19 de abril de 2014

“Como Juan, comuniquemos al mundo el “Amor hermoso” conocido y recibido, con una entrega incondicional a su obra salvadora”

En el relato de la pasión nos encontramos con múltiples personajes que hacen más cruel los padecimientos de Cristo en su camino a la muerte en Cruz. Nos encontramos con Judas, el que por dinero traiciona a Jesús, representando de alguna manera a tantos cristianos que elegidos por el Señor, por dinero y todo lo que esto representa, lo abandonan, traicionando la justicia, la verdad, la paz, el amor.
Escuchamos la negación de Pedro, que personifica a todos los que tienen vergüenza de su pertenencia a la Iglesia, y que por respeto humano dicen siempre respecto al Señor, “no lo conozco”. Nos hiere, además, la burla de los soldados que anticipa el continuo desprecio de quienes se ríen de las cosas santas. La cobardía de Pilato que hemos presenciado, por otra parte, se  prolonga en aquellos cristianos, que no dudan en sacrificar a tantos inocentes asesinados por el aborto, la droga, la trata de personas, y así ganarse el aprecio de los poderosos que no buscan más que sus intereses.
Como los descritos en el relato de la Pasión, podríamos también continuar con una larga galería de personas que  en la actualidad se hunden en los peores crímenes y atentados contra sus hermanos, carne de Cristo.
En nuestro tiempo, Cristo sigue abatido y humillado por tanta maldad, y desde la cruz sigue diciendo que tiene sed de esas almas, a las que quiere conquistar con su sacrificio, sed de conversión y de vida nueva, sed de que el hombre reconozca su origen en Dios y su meta última también en la participación de la naturaleza divina, y por lo tanto, esperando que cada uno se decida a vivir en esa comunión con Él.
La pasión del Señor nos presenta, pues, la variedad de bajezas a las que puede llegar el ser humano, que se continúan a lo largo de la historia, impunemente, junto con la voluntad salvífica del crucificado que espera pacientemente la conversión de los corazones. 
Al respecto el papa Francisco hace unos días reclamaba a la mafia su sincera conversión para encontrarse con Jesús, anunciando la condena del infierno si persistía la dureza en el pecado. 
¡Qué bien nos hace, entre paréntesis, a nuestra memoria actualizada de la fe, que el papa hable con frecuencia del demonio y del infierno, recordando así estas verdades ya olvidadas aún por los cristianos!
Estas mafias mencionadas corrompen todo, en el mundo de la política, de la droga, del armamentismo, de la manipulación sexual y genética, en el juego, en el ámbito del trabajo, de la economía y tantos otros espacios sociales inficionados por una corrupción cada vez más galopante e impune.
Pero en la Pasión del Señor, resaltan más por su belleza, los ejemplos de otras personas que parecen estar olvidadas en el anonimato, precisamente porque sus presencias sobresalen al pie de la cruz de Cristo, lugar que nadie busca ocupar, ya que pesan los pecados de todos los hombres y tiempos. 
Al pie de la cruz está María, la Virgen santa, atravesado su corazón por la espada,  como profetizara el anciano Simeón, María Magdalena, que experimentó la profundidad de la misericordia de Jesús en el perdón recibido, y que no se aparta del Amor de los amores, el apóstol Juan, el discípulo amado de Jesús, que reclinara su cabeza en el  pecho del Salvador en la última cena, el seguidor movido siempre por la fidelidad.
En esa hora de dolor, el Hijo entrega su Madre a Juan y, a éste lo entrega a María, como su nuevo hijo, el discípulo joven, ¡es todo un signo!
Pareciera que Jesús estuviera diciendo que entrega su Madre a todos, pero especialmente a los jóvenes, a todos aquellos muchachos y chicas de todos los tiempos que son capaces de renunciar a sí mismos para entregarse a quien los ha salvado con su amor sacrificial.
