Con inmensa alegría celebramos hoy la Inmaculada Concepción de María Santísima, madre del Hijo de Dios hecho hombre. Toda la liturgia del día hace referencia repetidamente sobre este singular privilegio de la Madre Virgen.
El libro del Génesis (3, 9-15.20) nos recuerda una vez más que entre los descendientes de la Mujer –cada uno de nosotros-, y el espíritu del mal y su estirpe habrá siempre hostilidad crecida.
Junto con este vaticinio de lucha permanente entre los hijos de la luz y los de las tinieblas, el texto bíblico atestigua como promesa inmemorial del Señor, que se remonta al principio de la historia humana, que una mujer pisará la cabeza de la serpiente diabólica.
El demonio tendrá ante sí una rival a la que no podrá dañar, ya que fue preservada del pecado original, como gesto de la redención anticipada y aplicada sobre ella en su carácter de primera redimida.
Resumiendo en su persona el culmen de la perfección y santidad, María Santísima se constituye como especial protectora nuestra y garantía de la victoria definitiva sobre el pecado.
Ella es la elegida por el Creador,-en previsión de la venida de Cristo-, antes de la creación del mundo, para ser santa e irreprochable ante los ojos de Dios, como lo recuerda nuevamente San Pablo –por tercera vez en este tiempo de Adviento- escribiendo a los cristianos de Éfeso (1, 3-6.11-12).
En efecto, el apóstol –primer domingo de Adviento- nos aseguraba la fortaleza interior proveniente de Dios para presentarnos santos e irreprochables ante Él cuando venga Cristo por segunda (I Tes.3, 13), y oraba para que los miembros de la comunidad cristiana creciendo en el conocimiento de los verdaderos valores llegaran al día de Cristo santos e irreprochables (Fil.1, 9 y 10) –segundo domingo de Adviento.-
Como ella, por lo tanto, -la primera- , también nosotros, afirma San Pablo, fuimos bendecidos con toda clase de bienes espirituales para permanecer santos e irreprochables, ya no solamente para el día de la Parusía, sino como estado de vida habitual en nuestra condición de peregrinos hacia la Casa del Padre. Es decir, que la santidad constituye lo habitual en el todavía no de nuestra plenitud, anticipando lo que seremos en el futuro.
El relato de la Anunciación del Señor (Lucas 1, 26-38) nos coloca nuevamente frente al acontecimiento que cambió toda la historia humana, el sí de María frente al ofrecimiento de ser Madre del Salvador.
El cuadro de la Anunciación nos convoca a guardar respetuoso recogimiento ante la elección que el Señor hace de María y su consiguiente respuesta cargada de amor y de entrega.
El ángel la llama “plena de gracia”, y lo es ciertamente, porque al ser preservada del pecado original y de todo pecado, vivía continuamente como Templo de la Trinidad.
Habiendo encontrado gracia delante de Dios, es elevada sobre toda creatura humana, de allí que merezca el ser “bendita entre las mujeres”.
Y porque el poder del Altísimo la cubrió con su sombra hemos de afirmar de ella que fue “en gracia concebida” más que “sin pecado concebida”.
Constituida desde siempre “graciosa” –agradable- por el poder Dios, fue preparada para la misión de la maternidad divina, y ante el temor percibido en su interior, se le dirá “no temas….darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús” (Lc. 1, 30.31), Él “será grande, se llamará Hijo del Altísimo” (vers. 32).
Es cierto que María marchó siempre por el camino del Señor, respondiendo con su libre entrega al designio salvífico de Dios, pero previamente había conquistado el beneplácito de su Creador que la adornó con innúmeros dones de santidad.
Ella, por otra parte, conoce su profunda limitación humana, y que por sí misma no le es posible unir su voluntad de virginidad con la maternidad que se le ofrecía, de allí que ante su asombro se le asegura que “el Espíritu Santo descenderá sobre Ti y el Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc. 1, 35), haciendo realidad su futuro de Madre Virgen.
Y así, nuevamente, la gracia aparece reposando sobre la disponibilidad fidelísima de María Santísima haciéndola centro de sus predilecciones.
María sin poder callar más y confiando plenamente en quien la ha llamado, responde “he aquí la servidora del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc. 1,38).
En un instante María consagra toda su vida al Señor, sin desasosiego frente al dolor que soportará en su vida silenciosa, porque la conforta la fe inquebrantable frente a lo divino, la esperanza firme en la gracia de Dios y el amor que sin reservas entrega todo su ser al llamado de Dios.
En este día en que caminamos hacia el advenimiento en carne del Señor y pensamos en su segunda venida, contemplamos a aquella que con su disponibilidad hizo posible la realización del misterio de la salvación humana.
Es una ocasión propicia para preparar nuestro corazón dignamente y así poder salir al encuentro del Emmanuel, el “Dios con nosotros”.
Como María somos interpelados para prestar nuestro asentimiento a la obra de Jesús, limpios de corazón más que por nuestras obras por la misericordia infinita del Padre.
Pidamos a Jesús Eucaristía que repare en nosotros los efectos de aquel primer pecado del que fue preservada María, pero que nos dañó a nosotros de tal manera que si nó contáramos con la mano extendida del buen Dios, no podríamos salir de nuestros agobios más profundos, especialmente el pecado.
Redimidos gracias a la acción de Jesús, nacido de Madre Virgen, fuimos constituidos herederos de las maravillas divinas y destinados por “decisión del que hace todo según su voluntad” (Efesios 1,11), a la participación de la misma vida divina recibida en germen en el sacramento del bautismo.
Con la certeza de contar siempre con la protección del Altísimo, crezcamos en santidad de vida para que esto “redunde en alabanza suya” (Ef.1, 12).-
Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María Santísima. 08 de Diciembre de 2009.
ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com.ar/tomasmoro.-
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