obviamente no tiene perspectiva de futuro, sabe que todo termina, o piensa que concluye en este mundo y por eso las obras del maligno van quedando en el camino, mientras que  la verdad y el bien son los que brillan permanentemente en el corazón de quienes tratamos de ser fieles al Señor.
Queridos hermanos pidámosle al Señor que mientras vivimos en el exilio de este mundo añoremos la Patria celestial, trabajando  incansablemente para producir frutos abundantes de bondad, verdad y justicia.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XI durante el año. Ciclo B. 13 de junio de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com







No hay comentarios: