31 de marzo de 2025

Todos necesitamos convertirnos y encontrarnos nuevamente con Dios, ya que con mayores o menores faltas nadie puede decir que es santo en esta vida.

 

Muchas veces hemos escuchado hablar de la misericordia divina, continuamente se afirma que Dios es misericordioso, y algunos piensan que es tan grande la misericordia divina que no importa que la caída sea grande ya que Dios  perdona, hace la vista gorda ante las cosas malas que hacemos. 
Sin embargo Jesús se encarga a través de esta parábola de explicar correctamente cuál es el marco en que se da la misericordia de Dios. 
Tenemos a un padre misericordioso, y a un pecador que se arrepiente y vuelve a la casa paterna. 
Esta es una de las parábolas de la misericordia que narra el capítulo 15 del Evangelio de Jesús según San Lucas. La otra parábola es la de la oveja perdida, donde el pastor sale a buscarla, y a su vez se describe la de la moneda perdida. 
Y tanto la oveja, como la moneda  encontradas,  causan  gran alegría en el que buscaba, cumpliéndose aquello que hay mas alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por muchos justos que no necesitan convertirse.
En esta parábola el padre  espera, no sale a buscar al  hijo perdido, hundido en el pecado. 
Es interesante que el texto comienza afirmando que los publicanos y los pecadores iban al encuentro de Jesús y comía con ellos, mientras los escribas y  fariseos lo criticaban por este fenómeno. 
Critican la cercanía de Jesús con los pecadores, cuando en realidad el Señor que es el que verdaderamente conoce y lee el corazón de cada uno, está siempre como su Padre en la actitud de espera para otorgar la misericordia en abundancia.
El texto bíblico es muy rico en expresiones. Este joven que pide parte de su herencia se va a un país lejano, signo de la lejanía de Dios, como si dijera "me alejo de Dios, esperando que no me vea, que no me mire, para yo hacer lo que quiero". 
Y malgasta todos los bienes que había recibido, y cuando se encuentra en la miseria, cuando toca fondo, es cuando tiene esta reacción de volver al padre, que es una gracia muy especial que concede Dios también, al comienzo del arrepentimiento.
En efecto, otras personas cuando tocan fondo en su vida moral desesperan de la misericordia de Dios, desesperan de que puedan cambiar y por lo tanto se entregan a la bebida, a la droga y más de uno termina incluso en el suicidio. 
Este hombre alcanza a reaccionar, respondiendo a la gracia de Dios, sin la cual nada se puede hacer, y después de pasar por humillaciones, como es para un judío el cuidar cerdos, animal considerado impuro,  signo justamente de la profundidad de su caída, de su apartamiento de Dios. 
Y decide entonces volver. Al principio no tanto por amor al padre, sino recordando la comida, la buena vida que incluso los sirvientes tenían en su casa. Pero después reacciona, profundizando  su retorno y arrepentimiento, decidido a decir: "Padre, pequé contra el cielo y contra ti. No merezco ser llamado hijo tuyo. Trátame como a uno de tus jornaleros". 
Pero el padre lo recibe, -evocando al Padre del cielo-lo cubre de besos, lo abraza. Está feliz porque  ha encontrado al hijo que estaba perdido, porque el hijo que estaba muerto ha vuelto a la vida. Y por eso hace una fiesta, actualizando la fiesta en el cielo por un pecador que se arrepiente. 
Sin embargo, aparece el otro hijo que se queja porque su hermano ha malgastado todo con mujeres y vicios, y es  recibido con fiesta porque ha vuelto.
A su vez, reprocha al padre que lo ha tratado sin siquiera darle un cordero para comer con sus amigos, a pesar de estar siempre a su servicio.
Y el Padre le recordará, que todo lo suyo es de su hijo, "Todo lo mío es tuyo". 
Es muy importante tener en cuenta esto para no caer en la queja ante el Padre, porque también nosotros podemos decirle a Dios: "yo que te he servido siempre, ¿qué recompensa he recibido?"."¿Por qué Fulano, que fue siempre un pecador es recibido con alegría, sabiendo que ha regresado arrepentido porque ha perdido todo?"
Y el Padre nos dice, "todo lo mío es tuyo", recordándonos que también nosotros seremos perdonados si nos apartamos de Él por el pecado.
También nosotros como el Padre misericordioso, hemos de alegrarnos por un hermano que estaba muerto y ha vuelto a la vida, que estaba perdido y hemos encontrado, por alguien que vuelve con el corazón quebrado por el peso de la culpa con un arrepentimiento que implica el retorno a la vida, la vida de la gracia que solamente en abundancia da el Espíritu de Dios. 
Pidámosle al Señor que estemos  siempre dispuestos a volver al Padre, ya que todos necesitamos convertirnos y encontrarnos nuevamente con Dios, ya que con mayores o menores faltas nadie puede decir que es santo en esta vida.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  el cuarto domingo de Cuaresma. Ciclo C. 30 de marzo de 2025

