18 de abril de 2014

“Por el sacerdocio y la Eucaristía, el Señor continúa su misión de Siervo de todos los creyentes”.


El triduo pascual comienza esta tarde con la misa de la Cena del Señor. En ella vivimos tres momentos de capital importancia para nuestra vida de fe, el lavatorio de los pies de los discípulos por Jesús (Jn. 13, 1-15), la institución de los sacramentos del sacerdocio católico y de la Eucaristía (I Cor. 11, 23-26) que contiene verdadera y realmente el Cuerpo y la Sangre del Señor, para la vida del mundo, bajo las especies de pan y vino, y que es perfección del sacrificio de la Antigua Alianza que celebraba la Pascua Judía(Ex. 12, 1-8.11-14)


El lavatorio de los pies de los doce apóstoles por Jesús, señala su disposición habitual de servicio a la humanidad toda, como el siervo de Yahvé, como aquel que no consideró menoscabo alguno el asumir como Dios la naturaleza humana. Con ese gesto pone en evidencia su voluntad de lavarnos de nuestros pecados y de todo aquello que desfigura lo que somos desde la creación y desde la gracia del bautismo, hijos adoptivos del Padre.
No sólo es siervo del Padre a quien obedece hasta entregar su vida a la cruz  para realizar el designio de salvación del hombre, sino también, siervo de cada uno de nosotros para encauzarnos nuevamente en la vida divina.
Esta actitud de servicio nos interpela y convoca a hacer lo mismo, a disponernos siempre a ser servidores de los hermanos de acuerdo a nuestras posibilidades humanas, ya sea profesen nuestra fe o estén alejados de ella.
Tanto amó Jesús al mundo y a la humanidad, que servidor de todos, entrega su propia vida en la Cruz para rescatarnos del maligno y del pecado.
Este servicio se prolonga cuando instituye el sacramento del Orden Sagrado por el que determinados varones son elegidos entre los más débiles e inútiles para que sólo brille en ellos el poder de la gracia de lo Alto, y que marcados con el sello del espíritu Santo son enviados a ser servidores de sus hermanos. Por este sacramento, en el que se manifiesta muchas veces la debilidad de la carne en aquellos que son otros Cristos, continúa Jesús su obra de siervo, poniéndose en manos de instrumentos y pecadores redimidos, para continuar la predicación del evangelio, la administración de los sacramentos de la vida divina y el pastoreo de todos los que caminamos al encuentro del Padre. Es más, aún sabiendo que en el transcurso del tiempo muchos Judas estarán presentes en singulares figuras sacerdotales, quiso igualmente Cristo continuar su obra de santificación, como resalta en tantos sacerdotes que en el transcurso del tiempo se distinguieron, y sobresalen también hoy en nuestro tiempo,  por su santidad de vida y fiel seguimiento de su Señor resucitado.
El sacerdocio de Cristo como mediador entre el Padre y la humanidad toda, se continúa, pues, en el sacerdocio ministerial, de allí que el sacerdote ha de estar dispuesto a la muerte de sí para brindar abundantemente la vida nueva de la gracia divina.
Aún con limitaciones y pecados, el sacerdote es imprescindible en la vida de la Iglesia, ya que hace presente la misericordia de Dios en el sacramento del perdón y la vida divina que se nos entrega en la Eucaristía, ya que a ésta se ordena el ministerio sacerdotal y sin éste no habría Eucaristía.
Por las palabras de la consagración se perpetúa en cada misa el sacrificio de Jesús por el que se ofrece al Padre por nosotros y se entrega en comunión para brindarnos la participación en su misma vida. En efecto, por la comunión eucarística formamos parte del Cuerpo del Señor, como enseña san Agustín, siendo una sola realidad con Él.
De allí la necesidad de purificarnos de nuestros pecados para entrar en comunión con su misma vida. 
Con dolor se comprueba con frecuencia que no pocos católicos reciben a Jesús marcados por el pecado. Se da la triste realidad de muchos católicos que jamás confiesan porque se consideran sin pecado, o que sólo lo hacen delante de Dios como si fueran protestantes, o han perdido el sentido del pecado de tal manera que juzgan lo bueno o lo malo con los criterios del mundo, por los que todo es lícito si así lo considera el propio juicio, aunque contrario al sentir de la Iglesia y sin la iluminación de la Palabra de Dios.
¡Cuántas comuniones sacrílegas en nuestros días! ¡Cuánto olvido de las palabras admonitorias de san Pablo cuando afirma en la Primera Carta a los Corintios “ Quien coma el pan o beba e/ cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor...Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación.” (11, 27-29).
En estas actitudes de indelicadezas por el Señor subyace la falta de fe en su presencia real en las especies eucarísticas o se piensa con soberbia que no se ha caído en pecado alguno.
La celebración de la Eucaristía dominical, por otra parte, debería revitalizarse entre los católicos, ya que allí especialmente como enseña el Papa Francisco, Dios dialoga con su pueblo, recibe de ese pueblo las alabanzas, y se transforma en destinatario de los dones y promesas de salvación.
Hermanos: aprovechemos este día santo para renovar nuestro aprecio por el sacerdocio ministerial, ya que por medio suyo, a pesar de los pecados de sus ministros sigue Jesús haciéndose presente en medio de los católicos; comprometámonos a purificar el corazón por medio del sacramento de la reconciliación para disponernos dignamente a recibir el Cuerpo y la Sangre de salvación especialmente en el domingo, día del Señor por su resurrección gloriosa y, dispongámonos con la fuerza que otorga este sacramento a ser servidores de todos prolongando de esa manera a Cristo servidor de todos los hombres.



Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la misa del Jueves Santo. 17 de Abril de 2014. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





No hay comentarios: