14 de diciembre de 2007

LA FORMACIÓN EN LA FE COMO TAREA DE BAUTIZADOS

1. Elegidos por Dios como sus predilectos


Al reflexionar sobre la Palabra de Dios nos encontramos con afirmaciones que son como el eje alrededor del cual giran otras ideas muy ricas.

Y así nos dice el apóstol Juan (I Jn. 4,7-10) que el amor consiste en que nosotros fuimos amados por Dios. Es decir que Dios nos amó primero y envió a su Hijo para redimirnos.

En el evangelio, Jesús (Jn .15, 9-17) afirma: No son ustedes los que me eligieron a mí sino yo el que los elegí a Uds. y los he destinado para que den fruto.

Hablar de elegir, de amar, son términos que apuntan a una misma realidad: Dios tiene la iniciativa de venir a nuestro encuentro. El nos ama. Nos ama desde toda la eternidad, nos ama con un amor que jamás nosotros lograremos penetrar suficientemente. Dios no se guarda el amor para sí sino que viene a transmitirlo a cada uno de nosotros.

2. Insertos en el amor del Padre a su Hijo (Juan. 15,9-17)

Jesús nos dice: como el Padre me amó, también yo los he amado. Permanezcan en mi amor. Y luego continúa: ámense los unos a los otros como yo los he amado.

Este amor de Dios tiene como una secuencia: el Padre ama al Hijo, el Hijo nos ama a cada uno de nosotros y por eso nos elige junto a sí, y nosotros debemos amarnos como el mismo Jesús nos ama. Nos ama como el Padre lo ama a El, y por lo tanto, nosotros debemos amarnos de la misma manera, o sea con un amor casi divino, al modo de Dios.

Este amor, consiste en cumplir los mandamientos, es decir creer y amar a Jesús. Vivir en profundidad esta unidad con el Señor que va transformando la vida del cristiano. Y la transforma de tal manera que se vive en un gozo permanente. Justamente porque es la vivencia actualizada cada día del amor del Padre que va al Hijo, y del Hijo a cada uno de nosotros. Y de nosotros a los demás. Jesús nos llama amigos, ya no siervos, porque el servidor ignora lo que hace su Señor. El amigo en cambio sabe lo que hace su Señor.

Y qué es lo que hace su Señor? Es lo que hace Cristo al morir en la Cruz y resucitar para darnos la Vida. La mayor prueba de amor de Cristo por nosotros fue morir por nosotros y resucitar para conducirnos a la vida del Padre.

3. El amor del Hijo, tarea a realizar viviendo en la verdad como Iglesia.

Pero vivir como resucitados no es meramente deleitarse con los dones que el señor nos da, sino también tarea. Por eso continuamente Jesús nos dice vayan y enseñen a todo el mundo lo que yo les he enseñado. Vayan y comuniquen al mundo el amor que recibieron de mí. Vayan y den fruto. Amor del Señor que debe iluminar toda nuestra vida.

Como católicos se nos pide dentro de esta tarea del amor de Dios, el hecho de formarnos en el amor a la verdad.

San Pablo nos recuerda que (I Cor 13,6) la caridad se goza en la verdad. El amor por tanto se goza en la verdad.

En relación con esto, el estreno de la película el código da Vinci, sugiere algunas reflexiones.

En esa pseudo obra literaria se quiere destruir la divinidad de Cristo. Y como prolongación de esa tarea demoledora, la Iglesia es, según el autor, un invento de los hombres. O sea que se hiere el corazón mismo de nuestra fe.

Si Cristo no es Dios, cómo vamos a vivir que el amor del Padre al Hijo se continúa en nosotros, y qué sustento tendrá entonces el amor nuestro hacia los hermanos.

Si Cristo no es Dios, tampoco ha resucitado, y en ese caso vana es nuestra fe, nos dice S. Pablo (I Cor. 15,14).

Si Cristo no es Dios nosotros no somos más que un grupo de ignorantes que en el transcurso de los siglos hemos creído en una fábula.

Si Cristo no es Dios no podemos hablar de su amor por nosotros, venido del Padre, ni podemos continuarlo entre nosotros.

Esto nos compromete a estar dispuestos a salir a defender nuestra fe ante tantos ataques continuos, sabiendo que el Señor es signo de contradicción permanente (Mateo. 10, 34), que no trae la paz sino la espada de la división entre los que creen y los que no lo aceptan.

Esto nos debe hacer notar que no se ataca lo que no tiene importancia ni valor, sino que se persevera en atacar la Iglesia Católica porque se la descubre como verdadera. Tan es así que el seguimiento de Cristo suscita hasta la división –muchas veces- dentro de la familia misma (Mt.10, 37ss).

Continuamente se saca a la luz los pecados de sus miembros y con ello se pretende menoscabar a la misma institución.

Somos pecadores redimidos los que formamos parte de la Iglesia. La Iglesia es para los pecadores que necesitamos ser salvados, los que ya son santos no necesitan ser salvados.

Aunque la institución esté formada por pecadores no por eso pierde legitimidad. A nadie se le ocurre decir que la familia es mala en sí misma porque haya muchas familias destruidas o que no son verdadero ejemplo para las generaciones futuras.

La iglesia es atacada por ser la verdadera, aquella que permanentemente proclama la verdad que nos hace realmente libres de toda esclavitud. Por eso es importante sentirnos fortalecidos, siendo fieles a la verdad que hemos recibido de pequeños.

Estas persecuciones se originan en el demonio, que odia al hombre porque es querido por Dios por sí mismo, y fueron anticipadas por el mismo Señor Jesús (Mateo 10,17-24).

