8 de junio de 2021

“El sacramento del amor, del Cuerpo y la Sangre de Jesús, hace presente a Cristo nuestro Señor en su Iglesia y en el que lo recibe”.

 Siguiendo la Sagrada Escritura nos encontramos que se describe la historia de la salvación o también la salvación de la misma historia por el misterio de Cristo nuestro Señor, el Hijo de Dios vivo que se encarna en el seno de María haciéndose presente en la historia  humana para conducirnos a la casa del Padre.
La Sagrada Escritura proclama siempre el amor de Dios para con el ser humano. De allí que San Pablo exclama con fuerza que Dios amó tanto al mundo que envió a su Hijo para rescatarnos del pecado y de la muerte eterna. Y ese amor de Dios que busca al ser humano se manifiesta  a través de alianzas, por medio de pactos de amor, algo que es cercano al mismo corazón del hombre.
El libro del Éxodo (24, 3-8) da a conocer la alianza entre Dios y el pueblo en el Sinaí, momento en que Moisés quiere comprometer al pueblo en esta alianza de amor. Israel respondió ante la proclama de Moisés “estamos decididos a poner en práctica todas la palabras que ha dicho el Señor”, quedando esto sellado con la sangre de animales. El texto  menciona cómo Moisés rocía al pueblo con la sangre del sacrificio, y así, de esa manera queda sellada la alianza entre Dios y el pueblo; insistiendo nuevamente el pueblo que “estamos resueltos a poner en práctica y a obedecer todo lo que el Señor ha dicho”. Esta es la sangre, dice Moisés, de la alianza que ahora el Señor hace con ustedes.
De ese modo caemos en la cuenta  que el Señor busca al ser humano, es fiel a la alianza, mientras que el hombre con frecuencia es infiel, rompiendo ese pacto de amor. De allí la necesidad de que el mismo Dios que tanto ama al ser humano busque otra forma o profundice esa alianza a través de la sangre derramada de su Hijo hecho hombre. Necesariamente Dios Hijo se hace hombre para poder entregar su vida, y ofrecer su sangre por la salvación del mundo.
Precisamente esto es lo que describe la carta a los Hebreos (9, 11-15) que acabamos de escuchar. El autor sagrado enseña en el texto que la sangre con que se selló la primera alianza es para la purificación exterior del hombre, mientras que la sangre de Cristo que se derrama es para la purificación total del ser humano, realizándose la restauración interior de su  corazón.
En efecto, el ser humano que se extravió  por el pecado de los orígenes, alejándose de su Creador y la amistad que le brindaba, queda así restaurado interiormente y preparado para esta nueva alianza de amor con Dios nuestro Señor. Jesús no solamente marca esta alianza con el derramamiento de su sangre, sino que quiere quedar presente junto a nosotros por el resto de la historia humana.
¿Y cómo realiza esto? Instituye el sacramento de la Eucaristía, de su Cuerpo y de Su sangre, y así entonces, cada vez que celebramos la Misa, por las palabras de la consagración el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino en su Sangre. Cuerpo y Sangre del Señor que se ofrecen de continuo para restaurarnos y nutrirnos mientras caminamos por este mundo en el estadio de homo viator.
En su carácter de sacramento, la Eucaristía, por medio de los signos de pan y vino, se convierte en Pan de vida y Bebida de salvación, concediéndonos la gracia en la abundancia de los dones recibidos.
Jesús que ha vuelto al Padre el día de la Ascensión y, ha hecho presente en la Vida Eterna nuestra humanidad, cumple así por la Eucaristía, con lo prometido, “estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos”. Por lo tanto, es el sacramento del amor, del Cuerpo y la Sangre que hace presente  a Cristo nuestro Señor en su Iglesia y en el que lo recibe.
Y de tal manera quiso Cristo estar presente con nosotros hasta el fin de los tiempos, que en la última Cena, además de instituir el sacramento de su presencia, instituyó también el sacramento que hace posible a lo largo del tiempo esta presencia entre nosotros: el orden Sagrado.
Y así, “hagan esto en memoria mía” se repite en cada misa que se celebra sobre la faz de la tierra, exponiéndose incluso el mismo Señor a tantas ofensas y profanaciones por las comuniones  recibidas en pecado.
Por eso queridos hermanos no solamente adoramos hoy  este misterio de amor encerrado en la Eucaristía, sino que nos comprometemos siempre a vivir en unión con el Señor.
Para realizar esto, será necesario mantener en alto el espíritu de reparación que se merece este sacramento, buscando eliminar los obstáculos que impidan alimentarnos con Él, para nutrir la vida espiritual, preparándonos así para el convite celestial, del cual el banquete eucarístico celebrado en la tierra es un anticipo.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad del Corpus Christi. Ciclo “B”. 06 de junio de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com






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