27 de abril de 2020

La fe en el resucitado nos asegura que la Iglesia por Él fundada, aunque perseguida, no cesará en su misión y testimonio de vida en el decurso del tiempo.


 Este hermoso pasaje de la Escritura  permite contemplar  el hecho de la Resurrección del Señor, lo que significó para sus contemporáneos y aplicar el suceso a nuestra vida personal.

Podemos imaginarnos a estos dos solitarios discípulos que se dirigen a Emaús, caminando tristemente, rumiando su desilusión, y en medio de ese caminar, se les aproxima Jesús  para marchar con ellos.
Pero como están tan obsesionados por sus ideas y  preocupaciones no lo reconocen, como  acontece no pocas veces con  nosotros mismos.
En efecto, marchamos obsesionados con lo nuestro por el camino de la vida,  encerrados en la auto contemplación de los problemas diarios, sin reconocer  al Señor que está siempre dispuesto a ir a nuestro encuentro.
Y  Jesús pregunta como para iniciar el diálogo: “¿De que hablaban?”. Ellos responden narrando los últimos acontecimientos acaecidos con la muerte del Señor y cómo algunos dicen que lo vieron pero sin darles crédito y concluyen con resignación: “nosotros esperábamos que fuera Él quien librara a Israel “, en referencia a la opresión romana.
Y Jesús les explica lo acontecido y que fuera anunciado por los profetas, les enseña que el Mesías no ha venido para librar al pueblo de la opresión romana sino de sus pecados por el misterio redentor, para que  el hombre abriendo su corazón se adhiera a Él como Señor de la Vida.
Nosotros también como los discípulos de Emaús, a veces esperamos otra cosa de Cristo, y así, que intervenga permanentemente en nuestra vida social, política, económica, e incluso pensamos precisamente en un ideal político cristiano donde Cristo juega el primer papel.
Al respecto, el Señor nos enseña que las estructuras sociales, políticas o económicas, irán cambiando y poseyendo el verdadero sentido que les corresponde, si previamente cambia el corazón del hombre.
Siguiendo en el caminar juntos, estos discípulos continúan sin reconocer al Señor, y una vez llegados a Emaús, Jesús amaga con seguir adelante, y le dicen “Señor quédate con nosotros porque ya es tarde, ya anochece”.
Y aquí se produce el verdadero cambio, se les abre el corazón a ambos cuando el Señor parte el pan, significando así la Eucaristía, y abiertos los ojos del alma, entienden que ha estado con ellos el Mesías Salvador.
Y la tristeza y pesimismo que tenían antes de Emaús, se convierte en alegría y en gozo, de tal manera que con presteza retornan a Jerusalén y testimonian que Cristo está vivo, y que lo han reconocido al partir el pan.
A nosotros también Cristo se ofrece para que lo descubramos a través de su Palabra, por lo que es conveniente  se repita con cada uno ese diálogo prolongado que tuvo con los discípulos de Emaús.
Pero, a su vez,  esta palabra cargada de verdad prepara e ilumina las inteligencias para que con la fracción del pan, la Eucaristía, se devele totalmente el misterio de Cristo que ha venido a quedarse con nosotros y traernos  la Salvación.
El Apóstol san Pedro (I Pt. 1, 17-21), por otra parte, enseña que hemos sido rescatados del pecado no con bienes corruptibles como el oro y la plata, sino con la Sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos, para bien de cada persona que viene a este mundo.
Por ello, alcanza pleno sentido el reconocer que la existencia humana se sumerge en la noche si Cristo no está en el corazón, siendo válido aquél clamor de “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba”.
Continúa san Pedro diciendo que “Por Él, ustedes creen en Dios, que lo ha resucitado y lo ha glorificado, de manera que la fe y esperanza de ustedes estén puestas en Dios”. ¡Qué enseñanza hermosísima nos deja Cristo Resucitado y nos recuerda Pedro, que la fe y esperanza estén puestas en Dios y vayan creciendo,  y no en los señores de este mundo, no en los poderes de este mundo, no en los bienes de este mundo que son ineficaces para rescatarnos del pecado y conducirnos a la Vida.
Precisamente el convencimiento de que Cristo había resucitado de entre los muertos, que  estaba vivo, hizo posible que la fe cristiana se manifestara abiertamente por todo el mundo a través del testimonio de los apóstoles que fueron enviados por Jesús desde Galilea.
Más aún, la fe cristiana conocida por el mundo,  fue creciendo, extendiéndose y llegando a nuestros días a pesar de las persecuciones de una sociedad hostil y de la carencia de medios y poder humano alguno.
Al respecto un fariseo judío, doctor de la Ley, llamado Gamaliel (Hechos 5, 34-42) decía a los del Sanedrín que no combatieran a los apóstoles que predicaban a Jesús, porque si su predicación es de los hombres se destruirá por sí sola, pero si es de Dios, no la podrán destruir, corriendo el riesgo de embarcarse en una lucha contra Dios.
También hoy la Iglesia, la fe cristiana, es combatida, lo cual es señal de que en ella radica y subsiste la Verdad, y que el demonio desea destruir.
Pero nada ni nadie podrán aniquilar lo que Cristo ha fundado, como no se concretó a lo largo de los siglos, porque ahí está presente Dios, cumpliéndose lo anunciado por Gamaliel, de modo que la lucha contra Dios será vana y éste, a su tiempo, derrotará los poderes de este mundo.
Queridos hermanos, aumentando en la fe y la esperanza en Cristo Resucitado, iluminemos las obras de la vida cotidiana y a esta sociedad tantas veces hostil y contraria al mismo Dios.
Hagamos lo que nosotros podemos en nuestro medio, en nuestra familia, en nuestras relaciones, para hacerlo presente a Cristo Resucitado y para ser testimonio vivo de que Cristo Resucitado no solamente nos ha transformado a nosotros sino que viene a transformar también al mundo.
Pidamos esta gracia especialmente a la Virgen Santísima, bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe, a quien hoy recordamos especialmente desde su Santuario. Hoy tendría que haber sido la peregrinación a la Basílica, la estamos haciendo como los discípulos de Emaús, caminando al encuentro de la Virgen para que ella nos muestre a su Hijo y nos ayude a comprometernos con Él cada vez más.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 3er  domingo de PASCUA. Ciclo “A”. 26 de abril de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



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