23 de diciembre de 2014

Cantaré eternamente el amor del Señor, ya que Tú has dicho “mi amor se mantendrá eternamente”.

San Pablo, en el texto que acabamos de proclamar (Rom. 16, 25-27), glorifica a Dios y expresa a los cristianos de Roma, -y con ellos a nosotros-, que el misterio de Cristo Nuestro Señor que se ha hecho presente en el mundo, nos afianzará en la fe, y que este misterio de la manifestación de Jesús a los hombres, estaba guardado celosamente en la eternidad divina.
Sin embargo, llegada la plenitud de los tiempos se ha descorrido el velo del misterio del Hijo de Dios hecho hombre al ingresar en nuestra historia humana. Y sigue diciendo el apóstol que este misterio ha sido anunciado por los profetas, y según el designio de Dios, se ha de manifestar a todas las naciones.
En la primera lectura proclamada, tomada del segundo libro de Samuel (7, 1-5.8b-12.14ª.16), Dios le recuerda al rey David todo lo que hizo en favor suyo,  que lo seguirá haciendo afirmando su casa real, –de allí que no admite que le edifique casa alguna- de manera tal que de la estirpe davídica nacerá el Salvador, consolidando su reino a pesar de que muchos de sus descendientes reales no será fieles a la Alianza, porque Dios es fiel a sus promesas aún sabiendo la falta de reciprocidad de parte de los hombres.
Si bien, el pueblo elegido es el primer destinatario de la venida del Salvador, será por intermedio del mismo, que llegará la salvación a toda la humanidad, como lo escuchamos en el texto de san Pablo.
El misterio de amor de la Encarnación del Hijo de Dios y su nacimiento en carne humana se fue manifestando en estos días de Adviento de un modo silencioso pero eficaz, por medio de las profecías liberadoras del hombre. 
La liturgia de este último domingo de adviento nos presenta el bello cuadro de la Anunciación del Señor (Lc. 1, 26-38) en el que el arcángel Gabriel le anuncia a María Santísima que ha sido favorecida, -lo cual había acontecido con su Concepción Inmaculada-, y que está llamada a ser Madre del Hijo de Dios hecho hombre, por lo que se espera su consentimiento. 
Al respecto, san Bernardo, le suplica a María que responda que sí, que la humanidad entera espera su respuesta, que el viejo Adán yace en medio de la oscuridad del pecado, entristecido por las consecuencias del mismo. 
Los males que se sucedieron a lo largo de la historia, producto del primer pecado, han de ser remediados por la venida del Redentor de los hombres, de allí que: ¡María necesitamos de tu respuesta!
Y María dirá “Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según su Palabra”, convencida de que para Dios nada es imposible –como afirma san Ambrosio-, ya que su prima Isabel, la estéril, está esperando ya un hijo que será el precursor del Mesías enviado como fruto de las promesas divinas.
Con el Sí de María comienza a crecer en su seno el Verbo de Dios hecho hombre, para nacer en el momento oportuno como un niño débil, pero revestido del poder divino para hacernos partícipes de la naturaleza divina.
Pero, también a nosotros se nos pide, ya a las puertas de la Navidad, que demos nuestro consentimiento al misterio divino de la salvación humana que se despliega ante nuestros ojos. Más aún, se nos reclama que no sólo en este momento, sino que a lo largo de nuestra existencia en este mundo hemos de estar dispuesto, con un corazón abierto a lo que Dios quiera realizar en nosotros. Hemos de aprender de María la permanente disponibilidad a entregar nuestra voluntad al plan de la Providencia divina.
Es cierto que muchas veces nos sentimos pequeños o incapaces de concretar lo que Dios pueda encomendarnos, pero recordemos lo que el ángel le dice a María “No temas María porque lo que se va a realizar en tu seno es obra del Espíritu Santo”.
Cuanto más responda el creyente a la gracia divina, más recibirá la fuerza de lo alto para que en medio de las dificultades de la vida pueda ser fiel a ese mismo Dios que lo es en plenitud desde antes de la creación del mundo.
Queridos hermanos: como decíamos recién en la primera oración de esta misa, la aceptación del misterio de la Encarnación debe conducirnos a entender el otro gran misterio de la misericordia divina, cual es la pasión y muerte del Señor, para desde allí, ser conducidos a la resurrección gloriosa en la que participaremos, si somos fieles, de la misma naturaleza divina.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el cuarto domingo de Adviento, ciclo “B”. 21 de diciembre  de 2014. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.- 




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