24 de marzo de 2025

Dios tiene paciencia con nosotros, reclama la conversión de vida y promete la salvación si damos frutos abundantes de bien.

 
Los textos bíblicos de este domingo tercero de cuaresma que acabamos de proclamar, ponen el acento en la necesidad de la conversión para no perecer, como señala el texto del Evangelio.
Comenzando por el libro del Éxodo (3,1-8.13-15), contemplamos cómo se concretó la vocación de Moisés, el cual  estaba despreocupadamente ocupándose del rebaño de su suegro Jetrò.
A través de una zarza ardiente  Dios se presenta y le manifiesta que tiene una misión para  él, que consiste en guiar al pueblo de Israel, que está en Egipto,  a la tierra prometida, que mana leche y miel. 
Se trata de una misión que implica de parte de Dios, haber escuchado el lamento, la angustia de un pueblo sometido y esclavizado. 
Y Moisés pregunta acerca de que cuando vaya al encuentro del pueblo, ¿qué les diré? ¿Cuál es el nombre de quien lo eligió para conducir al pueblo sometido? Es importante esto, porque para la mentalidad antigua, conocer el nombre implicaba una forma de posesión de la otra persona. Y Dios responde, aunque no da su nombre,  "yo soy el que soy", señalando así su existencia desde toda la eternidad, en el pasado, en el presente y en el futuro. 
Es decir, los israelitas deben conocer que de ese modo el Dios de sus padres Abraham, Isaac y Jacob  es quien envía a Moisés.
O sea, "yo soy", es quien elige y envía a Moisés,  para que conduzca al pueblo a la salvación,  pueblo que no solamente debe salir de la esclavitud de Egipto, sino que debe cambiar totalmente su manera de vivir y de pensar, y dejar de lado todo lo que haya de idolatría, lo  que se ha adherido de paganismo a su conciencia o a su costumbre. 
En efecto, habiendo vivido tantos años en medio de un pueblo extranjero, no es de extrañar que se hayan apartado del Dios de sus padres, de Abraham, de Isaac, de Jacob, y que por lo tanto vivieran conforme a las costumbres del mundo egipcio. 
Por eso tienen que purificarse a través del desierto y desprenderse de todo aquello que impedía vivir una alianza perfecta con Dios.
Ese Dios que los guía, como señala el apóstol San Pablo (ICor. 10, 1-6.10-12), que  en el desierto alimenta y apaga la sed del pueblo con el agua de la roca que era Cristo , por lo que Dios tiene entonces actitudes muy especiales de amor para con el pueblo elegido. 
Sin embargo,  muchos quedaron tendidos en el desierto, no entraron en la tierra prometida a causa de su infidelidad, porque caminar por el desierto significaba también abandonar todo aquello que pudiera impedir el culto verdadero con el Dios de la alianza. 
De manera que es importante descubrir todo lo que Dios indica siempre al pueblo elegido,  que debe cambiar,  que ha de convertirse.
También nosotros que caminamos por esta vida,  tenemos en nuestro existir apegos idolátricos, que no son propios de los cristianos. 
¡Cuántas costumbres del mundo y de la sociedad se nos pegan en nuestro obrar  cotidiano o incluso miramos con buenos ojos cuanto en realidad no forman parte del plan de salvación que Dios tiene para con cada uno de nosotros! 
De manera que el tiempo de cuaresma es también un tiempo para caminar purificándonos, y descubrir si realmente Dios es lo más importante en nuestra vida cotidiana. 
¿En qué debemos cambiar o convertirnos actualmente? ¿O en qué debemos progresar si ya hemos cambiado? 
El texto del Evangelio (Lc. 13,1-9) muestra a un Jesús que  previene, que dice que no son más malos o más pecadores aquellos que han sufrido un accidente o han muerto, sino que todos hemos de pasar por esa conversión tan necesaria, que abre las puertas al Dios verdadero y que permite dar frutos en abundancia. 
Pero al mismo tiempo muestra Jesús la paciencia de Dios, en la figura  de la higuera en medio de la viña que no da fruto. 
La higuera siempre fue un ejemplo que personifica al pueblo de Israel, que muchas veces por su infidelidad no da frutos. Pero también indica la paciencia de Dios. 
Por eso ante la posibilidad de cortarla y desecharla, porque no hubo conversión, ni cambio, ni fruto alguno, Dios decide dar un tiempo más para que esa higuera pueda producir frutos de santidad. 
Así también Dios tiene paciencia con nosotros, y mientras  reclama una conversión y una vida nueva,  asegura darnos un tiempo más,  para que no durmamos, ni quedemos tranquilos, ni pensemos que todos los años sucederá lo mismo, sino que en cualquier momento se nos puede pedir cuenta por los frutos. 
Pidamos la gracia de Dios para que podamos avanzar, pero creciendo, en el amor de Dios y en el seguimiento de Cristo.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  el tercer domingo de Cuaresma. Ciclo C. 23 de marzo de 2025

