1.-La gracia que se nos regala abundantemente.
Llegamos a ésta Noche Santa en la que comenzamos a vivir nuevamente
El Hijo de Dios se presenta en la historia humana en este año, en ésta época, anunciando que El es el Salvador, que todavía hay tiempo para que la humanidad abra su corazón y deje que penetre en nuestro interior su gracia salvadora y nos haga renacer a una vida nueva.
Y esto nos lo va mostrando
Y así el profeta Isaías (Is.9, 1-3), desde el AT nos dice “el pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz”. ¡Qué actualidad tienen estas palabras! Porque hoy caminamos muchas veces en las tinieblas de la ignorancia, del pecado, de ese mundo que rechaza al Hijo de Dios hecho hombre, como lo ha de recordar san Juan (Jn. 1): “El verbo se hizo carne, habitó entre nosotros pero los suyos no lo recibieron”-
En este mundo de tinieblas aparece una gran luz: es Cristo como Luz del mundo que viene a disipar las tinieblas del pecado y a iluminarnos para entender en qué consiste esta vida que El ofrece a todo hombre y mujer de buena voluntad que quieren encontrarse con el Señor.
Por eso la liturgia sigue mostrándonos este mensaje salvador cuando el apóstol S. Pablo le dice a Tito (Tito 2,11-14): “la gracia de Dios que es fuente de salvación para todos los hombres se ha manifestado”. La gracia que significa que por la acción del Señor en nuestro corazón cada persona que se le entrega se convierte en alguien que es agradable ante sus ojos, es templo del Espíritu.
Esa gracia de Dios que nos permite participar de la misma vida de Dios. Cristo viene a la humanidad doliente para nuevamente decirle que el Padre nos ha elegido desde toda la eternidad para que seamos sus hijos y que es tiempo todavía para entrar de lleno en ésta vida nueva para abrir el corazón a la gracia de lo alto.
2.-Rechazar la impiedad y los deseos mundanos
Este encuentro personal con el Señor, esta gracia recibida nos reclama una respuesta concreta. El mismo Apóstol nos sigue diciendo que la gracia de Dios “nos enseña a rechazar la impiedad y los deseos mundanos para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia, y piedad mientras aguardamos la feliz esperanza y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador”.
En estas palabras del apóstol hay dos afirmaciones. Por un lado aquello que ha de ser como tarea del cristiano en cuanto ascesis continua: rechazar la impiedad y los deseos mundanos., que no tienen nada que ver con aquel que es hijo de Dios por el bautismo-,
¿Qué es la impiedad? Podemos decir que estamos insertos en la actualidad en una cultura de la impiedad. La impiedad es la ausencia de Dios, la exclusión de Dios de nuestras vidas. Es verdad que somos muchos lo que tratamos de vivir en comunión con Dios, pero también es cierto que la cultura dominante es la de la impiedad y que de alguna manera quiere imponernos sus modelos, si no estamos atentos a que nuestras formas de pensar y de vivir estén de acuerdo con el evangelio.
Dios ya no cuenta, -lo vemos tantas veces en quiénes se dicen creyentes y actúan como impíos, sin Dios, mejor dicho su dios es el dinero, el poder o el honor.-
Incluso en nuestra vida cotidiana la presencia de Dios muchas veces no existe. ¡Cuántas veces después de participar en la liturgia dominical en la que hemos hecho presente al Señor, sentimos la tentación de vivir sin Dios durante toda la semana!
Vivir sin Dios en los criterios, en los pensamientos, en los puntos de vista, en la visión del mundo, de la sociedad, de los acontecimientos de cada día. Cuántas veces reconocemos esta ausencia de Dios al asumir criterios y posturas que nada tienen que ver con el creyente de veras, con el Señor.
Pero rechazar también los deseos mundanos. ¿Cuáles son los deseos mundanos? Lo que prima en la sociedad es el deseo del poder, del dinero, del placer, de la vida fácil, del triunfo cueste lo que cueste, sociedad de consumo, insertos en un mundo en que el hombre pareciera permanentemente insatisfecho.
Por eso los estudios de marketing viven inventando cosas nuevas para responder las necesidades de los corazones descontentos. Descubren las necesidades del hombre y van buscando nuevas formas de satisfacerlas. De allí su éxito, porque a pesar de que van apareciendo nuevas cosas, como el hombre esta vacío de lo eterno busca llenarse con nuevas cosas siempre tan efímeras y fugaces que siguen dejándolo insatisfecho en una carrera desenfrenada por encontrar qué lo compense.
La gracia de Dios, por lo tanto, acertadamente pide rechazar los deseos mundanos que no nos llevan a Dios, para encontrar el reposo del alma sólo en El.
Cuando la vida del hombre está guiada por la estrella luminosa que es la presencia de Dios, y Dios ilumina nuestro caminar, nuestro existir es totalmente distinto. Todo se mide desde el Señor y no desde las cosas, las cuales dejan el corazón cada vez más vacío.
3.-La sobriedad, la justicia y la piedad.
Rechazando esto, continúa el apóstol, con actitud positiva, vivir en la sobriedad, justicia y la piedad. La piedad como contrapartida de la impiedad, o sea que Dios sea el eje de nuestro existir humano. Que Dios no sea un convidado de piedra en nuestras vidas, sino alguien que está presente siempre.
