11 de abril de 2020

Jesús, en medio de sus padecimientos, recuerda una vez más a la Iglesia que Él ha fundado “Mi Realeza no es de este mundo”.


 Hemos seguido la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, y nuevamente hemos contemplado cómo la Divinidad se esconde. Se cumple en el Señor todo lo que anuncia el profeta Isaías (52,13-53,12).

Ha quedado transformado en un desecho humano, destruido, pisoteado por todos y cargando sobre sus hombros, como dice el profeta, las culpas de los hombres: “Expuso su vida a la muerte y fue contado entre los culpables, siendo así que llevaba el pecado de muchos e intercedía a favor de los culpables”.
Y de esa manera Cristo llega a la Cruz que asume por obediencia al Padre. Esa Cruz que lo conduce a la soledad última, el sentirse sin el Padre, como hemos escuchado en la Pasión del Señor (Mt. 27) el Domingo de Ramos, “¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?”
Pero de la soledad de Cristo, de su costado abierto, nace la Iglesia para prolongar su misión en el decurso de los siglos, nacimiento de la Iglesia evidenciado cuando “uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y enseguida brotó sangre y agua” (Jn. 19, 34).
La sangre simboliza la Eucaristía,  y el agua simboliza el bautismo. Precisamente dice al respecto san Juan Crisóstomo que de esta agua y de esta sangre, este Bautismo y de esta Eucarística, se hace presente la Iglesia, que por institución divina deberá seguir en el mundo los pasos de Jesús.
Ahora bien, ¿Cuáles son los pasos de Jesús a seguir por la Iglesia? La respuesta la encontramos en el relato mismo de la pasión del Señor.
En efecto, ante Pilato Jesús dice: “Mi Realeza no es de este mundo”, si mi realeza fuera de este mundo tendría servidores que me salven, que me rescaten, pero mi realeza o mi Reino no es de aquí.
Pero entonces, ¿eres Rey? dice Pilato. Si Soy Rey, responde Jesús. Seguramente quedó muy sorprendido el procurador romano con esta respuesta, porque para él, ser rey o tener un reino significaba un poder político, un poder mundano, un poder realizar lo que quisiera.
Los judíos mismos que seguían a Cristo buscaban en Él precisamente un rey mundano que los librara del poder de Roma, pero como se dan cuenta por su predicación de la verdad de que “Mi Realeza no es de este mundo”, cambian su elección dejando a Cristo y proclamando “No tenemos otro rey que el César”.
Y  Jesús dice también a la Iglesia que Él ha fundado “Mi Realeza no es de este mundo”. Por eso, el peor pecado que puede cometer la Iglesia en la historia es pretender tener una realeza, un poder conforme al mundo, una mentalidad mundana, y esto porque la Iglesia debe seguir los pasos de su Señor, buscando siempre predicar la Verdad.
Pero, ¿Qué es la verdad? pregunta Pilato, sin esperar respuesta alguna.
Es que para comprender y entender qué es la verdad, es necesario el seguimiento de Cristo soportando las crueles persecuciones que se desatarán en la medida en que la Iglesia como institución y todos lo que formamos parte de la misma, transmitamos la Verdad  del Evangelio.
Desde una mirada de fe sabemos con certeza que no vamos a tener otro camino y otra suerte diferente a la que tuvo Cristo Nuestro Señor.
Si pensamos llevar una vida tranquila y sin sobresalto alguno,  no hemos entendido lo que es el seguimiento de Cristo, porque siempre el seguir los pasos de Cristo conduce a padecer y soportar la persecución de un mundo que no entiende que la Realeza de Cristo no es de aquí.
Con dolor, debemos decirlo, muchas veces el creyente, tentado por el demonio,  busca asimilar la Iglesia y su propia vida a esta mentalidad mundana que no proviene de Cristo, Nuestro Señor, intentando servir a dos señores a la vez, a Dios y al mundo, sin encontrar por ello seguridad alguna, por cierto, ni de parte de Dios ni de parte del mundo.
Especialmente en nuestros días, muy fácilmente nos sentimos tentados a acomodarnos a la cultura que pretende relativizar la fe y la moral de manera que no “molesten” al pensamiento de la sociedad.
Por eso es muy importante mirarnos a nosotros mismos en estos días de Semana Santa, y preguntarnos si hemos entendido esto de que “Mi Realeza no es de este mundo”. Si estamos convencidos y decididos a seguir a Cristo de tal manera que estemos dispuestos también a soportar lo que esto significa. La tentación de  acomodarnos a las circunstancias, a los tiempos que vivimos, a los gobiernos de turno, a  las ideologías que pululan por la sociedad, será algo constante. Hoy mas que nunca es necesario este seguimiento de Cristo y pedirle siempre que nos ilumine y fortalezca con la verdad de su Pasión para ser fieles discípulos suyos.
En esta misión no estamos solos, en este caminar por un mundo que desprecia a Jesús no estamos solos, contamos con la presencia de María Santísima, Madre de Jesús y Madre nuestra, la cual no solamente nos escucha, nos protege, nos cuida, sino que también ayuda a entender lo que es el misterio salvador de su Hijo, lo que significa  la Muerte de Cristo en la Cruz, lo que significa su Resurrección para el mundo.
Mientras transitemos por este mundo, encontraremos en abundancia a los Judas, como lo recordaba en estos días el Papa Francisco, a los Pilatos, los Herodes, Caifás, Anás, la negación de Pedro, la portera, que como la sociedad  pretende humillarnos acusándonos de ser “uno de ellos”.
Tropezaremos con un mundo hostil que nada quiere saber de Cristo. Ante el mismo, si queremos ser fieles a Jesús, debemos buscarlo, seguirlo e imitarlo, a pesar de todas estas dificultades, sabiendo que en la persecución y en el destrato que muchas veces padecemos, como creyentes verdaderos imitamos al Maestro, convencidos que la Cruz asumida, es el paso necesario para llegar  a la Resurrección. 


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Celebración de la Pasión del Señor del Viernes Santo. 10 de Abril de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



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