12 de diciembre de 2009

En vigilante espera preparemos el camino al Señor…

El salmo interleccional (125) destaca que los que siembran entre lágrimas cosecharán entre canciones, encontrando a lo largo de la historia de la salvación numerosos hechos que garantizan la realización de esta consoladora afirmación. En efecto, no pocos fueron los que entre las lágrimas de la persecución y del desprecio por el mensaje divino, sembraron en el corazón de los dóciles a la voz del Señor las promesas futuras de poder ver al Mesías Salvador.

El nacimiento en carne del Hijo de Dios constituyó el generoso cumplimiento de lo que se esperó durante prolongado tiempo, siempre con renovado fervor, a pesar de la dilatación de su consecución.

En la liturgia de este día el profeta Baruc (5, 1-9), en concordancia con la proclama que realizara el domingo anterior el profeta Jeremías, sigue en la senda de pregonar promesas de salvación.

Y así, asegura que la tristeza de Jerusalén se convertirá en alegría cuando el Señor devuelva a la tierra prometida a los exiliados en país extranjero.

El antiguo testamento, por lo tanto, insiste en el regreso a una Jerusalén totalmente distinta, convocados todos los fieles por un Dios que salva.

Es un anuncio de esperanza cierta para quien desea la venida del Mesías.

Jerusalén, pues, personifica la meta del pueblo entero, con sus luces y sus sombras, infidelidades y castigos, promesas de restauración y de gloria.

Tras el desastre del destierro a Babilonia (año 587 a.C) la visión profética vislumbra una Jerusalén nueva que resume el ideal de salvación. Todo se reviste de vitalidad ante el anuncio, y la misma naturaleza acompaña el cumplimiento de la promesa “porque Dios guiará a Israel entre fiestas a la luz de su gloria con su justicia y su misericordia” (Baruc.5, 9).

Aún con la venida del Salvador, -a causa de la infidelidad humana- no se realiza en plenitud lo prometido desde el principio de la historia, quedando por lo tanto siempre abierta la posibilidad de una vida diferente para las distintas etapas de la historia de la salvación como es la nuestra.

Dios mismo ordena allanar los caminos “para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios” (Bar.5, 7) orientándose siempre a la nueva Jerusalén, preparada como sede del rey mesías.

También en el Nuevo Testamento, como lo acabamos de proclamar en el Evangelio (Lc.3, 1-6), se anuncia la necesidad de allanar los caminos para que el hombre de todos los tiempos pueda orientarse a la salvación.

Allanar los caminos, rellenar los baches, implica la necesidad por parte del hombre, -aunque no siempre lo reconozca-, de convertirse al Señor que viene a su encuentro -como lo anuncia Juan el Bautista-, como aquél que nos guía a la nueva Jerusalén que es la Iglesia fundada por el Mesías.

En nuestro corazón muchas veces se encuentran vigentes las colinas de la soberbia, los baches del egoísmo, las sinuosidades de una vida errática que transcurre entre la fidelidad y la traición.

En esas condiciones es imposible que pueda encontrar lugar para manifestarse la salvación traída por el Mesías hacia el cual nos dirigimos en este tiempo de adviento.

De allí la necesidad de la conversión del hombre en todas sus dimensiones, las más visibles y las más recónditas.

El mismo texto evangélico nos ofrece una pista sobre cómo ha de darse esa transformación interior.

En efecto, después de darnos el marco histórico ampuloso de los poderes de este mundo, ya sean políticos o religiosos, con su apariencia de omnipotencia y “seguridad” mundana, aparece la humildad de alguien que es pequeño desde siempre, Juan el Bautista, sobre quien viene la Palabra de Dios, para que predique la transformación renovada del interior humano. Se repite así el mismo cuadro que destaca la diferencia existente entre la soberbia del hombre y la humidad del Mesías que nace en Belén de Judá (Lucas 2, 1-14).

Estos “marcos históricos” son todo un signo para nuestra hodierna vida cristiana, ya que también hoy, en medio de un mundo que parece autosuficiente en el orden político, social y económico, ha de aflorar la sencillez de la fuerza del evangelio proclamado por la Iglesia, que como nuevo Juan Bautista clama en medio del desierto convocando a preparar el camino al Salvador.

En el desierto de un mundo indiferente ante la presencia del Mesías, estamos llamados a señalar con sencillez, pero renovada esperanza, cuál es el camino a transitar para recibir la salvación que gratuitamente se nos ofrece como don a la libertad humana.

La Iglesia como Juan, aún sabiendo que muchos están sordos para escuchar la llamada de la conversión dirigida al corazón, ha de ser fiel a la vocación recibida por el Señor resucitado cuando es enviada a proclamar oportuna e inoportunamente el mensaje de la salvación humana.

En la línea de este pensamiento del envío evangelizador, San Pablo escribiendo a los filipenses (Fil. 1,4-6.8-11) destaca la fidelidad de los cristianos de esa comunidad, -consciente de ser enviada-, ya que son dignos colaboradores de él en la obra del evangelio (cf. Fil.1, 5).

Manifiesta el Apóstol el convencimiento que posee respecto de que quien comenzó la obra buena de la evangelización entre los filipenses, seguida por la conversión al cristianismo, la mantendrá hasta su segunda venida.

En realidad es una certeza que va más allá de la Iglesia local, ya que expresa la convicción que será toda la Iglesia diseminada por el mundo la que aparecerá constante en esta misión hasta el fin de los tiempos.

Al igual que los filipenses contemporáneos a Pablo, los cristianos de todas las épocas han de progresar en la caridad que busca el bien de todos, el cual consiste en el conocimiento profundo de Cristo y el saber discernir en cada momento qué es lo más apropiado para el desarrollo de cada uno.

La fidelidad y las buenas obras conocidas y realizadas en cada momento histórico, permitirá que los cristianos lleguemos a la segunda venida santos e irreprochables, “cargados de frutos de justicia” –esto es del misterio de la salvación- “por medio de Cristo Jesús, para gloria y alabanza de Dios” (Fil.1, 11).

No serán las dificultades y persecuciones vividas en cada momento por causa del Evangelio las que impedirán vivir para el Señor, sino que fortalecidos por la esperanza renovada constantemente, vislumbraremos en cada tiempo la realización en germen de lo que se nos promete en plenitud para cuando Dios así lo realice en medio de aquellos que ama.

Mientras esperamos el pleno cumplimiento de “y todos verán la salvación de Dios” (Lc.3, 6), contamos con la fuerza segura de lo Alto.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. IIº domingo de Adviento. Ciclo “C”.

06 de diciembre de 2009. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com.ar/tomasmoro.

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