10 de abril de 2020

Jesús ha querido depender para siempre del ministerio sacerdotal para hacerse contemporáneo con la humanidad en la Eucaristía.


Hemos comenzado esta Semana Santa el Domingo de Ramos, con la invitación de conocer más profundamente el misterio de Cristo contemplando en Él   cómo la Divinidad se esconde.

Llegamos al Jueves Santo y nuevamente nos encontramos con este hecho de contemplar a la Divinidad escondida.
Precisamente el Domingo de Ramos,  siguiendo al Apóstol san Pablo, meditamos en que Cristo “que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres” (Fil. 2, 6-119) hasta llegar a la humillación de morir crucificado en Cruz como un malhechor.
Ya ese anonadamiento del Señor había comenzado en la Encarnación, cuando el Hijo de Dios se despoja de su dignidad divina para hacerse hombre, para asumir la humanidad, con todo lo que esto implica de debilidad y limitación, menos el pecado.
Y lo vemos hoy, en este Jueves Santo, escondiendo también su Divinidad, bajo las especies eucarísticas del pan y del vino.
El Hijo de Dios hecho hombre permaneciendo escondido en las especies eucarísticas, porque nuestros sentidos no lo perciben, está deseoso de entrar en nuestras vidas, pero de tal modo, que como dice San Agustín, nos transformemos en Él y participemos de su misma vida divina.
¡Contemplemos cómo la Divinidad se esconde cuando Cristo es humillado en las profanaciones eucarísticas que se suceden en el decurso del tiempo! ¡Contemplemos también cómo la Divinidad se esconde más todavía cuando tantos creyentes quizás comulgan sin tomar conciencia de lo que significa recibir al Señor! ¡Contemplemos cómo la Divinidad se esconde, padeciendo el Señor la falta de fe de tantos católicos, que como si fueran protestantes piensan que sólo comulgan pan y vino! ¡Contemplemos cómo la divinidad se esconde ante tantos que comulgan en pecado, sin remordimiento alguno, y con olvido de la admonición del apóstol que habla de condenación para quienes así lo hacen!
Pero a pesar de todo esto, Cristo no cede en esta su Voluntad de salvarnos a cada uno de los creyentes, por eso dirá, “el que come mi Cuerpo y bebe mi Sangre, tiene vida eterna”, siendo esta  promesa, invitación clara y precisa de que lo recibamos dignamente  en este Sacramento.
Y muy unido a la Eucaristía encontramos también al otro Sacramento que instituye Jesús el Jueves Santo, el Orden Sagrado. ¡La figura del sacerdote que  tan necesaria que sin él no podría haber Eucaristía!
Tanto se esconde la Divinidad de Cristo que no puede Él hacerse presente entre los hombres si no es por las palabras de la consagración dichas por un sacerdote. ¡Ha querido depender para siempre del ministerio sacerdotal para hacerse contemporáneo con la humanidad!
El sacerdote está llamado a buscar indudablemente imitar a Cristo, moldearse a Cristo, revestirse de Cristo Nuestro Señor, porque es “otro Cristo en la tierra”.
Precisamente en estos días en que estamos soportando la pandemia del coronavirus, ¡cuántos sacerdotes han muerto ya en Italia, en España y en otros países  por vivir su ministerio sacerdotal!
Reconozcamos este día la  dignidad sacerdotal de la que están revestidos muchos varones, elegidos para imitar a Cristo, especialmente en el misterio de la cruz y de la resurrección, llevando la fe a sus hermanos.
Queda claro por cierto, desde la fe, que más allá de la sombra que pueda muchas veces tener la figura del sacerdote en nuestros días, son más, sin embargo, las luces que hay que destacar, rescatar, y hacer presente.
Sin el sacerdote no habría Eucaristía, no habría sacramento de la Confesión, no habría Unción de los Enfermos, no habría tampoco Confirmación, cuando suple al Obispo en la administración sacramental.
En nuestros días, a pesar del pensamiento de la cultura mundana que prescinde y desprecia al sacerdote, su figura consagrada debe resplandecer por encima de cualquier finitud o limitación, teniendo en cuenta que es otro Cristo aquí en la tierra
Y  por último, a todos nos pide el Señor en este día, destacarnos por la actitud de servicio en  lavarnos los pies los unos a otros.
Estar en esa actitud de acercarnos al otro para tratar de mover su corazón para que se encuentre con Cristo Nuestro Señor.
Lavar los pies, por lo tanto, no es solamente acercarse a los que padecen en este mundo todo tipo de miseria y amenazas, sino  también lavar los pies del pecador para que se encuentre nuevamente con su Señor.
Queridos hermanos: a pesar de lo que estamos viviendo en estos días, en este Jueves Santo, Cristo sigue presente, no se ha olvidado de nosotros.
Ese Dios que, como dice la Escritura, no prueba al hombre nunca más allá de sus fuerzas, nos está pidiendo en estos días que entremos de lleno en nuestro interior, que conozcamos y contemplemos nuestras miserias, para superarlas, para decidirnos por una sincera conversión y animarnos  así a  asumir una vida más plenamente cristiana.
El creyente no ve el presente con ojos de pesimismo, sino al contrario, como signo de posibilidad nueva para nuestra salvación y nuestro encuentro más personal con el Señor. Vayamos entonces al encuentro de Cristo Eucaristía que quiere entrar en nuestro corazón.
Preparemos siempre el interior de nuestra alma, para poder recibirlo dignamente y entrar de lleno en su misma vida.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la misa del Jueves Santo, 09 de abril de 2020 ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



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