17 de marzo de 2025

Jesús se transfigura, asegurando que la cruz redentora es el paso necesario para ser santos y ver el rostro resplandeciente de Dios.



Estamos caminando bajo el signo de la cuaresma, tiempo de esperanza, que nos promete la resurrección final, pasando por la cruz, pero también el año santo tiene como punto central la esperanza, de la que Dios  nunca defrauda. 
Así aconteció con Abraham, que esperó contra toda esperanza, mientras salía de su tierra y parentela. Dios le había prometido una gran descendencia, pero su hijo no nacía, por lo que él vuelve a insistir, como persona que está ansiosa por tener un heredero, alguien que siga sus pasos. 
Y Dios repite que tendrá una descendencia numerosa, y para sellar esto,  realiza un pacto, que es unilateral ya que sólo Dios se compromete. 
En efecto, se realiza el rito de pasar por el medio de un animal descuartizado, indicando como era habitual en ese tiempo, que lo mismo le ha de suceder  si alguno de los que se comprometen no cumple con su palabra. 
De manera que es un signo, es un rito cargado de significación, ya que Dios pasa entremedio del animal descuartizado, asegurándole así a Abraham que se va a cumplir su palabra. 
Pero es necesario que Abraham salga de sí mismo, así como sale de su tierra y de su parentela, tiene que salir de sí mismo y mirar hacia adelante,  esperando el cumplimiento de la promesa. 
A su vez, en este tiempo de cuaresma, también hemos de salir de nosotros mismos, comenzar a caminar en la esperanza, despojándonos de toda seguridad que provenga del mundo, para solamente contemplar la gracia que el Señor nos brinda. 
Dios que nos ama, promete lo mejor para nuestra vida, la transformación interior proveniente del misterio pascual, la muerte y resurrección de Jesús. 
La esperanza hacía que Pablo tuviera su mirada puesta en la gloria del cielo (Fil.1,17-4,1). 
Sin embargo, señala escribiendo a los filipenses, que hay quienes tienen como finalidad de su vida el pecado, la lujuria, el desenfreno, pero que él y otros creyentes esperan la gloria de Dios, como ciudadanos del cielo, por lo que se orientan hacia  la cruz de Cristo, mientras están en el mundo.
Esperan ver el rostro de Dios que se les promete a los elegidos, por eso, la senda que ha de recorrer el creyente es el camino de santidad. 
Dejar de lado aquello que tienta, aquello que aparece como mejor, pero que en definitiva  conduce a la propia destrucción. 
Sólo Dios salva y  promete los bienes verdaderos, los del cielo. 
