1 de diciembre de 2007

El Relativismo Moral en nuestra Patria


“El evangelio es durísimo al dejar entrever la miserable actitud del traidor, pero nos ilumina sobre la posible razón que podría servir de basamento a tantas “cacareadas” defensas de los pobres

Por el Padre Ricardo B. Mazza

1.- Qué es el Relativismo y qué es el relativismo ético

“El Relativismo postula que no hay sino verdades provisionales o relativas, dada la imposibilidad para el hombre de alcanzar verdades definitivas o absolutas, cualquiera que sea el ámbito en que nos movamos. Por tanto, se podría definir como una forma mitigada de escepticismo: a lo más se podría hablar de las preferencias de cada uno, de opiniones, pero no de verdades que a todos se imponen por su misma evidencia.

Una anécdota nos ayudará a plantear el tema. Narra el profesor Peter Kreeft cómo un día, en una de sus clases de ética, un alumno le dijo que la moral era algo relativo y que como profesor no tenía derecho a imponerle sus valores. ‘Bien –contestó Kreeft, para iniciar un debate sobre aquella cuestión-, voy a aplicar a las clases tus valores, no los míos: como dices que no hay absolutos, y que los valores morales son subjetivos y relativos, y como resulta que mi conjunto particular de ideas particulares incluye algunas particularidades muy especiales, ahora voy a aplicar ésta: todas las alumnas quedan suspendidas’. Todos quedaron sorprendidos y protestaron de inmediato diciendo que aquello no era justo. Kreeft, continuando con aquél supuesto, le argumentó: "¿Qué significa para ti ser justo? Porque si la justicia es sólo mi valor o tu valor, entonces no hay ninguna autoridad común a ti y a mí. Yo no tengo derecho a imponerte mi sentido de la justicia, pero tampoco tú a mí el tuyo. Sólo si hay un valor universal llamado justicia, que prevalezca sobre nosotros, puedes apelar a él para juzgar injusto que yo suspenda a todas las alumnas. Pero si no existieran valores absolutos y objetivos fuera de nosotros, sólo podrías decir que tus valores subjetivos son diferentes de los míos, y nada más".

Ser relativista equivale a no tener convicciones: es la muerte de la persona. Quien carece de convicciones no se toma nada en serio. Para esta persona, las cosas carecen de valor. Sólo tienen precio, y son intercambiables: las cosas y las personas. Pero lo cierto, como muestra el suceso narrado en el aula, es que el respeto a la libertad se nutre de convicciones firmes.

El relativismo no es, en rigor, una doctrina, ya que no es posible ser relativista hasta las últimas consecuencias. Ortega decía que el relativismo es una teoría suicida: cuando se aplica a sí misma, se mata. Así por ejemplo, en rigor, no se es relativista con respecto a la ciencia experimental y a la técnica, ni en relación con ciertas normas imprescindibles de justicia y civilidad (sobre el robo no hay discusión). Con una incongruencia en la que no todos reparan, el relativismo se restringe a la ética, donde no se reconoce verdad ni mentira, solo feelings. De ahí el nuevo imperativo categórico de no imponer la propia moral al prójimo…...”

“La objeción más persuasiva contra la verdad es la que establece el relativismo de los valores o relativismo ético: cada quien tiene que tener por bien lo que considera que es bueno para él, sin tener que someterse a unos criterios objetivos que, a fin de cuentas, serían extraños a las capacidades de su propia libertad. Los valores serían algo privado, incluso puras referencias sentimentales e irracionales.

¿Existen unos valores o criterios de actuación comunes para todos los hombres? El relativismo de los valores contesta negativamente a esta pregunta. Es la aplicación del escepticismo al ámbito de la razón práctica.”(1)

2.-La Dignidad de la Persona Humana

Ser relativista es la muerte de la persona, afirman los autores citados anteriormente.

De allí que sea necesario antes de abordar el tema reflexionar sobre qué concepto tenemos de la persona humana.

Para ello me parece razonable partir de la revelación, -no podría ser de otra manera para los que creemos- y desde allí abordar el tema con mayor profundidad.

El libro del Génesis nos dice en el capítulo 1º, versículo 27: “Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer”.

Sucintamente se subraya que el hombre es un ser creado, y que por lo tanto su ser es un don inestimable, que su ser le viene de un ser superior: el Creador.

La realidad creatural del hombre es la de un ser sexuado que lo distingue y diferencia como varón y como mujer.

Esa realidad distintiva y propia de ser varón y mujer subsiste en la persona que por ser imagen y semejanza de Dios, está revestida de entendimiento y voluntad libre que no sólo le permite la comunicación con el Creador sino también con las demás personas.

Al ser persona, se le otorga al varón y la mujer, el dominio de lo que no es persona pero que también forma parte de la creación: “dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra” (Gn.1, 28).

Esta dominación de los seres no personales se realiza y se explica por la comunicación del don de la vida de las personas, ya que al multiplicarse, los seres racionales se sirven de todo lo creado, puesto a su servicio: “Y los bendijo, diciéndoles: sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla” (Gn. 1, 28).

Este someter lo creado diferente a la persona, implica el reconocimiento de que la persona no puede ser sometida nunca por otra persona, sino que por el contrario débele reconocerse su dignidad por ser imagen y semejanza de Dios.

Y así toda decisión que busque servirse o esclavizar al otro, implica perder de vista el señorío único del hombre como varón o como mujer sobre las demás criaturas.

Cuando el relativismo ético olvida esta verdad fundante es cuando se cae en el dominio del hombre por el hombre, llegando a las aberraciones más grandes: el aborto, la eutanasia, la trata de blancas, la esclavización por la droga, la esterilización masiva de las personas, la explotación del hombre en lo laboral, la eliminación de los pobres, la promoción de una raza superior, el desprecio por custodiar el “habitat ecológico” de las personas, la violencia generalizada, el desprecio por la vida, la custodia absoluta de la vida animal por encima de la de los hombres, la injusticia generalizada, la mentira como medio de confusión de las inteligencias, la verdad reducida a mera opinión oportunista, el placer hedonístico como instrumento debilitante de la voluntad. En fin, estos y otros males tan presentes en la sociedad actual.

De allí la necesidad de mantener incólume esta verdad que señala desde el principio qué es el hombre y cuál es su fin último, esto es, la comunión plena con el Creador después de la muerte temporal.

3.-El relativismo de la verdad y de la libertad.

“La antigua definición de verdad (adecuación del entendimiento con la realidad) mantiene su validez cada vez que alguien sufre las desventajas de la negación –encarne propia- de la verdad. Si nos mantenemos en este plano de lo vivencial nadie puede negar este concepto de verdad. Cuando el objeto del conocimiento es algo externo a la persona (una cosa, un comportamiento interpersonal), no hay grandes inconvenientes para admitir que verdad es la adecuación entre conocimiento intelectual y realidad.

En la mayoría de los ámbitos (el de las ciencias experimentales, sociales, humanas) las verdades pueden decirse provisionales en sentido propio. Absolutizarlas significa renunciar a un conocimiento más profundo. Sólo en el ámbito de la ética –común a todo ser humano- podemos encontrar verdades absolutas: los derechos humanos, verdades que garantizan el respeto al ser humano, fundamentos de la inviolabilidad de la persona, sea de la condición que sea. Constituyen una ley no escrita, asentada en la razón de cada hombre, por el mero hecho de ser hombre. Son la verdad del ser humano”. (cf. Art. cit. Relativismo y Bioética).

Si la verdad moral no es absoluta, sino relativa, dada la incapacidad del hombre por conocer su absolutez, como razona el relativismo ético, se destruye desde el inicio la posibilidad de vivir como “imagen y semejanza” de Dios por parte de la persona humana.

En efecto, el relativismo ético postula en su basamento que el hombre no es semejante a Dios y que por lo tanto no puede dirigir su inteligencia a la verdad absoluta, la de Dios, de la que participa por su semejanza con El, ni puede dirigir su voluntad al bien absoluto, al que busca, aún sin saberlo, justamente por su condición con raigambre divina.

Herida de muerte la verdad fundante que señala al ser humano lo que es, entra en crisis la libertad misma del hombre.

Y esto es así porque “la libertad depende fundamentalmente de la verdad. Dependencia que ha sido expresada de manera límpida y autorizada por las palabras de Cristo: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8,32) (Enc. de Juan Pablo II Veritatis Splendor, nº 34).

Ya en los orígenes, el hombre pone a prueba la verdad de que “el poder de decidir sobre el bien y el mal no pertenece al hombre, sino sólo a Dios” (Veritatis Splendor nº 35), tentado ante el engaño de “serán como dioses” (Gn. 3,5). Comiendo del árbol prohibido, esto es, pretendiendo ser los que deciden –varón y mujer- lo que es bueno o malo, a espaldas de Dios, abrieron para el futuro la amplia puerta del relativismo moral.

De allí se explica que aunque la verdad , es decir “la ley de Dios, no atenúa ni elimina la libertad del hombre, al contrario, la garantiza y promueve… algunas tendencias culturales contemporáneas abogan por determinadas orientaciones éticas que tienen como centro de su pensamiento un pretendido conflicto entre la libertad y la ley. Son las doctrinas que atribuyen a cada individuo o a los grupos sociales la facultad de decidir sobre el bien y el mal “. (Veritatis Splendor nº 35).

Al pretender poseer la “facultad de decidir sobre el bien y el mal”, el hombre relativiza la verdad divina y absolutiza su subordinado señorío al crear con su “ilimitada” libertad la verdad misma.

Confirma este desvío Juan Pablo II cuando señala: “la libertad humana podría ‘crear los valores’ y gozaría de una primacía sobre la verdad hasta el punto que la verdad misma sería considerada una creación de la libertad; la cual reivindicaría tal grado de autonomía moral que prácticamente significaría su soberanía absoluta” (VS nº 35).

Cuando Pilato pregunta a Cristo “¿Qué es la verdad?” (Juan 18,38) no le interesa comprender lo afirmado por el Señor: “el que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn. 18, 37), es decir, el que busca la verdad absoluta me escucha a mí (a Jesús), sino que está pensando que toda verdad es relativa según los compromisos o situaciones que estén en juego en determinado momento.

Y esto es así ya que Pilato entra en el relativismo moral que en ese momento por conveniencia política-religiosa le pide el relativista grito de ocasión de ¡crucifícale!, negándose a elegir, -aunque esto lo perjudicara-, la realización de la justicia que la inocencia de la verdad absoluta le estaba reclamando.

Pilato entonces claudica ante la absoluta verdad del Cristo que lo interpela reclamándole justicia, cayendo en el relativismo moral de que todo vale si de salvar su puesto y “consensuar” con la masa se trata.

Negada la verdad absoluta, su libertad “crea” una nueva verdad de ocasión, la razón de la sin razón de la turba, y aunque acuciado por la conciencia pretende liberarse de la culpa lavándose las manos, ha claudicado estrepitosamente en su dignidad creatural entrando en el camino sin retorno del relativismo moral, que no lo liberará a la postre de perder el cargo que pretendiera defender.

4.- Los seguidores de Pilato.

El pensamiento y el actuar consecuente al mismo por parte de Pilato, tiene en la actualidad sus imitadores.

Remitámonos a dos situaciones tan cercanas a nosotros, y dejemos para analizar en otros artículos –si Dios quiere- varias derivaciones del relativismo ético.

Me refiero en primer lugar a la autorización del aborto fallido que ocupó la información general en el país.

En efecto, dejado atrás el principio universal de “no matarás al inocente” que toda legislación reconoce, so pena de convertir a la “ley de la selva” como principio regulador de la vida de la sociedad, se resuelve acatar como verdad absoluta la afirmación del relativismo ético que postula la muerte del inocente en situaciones particulares, con la excusa que así se contempla en la legislación vigente.

Más allá de desconocer que la reforma de la Constitución de 1994 dejó sin efecto tal normativa, al incorporar a la misma lo preceptuado en el Pacto de San José de Costa Rica, lo gravemente razonado, -si es que en realidad no fue conmovida tal normativa- es otorgarle un rango superior a la misma verdad inobjetable del “no matarás al inocente”.

De allí que aunque se le de vueltas a la cuestión, la verdad patente es que no es lícito quitar la vida al inocente.

Horroriza aún el equiparar la situación de la joven embarazada con la cuestión de la legítima defensa, como disparó por allí quien debería conocer lo absurdo del planteo por el cargo que ocupa. (N. del E.: La Dra. Carmen Argibay, Ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación en un programa televisivo).

