4 de abril de 2014

“He venido a este mundo para un juicio, para que vean los que no ven, y queden ciegos los que ven”.


Hemos proclamado el texto del evangelio (Jn.9,1-41) que refiere a la curación por Jesús del ciego de nacimiento. En el mismo se desarrolla una lucha abierta entre la luz y las tinieblas que se irá agudizando a lo largo de estos días que faltan a la Semana Santa en la que aparecerá el triunfo aparente de las fuerzas del maligno con la pasión y muerte del Salvador.
Sabemos desde la fe que en realidad esto fue necesario para realizar la salvación humana que resplandece en el triunfo de Jesús el día de su resurrección gloriosa, día de la plenitud de la Luz, anticipando así la meta que nos espera a todos los creyentes si nos unimos al Señor a lo largo de nuestra vida terrenal.
Los textos bíblicos de este domingo apuntan a mostrarnos a Jesús como Luz del mundo y del hombre, y cómo ilumina el Señor con la fe que suscita en los corazones, -que quizás aún sin saberlo, lo buscan de todo corazón-, para alcanzar su asentimiento libre al renacimiento de vida que se les propone, afirmando con confianza “Yo creo en Ti, señor”.
En la lucha entre la Luz que proviene de Jesús y las tinieblas que origina el “padre de la mentira”, han de tenerse en cuanta las palabras del apóstol san Pablo (Ef. 5,8-14) que nos dice  “el fruto de la luz es la bondad, la justicia y la verdad”. Precisamente, el ciego curado, en la medida que avanza en su proceso personal de fe,  va descubriendo la verdad acerca de la persona de Jesús, afirmando primero que “es un profeta”, para luego insistir “no sé si es un pecador”, develando que si fuera pecador no sería escuchado por Dios, culminando con la afirmación sincera, “Tú eres el Hijo de Dios”. Como fruto de la luz se percibe también en el ciego la necesidad de hacer justicia con lo que aconteció en él, reconociendo el milagro operado en su persona como resplandor de la bondad divina.
En los fariseos en cambio, se manifiesta con claridad la maldad de sus intenciones, la injusticia que no reconoce la verdad de la curación. Se cierran tanto a la verdad que no soportan al ciego curado a quien tratan con desprecio poniéndose por encima de él, “Tú eres un pecador y ¿Quieres darnos lecciones?”, despidiéndolo de la sinagoga misma, transformándose esto mismo, sin que ellos lo adviertan, en posibilidad para que el recién curado ingrese por la fe a la luz que irradia la Iglesia que nacerá del Mesías.   
Los fariseos de este modo siguen el camino de continuar endureciéndose cada vez más, cobrando sentido las palabras del mismo Jesús “He venido a este mundo para un juicio, para que vean los que no ven, y queden ciegos los que ven”.
Es decir, Él viene para que vean aquellos que por ignorancia no han llegado a conocerlo, llegando a su corazón para darles la posibilidad de que cambien, y para aquellos que creen que “ven”, que lo saben todo acerca de los designios de Dios, o que se fían de sus propios conocimientos y  se niegan a aceptar el milagro como expresión de la divinidad del Señor, sólo quedan las tinieblas.
Nosotros también hemos estado sumergidos en las tinieblas, nos recuerda san Pablo, pero por el bautismo fuimos constituidos en hijos de la Luz y somos interpelados para vivir como tales.
Al ser Luz, tenemos que “discernir lo que agrada al Señor” en cada momento de nuestra vida, aquello que agrada a Dios para vivirlo y no permanecer en las obras de las tinieblas que conocemos, más bien ponerlas en evidencia para que sea la verdad la que ilumine.
Pidámosle al Señor  que nos ayude a cada uno de nosotros para ser luz para nosotros mismos y para los demás a quienes hemos de mostrarles la belleza de lo que significa la pertenencia a Cristo.


Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz,  Argentina. Homilía en el cuarto domingo de Cuaresma, ciclo “A”. 30 de marzo de 2014.- http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-



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