Jesús nuestro Señor, a su vez, se transfigura (Lc. 9, 28b-36), revelando su divinidad para darnos fuerza en medio de las necesidades de esta vida. 
Esta transformación de Jesús en el día de la transfiguración, justamente es continuación de lo que Él ya había dicho, anunciando a los apóstoles su pasión, su sufrimiento, su muerte, su resurrección, por lo que esa perspectiva de muerte en Jerusalén,  de alguna manera trajo desasosiego para los apóstoles, temiendo lo que sucedería. 
Por eso Jesús se transfigura, para asegurarles que la cruz de la vida  es un paso necesario, siendo la meta ver el rostro resplandeciente de Dios, de la gloria manifestada en el Monte Tabor. 
En ese momento comprendieron que la promesa de la gloria futura debía ser buscada y percibida por ellos mediante la esperanza.
Pedro manifiesta su gozo al contemplarlo a Jesús en su gloria, por lo que dirá "qué bien estamos aquí".
En el encuentro con Dios, contemplando su rostro, estaremos bien,  tendremos la paz total,  será colmada toda esperanza,  no habrá necesidad alguna de lo pasajero, será una vivencia de la divinidad. 
La transfiguración del Señor, por lo tanto, nos anima a mirar la cruz de una manera nueva,  sabiendo que es necesario pasar por el misterio de la cruz, como señala San Pablo, que anticipadamente en el tiempo vivió  Abraham. 
Porque todo lo que es prueba, todo lo que es sufrimiento, que aparece en la vida del hombre, no es más que un camino de purificación interior que conduce siempre a la perfección, a la plenitud de vida.
Cristo Nuestro Señor se transfigura, pero eso no es suficiente, se escucha la voz del Padre, que da testimonio de su Hijo: "Este es mi Hijo muy querido. Escúchenlo". 
Y así, tenemos la certeza que escuchando a Jesús, viviendo conforme a sus enseñanzas, encontramos la plenitud de vida que  necesitamos. 
Escuchándolo a Jesús, siempre vamos a transitar por el camino de la verdad, sin error alguno, sin opresión alguna, sin nada que  pueda impedir crecer en la verdad y en el bien. 
Pidamos hoy al Padre eterno, que en este tiempo de cuaresma, celebrando el año santo de la esperanza, podamos encontrar esa seguridad en Cristo Nuestro Señor que permita a lo largo de nuestra vida, aún en medio de las pruebas,  servirlo de corazón, llevando a la práctica su palabra,  comunicándola, a su vez,   a otros.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  el 2do domingo de Cuaresma. Ciclo C. 16 de marzo de 2025

10 de marzo de 2025

"Con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se confiesa para obtener la salvación" (Rom.10,8-13)

 


