"Lo único que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada." Edmund Burke
7 de diciembre de 2008
Dios, “el alfarero de nuestras vidas”, es Fiel.
1.-La infidelidad del hombre
El profeta Isaías (63,16b-17; 64,1.3b-8) describe la situación desesperada del pueblo de Israel fruto de la esclavitud del pecado que lo degrada y lo aleja de Dios, y le hace pretender culparlo diciendo “¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te tema?”.
Queda al desnudo lo que es muy común en el ser humano cuando intenta echar la culpa a otros de sus males y desventuras, sin que quede libre de esto el mismísimo Dios.
Pero he aquí que después de un primer momento de evasión de culpas propias, el pueblo elegido sabe bien que sólo él es el culpable de tantos males y suplica confiadamente: “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia!”
No podría ser de otra manera ya que Dios no el autor del mal entre nosotros, sino que es el mismo corazón pervertido del hombre el que origina tantas desventuras.
Esta experiencia del pueblo de Dios en el antiguo testamento podríamos decir que tiene carácter universal y para todos los tiempos si analizamos objetivamente la historia humana.
Hasta la situación declinante de nuestra Patria no escapa a esta universalización, haciendo necesario que como el pueblo elegido de la antigua alianza acudamos a la fuerza de sólo aquél que puede salvarnos gritando con fuerza junto al profeta “sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus caminos. Estabas airado y nosotros fracasamos: aparta nuestras culpas y seremos salvos”.
No hace falta tener mucha imaginación para darse cuenta que nuestro estado de postración nacional es cada vez mayor, consecuencia del abandono cada vez mayor de Dios en los distintos ámbitos de nuestra vida cotidiana.
Por todas partes la vigencia de una cultura de la vulgaridad, de la inseguridad, del consumismo, de la búsqueda del bienestar, pero éste sólo material, va haciendo estragos en el corazón humano.
Los medios televisivos presentan alarmados –entre otras situaciones - lo que acontece por ejemplo en las discotecas o lugares de diversión juvenil nocturna. El auge del alcohol, la droga y el desenfreno generalizado de todo tipo signado por la violencia está al orden del día. Algunos padres aparecen preocupados por una situación que no tiene canalización visible, pero sin encontrar caminos superadores de una problemática que ya es crónica. Las autoridades, como la legislatura porteña, -y no es la única- se muestran satisfechas porque como gran aporte “social” distribuirán gratuitamente, -eso sí con profusa información- preservativos que “prevengan”, ¡qué ilusos! las enfermedades del cuerpo, sin que les importe el deterioro cada vez más creciente de las personas humanas en su dignidad primigenia.
Por eso no es de extrañar la aplicación concreta de Isaías entre nosotros cuando clama recordando que “todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento. Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti”.
2.-Sólo Dios es fiel
Ante tanta desventura se hace oír una vez más la voz de Dios que proclama su fidelidad.
San Pablo lo expresa bellamente (1 Cor. 1, 3-9) al recordar a los corintios y con ellos a todos nosotros, que hemos sido colmados de múltiples dones espirituales y materiales para permanecer firmes hasta el final, hasta la segunda venida que esperamos de Cristo nuestro salvador, y así liberarnos de ser acusados en el juicio final.
La fidelidad de Dios se mantiene siempre vigente a pesar de nuestros abandonos a tanto amor recibido sin mérito de nuestra parte.
Fidelidad de Dios que recrea el corazón del hombre permitiéndole con la mano tendida, que retorne a la dignidad de hijo de Dios que ha abandonado.
Ante la vulgaridad creciente de un mundo que ha arrinconado a Dios, y prescindido de su presencia, queda patente una vez más que El nos llama a la grandeza, a lo que enaltece, a lo que permite en definitiva ser profundamente feliz.
¡Porque sí!, somos infelices por el camino que estamos transitando, angustiados, llenos de miserias, sin rumbo, entristecidos, creyendo que en el embotamiento del sentido espiritual seremos felices, cuando no encontramos más que desdicha y desvalimiento.
En esta fidelidad permanente de Dios, El nos ofrece una vez más este tiempo de adviento que hemos comenzado. Nos orienta a la actualización del nacimiento en carne de su Hijo Jesús. Por eso es un tiempo litúrgico de preparación para un reencuentro personal con el Padre a través de su Hijo presente en la historia humana por el misterio de la Encarnación.
Encuentro que supone un espíritu decidido a una conversión verdadera que deje atrás los “ídolos” de pacotilla a los que les rendimos culto cada día para reconocerlo a El como el único Dios, dador de toda vida.
Conversión que la fidelidad de Dios nos ofrece a través del camino purificante del sacramento de la reconciliación.
Sacramento que no es para todos ciertamente, sino sólo para quienes reconociendo la profundidad de la nada personal recurrimos a Aquél que nos puede renovar totalmente.
El sacramento sanante que nos ofrece el Señor supone pues el convencimiento que Dios es nuestro Padre, “el alfarero”, y “nosotros la arcilla”, sintiéndonos que “somos obra de tu mano” (cf. texto de Isaías).
La invitación está hecha para que nos pongamos en las manos del que Es siempre fiel, de modo que como artesano trabaje nuestra arcilla, nuestro barro dócil, haciéndonos aptos para recibirle nuevamente en nuestro corazón de hijos amados de tan gran Padre.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la Pquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz. Reflexiones en torno a los textos de la liturgia del Primer domingo de Adviento. 30 de Noviembre de 2008.
ribamazza@gmail.com. http://ricardomazza.blogspot.com. www.nuevoencuentro.com/tomasmoro. www.nuevoencuentro.com/provida.
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