16 de abril de 2014

“Si Cristo ha hecho tanto por mí, ¿qué haré yo por Él?”


En la segunda lectura de esta misa, tomada de la carta de san Pablo a los filipenses (2,6-11) el apóstol recuerda una verdad que es fundamental para entender lo que viviremos estos días de semana santa:
“Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con  Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres”. Esta afirmación la vivimos ya en el nacimiento del Señor cuando se presenta  en la debilidad de la carne de un niño pequeño mientras la divinidad se escondía. Al final de su vida mortal, en su pasión dolorosa y muerte en cruz, también la divinidad se esconde, apareciendo la humanidad por la que, mediador entre Dios y los hombres, nos otorga la salvación, la liberación del pecado y del espíritu del mal, y así lo señala el apóstol cuando afirma que “presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz”.
Los textos del Antiguo Testamento (v.g. Isaías 50,4-7) refieren crudamente cómo quedará el cuerpo de Cristo triturado por nuestros pecados, desfigurado de tal manera que ya ni poseerá aspecto de hombre, como cuando  Pilato lo exhibe en toda su pequeñez y sumergido en la derrota más cruel de la humillación  exclamando “¡Ecce Homo!”, ¡miren la piltrafa humana que les presento! 
El Hijo de Dios hecho hombre ha querido padecer todo esto por amor al Padre a quien obedeció siempre en su misión entre nosotros y, por amor a nosotros, hijos adoptivos del Padre Eterno. 
La misma Escritura recuerda que quizás se encuentre alguien que dé su vida por un amigo, pero que por los enemigos sólo Jesús el salvador entregará su vida a la muerte de cruz.
En el grito desgarrador  del Señor “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” no sólo se expresa la soledad humana ante la aparente ausencia de Dios, sino también ante el abandono de la humanidad toda que a causa del pecado se olvida de su Salvador. Cristo quiso salvarnos a pesar que de nosotros no recibe más que olvido, indiferencia, y  el desprecio de quienes buscaba  hacer retornar en la amistad con el Padre.
En la procesión de Ramos que hemos realizado hoy proclamamos a Cristo como Rey. Previamente en el texto del evangelio (Mt. 21, 1-11) recordamos cuando el Señor pide prestada una asna, cubren con mantos la montura, y evocando la entronización real, tan conocida por el pueblo, ingresa a Jerusalén, aclamado y alabado por quienes considerados en el mundo como los desechos de la sociedad opulenta, lo acompañaban desde lejos en su caminar a la ciudad santa recordando el cumplimiento de lo anticipado en la escritura acerca de la entrada del Mesías.  
Diferenciando a esta multitud que lo seguía sinceramente, el texto del evangelio dice de los habitantes de Jerusalén que “toda la ciudad se conmovió y preguntaban: ¿quién es este?” a lo que los acompañantes del Señor respondían con entusiasmo “Es Jesús, el profeta de Nazaret en Galilea”.
También en nuestros días mientras algunos cristianos acompañamos a Jesús  actualizando su entrada en Jerusalén con el deseo que Él reine en nuestros corazones, muchos otros, aún siendo bautizados, miran con indiferencia lo que vivimos y preguntan del Señor, ¿quién es éste? ¿Qué celebran? ¿Qué sentido tiene rememorar el pasado? ¿En qué cambia nuestra vida? 
En efecto, en la actualidad, el mundo sigue su camino autosuficiente, convencido que puede existir prescindiendo de su Dios y Creador, y en estos días de semana santa veremos  esto confirmado ya que por un lado se encuentran los seguidores del Señor que buscan acompañarlo hasta la pasión y muerte, y  quienes pasan junto a estos acontecimientos  gozando de unos días de vacaciones,y que al igual que los habitantes de Jerusalén hasta gritarían el viernes santo, “Crucifícalo, crucifícalo”.
Aún conociendo esto, sin embargo, Jesús quiere encontrarse con todos, con los creyentes y con los ya no creyentes, y posibilitar así un cambio de vida.
El texto de la pasión (Mt. 26, 3-5.14-27,66) que hemos proclamado nos dice que Jesús envió a sus discípulos para reservar un lugar  en la ciudad y celebrar allí la Pascua. Con esta decisión está manifestando que también quiere celebrar la Pascua con cada una de nuestras familias y espera que le preparemos un lugar en nuestras vidas, dependiendo de nosotros el abrir nuestras puertas para confiarle “Señor queremos estar contigo”, “has entregado tu vida por nosotros y queremos celebrar la Pascua, tu retorno a la vida por la resurrección”.
Esta vivencia con el Señor muerto y resucitado por la salvación del mundo, nos ha de llevar a proclamar con el apóstol, “Jesucristo es el Señor”, señorío de Cristo sobre todo lo creado que así reconocemos y que nos debe mover a doblar toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, proclamando así que es el único que salva.
Queridos hermanos entremos en esta semana de la Pasión, vivamos el triduo pascual a partir del jueves con la Misa de la Cena del Señor hasta su gloriosa resurrección, ingresemos al corazón de Cristo tratando de auscultar sus sentimientos más profundo que en relación con nosotros son siempre de amor, diciéndonos a nosotros mismos, “si Cristo ha hecho tanto por mí, ¿qué haré  yo por Él? ¿Estaré dispuesto a ingresar en esta vida nueva que me ofrece?
No dejemos pasar estos momentos de gracia que el Señor nos entrega en estos días de oración, para acercarnos más a Él con la decisión de conocerlo, amarlo y servirlo cada vez con más intensidad.



Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo de Ramos ciclo “A”. 13 de Abril de 2014. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com






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