Esta noche el Señor estará ausente en muchas familias. Jesús golpeará las puertas y le dirán ¡ven a gozar con nosotros!, pero sin reconocerle.
La navidad es el cumpleaños de Jesús, ¿han visto un cumpleaños en que esté ausente el homenajeado? Sin embargo Jesús no estará porque para muchos es una fiesta más.
Escuchaba a un locutor de radio invitando a festejar el 24, ya que era una noche alucinante. Y tiene razón. Para muchos es una noche alucinante: la alucinación de la droga, de la bebida, del festejo fácil, de la búsqueda agobiante de todo tipo de placeres donde estará ausente el Señor.
Desde la fe tenemos que decir en cambio, que no es una noche alucinante, es una noche real, Cristo no es una alucinación, es real, el Hijo de Dios en carne humana nos trae la salvación y viene a convertir la vida de toda persona de buena voluntad.
Sigue diciendo San Pablo, vivir en la justicia, que es dar a cada uno lo que le es debido, en primer lugar a Dios y después a cada hermano que debe ser respetado como hijo de Dios. Es promover la verdad, combatir la corrupción en todas sus formas, suscitar la solidaridad, defender la vida, luchar contra la pobreza denigrante de los que carecen de lo necesario para vivir como personas, crecer en la comunión entre los hermanos.
La vida de sobriedad que destaca San Pablo, no es rechazo del uso de las cosas de este mundo, sino el uso de esas cosas tanto cuanto nos llevan a Dios y estar dispuestos a dejar lo que nos aleja del Señor. Conformarnos con lo necesario huyendo de lo trivial y superfluo. Acostumbrarnos a gozar con las cosas simples de la vida que tan abundantemente nos regala el Señor.
Junto con la gracia de Dios que se desborda en el corazón de los hombres, el apóstol va señalando, pues, las actitudes que deben responder a ese altísimo don recibido.
4.- El espíritu de pobreza.
Jesús nace en un pesebre, nos enseña la liturgia de hoy (Lc. 2, 1-14). Nace en medio de una pobreza total. ¿Qué nos está diciendo hoy en medio de una sociedad opulenta para pocos, pero pobre para la mayoría de los hermanos?
En consonancia con lo dicho anteriormente debemos decir que la renovación del cristiano implica en primer lugar ser pobres.
¿Qué significa esto? No carecer de lo necesario para vivir, es decir la miseria, que Dios rechaza y es indigna de la dignidad del hombre, sino es la libertad del corazón humano ante todo aquello que es atadura, que lo pueda esclavizar y desalojar a Dios. Sólo el que es libre ante las cosas de este mundo puede sentirse colmado únicamente por Dios.
Es pobre también cuando advirtiendo alguna ligazón mundana, el cristiano lucha para liberarse, para ser alguien que se entrega libremente a Dios y a sus hermanos.
Un segundo aspecto que nos presenta la pobreza del pesebre para renovarnos y dejarnos guiar por la gracia es el de ser para los pobres.
Entendida la pobreza en un sentido amplio, es una elección por el que vive en pecado y que necesita ser encontrado por nosotros, por aquél que aunque quiera no puede aspirar a un nivel de vida digno porque las estructuras sociales, económicas y culturales se lo impiden.
Disposición de acercarnos a la pobreza del que vive como limitación la enfermedad y el abandono, a la pobreza del que no puede hacer crecer todas sus capacidades, decisión por defender la vida no nacida para terminar con la masacre de tantos niños que han sido abortados, trabajar para que cese la pobreza del mundo de los ancianos sobre quienes se cierne la posible ley de la eutanasia, promover la eliminación de la pobreza –en fin- de los marginados que no pueden alimentarse ni siquiera de las migajas que caen de las mesas de los ricos.
Un último aspecto es el de estar con los pobres, es decir el de esforzarnos por entender desde dentro las limitaciones de los que no tienen trabajo, vivienda digna, salud bien atendida, igualdad de posibilidades.
Sólo entendiendo desde dentro la situación de los pobres podremos contribuir desde el lugar que ocupemos en la sociedad, a un mejoramiento de su indigna situación.
Y así el que entienda desde dentro la pobreza, podrá como político, empresario, educador, periodista, clérigo, ama de casa, o comerciante, ir creando aquellos caminos que contribuyan a la dignidad de la persona. Es decir involucrándonos todos para que vaya mejorando la situación de los más desamparados de la sociedad.
Se trata de tener un fuerte compromiso social, laboral, económico y religioso, para cambiar la situación de tantos hermanos nuestros para quienes no hay lugar en el albergue de la familia y de la solidaridad.
Es cierto que esto no es de fácil realización, pero el cristiano no ha de sentirse imposibilitado de hacer algo, sino que confiando en la gracia que abundantemente brota del Niño de Belén debe decir estoy con el Señor, y desde El hacer algo, para por lo menos intentar cambiar el mundo en que vivimos tan necesitado de Dios y por lo tanto olvidado del hombre.
Vayamos al pesebre, presentemos estas inquietudes y recibamos del Señor las luces que nos permitirán caminar por caminos nuevos.
Homilía de Noche Buena (24 de Diciembre de 2006).
Cngo Prof. Ricardo B. Mazza. Director del Centro de Estudios Políticos y Sociales “Santo Tomás Moro”. Párroco de Ntra Sra de Lourdes de Santa Fe. Director del Movimiento Pro-Vida “Juan Pablo II”. Profesor Titular de Teología Moral y DSI en
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