31 de diciembre de 2008

La verdad de la familia a la luz del modelo de la Sagrada Familia


“Aunque aparezcan leyes o pretensiones de ciertos colectivos ideológicos por dar existencia a ciertas formas extrañas llamadas matrimonio o familia, no serán más que fantasías o entes de razón, que no tienen fundamento en la verdad de la naturaleza plasmada por el Creador”.

1.-La verdad del hombre percibida desde la Navidad
El tiempo de Navidad que actualiza el nacimiento en la carne del Hijo de Dios nos permite ir entrando más de lleno en el misterio del hombre.
Juan Pablo II en su primera encíclica “Redemptor Hominis” recuerda al respecto al Concilio Vaticano II (Gaudium et Spes nº 22) cuando proclama que “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado…Cristo el nuevo Adán…..manifiesta plenamente al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”(R H nº 8).
A través del nacimiento de Jesús, Dios hecho hombre ingresa en la historia humana, descubriéndonos la gran verdad de un Dios que comparte en todo nuestra vida menos el pecado, y manifiesta a su vez que el hombre es elevado de su condición humana a la dignidad de hijo adoptivo de Dios.
Por eso en el misterio develado del Dios hecho hombre, descubrimos la identidad de todo hombre que viene a este mundo.
Esta verdad, la de la filiación divina, identifica nuestro ser. De allí que como el obrar sigue al ser, la condición de hijos de Dios nos reclama un estilo de vida acorde con este hecho.
De resultas de esto cuando el ser humano no vive como hijo adoptivo de Dios, percibe en su interior un malestar, un vacío, un cortocircuito que quizás no lo distingue conscientemente, y que se debe a esa desconexión entre el ser y el obrar acorde a nuestra identidad.
Ahora bien este misterio de la Navidad sigue iluminando todas las realidades cercanas al hombre mostrándonos su verdad peculiar originada en el nacimiento de Jesús.
Y así el primero de Enero, por ejemplo, se nos permitirá ahondar en la verdad ínsita en el ser humano de la maternidad, a través de la Fiesta de Santa María Madre de Dios.
En la fiesta de la Sagrada Familia que hoy celebramos, nos invita la Iglesia
-partiendo de la familia de Nazaret constituida por Jesús, María y José-, a descubrir la verdad profunda que está presente en este ámbito esencial de vivir y de relacionarse por parte del ser humano.
La familia de Nazaret, pues, desde el silencio de su manifestación, nos permite descubrir lo que es y debiera ser la familia cristiana.

2.-La verdad sobre los deberes filiales.
La Sagrada Escritura, en el texto proclamado del libro del Eclesiástico (3,3-7.14-17), nos va mostrando lo que constituye la verdad de ser hijo o hija describiendo cuáles son los deberes y las actitudes que los hijos deben tener en relación con sus padres.
El texto sagrado remarca cómo toda acción buena a favor de los padres redunda en un cúmulo de bendiciones para los hijos. Dios no deja en el olvido toda actitud filial que responda al designio divino.
Para ello, la figura de Jesús ilumina cuál es el deber ser de todo buen hijo. Si lo miramos en su niñez o adolescencia vamos descubriendo ese deber ser de hijo. Jesús que obraba siempre según la voluntad del Padre, invita a los hijos de toda familia cristiana a tener siempre en la mira de su obrar el buscar la voluntad del Padre de los cielos.
Si bien la Sagrada Escritura nos habla poco de la infancia del Señor, descubrimos en el Evangelio una fuente inagotable de actitudes concretas de un buen hijo.
Nos dice, por ejemplo, San Lucas (2,22-40) que Jesús luego de ser presentado en el templo de Jerusalén, volvió con sus padres a Nazaret y “e iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba”.
De una manera sencilla se describe, pues, el crecimiento armónico que suponía la integración perfecta de lo divino con lo humano.
El Eclesiástico describe estos deberes filiales partiendo de lo que es el ideal para un israelita fiel y que se prolonga también en nuestros días, más allá de que muchas veces la realidad concreta pudiera estar muy lejos de ese deber ser.
Las relaciones filiales, por cierto, suponen a su vez los deberes correlativos de los padres para con sus hijos.
Y así por ejemplo San Pablo afirmará: “Padres, no exasperen a sus hijos, no sea que pierdan los ánimos” (Col.3, 20).

3.-La verdad sobre la misión de los padres.

Juan Pablo II en la Carta a las Familias cuando habla del cuarto mandamiento enseña que los padres deben comportarse de tal manera con sus hijos que merezcan ser honrados por ellos.
De allí se explica que muchas veces se producen crisis en la vida familiar en la que los hijos prescinden de sus padres porque previamente quizás ha acaecido un descuido de sus padres para con ellos.
No han sabido transmitir con hechos lo que significa la paternidad y la maternidad que va más allá del aspecto biológico, y que significa poder guiar a esa meta última que es la de formar una única familia en el hogar del cielo, como rezábamos en la primera oración de esta liturgia.
En el hogar, con frecuencia, en lugar de ayudar a los hijos a crecer armónicamente se disminuye esta misión porque se da lugar a una especie de competencia.
Y así los padres se trastocan en adolescentes o se visten como tales, creyendo que se acercan a sus hijos, o se ilusionan en la fantasía que no han pasado los años para ellos y disputan con sus hijos una juventud que ya no tienen.
Ante estos hechos es difícil que prospere una genuina formación cuando los padres no han madurado para transmitir los valores más profundos y necesarios para un auténtico crecimiento personal de sus hijos.
Y así cuántas veces son los padres los responsables de una educación a sus hijos en la que se ha dado impulso a lo superficial con olvido de lo que realmente les permite elevarse en su dignidad de hijos adoptivos de Dios.
Respecto a las relaciones de los padres –los esposos- entre sí, el apóstol Pablo (Col. 3,12-21) señala cuáles han de ser diciendo por ejemplo que los maridos no amarguen la vida a sus mujeres, cuando en realidad también sucede lo contrario, que las mujeres amargan la vida a sus maridos. Posiblemente San Pablo piensa sólo en los maridos teniendo en cuenta una época en que la mujer era desvalorizada, y donde resultaba más común lo que él señala, cosa que no sucede en nuestros tiempos.

