Nuestro Señor ha iluminado esta noche santa con el nacimiento de Cristo su Hijo, hecho hombre en el seno de María. Nacimiento del Salvador, del Dios con nosotros, del Emmanuel, que viene a guiar a los hombres abandonados a su suerte por el pecado de haber desertado del Creador, al encuentro de la Vida Nueva de la Gracia.
En este día se hace realidad la promesa hecha por Dios a nuestros primeros padres, Adán y Eva, que por querer ser “como dioses” no sólo perdieron la intimidad divina, sino también la posibilidad de ser engendrados a la vida divina.
Las lecturas de esta misa de Nochebuena nos permiten reflexionar sobre dos puntos importantes. Lo que significa el nacimiento de Jesús y lo que dicho nacimiento exige de nosotros.
El profeta Isaías (9, 2-7) nos recuerda que las naciones de la tierra, ayer como hoy, viven sumergidas en la oscuridad. Son las tinieblas del pecado, del mal, del hambre, de la guerra, del odio, de la desunión, del egoísmo, de la codicia que desplaza cada vez más a millones de hombres a la miseria, y todo aquello que hunde al corazón humano en la desesperación y el desconcierto.
Muchas personas sufren en su alma y en su cuerpo las consecuencias del pecado, de haberse alejado de Dios. Muchos otros buscan a Dios y no lo encuentran porque yerran el camino, otros se alejan para siempre de El después que lo han encontrado.
Pero en medio de estas miserias surge el rayo de esperanza: “Una luz les brilló”-recuerda Isaías profeta. Y hoy, como se prometía antiguamente, Cristo viene a este mundo plagado de injusticias y angustias, ofreciendo su luz y su gracia salvadoras como Hijo de Dios hecho hombre.
Nace en un mundo que se ha olvidado de Él, que lo desprecia o lo ignora. Pero con este nacimiento, el hombre puede cambiar todo aquello que no responde a la voluntad del Padre, le es posible transformar lo que no responde a la realidad de lo que somos, hijos de Dios en el Hijo único de Dios Padre.
Jesús nace nuevamente hoy en un mundo que sigue pisoteando sin remordimiento alguno los mandamientos del amor a Dios y al prójimo. Jesús nace hoy para salvar cada corazón humano como hace dos mil años. Jesús nace para todos, aún para quienes lo desprecian. Para todos es posible la liberación del pecado a condición de recibirlo a Él.
La guerra puede ser destruida, el corazón que odia puede amar, el que se debate en el pecado puede entrar en la Luz de la gracia, porque ha nacido el Príncipe de la Paz. Paz para el mundo y para corazón de buena voluntad.
El error puede desaparecer de la vida del hombre, los caminos pueden ser enderezados, porque ha nacido la Verdad.
La victoria contra el demonio puede lograrse fácilmente porque ha nacido el “Dios guerrero”.
Con Cristo la vida humana tiene sentido. Sin el Niño recién nacido somos los seres más infelices.
2.- Ahora bien, ¿qué exige de nosotros el nacimiento de Jesús?
La respuesta nos la da San Pablo en la carta que escribe a Tito (2,11-14).
Sí, “ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres”. Es necesario, por tanto, comenzar una vida nueva.
Hemos de renunciar a la vida sin religión, exhorta San Pablo, ya que hoy más que nunca, se vive sin la religación vital y permanente con su Creador. Vida sin religión es vivir olvidando que por el bautismo estamos íntimamente ligados a Cristo, que somos propiedad suya.
En este sentido Cristo viene a decirnos que somos hijos del Padre, como Él mismo, llamados a la vida eterna, lo cual reclama que no podamos subsistir como si Dios no existiera, como si sólo estuviera presente en los momentos de peligro para nuestra seguridad o comodidad humanas.
Vivir sin religión implica forjar la existencia con metas puramente materiales, humanas y terrenas, sin un horizonte de vida sobrenatural en la amistad con Dios. Vida sin religión implica no haber comprendido que nuestra presencia sobre la tierra no tiene razón de ser si somos indiferentes a nuestro Dios y Señor, quien es nuestro origen.
El retornar a conducirnos teniendo en cuenta nuestra relación estrecha con el Creador supone también “renunciar a los deseos mundanos”, -como recuerda San Pablo-.
Admite dejar de lado todo aquello que nos tiene atrapados a lo inmediato y pasajero, para reencauzarnos en la memoria de lo eterno.
Significa resignar lo solamente terrenal como si fuera éste el sentido de la vida misma, para dar cabida a lo celestial. Renunciar a lo que sea únicamente corporal para integrar lo espiritual.
Jesús en su nacimiento nos invita a nacer con Él. Este nacimiento ha de consistir, -lo manifiesta S. Pablo-, en llenarnos de la gracia de Dios que nos llama a “una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador Nuestro, Jesucristo”.
3.- Miremos el ejemplo de los pastores (Lucas 2, 1-14). Cristo humilde atrae hacia sí a los de corazón sencillo, los pastores.
Si tenemos el corazón abierto como ellos, el ángel nos anunciará la alegría de un nacimiento.
Si tenemos el corazón ansioso de Dios como los pastores, marcharemos al encuentro del recién nacido.
Si comprendemos el misterio de Dios hecho Niño, nos quedaremos como los pastores junto al pesebre adorando al recién nacido.
Si queremos comenzar una comunidad cristiana, seguiremos gozosos la vida de Jesús Niño.
Se reúnen hoy las familias para celebrar el cumpleaños de Jesús, la venida del Salvador. Esto resulta doloroso y sin sentido cuando se lo celebra, si El, como homenajeado, no está presente. Esto sucederá durante la Navidad en todos los corazones que por el pecado no acogerán a Jesús.
Jesús no podrá nacer hoy en los espíritus que rechazan la vida nueva que ofrece, ya que se cerrarán ante la gracia salvadora que se les brinda.
Hoy como ayer, Cristo no tendrá lugar en la posada de muchos hombres. Por eso hagámonos sencillos como los pastores, vayamos con fe al encuentro de Cristo, acudamos ansiosos a recibir su Luz, que viene de lo alto, y permitamos que Jesús nos transforme.
Prometámosle en esta Navidad que recibiremos su salvación luchando contra todo lo adverso a su venida, uniéndonos más a su Palabra de Vida, que por la fe aceptamos que es posible con Él cambiar el mundo alejado del Bien y de la Verdad, y que en eso trabajaremos incansablemente.
Como María hemos de “parir” al Niño en medio de los que no creen para que viendo la luz encuentren el camino de la restauración total de lo creado, y lo transiten con la seguridad de estar acompañados por Aquél que vino a nuestro encuentro para que seamos partícipes de la divinidad.
Hermanos: Cristo es nuestra Luz, quiera el Padre disipar las tinieblas del corazón.
Cristo nos invita a un cambio de vida, a volver a los orígenes creaturales de la grandeza humana, respondamos a su llamada.
Cristo nos invita a adorarlo, caminemos como los pastores a su encuentro, con el corazón limpio.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la Parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el día de la Natividad del Señor. 24 y 25 de Diciembre de 2009. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com.ar/tomasmoro.-
---------------------------------------------------------------------------------------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario