29 de diciembre de 2008

El pueblo que caminaba en tinieblas, vio una gran Luz


“Nuestra Patria en la actualidad camina también en las tinieblas que describe Isaías, porque como argentinos hemos abandonado a Dios aplaudiendo como eternos cancheros a los hacedores del mal o viviendo como cómplices indiferentes y silenciosos ante el progresivo deterioro de los valores que debieran revestirnos como hijos de Dios”.

Dios como Señor de la historia humana va encaminando todos los acontecimientos como preparando el cumplimiento de su voluntad.
Desde toda la eternidad quiso que su Hijo se hiciera hombre y entrara en la historia humana.
Pero antes de que se consumara esto pasaron muchos años en el trascurso de los cuales, el pueblo de Israel esperaba con ansias la llegada del Mesías. Ellos eran los depositarios de las promesas.
En este marco de referencia se destaca María Santísima, la cual es elegida y preparada por Dios, para su misión.
Y he aquí que en la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios hecho hombre entra en la historia humana, naciendo de Madre Virgen.
En un momento en que se cumplía lo que el profeta Isaías anunciaba en su tiempo, “el pueblo que caminaba en tinieblas, vio una gran Luz; habitaba tierras de sombras, y una luz les brilló” (cf. Isaías 9,2-7).
Porque la humanidad toda, en el trascurrir del tiempo, caminaba en tinieblas, esperaba la luz, sumergida impotente en las consecuencias del pecado de haber desplazado a Dios en el comienzo de la creación.
Aquel querer ser como dioses como describe el Génesis, hirió a todo el género humano y fue necesario que Dios, -que busca el bien de aquellos que ama, aunque muchas veces no lo amemos a El-, preparara este nacimiento.
Nacimiento de Jesús en medio de la noche, en el silencio, en el olvido de tanta gente que sigue sumergida en sus cosas.
Esa noche Dios plasmó la profecía que señalaba a Belén, la más pequeña de las ciudades como la depositaria del nacimiento del Salvador.
En efecto a través del Emperador que llama a un censo, -instrumento divino- se concreta la presencia de María y José en esa ciudad.
Nada es casual sino que fue pensado por Dios desde toda la eternidad.
Ese Dios que se vale de las decisiones humanas, de las libertades humanas, para que se escriba su historia, historia de salvación.
Aún en los momentos más difíciles en que pareciera que Dios se ha olvidado de su pueblo, El está presente.
Porque más que olvidarse Él, es la humanidad la que relega permanentemente a Dios, y por ello no reconoce este don, este regalo de la venida del Salvador.
El Hijo de Dos nace en la pequeñez, en la humildad, mensaje éste que no es oportunista, ya que Dios no hace demagogia, sino que está asegurando que la única forma de entrar en el Reino, en el mundo de los elegidos, es hacerse pequeño.
No hay cosa que Dios rechace más como la soberbia, la autosuficiencia del hombre que cree que lo puede todo y que dispone de todos y de todo como quiere. El recibe a quien se hace pequeño como su Hijo.
Y así entra en la historia humana. Y por eso los pequeños, los más pequeños de ese momento, los pastores, son los que reciben el anuncio de la venida del Salvador: “Hoy en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor…..encontrarán al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (cf. Lucas 2, 1-14).
José y María que no habían encontrado lugar para albergarse, reciben a los pastores y el calor de su cariño, de su afecto, de su fe.
En esta noche nace el Príncipe de la Paz, El que es la Luz del mundo, El que fuera profetizado por Isaías.
Desde esa noche la Luz del mundo que es Cristo está presente en el mundo.
Si el hombre quiere seguir viviendo en tinieblas es cosa suya, pero no responde a lo que Dios ha traído y ha venido a mostrar.
Afirma San Pablo (cf. Tito 2,11-14) que “ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres”.
El Hijo de Dios se abaja para elevar al hombre a la dignidad de hijo adoptivo de Dios.
Dios entra en la historia humana para hacernos partícipes de la vida divina.
Y aquí está la clave de la dignidad de todos los que vivimos en este mundo, que creados a imagen y semejanza de Dios, somos recreados con la venida del Salvador.
Esta idea de la filiación divina debería quedar clavada a fuego en nuestra mente y corazón ya que constituye el punto de referencia obligado para entender e iluminar toda nuestra vida.
Por eso San Pablo dirá que lo más coherente con ese hecho es que nos alejemos de la vida sin religión y de todo lo que nos denigra de esa vocación de hijos adoptivos de Dios, para entrar de lleno en la vida nueva que Dios ofrece.
Y ahí está la clave de por qué el ser humano cuando se sumerge en el pecado o en la lejanía de Dios, se siente frustrado, a no ser que endurecido en las tinieblas no perciba la luminosidad de Aquél que es la Luz.
La naturaleza humana clama interiormente, aunque no lo percibamos o no lo reconozcamos, por vivir como hijos adoptivos de Dios. Por eso es que cuando no se vive en esta realidad el corazón humano está siempre intranquilo, desasosegado, sin rumbo, no sabe qué le pasa, trata de aturdirse en la frivolidad, en el ruido de todos los días, en aquello que es pasatiempo, y su vida que no entra de lleno en Dios le resulta muchas veces insoportable.
Por eso San Pablo desestima para el cristiano todo lo que no sea una vida según Dios, y nos reclama el realizar el bien permanentemente.
Tanto percibimos el mal en nuestras vidas que creemos que está todo perdido o que nada podemos hacer para desecharlo.
Muchas veces vemos el triunfo del mal y nos desanimamos en lugar de combatirlo con el bien, o nos dejamos llevar por el mal que hacen los demás, creyendo que allí está el sentido de nuestra vida.
San Pablo nos alienta a seguir obrando el bien aunque pasemos muchas veces por tontos, “aguardando la dicha que esperamos”.
Si perseveramos en el seguimiento de Cristo, llegará el momento cuando El quiera, como El quiera y dónde El quiera manifestándonos su gloria.
Nuestra Patria en la actualidad camina también en las tinieblas que describe Isaías, porque como argentinos hemos abandonado a Dios aplaudiendo como eternos cancheros a los hacedores del mal o viviendo como cómplices indiferentes y silenciosos ante el progresivo deterioro de los valores que debieran revestirnos como hijos de Dios.
Sin embargo la fe nos enseña que un Niño nos ha nacido y que si le abrimos nuestro corazón para comprometernos con Él por ser el enviado del Padre, nos rescatará de toda impiedad para hacer de nosotros “un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras” (Tito 2,14).
Cristo ha venido para iluminar nuestra historia y vida, confiemos en que pronto con nuestra cooperación, por las obras del bien, se hará de nuevo la Luz para nuestra Patria.
No sigamos en tinieblas sino entremos a vivir en serio la vida de los hijos de Dios, haciendo el bien, oponiéndonos al mal y a las obras del maligno.
Vayamos al encuentro de Cristo y reflexionemos en toda la enseñanza que nos deja el misterio de la Navidad. Seamos conscientes en que su aparente fragilidad y debilidad está nuestra fuerza.
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Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la Parroquia “San Juan Bautista” de la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz. Reflexiones en torno a los textos bíblicos de la Liturgia de la Nochebuena. 24 de Diciembre de 2008.
ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com.

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