Comenzamos este sagrado tiempo de cuarenta días para caminar en el desierto interior y encontrarnos con Dios con corazón renovado.
Días propicios para profundizar en el misterio de Cristo, y  conocernos más a nosotros mismos, de modo que a la luz del ejemplo de Jesús, aprendamos a combatir al maligno que acecha siempre nuestro caminar y busca hacernos sucumbir en el pecado, para  alejarnos de Dios y de la meta del reino de los cielos. 
Este tiempo evoca los cuarenta años en el que el pueblo elegido caminando  en el desierto se encontró con Dios y fue probado por el espíritu del mal, por lo que no pocas veces abandonó al Creador y otras tantas retornó nuevamente a Él al descubrir que lo único que sostiene precisamente en la vida humana es la unión con el  que nos ha dado la vida, que nos llama a vivir como hijos adoptivos suyos.
Cuarenta días pasó Moisés en el monte preparándose para recibir las tablas de la ley, y otro tanto estuvo suplicando por el pueblo pecador caído en la idolatría del becerro de metal.
Cuarenta días caminó el profeta Elías  hasta llegar al monte Tabor y se encontrara con Dios.
Cuarenta días estuvo Jesús en el desierto ayunando y orando, siendo después tentado por el demonio.
Nosotros también estamos convocados para que en estos cuarenta días vayamos al desierto interior para encontrarnos con Jesús,  conocer sus enseñanzas y llevarlas a la práctica.
Ir al desierto con el deseo sincero de conversión, haciendo silencio en nuestra vida buscando no enloquecernos con las redes sociales, con el celular, con los acontecimientos del mundo, sino estar atentos a lo que sucede pero en clave de salvación y descubriendo la voluntad de Dios sobre el mundo y sobre cada uno de nosotros.
Eligiendo el seguimiento salvador de Jesús, caminamos buscando la santidad de vida, que  eleva por encima de las miserias y permite  encontrar la verdad plena presente en la enseñanza del evangelio. 
El texto del Evangelio (Lc.4,1-13) describe las tres tentaciones comunes que el espíritu del mal presenta al hombre durante su vida.
La primera tentación es el atractivo por los bienes de este mundo que acapara la atención y por los cuales somos capaces de dar la vida. 
La sociedad de consumo es el reflejo más claro de cómo se presenta esta tentación con frecuencia, por eso Jesús dirá que no sólo de pan vive el hombre, no sólo de los bienes materiales vive el hombre, no sólo del placer vive el hombre aunque éste sea a veces bueno, sino de la palabra, de la voluntad de Dios Nuestro Señor. 
Sabemos perfectamente que no pocas veces el placer que obtenemos en esta vida es efímero y que deja un sabor amargo en el corazón del hombre cuando se trata de un pecado. Por eso,  para combatir esta tentación, hemos de vivir austeramente, no enloquecernos, no estar pensando en tener más y más cosas, sino más bien en ser mejores seguidores de Cristo, virtuosos que buscan la voluntad del Padre. 
La segunda tentación es la del poder. El ser humano también se enloquece tratando de poseerlo, incluso algunos siguiendo al demonio, y así,  hay muchos que adoran al espíritu del mal con tal de conseguir en este mundo el poder y estar por encima de los demás, cayendo incluso en la tentación de igualar al mismo Dios. 
Ese poder proveniente del diablo o de modo pecaminoso, nos utiliza,  otorga muchas cosas en este mundo, por lo cual hemos de luchar y pensar más bien en vivir la humildad a imitación de Cristo.
Y la tercera tentación es  la de buscar el éxito. ¿A quién no le gusta ser alabado, reconocido, solicitado en este mundo? Ser puesto en el pináculo del éxito, ser reconocido como alguien importante, sospechando incluso que esto es también pasajero, ya que como dice el dicho, "sic transit gloria mundi",  "así pasa la gloria del mundo". 
El éxito es pasajero, aparece pero  después se desvanece. Por eso más que buscar el éxito en esta vida, intentemos sobresalir por la virtud, por la vida de santidad, por el seguimiento de Cristo. 
Reconozcamos con espíritu de fe que fortalecidos con el ejemplo del Señor podemos caminar en este mundo haciendo frente al  tenebroso del maligno que busca apartarnos de Dios, de aquél a quien siempre hemos de ofrecer las primicias de nuestros frutos espirituales. 
Precisamente la primera lectura (Deut. 26,4-10) nos habla de cómo el hebreo ofrecía a Dios las primicias de las cosechas, reconociendo que a Él se lo debía, porque  siempre lo estuvo salvando de todo peligro y de todo mal.
Nosotros también hemos de ofrecer las primicias de la cosecha,  los frutos de bondad que podemos ir adquiriendo en este tiempo de cuaresma, sabiendo que es importante crecer en esa profesión de fe de la cual habla San Pablo en la segunda lectura (Rom. 10,8-13). 
Creer en Cristo Nuestro Señor y Salvador, creer que Él es el Hijo del Padre que vino a salvarnos por el misterio de la cruz y resurrección y que invita a tomar esta cruz salvadora, recordando que "con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se confiesa para obtener la salvación". 