Con este agregado se agrava el relativismo ético postulándose peligrosamente la licitud del obrar del delincuente, por ejemplo, que se defendiera de un injustamente agredido.

Se concluye a la postre con defender los derechos humanos del injusto agresor por sobre los derechos del injustamente agredido. Es decir, el inocente, se transformaría en agresor de quien buscara eliminarlo.

Se crea así, siguiendo los pasos de Pilato, “la verdad” de la injusticia sobre la justicia que busca proteger el derecho a la vida de toda persona humana desde el primer instante de su concepción.

Para no abundar, remito al nº 55 de la Encíclica “Evangelium Vitae” de Juan Pablo II, quien esclarecidamente se refiere al tema de la legítima defensa.

La otra cuestión que surgió en estos días fue la aprobación de la ley de esterilización quirúrgica.

Su violencia resulta patente, toda vez que la licitud de la mutilación de una parte del cuerpo, máxime la de las facultades reproductivas, debe encuadrarse en el hecho de que la parte debe estar subordinada al bien del todo, en caso de enfermedad que pusiera en peligro la vida de la persona, cosa que no contempla esta legislación, dada su finalidad netamente esterilizadora.

Para no extenderme me remito al artículo de mi autoría ya publicado: “Mi pierna izquierda o el hombre que no quería estar completo”.

Se podrá argumentar en defensa de la esterilización quirúrgica, con el lavado de manos “pilatino” que busca un atajo para “bonificar” lo ilícito - como en realidad se hizo-, que en la donación de un órgano proveniente de un ser vivo a otro ser vivo también se mutila un cuerpo.

Sin embargo el encuadre moral es totalmente diferente,- como prometo analizar más adelante en otra nota- , y no se puede utilizar como pretexto para justificar lo que denigra a la persona.

5.-El pretexto de los pobres.

Para fundar estas muestras del relativismo ético que señalamos antes, se toma como excusa la defensa de los pobres desprotegidos que no podrían gozar de “presuntos derechos” que sí tienen otros, en particular los ricos.

Saltaría a la vista con esto el proyecto escondido de una selección de raza y la soberbia de quienes pretenden “paternalizar” a quienes consideran inferiores por su educación y posición social.

Viene a mi memoria la actitud de Judas cuando protesta por el “derroche” de perfume de nardo puro con el que, como ofrenda, María de Betania unge los pies del Señor (cf. Jn. 12,3).

En efecto, dice Judas “¿por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?” (Jn. 12,5).

Pero he aquí que salta a la vista la “verdadera preocupación por los pobres” cuando continúa el texto afirmando:”Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella” (Jn. 12,6).

El evangelio es durísimo al dejar entrever la miserable actitud del traidor, pero nos ilumina sobre la posible razón que podría servir de basamento a tantas “cacareadas” defensas de los pobres.

“La bolsa común” de los impuestos de los ciudadanos, ¿no podría distribuirse más equitativamente promoviendo a los pobres, ayudándoles a salir de la pobreza con proyectos inteligentes que dignifiquen?

¿O es acaso que se prefiere robar la esperanza de tantos que quieren crecer, por seguir los dictados de los poderes económicos mundiales para quienes las personas que “no producen” deben desaparecer con la intención secreta de despoblar para despojar?

La pregunta queda hecha y el compromiso de una vivencia más clara de la justicia distributiva sigue permaneciendo como una deuda social que se agranda cada día.

La pérdida del cargo que detentaba Pilato por ser fiel a su egoísmo y proyecto de relativismo moral, ¿será acaso un aviso de lo que espera a quienes no se “juegan” por la verdad?


(1) (cf. “Relativismo y Bioética”: Javier Peromarta. Lic en Biología, Universidad Autónoma de Barcelona. Doctor en Teología, Universidad de Navarra. Máster en Bioética, Universidad de Valladolid. Javier Vega. Doctor en Medicina. Profesor Titular de Medicina Legal, Universidad de Valladolid.)

Publicado en Santa Fe de la Vera Cruz, el 13 de Agosto de 2006.

Padre Ricardo B. Mazza, profesor Titular de Teología Moral en la UCSF, Cura Párroco de “Ntra Sra de Lourdes, Director del Centro de Estudios Políticos y Sociales “Santo Tomás Moro”- Santa Fe de la Vera Cruz

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