17 de diciembre de 2014

“La alegría de la primera venida del Señor, y su encuentro con nosotros, ha de mantenerse hasta que retorne al fin de los tiempos”.




En el texto del evangelio del día  (Juan 1,6-8.19-28), Juan Bautista, el precursor de Jesús, sigue testimoniando que él es un enviado por Dios para preparar los corazones ante la llegada del Mesías. Su misión consistió en que por medio suyo, muchos creyeran en el Enviado del Padre, abriéndose a la salvación ofrecida a través de una sincera conversión.
También hoy, la Iglesia, y por tanto cada uno de nosotros, estamos llamados a anunciar la venida del Salvador, en medio del desierto de tantos oídos sordos que no desean escuchar cosa alguna acerca de Jesús. La indiferencia ante la presencia divina en la vida de la sociedad  va creciendo día a día. Interesa con prevalencia sobre lo espiritual y religioso, el reinado de lo material, el consumo, el bienestar, el placer a toda costa.
Se actualizan las palabras de Juan al decir “en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen”, ya que todavía Jesús sigue siendo un desconocido para el mundo, o porque no sabe quién es, o sólo retiene de su persona aspectos atractivos a la mentalidad actual.
También para muchos bautizados, Jesús sigue siendo un desconocido aunque está en medio de nosotros desde que nació en Belén de Judá. 
Pienso en tantos cristianos presentes en los medios de difusión, en el mundo de la política, de la economía, de los distintos ámbitos sociales, realidad ésta que queda en evidencia por la carencia de frutos buenos –con mucha frecuencia- en no pocos espacios de  la vida social. 
En definitiva, el pecado de la ausencia de Jesús pareciera ir creciendo, aunque en no todos, sí en muchos de los que hacemos profesión de fe en la primera venida del Señor, -cuya influencia no se hace perceptible en un cambio de vida sostenido en el tiempo-, reclamando un anuncio cada vez más incisivo del mensaje salvador traído por el Señor.
¿Y quién es Jesús? ¿Lo conocemos lo suficiente para darlo a conocer a la sociedad? El profeta Isaías (61, 1-2ª.10-11) nos dice “El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor”, y Jesús en la sinagoga de Nazaret, al leer este pasaje del profeta dice con énfasis “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír” (Lc. 4, 16-21).
Al atribuirse este pasaje, Jesús enseña que fue consagrado para una misión crucial: la salvación del hombre. Enviado a llevar la Buena Noticia a los pobres no sólo materiales, sino también – como a los pobres de Yahvé del Antiguo Testamento-, a aquellos que se apoyan sólo en la fuerza divina, el “resto” de Israel que se mantiene fiel a Dios. 
Viene al encuentro de los corazones desgarrados por tantas miserias, consolando y otorgando sentido nuevo a la vida humana, porque como Señor de la Paz, nos la trajo desde Belén hasta la cruz redentora. 
Se hace presente para liberar con su misericordia y gracia a los prisioneros del pecado, que somos todos nosotros, en la medida  que por la conversión recibimos con humildad lo que nos ofrece, la manera de ser hijos de Dios. 
Nos comunica un año de gracia porque siempre tenemos la oportunidad de reconciliarnos con Él ya que espera pacientemente que lo recibamos.
Isaías, adelantándose en el tiempo, nos anuncia que Cristo viene engalanado por el gozo de traernos la salvación; viene envuelto en el manto de triunfo porque su mensaje triunfará al final de los tiempos, aunque ahora no sea escuchado y recibido por todos.
Pero también las palabras de Isaías “Yo desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios” pueden aplicarse a María Santísima, de allí que respondiéramos a la primera lectura con el canto del Magnificat. Ella, al igual que su Hijo, fue engalanada con abundantes gracias para colaborar en el plan salvador previsto desde lo eterno por el Padre del cielo.
La Virgen Madre y Juan Bautista son las figuras claves en este Adviento. Al  detenernos hoy en la persona de Juan –para dedicarnos a la Virgen Madre en el cuarto domingo-, percibimos que da testimonio de la Luz sin serlo; que es voz  pero no la Palabra que se anuncia; que bautiza con agua pero no purifica de los pecados; que despierta la fe en los hombres siendo Cristo el objeto de la misma; que prepara la salvación humana, pero es Otro quien la realiza; reconoce su altísima misión, pero no es digno de desatar la correa de las sandalias del Mesías. 
La vivencia de todo esto por cada uno de nosotros, siguiendo los pasos del precursor, nos permitirá vivir una alegría profunda que nace del encuentro con el Salvador como lo recuerda san Pablo (I Tes. 5, 16-24). 
Podremos ser verdaderos testigos de Cristo si alimentamos nuestra amistad con Él, muy particularmente con la oración constante y con la acción de gracias por tantos dones recibidos, si examinamos todo pero nos quedamos siempre con lo que es bueno y dignificante del hombre.
Mientras entusiastas reproducimos la misión de Juan en la actualidad, yendo al mundo para llevar el mensaje de salvación, trabajemos para mantenernos irreprochables en todo nuestro ser, espíritu, alma y cuerpo “hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo”, ya que “El que los llama es fiel, y así se hará”.
La profunda alegría que se origina en la primera venida del Señor, y su encuentro con nosotros, debe ayudarnos para crecer más y más en santidad de vida, ha de darnos la fuerza necesaria para mostrar al mundo que este gozo profundo del corazón sólo lo causa la vida que se nos regala en el nacimiento de Jesús y, que ha de mantenerse hasta que lleguemos a verlo nuevamente cuando retorne al fin de los tiempos.
Hermanos: aprovechemos este tiempo de gracia que se nos ofrece para reflexionar acerca de la alegría en nuestra existencia cotidiana. ¿La causa el estar unidos a Jesús? O por el contrario, esta alegría proviene de los placeres mundanos y pasajeros que nos ofrenda a diario una sociedad que se ha olvidado de su Creador y, que por ello, es incapaz de vencer la insatisfacción creciente en el corazón humano que gime en medio de su soledad más profunda.
En los días que nos quedan para el nacimiento de Jesús, oremos sin cesar, para que la alegría del Espíritu nos colme ampliamente y nos permita llevar al mundo la esperanza que se nos promete.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el tercer domingo de Adviento, ciclo “B”. 14 de diciembre  de 2014. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.- 









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