4. Gamaliel y el código da Vinci

Los capítulos 4 y 5 de los Hechos de los Apóstoles, que no conoce el autor de esta sedicente “historia”, nos muestra cómo al principio del cristianismo los apóstoles eran perseguidos por cumplir con el mandato de Cristo de dar a conocer el evangelio.

Se los intima repetidamente a que dejen de esparcir las llamadas por sus detractores, “falsas doctrinas”.

Pero ellos son conscientes que han de obedecer antes a Dios que a los hombres (vers. 29) y (cap.4, 19).

Pero además de la fidelidad a Dios quieren ser fieles a su conciencia, ya que están persuadidos que la verdad está en Cristo el Señor, de allí que no puedan callar lo que han visto y oído (cap.4, 20).

Y es en medio de esta confusión que Gamaliel, doctor de la Ley, dice ante el Sanedrín después de ejemplificar con el fracaso de los liderazgos humanos de Judas el galileo y un tal Teudas ( 5, 34 a 38): “ No se metan con esos hombres y déjenlos en paz, porque si lo que ellos intentan hacer viene de los hombres, se destruirá por sí mismo, pero si verdaderamente viene de Dios , ustedes no podrán destruirlos y correrán el riesgo de embarcarse en una lucha contra Dios” (vv 34 a 38).

La historia de dos mil años de Iglesia nos muestra qué acertado estuvo Gamaliel con esta enseñanza.

Aunque proliferen constantemente las persecuciones contra la Iglesia “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mateo 16,18).

5. La formación de los bautizados.

Todo esto ha de llevarnos a reconocer que nos falta mucho como católicos, ya que no nos preparamos para dar constantemente testimonio de nuestra fe.

Muchos católicos, -gracias a Dios, no todos-, se han quedado con lo que aprendieron en la catequesis preparatoria para los sacramentos de iniciación y al pasar los años, lógicamente esos rudimentos no alcanzan para responder los interrogantes que aparecen en la edad juvenil o en la adultez.

El itinerario formativo católico supone que a cada edad se ha de profundizar en la verdad revelada de acuerdo a la capacidad de entender en la que se madura progresivamente.

No hay que quedarse tranquilos en la ignorancia, es necesario avanzar cada vez más en la profundización de nuestra fe.

Hay católicos que dicen con soberbia: “yo lo sé todo, no necesito estudiar más”. Y si a la soberbia le agregamos la permanente ignorancia, tenemos la necedad.

Es necesario hacer teología, es decir, permanente reflexión de la fe para poder dar razón de la misma a los demás.

A veces se dice que se ha perdido la fe al leer esto o aquello, pero en realidad lo más probable es que ya se la haya perdido, ya que es un don, pero que hay que mantenerlo. Hay quienes esperan que pase algo para tener la excusa de dejar la fe que se ha recibido, o la vida que se lleva no acorde con lo que se piensa lleva a pensar como se vive.

Es difícil vivir dentro de la Iglesia con el cortocircuito de la conciencia que nos dice que no obramos según la fe.

En mi experiencia de más de veinte años de docencia en la Universidad Católica de Santa Fe, noto cuánto desconocimiento de la fe hay en tantos jóvenes que incluso han tenido cierta formación previa en sus familias o en institutos de enseñanza media católica.

Cuánta necesidad hay de profundizar nuestra fe, cuánta necesidad hay de superar los rudimentos de la fe que asimilados de pequeños no alcanzan a responder los grandes interrogantes de la vida adulta.

¿Qué decir de las enseñanzas referidas a la moral? Se han olvidado casi todas e influye más el poder de los medios que la recta razón iluminada por la fe.

De allí se explica el que estemos discutiendo todavía entre nosotros acerca de la perversidad del aborto, el cual muchas veces es justificado con razones que nada tienen que ver con un pensamiento desde la fe.

Una manera práctica de profundizar en nuestra fe será el de estudiar con espíritu reflexivo el Catecismo de la Iglesia Católica y el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, estando siempre actualizados en el conocimiento de los documentos emanados del sumo Pontífice y demás organismos de la Santa Sede y de nuestros Obispos.

Y comenzar con la auténtica formación desde la niñez, continuando con la juventud, tanto en las familias como en las parroquias e institutos educativos.

¡Cuantas veces he escuchado de los jóvenes decir: “Padre, que quiere que conozca si en mi casa nunca he recibido nada”!

¡Qué distinta es en cambio la realidad cuando la familia vive y testimonia la fe, y en ese clima sagrado crecen los hijos!

Las parroquias son por cierto un ámbito peculiar para la formación de las nuevas generaciones.

En este sentido puedo dar testimonio de ver cómo crecen los jóvenes, con la colaboración de la familia, cuando se les ofrece abundantemente el pan de la Palabra y de la Eucaristía.

Y una escuela católica con docentes que ofrezcan en su enseñanza una fe testimonial, será también un medio apto para el crecimiento de nuestros jóvenes.

No todo está perdido, y como lo intuyó sabiamente Juan Pablo II, hemos de buscar a las nuevas generaciones, ávidas de la verdad perenne como expresión de que el interior del hombre busca siempre a Dios.

La vaciedad del corazón tan común en los que se han alejado de Dios, fundamenta esta verdad.

Todo esto realizado en un clima de profunda humildad, seguros de que se cumplirán las palabras del Señor: “Te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes, y haberlas revelado a los pequeños”(Mateo 11,25).

Padre Ricardo B. Mazza, Párroco de “Nuestra Señora de Lourdes”, Santa Fe.

Profesor Titular de Teología Moral y Doctrina Social de la Iglesia en la Universidad Católica de Santa Fe.

ribamazza@gmail.com www.nuevoencuentro.com/provida www.nuevoencuentro.com/tomasmoro http://ricardomazza.blogspot.com

Santa Fe, 1º de Junio de 2006.

No hay comentarios: