6 de marzo de 2025

Aprovechemos este tiempo de bendición para conocernos más interiormente, y vencer de ese modo al maligno, comprometiéndonos cada vez más con Jesús.

 

Después del pecado original, el hombre quedó inclinado al mal, víctima a menudo de su concupiscencia y, Dios rico en misericordia, prometió un redentor al cual envía en la plenitud de los tiempos, a su Hijo, que se hace hombre en el seno de María, y entra en nuestra historia, para guiarnos por el camino de la salvación. 
A su vez,  la venida del Señor fue anunciada por los profetas al pueblo elegido, Israel, en el cual iba a nacer el Salvador. 
Y a lo largo de la historia, se va repitiendo las infidelidades del ser humano, y la misericordia de un Dios que perdona, pero que purifica a través de las pruebas al pueblo pecador, y lo convoca, lo llama, para que vuelva nuevamente por el camino de la alianza. 
Y así, nos encontramos con que la historia de la salvación humana se transforma por la acción de Cristo en la salvación de la historia, porque Jesús con su muerte en cruz nos redime, y permite que reconciliados nosotros con el Padre del Cielo, podamos aspirar nuevamente a la vida eterna. 
En este caminar de la historia humana, Dios  ofrece cada año este tiempo de gracia, el tiempo de cuaresma, para que volvamos nuevamente a Él, dejándonos reconciliar con Dios, como dice el apóstol hoy (2 Cor 5,20-6,2), siendo, a su vez, cada uno de los creyentes instrumento de reconciliación entre los hermanos.
O sea, nosotros tenemos que ser reconciliadores delante de otros, para que todos se sientan llamados a la reconciliación con Dios. 
Sin embargo, es importante en estos tiempos tomar conciencia otra vez del pecado, cuyo sentido se ha perdido como reconocía Pío XII en 1948, y   hoy se ha agudizado más que nunca . 
Hoy más que nunca el ser humano cristiano, el bautizado, piensa que nada es pecado, en todo caso un error, una equivocación, que no es imputable a persona alguna, o se piensa que Dios es tan misericordioso que siempre perdona. 
Y es cierto que siempre perdona, pero espera siempre nuestra conversión, nuestro arrepentimiento, que volvamos la espalda al pecado y comencemos una vida nueva, realizando el bien. 
Para colmo de males, hoy no solamente la sociedad  dice que el hombre es una especie de dios, sino que también dentro de la misma Iglesia hay voces, incluso de pastores, que van diluyendo el sentido del pecado, y que enseñan que ya nada es pecado, o que depende de las intenciones de cada uno, o que el ser humano en su debilidad no puede vivir virtuosamente, y por lo tanto es inútil seguir trabajando por la perfección cristiana. 
Por eso hemos de volver siempre a los orígenes, mirarnos a nosotros mismos, aprovechando este tiempo de cuaresma, revisar nuestra vida, recorrer los mandamientos, y viendo las distintas actitudes que tenemos ante Dios y el prójimo, para saber cuáles son nuestras debilidades, qué es lo que hacemos para no dejarnos seducir por el espíritu del mal, qué hacemos para fortificar nuestro espíritu, porque el espíritu puede estar muy dispuesto, pero la carne es débil, y volvemos nuevamente a caer. 
Aprovechemos este tiempo de bendición para conocernos más interiormente, y vencer de ese modo al maligno, comprometiéndonos cada vez más con Jesús. 
La misma Iglesia ofrece, fundada en las enseñanzas de la Escritura, este camino tan especial de la limosna, la oración y del ayuno, como posibilidades concretas para  ir purificando nuestro interior. 

En efecto, recordemos que la limosna cubre la multitud de pecados, como dice la Escritura, y enseñan los padres de la Iglesia. Que el ayuno vence, o ayuda a vencer nuestros apetitos más desordenados, pero sobre todo vivir el ayuno del pecado, como dice San León Magno. Y la oración, que debe ser siempre una oración, en la que pedimos perdón y pedimos también al Señor nos guíe por el camino de la santidad. Comencemos entonces el tiempo de cuaresma, confiados en la gracia de lo alto.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  el Miércoles de Cenizas, Comienzo de la santa Cuaresma. 05 de marzo
de 2025



3 de marzo de 2025

Iluminados por la Palabra divina, guiemos con nuestro ejemplo y por el camino de la verdad a nuestro prójimo, dando frutos de santidad.


Nos expresa el Libro del Eclesiástico (27,4-7) que el ser humano es conocido por su palabra, por lo que podríamos decir que por Jesús, Palabra viva del Padre, nos remontamos y conocemos al Padre. 
A su vez, el texto del Evangelio (Lc.6,39-45) recuerda que de la abundancia del corazón habla  la boca,  de manera que a través del lenguaje, comunicamos al exterior lo que hay en nuestro interior.
Afirmamos además que un árbol bueno solamente da frutos buenos, y un árbol malo da frutos malos, y que lo mismo también acontece con el ser humano, ya que cuando éste es bueno, se conoce su bondad a través de su palabra y a través de sus obras,  y por el contrario, cuando el ser humano es malo,  su maldad  se manifiesta al exterior con palabras y con  obras. 
Y así, siempre tenemos la posibilidad de conocernos por los frutos que producimos, y conocemos al prójimo, a su vez, por medio de sus frutos de bondad, ya de palabra, ya de obra.
Sin embargo, en relación con el conocimiento del prójimo, el Señor advierte que no podemos con ligereza juzgar el interior de las personas, porque solamente Él conoce lo que hay en el corazón del otro, de manera que es necesario mirar primero la viga de nuestro ojo, para sacarla, y luego la  brizna que hay  en el ojo del otro.
De manera que es necesario tener en cuenta que muchas veces a través de las palabras y de las obras, si bien conocemos al ser humano, este conocimiento es engañoso y, corremos el riesgo de caer en una consideración equivocada, y emitir un juicio bueno cuando la persona es mala, o un juicio malo siendo una persona buena. 
Siempre hemos de actuar con prudencia, con discernimiento, buscando descubrir siempre la verdad, por eso  nos advierte Jesús en el Evangelio de hoy, que no busquemos corregir meramente a los otros de sus pecados y errores, sin ver primero lo que hay en nosotros, no sea que como ciegos guiemos a otros ciegos.
Suele suceder que nos molestan los defectos o pecados ajenos, porque comprobamos que también existen en nosotros, y así corrigiendo a otros, estamos reprochando lo que existe en  nosotros.
Y así, al ver reflejada nuestra interioridad en el proceder del otro, fácilmente juzgamos al prójimo. porque no nos atrevemos a juzgarnos y a reprocharnos lo que somos y, entonces sacamos esto afuera para corregir al prójimo. 
De manera que hemos de estar siempre atentos para descubrir a través de nuestra palabra y de nuestras obras qué es lo que hay en el interior, si hay bondad o si hay malicia. Si uno se observa a sí mismo con profundidad, ciertamente va a encontrar siempre cosas oscuras, que obviamente preferimos que nadie las conozca, aunque Dios sí las conoce en profundidad y sabe lo que hay en nosotros. 
De allí la preocupación por vivir siempre buscando a Cristo, seguirlo a Él, vivir conforme a su palabra, a su enseñanza, teniendo siempre una mirada que otea el futuro. ¿Qué futuro? El de la gloria eterna.
Al respecto, recuerda san Pablo, en la segunda lectura (I Cor.15,54-58) que llegará el momento en que será vencido el mal y será vencida la muerte. Respecto a lo que todavía posee poder sobre nosotros, tanto el pecado como la muerte, tenemos la seguridad, la certeza de que el día que Dios lo decida, será destruido no solamente todo mal, sino que también la muerte dejará de tener sentido en nuestra vida.
Pidamos al Señor que nos ilumine con su gracia, para que cada día busquemos lo que quiere de nosotros y sepamos hablar y orar conforme a su voluntad y a nuestra dignidad de hijos de Dios.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  el octavo domingo durante el año. 02 de marzo
de 2025