23 de agosto de 2022

Es necesario entrar por la puerta estrecha, la del seguimiento de Cristo, y la escucha y vivencia de su palabra.

En la primera lectura tomada de Isaías (66, 18-21), el profeta pone en boca de Dios la decisión de reunir a todas las naciones para que sean un único pueblo que le de gloria para siempre, por lo que envía a los israelitas con una misión concreta: “los enviaré a las naciones extranjeras, a las costas lejanas que no han oído hablar de mí ni han visto mi gloria. Y ellos anunciarán mi gloria a las naciones”.

Este envío misionero está apuntando ciertamente a la Iglesia y coincide con lo que cantábamos recién en el salmo responsorial (116, 1- 2) “vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio”.
El anuncio del evangelio corresponde al Nuevo Testamento, en el espíritu del salmo se invita a la alabanza, y glorificación de Dios por parte de todos los pueblos.
El texto de Isaías ubica a los desterrados que vuelven del exilio y que en medio de los problemas con que se encuentran deciden cerrarse sobre sí mismos alejándose de los extranjeros y así no contaminarse.
Ahora bien, con este llamado a abrirse a todos los pueblos para concretar el deseo de Dios de unir a todos los pueblos y constituir uno solo, son reprendidos  (Hebr. 12, 5-7.11-12) para que salgan de su ensimismamiento.

Esta corrección, aunque dolorosa en un primer momento, se transformará en alegría porque se advierte que la voluntad divina  es convocar a todos pueblos porque la salvación humana los incluye.
Jesús (Lc. 13,22-30), por su parte,  se encuentra con que los judíos de su tiempo pensaban que tenían asegurada la salvación por el sólo hecho de pertenecer al pueblo elegido, por eso explica la necesidad de entrar por la puerta estrecha antes que ésta se cierre,, como sería el caso de los que no se han convertido todavía a la fe reconociendo al Hijo de Dios que les anuncia la verdad.

De nada servirá hacer alusión de haberlo conocido a Jesús si esto no implica una verdadera aceptación de su filiación divina.
De allí que haga mención a que los patriarcas y profetas están en el Reino de Dios por su fe, mientras que ellos, sus contemporáneos, al no aceptarlo como Mesías serán arrojados afuera.
A su vez, Jesús anuncia nuevamente el llamado universal a la salvación, refiriéndose a que muchos vendrán de Oriente y de occidente, del norte y del Sur para participar del banquete del reino.
Estos venidos de todas partes son los gentiles, los paganos, los que no provienen del judaísmo, los que son últimos y llegan a ser primeros, mientras que aquellos que eran primero en cuanto a vocación y llamado de Dios, quedan últimos.

Por eso, sí bien la salvación de Dios se ofrece a todos, nadie puede pensar que tiene asegurada la misma si no se adhiere totalmente a Jesús. No basta con decir soy católico o pertenezco a la institución tal o cual,  si no hubo un encuentro personal con Él, no servirá.
Es decir, es necesario entrar por la puerta estrecha, la  del seguimiento de Cristo, y la escucha y vivencia de su palabra, porque podría suceder que alguien diga soy seguidor de Cristo, quiero ir tras sus pasos, pero directamente no vive siguiendo al Señor.

El llamado del Señor es apremiante, exhorta a la conversión  de cada día, y posiblemente cuando  caminaba hacia Jerusalén para que se cumpliera su “hora”, o sea, la pasión, muerte y resurrección,  estaría hablando de la necesidad de la conversión, de allí esta pregunta inquietante acerca de si son pocos los que  se salvan
Ahora bien, en realidad la pregunta debería ser, en todo caso, si son pocos los que son salvados, ya que de parte nuestra ciertamente no hay ninguna posibilidad de salvarse por sí mismo.
En efecto, tan grande es la distancia entre nosotros y Dios, que en definitiva nuestras obras son migajas en cuanto a manifestaciones de  amor hacia Él.  Es la gracia de Dios,  son sus dones los que salvan, y que  permiten vivir una vida nueva.
El hombre no se salva por sí mismo, sino que contribuye con la salvación que se le ofrece gratuitamente a través de su buen obrar, de su compromiso permanente con el Señor.
Entrar por la puerta estrecha es dejar de lado todo impedimento que se presenta ante la necesaria entrega a Jesús.
Este ingreso por la puerta estrecha no es fácil y, por eso también Jesús no tiene tantos seguidores, de modo que a medida que pasa el tiempo asistimos a una apostasía generalizada.
Mucha gente, no solamente los que no lo han conocido, sino también los que se acercaron al Señor por la fe, se apartan de Él por sus muchas exigencias y porque reclama una vida santidad.
Es cierto que no pocas voces dicen que para la Iglesia todo es pecado, por lo que es imposible seguir sus enseñanzas, sin embargo, no es así, sino que el hombre actual quiere hacer de las suyas sin importarle no pocas veces lo que es pecado o no lo es.

Por el contrario, el encuentro con el Señor, si bien tiene sus dificultades y muchas pruebas, conduce al alma a la verdadera felicidad, aquella que el hombre busca permanentemente.
Queridos hermanos: vayamos al encuentro de Jesús para que nos libere de nuestras miserias y podamos encontrar el verdadero camino que conduce a la gloria eterna.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXI del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 21 de agosto de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



No hay comentarios: