“Que el que se endurece en el mal, vea y contemple que el Salvador viene a su encuentro e intenta sacarlo de esa vida tenebrosa, para llevarlo a una vida con sentido”.
Por eso ya casi al final del tiempo de adviento la liturgia insiste en este domingo, -llamado “gaudete”-, el que debemos alegrarnos, indicando que la alegría ha de invadir el corazón del hombre estando cercana la navidad.
Alegría que no es sinónimo de algarabía mundana sino del gozo de sentirnos nuevamente salvados.
Los textos bíblicos hablan justamente de esta alegría que debe reinar en el corazón del hombre.
Y así si leemos al profeta Isaías dirá que esa alegría, ese regocijo, toca no sólo al hombre sino a toda la naturaleza: “Regocíjense el desierto y la tierra”…..
Es que la salvación humana consiste en la reconciliación no sólo con Dios sino también consigo mismo y los demás y todo lo creatural.
Esta alegría mira la proximidad de
Es una presencia nueva de Dios en Jesús que viene precisamente a sanar el corazón del hombre.
Pero Jesús es consciente que su obrar ha de provocar rechazo a su persona, que no se entenderá su obrar, por eso dice “Feliz aquél para quien yo no sea motivo de tropiezo”.
¿Quiénes tropezarán con la misión de Cristo? Aquellos que se vean desahuciados al comprobar que no es un Mesías político, que no viene a cambiar las cosas con la violencia, ni a liberar a Israel del imperio romano, sino que viene a transformar y cambiar los corazones de los hombres, sin lo cual es imposible mudanza alguna en la sociedad.
En efecto, es imposible cambiar las estructuras sociales, políticas o económicas sin el cambio del corazón de cada uno.
Y Cristo manifiesta siempre su decisión, hasta empecinada, de venir al encuentro del hombre, ya que se hace eco de las palabras del Profeta Isaías que acabamos de escuchar: “Llega la venganza, la represalia de Dios, El mismo viene a salvarnos”. La represalia de Dios es venir a salvarnos.
El ser humano se obstina en seguir endureciendo su corazón y en rechazar la venida salvadora de Dios, mientras Dios porfía en venir a salvarnos a través de su Hijo.
Como si dijera: “Yo voy a salvarte aunque no te guste”, por eso dice el profeta “llega la venganza de Dios”.
Que el que se endurece en el mal, vea y contemple que el Salvador viene a su encuentro e intenta sacarlo de esa vida tenebrosa, para llevarlo a una vida con sentido.
Es cierto que la libertad del hombre es invitada a responder y que el Señor en última instancia respeta la decisión humana por más desviada que sea, pero mientras pueda, mientras el hombre le vaya como dejando un resquicio aunque sea imperceptible para que golpee en su corazón, seguirá trabajando en el interior de cada uno.
Presenta la carta antes del tiempo de adviento, para que los cristianos nos vayamos preparando en la actualización de la primera venida de Cristo, que nos oriente a su segunda venida.
En esperanza fuimos salvados, porque la entrega de Cristo por nosotros nos da la certeza de que estamos llamados a la salvación.
Y así “se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino” (Spe Salvi, nº 1)
El Papa va describiendo esa necesidad de volver a Dios. Afirma que muchos se preguntan para qué queremos a Dios si no resuelve los problemas del hombre, el dolor, el sufrimiento, la muerte, la miseria, y buscan la solución en las estructuras humanas llegando a consecuencias mucho más graves todavía, porque el hombre no puede dar respuesta a tantos vacíos presentes entre nosotros.
En efecto “la pretensión de que la humanidad pueda y deba hacer lo que ningún Dios hace ni es capaz de hacer, es presuntuosa e intrínsecamente falsa. Si de esta premisa se han derivado las más grandes crueldades y violaciones de la justicia, no es fruto de la casualidad, sino que se funda en la falsedad intrínseca de esta pretensión. Un mundo que tiene que crear su justicia por sí mismo es un mundo sin esperanza. Nadie ni nada responde del sufrimiento de los siglos. Nadie ni nada garantiza que el cinismo del poder -bajo cualquier seductor revestimiento ideológico que se presente – no siga causando sus intrigas en el mundo” (Spe salvi nº 42).