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  el Ier domingo de Cuaresma. Ciclo C. 09 de marzo de 2025

6 de marzo de 2025

Aprovechemos este tiempo de bendición para conocernos más interiormente, y vencer de ese modo al maligno, comprometiéndonos cada vez más con Jesús.

 

Después del pecado original, el hombre quedó inclinado al mal, víctima a menudo de su concupiscencia y, Dios rico en misericordia, prometió un redentor al cual envía en la plenitud de los tiempos, a su Hijo, que se hace hombre en el seno de María, y entra en nuestra historia, para guiarnos por el camino de la salvación. 
A su vez,  la venida del Señor fue anunciada por los profetas al pueblo elegido, Israel, en el cual iba a nacer el Salvador. 
Y a lo largo de la historia, se va repitiendo las infidelidades del ser humano, y la misericordia de un Dios que perdona, pero que purifica a través de las pruebas al pueblo pecador, y lo convoca, lo llama, para que vuelva nuevamente por el camino de la alianza. 
Y así, nos encontramos con que la historia de la salvación humana se transforma por la acción de Cristo en la salvación de la historia, porque Jesús con su muerte en cruz nos redime, y permite que reconciliados nosotros con el Padre del Cielo, podamos aspirar nuevamente a la vida eterna. 
En este caminar de la historia humana, Dios  ofrece cada año este tiempo de gracia, el tiempo de cuaresma, para que volvamos nuevamente a Él, dejándonos reconciliar con Dios, como dice el apóstol hoy (2 Cor 5,20-6,2), siendo, a su vez, cada uno de los creyentes instrumento de reconciliación entre los hermanos.
O sea, nosotros tenemos que ser reconciliadores delante de otros, para que todos se sientan llamados a la reconciliación con Dios. 
Sin embargo, es importante en estos tiempos tomar conciencia otra vez del pecado, cuyo sentido se ha perdido como reconocía Pío XII en 1948, y   hoy se ha agudizado más que nunca . 
Hoy más que nunca el ser humano cristiano, el bautizado, piensa que nada es pecado, en todo caso un error, una equivocación, que no es imputable a persona alguna, o se piensa que Dios es tan misericordioso que siempre perdona. 
Y es cierto que siempre perdona, pero espera siempre nuestra conversión, nuestro arrepentimiento, que volvamos la espalda al pecado y comencemos una vida nueva, realizando el bien. 
Para colmo de males, hoy no solamente la sociedad  dice que el hombre es una especie de dios, sino que también dentro de la misma Iglesia hay voces, incluso de pastores, que van diluyendo el sentido del pecado, y que enseñan que ya nada es pecado, o que depende de las intenciones de cada uno, o que el ser humano en su debilidad no puede vivir virtuosamente, y por lo tanto es inútil seguir trabajando por la perfección cristiana. 
Por eso hemos de volver siempre a los orígenes, mirarnos a nosotros mismos, aprovechando este tiempo de cuaresma, revisar nuestra vida, recorrer los mandamientos, y viendo las distintas actitudes que tenemos ante Dios y el prójimo, para saber cuáles son nuestras debilidades, qué es lo que hacemos para no dejarnos seducir por el espíritu del mal, qué hacemos para fortificar nuestro espíritu, porque el espíritu puede estar muy dispuesto, pero la carne es débil, y volvemos nuevamente a caer. 
Aprovechemos este tiempo de bendición para conocernos más interiormente, y vencer de ese modo al maligno, comprometiéndonos cada vez más con Jesús. 
La misma Iglesia ofrece, fundada en las enseñanzas de la Escritura, este camino tan especial de la limosna, la oración y del ayuno, como posibilidades concretas para  ir purificando nuestro interior. 

En efecto, recordemos que la limosna cubre la multitud de pecados, como dice la Escritura, y enseñan los padres de la Iglesia. Que el ayuno vence, o ayuda a vencer nuestros apetitos más desordenados, pero sobre todo vivir el ayuno del pecado, como dice San León Magno. Y la oración, que debe ser siempre una oración, en la que pedimos perdón y pedimos también al Señor nos guíe por el camino de la santidad. Comencemos entonces el tiempo de cuaresma, confiados en la gracia de lo alto.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  el Miércoles de Cenizas, Comienzo de la santa Cuaresma. 05 de marzo
de 2025



3 de marzo de 2025

Iluminados por la Palabra divina, guiemos con nuestro ejemplo y por el camino de la verdad a nuestro prójimo, dando frutos de santidad.