4.-La verdad sobre la misión de la familia.
El Apóstol San Pablo (Colosenses 3,12-21), deja una serie de enseñanzas de cómo ha de ser el clima de una verdadera familia según el evangelio.
Insiste en la necesidad de la benevolencia, que significa querer el bien de unos para con los otros, la humildad, la bondad, la dulzura, la comprensión.
Insiste en el perdón mutuo, a ejemplo del Señor que siempre perdona, a corregirse mutuamente cuando alguien se aparte del ideal de vida, a ayudarse a vivir como santos y amados del Señor.
En definitiva el desafío para toda familia cristiana será ir al encuentro de la Sagrada Familia para adoptar sus cualidades y virtudes.
Este vernos reflejados en la Sagrada Familia es necesario ya que se trata de un ámbito muy especial en la vida humana.
Especial ya que Dios quiso entrar en la historia humana haciéndose hombre y habitando en una familia, constituyendo esto el designio de Dios para con el ser humano.
La Iglesia misma prolongando esta vocación a la familia nos enseña que el párvulo, el adolescente o el joven, están llamados a desarrollarse como personas en el seno de una familia.
La familia ha de ser educadora, principalmente en el orden de la fe.
No podemos esperar que los hijos vivan en clima de fe, relacionándose con Dios, si no se les transmite los valores referidos a ella.
Cuántas veces comprobamos en la catequesis parroquial la diferencia que se establece entre aquellos niños que fueron iluminados por la transmisión de la fe y van progresando en su relación con Dios, y aquellos a los que nunca se les habló de Dios o solamente de pasada, reclamando esto una tarea especial para que se sientan hijos del creador.
De allí la misión de una verdadera familia cristina que transmitiendo la fe busca una integración armónica de los valores de la fe y los auténticamente humanos en la personalidad del niño o adolescente.

5.-Aprender a respetar la “verdad” sobre la familia.

Relacionado con esto hemos de formar nuestra inteligencia y voluntad para adherirnos a la verdad que Dios nos manifiesta respecto a la familia logrando una concepción genuina sobre ella.
En nuestros días la familia es permanentemente atacada, porque su destrucción permitiría a los ideólogos de turno dominar a las personas que estarían carentes de la integración humana que brinda el ámbito familiar.
El ser humano, por tanto, despojado de la familia es fácil presa de todo lo que es disolvente para la persona humana.
De allí la necesidad de que la familia sea protegida desde todos los ámbitos con verdaderas políticas de estado que miren a su crecimiento. Favorecer las fuentes de trabajo para obtener un sustento digno, ofrecer una educación acorde con la verdadera formación integral de la persona, defender la vida naciente de visiones homicidas como método de anticoncepción, y proteger la declinante por razones de enfermedad o ancianidad.
En realidad lo que vaya contra la dignidad de la familia contraría la dignidad de la persona y se opone al proyecto divino sobre su creatura más perfecta.
Sabemos que cada uno de nosotros nació de un varón y de una mujer.
Por lo tanto cuando se pretende legitimar las uniones de personas del mismo sexo se entorpece directamente la naturaleza humana y por ende al designio de Dios.
Aunque aparezcan leyes o pretensiones de ciertos colectivos ideológicos por dar existencia a ciertas formas extrañas llamadas matrimonio o familia, no serán más que fantasías o entes de razón, que no tienen fundamento en la verdad de la naturaleza plasmada por el Creador.
Estos extravíos al no pertenecer al designio de Dios, a la larga o a la corta, culminan con la destrucción de la misma persona que al no encontrarse con la verdad ínsita de su ser no encuentran la plena felicidad a la que cada uno fue creado y convocado.
Tenemos que tener bien claros los conceptos y no dejarnos atrapar por cierta complacencia moderna que con la excusa de respetar al otro hace la vista gorda a todo lo que va imponiendo la cultura diluyente de nuestro tiempo.
Es de cristianos respetar a los demás como personas, aún equivocadas en su concepción, pero no debemos llamar bueno a lo que no lo es, ni verdadero a lo que es falso.
Si vivimos en la verdad no seremos atrapados por los caprichos del momento o las modas ideológicas del gobierno de turno.
Pidamos a la Sagrada Familia que nos ilumine para vivir como cristianos, pidamos para que los jóvenes decidan comprometerse a formar familias cristianas sin caer en el facilismo de las uniones de hecho que sólo esconden el miedo a asumir las responsabilidades ennoblecedoras de las personas que liberan de la esclavitud del egoísmo.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la Pquia “San Juan Bautista” de la ciudad de Santa Fe. Reflexiones en torno a los textos bíblicos de la liturgia de la Fiesta de la Sagrada Familia. 28 de Diciembre de 2008.
ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com.-

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