Aunque la ciencia es muy importante no resuelve las inquietudes más profundas de las personas, de allí la necesidad de encontrarnos con el Salvador, y tener la seguridad que no da la esperanza cristiana, porque “no es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor” (Spe salvi nº 26).
No se trata de la esperanza en los triunfos humanos, sino la de aquel que sabe que al final del camino El nos espera, ya que nos convoca a su encuentro.
Jesús en el texto del evangelio cuando responde a los enviados de Juan dice “los ciegos ven”. Es un signo de la venida del Salvador la curación de los ciegos, no sólo ceguera física, sino que viene a curar la ceguera del alma.
Podrá la persona tener su capacidad de visión intacta, pero puede estar ciega porque no es capaz de contemplar el misterio de Dios, las cosas de Dios. Su falta de visión le imposibilita encontrar el camino que conduce a Cristo.
“Los paralíticos caminan” ya que Cristo los curaba, pero viene también a curarnos de la parálisis interior que nos impide salir al encuentro del otro como enviados suyos para llevarles la enseñanza del evangelio, a hacerlo presente en la sociedad actual. Nos quiere dar la agilidad del espíritu y del corazón que nace del amor de Cristo y que busca extenderse a los demás.
“Los leprosos son purificados”. Cristo curaba como Mesías a los leprosos pero sobre todo apuntaba a la lepra del alma, el pecado.
Cristo resucitaba muertos, y por eso dirá “soy la vida, el que crea en mí aunque muera vivirá”. Aunque pareciera que todo está perdido, ya en la vida personal como social, en la fe en Cristo encontramos la vida.
“Los sordos oyen”. Devuelve la capacidad de oír, pero sobre todo de oír
Sabemos que no hay peor sordo que el no quiere oír, -así decimos nosotros muchas veces-, pues bien, Cristo viene a curarnos de la sordera del alma, a hacernos aptos para escucharlo, aunque mas no sea por curiosidad.
Como si alguien que no creyera se planteara el escuchar al Señor, ya que los intentos realizados por otras vías fueron inútiles. Como si dijera voy a escuchar este mensaje nuevo.
Aunque sea abrir un poco el oído para escuchar algo nuevo. Y seguramente que el mismo Cristo irá permitiendo que se entrevea lo nuevo, lo diferente.
“
Benedicto XVI en su última encíclica, refiriéndose a un texto de la carta a los Hebreos (cap. 10, 34), dice que los cristianos que habían sido perseguidos y perdido sus posesiones, se sentían dichosos aún en medio de sus penurias, por haber servido al Señor, porque su esperanza estaba puesta en aquel que es la verdadera riqueza.
En efecto “esta sustancia, la seguridad normal para la vida, se la han quitado a los cristianos durante la persecución. Lo han soportado porque después de todo consideran irrelevante esta sustancia material. Podían dejarla porque habían encontrado una “base” mejor para su existencia, una base que perdura y que nadie puede quitar” (Spe salvi, nº 8).
Cuando el cristiano en cambio pierde esta referencia a Dios, se siente como delante de un abismo al carecer de lo material, ya que en eso ha puesto su esperanza, y al no buscar lo que lo colma totalmente, se siente vacío, por no anticipar en este mundo por la fe aquello que espera.
Cristo Jesús viene a nosotros, busquémoslo, entreguémonos a El, viendo cómo cambiar nuestra vida orientándola hacia aquel que es el principio y fin de nuestra existencia.
Reflexiones en torno a los textos bíblicos del III domingo de Adviento, ciclo “A”. (Isaías 35, 1-6ª.10 y Mateo 11,2-11).
16 de Diciembre de 2007.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “Ntra Señora de Lourdes”, Santa Fe.
Director del CEPS “Santo Tomás Moro” y del Grupo Pro-Vida “Juan Pablo II”.
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