Nos expresa el Libro del Eclesiástico (27,4-7) que el ser humano es conocido por su palabra, por lo que podríamos decir que por Jesús, Palabra viva del Padre, nos remontamos y conocemos al Padre. 
A su vez, el texto del Evangelio (Lc.6,39-45) recuerda que de la abundancia del corazón habla  la boca,  de manera que a través del lenguaje, comunicamos al exterior lo que hay en nuestro interior.
Afirmamos además que un árbol bueno solamente da frutos buenos, y un árbol malo da frutos malos, y que lo mismo también acontece con el ser humano, ya que cuando éste es bueno, se conoce su bondad a través de su palabra y a través de sus obras,  y por el contrario, cuando el ser humano es malo,  su maldad  se manifiesta al exterior con palabras y con  obras. 
Y así, siempre tenemos la posibilidad de conocernos por los frutos que producimos, y conocemos al prójimo, a su vez, por medio de sus frutos de bondad, ya de palabra, ya de obra.
Sin embargo, en relación con el conocimiento del prójimo, el Señor advierte que no podemos con ligereza juzgar el interior de las personas, porque solamente Él conoce lo que hay en el corazón del otro, de manera que es necesario mirar primero la viga de nuestro ojo, para sacarla, y luego la  brizna que hay  en el ojo del otro.
De manera que es necesario tener en cuenta que muchas veces a través de las palabras y de las obras, si bien conocemos al ser humano, este conocimiento es engañoso y, corremos el riesgo de caer en una consideración equivocada, y emitir un juicio bueno cuando la persona es mala, o un juicio malo siendo una persona buena. 
Siempre hemos de actuar con prudencia, con discernimiento, buscando descubrir siempre la verdad, por eso  nos advierte Jesús en el Evangelio de hoy, que no busquemos corregir meramente a los otros de sus pecados y errores, sin ver primero lo que hay en nosotros, no sea que como ciegos guiemos a otros ciegos.
Suele suceder que nos molestan los defectos o pecados ajenos, porque comprobamos que también existen en nosotros, y así corrigiendo a otros, estamos reprochando lo que existe en  nosotros.
Y así, al ver reflejada nuestra interioridad en el proceder del otro, fácilmente juzgamos al prójimo. porque no nos atrevemos a juzgarnos y a reprocharnos lo que somos y, entonces sacamos esto afuera para corregir al prójimo. 
De manera que hemos de estar siempre atentos para descubrir a través de nuestra palabra y de nuestras obras qué es lo que hay en el interior, si hay bondad o si hay malicia. Si uno se observa a sí mismo con profundidad, ciertamente va a encontrar siempre cosas oscuras, que obviamente preferimos que nadie las conozca, aunque Dios sí las conoce en profundidad y sabe lo que hay en nosotros. 
De allí la preocupación por vivir siempre buscando a Cristo, seguirlo a Él, vivir conforme a su palabra, a su enseñanza, teniendo siempre una mirada que otea el futuro. ¿Qué futuro? El de la gloria eterna.
Al respecto, recuerda san Pablo, en la segunda lectura (I Cor.15,54-58) que llegará el momento en que será vencido el mal y será vencida la muerte. Respecto a lo que todavía posee poder sobre nosotros, tanto el pecado como la muerte, tenemos la seguridad, la certeza de que el día que Dios lo decida, será destruido no solamente todo mal, sino que también la muerte dejará de tener sentido en nuestra vida.
Pidamos al Señor que nos ilumine con su gracia, para que cada día busquemos lo que quiere de nosotros y sepamos hablar y orar conforme a su voluntad y a nuestra dignidad de hijos de Dios.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  el octavo domingo durante el año. 02 de marzo
de 2025