Es verdad que toda persona puede entregarse totalmente a Cristo en cualquier etapa de su vida y llegar a la santidad, como sucedió con los apóstoles, a pesar de sus debilidades y limitaciones, pero cuando la entrega se realiza en plena juventud,  tiene esto una fuerza e impronta que marca la existencia desde casi los comienzos de la vida. 
Los jóvenes, en razón de su frescura y vitalidad, están llamados a una entrega más incondicional al Señor, sin las mañas ni las historias, a veces oscuras, de los adultos. Son capaces de amar totalmente, sin los condicionamientos que con frecuencia limitan a los que ya tenemos años.
Los jóvenes, ya varones, como mujeres, están dotados de la capacidad  necesaria para renunciar a sí mismos con mayor generosidad. No es de extrañar, por eso, que el mundo de la frivolidad, conducido por el maligno, busque dispersarlos, confundirlos y alejarlos de Aquél que dándole un sentido noble a la vida, transforma el mundo con su respuesta generosa y sacrificada en pos de los ideales y valores que elevan al ser humano.
Los jóvenes son el futuro y, si ofrendan sus vidas a Cristo siguiendo sus propuestas de santidad, transforman el mundo haciéndolo más humano y según el beneplácito del Padre común de todos.
Por eso está allí Juan al pie de la Cruz, el que entró en el misterio de Cristo, y que por ello es capaz de escribir en el evangelio de su autoría que en el principio era la Palabra y la Palabra era Dios, elevándose de este modo a la eternidad de Dios. Continúa afirmando que el Hijo, la Palabra, está junto al Padre en la creación, ya que Dios “dijo” hágase esto o aquello y se hizo.
Con esa mirada teologal, Juan ingresa al misterio mismo de Dios, que no es fruto de estudio o raciocinio intelectual, sino de la experiencia de Cristo que tuvo desde el principio a causa del amor de su respuesta a quien lo había amado primero. Es el discípulo amado del Señor porque supo entrar de lleno en su corazón y descubrir sus entrañas de bondad y misericordia.
Esta integridad  y grandeza de vivencias de Juan es precisamente lo que hace que Jesús le entregue el don más preciado que tiene: su propia Madre.
La Madre que pierde en la Cruz “el amor hermoso de su Hijo”, recibe el “amor hermoso” de un corazón puro e íntegro como el de Juan.
Como Juan, cada joven, varón o mujer, recibe el llamado del Señor para disponer su corazón a las cosas bellas y santas que le preparan un camino de santidad, difusiva a todos en medio de un mundo que tanto necesita de la luminosidad de corazones íntegros y entregados a todo lo que enaltece.
Con la entrega de su Madre a Juan, Jesús está llamando a todo joven para que se disponga a una entrega total y generosa a su Persona y al camino nuevo que se vislumbra en su muerte y resurrección, asegurando para esta decisión no pocas veces ímproba, la maternal protección de su Madre.
¡Qué joven puede dudar de la capacidad de su respuesta generosa a Jesús si cuenta con la ayuda maternal de María santísima!
Si Cristo amó a uno que le preguntaba acerca de lo bueno a realizar, por el sólo hecho de cumplir los mandamientos  desde su juventud (Mc. 10) y que después no se animó a continuar el camino de la perfección evangélica, ¡cuánto más amará al joven que lo siga de veras en la fidelidad de su respuesta!
Queridos hermanos: todos estamos llamados al seguimiento de Cristo muerto y resucitado, pero muy especialmente los jóvenes, como Juan, son interpelados a responder desde el inicio de sus vidas para ser fecundos en el don de sí mismos al Salvador de todos.
Pidamos que aquello que quizás nosotros no obtuvimos lo alcancen los jóvenes de nuestro tiempo. Que siguiendo el ejemplo de Juan conozcan a Cristo por el amor y sepan generosamente entregarse a Él para llevar con alegría al mundo entero el mensaje de vida del resucitado, bajo la protección siempre asegurada de la Madre de todos los redimidos.




Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la celebración del Viernes Santo. 18 de Abril de 2014. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com







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