8 de abril de 2024

El Dios de la misericordia reclama de nosotros, ya que hemos experimentado su amor, que tengamos nuestro corazón cerca de las miserias del prójimo



Los discípulos están temerosos porque piensan les puede pasar lo mismo que a Jesús, de manera que están en la casa con las puertas cerradas,  y es allí cuando Jesús se les aparece nuevamente, y se coloca en medio de ellos para ser visto por todos los presentes.
El texto bíblico (Jn. 20,19-31) refiere que se alegraron profundamente viéndolo el Señor, su temor se cambia en alegría y Jesús les otorga uno de los dones propios de la resurrección, el de la paz, saludándolos con "¡La paz esté con ustedes!"
Y en ese encuentro amical Jesús les dirá "Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". 
¿A dónde los envía? ¿cuál es la misión que  les encarga? la clave está en lo que sigue, ya que  soplando sobre ellos les dijo "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".
Ese es el mensaje que deben transmitir, el de la misericordia de Dios porque con estas palabras de conceder el poder de perdonar los pecados, Jesús instituye el Sacramento de la Reconciliación. 
En efecto, no solamente ha venido por el agua y la sangre (1 Jn. 5, 1-6), o sea, el agua del bautismo y la sangre de la Eucaristía,  sino también por el Espíritu  entregado para que puedan perdonar los pecados. Tenemos entonces tres sacramentos  que brotan del misterio pascual de Cristo, el bautismo por el que somos sumergidos en la muerte de Cristo y renacemos a la vida de la gracia, la Eucaristía por la cual tenemos presente a Jesús hasta el fin de los tiempos con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad y la Reconciliación por la que recibimos su misericordia abundantemente, por el ministerio del Orden Sagrado, instituido el jueves santo.
Este domingo precisamente fue establecido como domingo de la Divina Misericordia, en el que la Iglesia quiere transmitir la enseñanza que lo recibido de Dios, el estar Él con su corazón cerca de nuestras miserias, supone que nos comprometamos  a ser fieles aún más, a vivir plenamente el amor hacia el Creador, con el cumplimiento de los mandamientos (1 Jn. 5, 1-6), por lo que se demuestra el amor a Dios y al prójimo que ha de ser siempre aquello que guíe y  dé sentido a nuestra vida de fe como resucitados.
Precisamente  en la primera lectura tomada  de los Hechos de los Apóstoles (4,32-35) se describe la vivencia de fe, de esperanza y de caridad que caracteriza a las primeras comunidades cristianas.
Estaban unidos en el mismo sentimiento de amor a Dios, alabándolo en común porque los había salvado, y al sentirse  perdonados pensaban también en sus hermanos, por eso ponían en común lo propio, para indicar que la muerte y resurrección de Cristo había abierto los corazones de los cristianos a una generosidad mucho más grande, a no pensar meramente cada uno en sí mismo, sino en el otro.
A su vez, el Dios de la misericordia reclama de nosotros que pidamos por los pecadores, por aquellos que se han alejado de Dios o que nunca se han acercado, que seamos misericordiosos con los demás, tengamos nuestro corazón cerca de las miserias del prójimo, ya sean del corazón, del alma, de lo que sea, para que sintiéndonos próximos conozcamos el amor de Dios que se canaliza a través nuestro.
Pidamos al Señor de la misericordia que nos dé su gracia para que transformemos nuestra relación con el Señor y  con los hermanos.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 2do domingo de Pascua. Ciclo B.  07 de abril   de 2024.

1 de abril de 2024

Con la resurrección del Señor, tenemos ya la certeza de poder contemplar algún día el rostro de Dios.















Llegamos a esta noche de la vigilia pascual y comenzamos un tiempo nuevo, no solamente en el ámbito de la liturgia, sino en la vida personal de cada creyente, porque la muerte y la resurrección de Jesús ha renovado totalmente la existencia del hombre.
En efecto, el  hombre que rompió la amistad con Dios en el paraíso, recupera con la muerte y resurrección de Cristo la posibilidad de entrar nuevamente en el paraíso de los justificados y salvados.
Por eso, podemos cantar con el salmo (41) "mi alma tiene sed de Dios cuándo llegaré a ver su rostro", porque ahora ya tenemos la certeza de poder contemplar algún día el rostro de Dios.
El deseo de contemplar a Dios no es algo ilusorio, sino todo lo contrario, podremos verlo  cara a cara después de la muerte. 
Para ello,  Dios nos ha constituido su pueblo, como lo acabamos de escuchar en el profeta Ezequiel (36,16-28), comprometiéndose Él a ser nuestro Dios, purificando nuestro corazón de piedra y colocando un espíritu nuevo, por eso su promesa de alianza que "serán mi pueblo y yo seré el Dios de ustedes".
Ahora bien, ese pacto de la antigua alianza se perfecciona, se rubrica, en el pacto de amor que realizamos por la sangre derramada de Jesús. Comienza una vida nueva, por tanto, por lo que estamos caminando cada uno a la tierra prometida, buscando la tierra prometida, que  no está aquí, pero que estamos cierto de que existe.
Por eso ante la tentación del hombre de anclarse en esta vida temporal y pensar que aquí se encuentra la felicidad toda, tenemos la esperanza de encontrarnos con Dios y cantamos hasta que se realice esto  "Mi alma tiene sed de Dios cuándo llegaré a ver su rostro".
Los textos bíblicos de esta liturgia hacen referencia a que fuimos liberados del pecado, hablan de comenzar una vida nueva, de la que el mundo que no tiene fe no entiende y tampoco cree, por eso es muy importante ir al encuentro del Señor.
Estas mujeres que fueron al sepulcro (Mc. 16, 1-7) llenas de temor, se encontraron que Jesús ya no estaba,  todavía no terminaban de entender lo que había sucedido con el maestro, por eso el ángel del Señor les dice, "no está aquí: Vayan y anuncien que el que estaba muerto ahora está vivo, vayan y digan a los discípulos que se dirijan a Galilea, que allí lo encontrarán.
En Galilea comenzará la evangelización de la Iglesia que nació del costado abierto de Cristo, es en Galilea desde donde Jesús enviará a sus discípulos a hacerlo presente ante el mundo, dando testimonio de la salvación que el mismo Dios había prometido desde el principio.
Hemos muerto con Cristo en el bautismo, escuchábamos recién (Rom. 6,3-11), y hemos resucitado con Cristo también por el sacramento del bautismo, por eso, habiendo muerto al pecado, hemos nacido a la vida, a la vida del resucitado, y  es lo que tenemos que vivir y añorar permanentemente.
¡Ojalá nunca dejemos de desear la realización del misterio de la resurrección en nuestra propia vida!, y esto porque en el pasado ¿Cuántas veces corrimos el riesgo de caer en la desesperación al ver nuestros pecados, al ver nuestras miserias? ¿Cuántas veces creímos que todo estaba perdido y sin embargo no era así? 
El resucitado está con nosotros y  acompaña hasta el fin del mundo, nos esperará para recibirnos en la gloria del Padre, siempre y cuando, por supuesto, nos mantengamos fieles al Dios siempre ha sido fiel. 
Nuestra fidelidad será probada en el cumplimiento de los mandamientos, como enseña el profeta Baruc (3, 9-15.32-4,4), de modo que "la sabiduría es el libro de los preceptos de Dios, y la ley que subsiste eternamente: los que la retienen alcanzarán la vida, pero los que la abandonan morirán".
Dios nos hace pasar por el medio del mar Rojo (Éxodo 14,15-15,1) huyendo de la turbulencia de este mundo y de los perseguidores de los que tenemos fe, para conducirnos a la salvación, a la nueva patria, a la nueva tierra, a la nueva vida que Dios  ha prometido.
Continuemos hermanos en esta Vigilia Pascual degustando, reflexionando cada cosa que hacemos, para que el misterio de Cristo resucitado entre en nuestro corazón y nunca se pierda.
Habíamos dicho el primer domingo de Cuaresma que comenzábamos el tiempo para profundizar en el conocimiento del misterio de Cristo. Pues bien, la Cuaresma ha terminado, culmina también el Triduo Pascual, y  comienza el tiempo Pascual en el que realmente hemos alcanzado el conocimiento pleno del Señor, porque hemos participado del misterio redentor de su muerte y su resurrección. Ciertamente las gracias de lo alto no nos faltarán si nosotros nos mantenemos fieles al Señor como nuevos resucitados.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Vigilia Pascual. ciclo B.  30 de marzo   de 2024.


25 de marzo de 2024

¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?!

 




La proclamación de la pasión del Señor, según san Marcos (14, 1-15,47), conduce a que meditemos acerca de la soledad de Jesús que motiva el que lo sigamos en medio de sus tribulaciones.
Ya en el huerto de los olivos, Jesús en cuanto hombre, le pide al Padre  liberarse de la muerte en cruz, pero en cuanto su naturaleza divina, le dirá "no sea haga mi voluntad sino la tuya", y acepta el cáliz de la amargura, por lo que no puede dejar de vivir el abandono.
 Para el ser humano sentirse abandonado es algo tremendo. ¡Cuántas veces puede abrumarnos la angustia, la soledad, la tristeza, algún sufrimiento particular que nos hace sentir solos!
Ahora bien, la soledad de Cristo es superior a la soledad nuestra, incluso  es superior a la soledad que experimenta el hombre cuando ha caído en el pecado, porque Cristo lleva sobre sus hombros los pecados de todos los hombres, de todos los tiempos, desde el principio del mundo hasta el fin del mundo. 
Es decir, anticipadamente carga sobre sí los pecados que se cometerán también en el futuro. 
Por eso, esa soledad y ese grito desgarrador "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Sufre  la soledad al contemplar que también  sus discípulos huyen. Pedro  alardea diciendo que si es necesario iremos a morir contigo, pero más tarde ante la sirvienta del sumo sacerdote dirá, "no lo conozco, no sé quién es". ¡Todos han huido! 
El ser humano también a lo largo de los siglos no pocas veces huye de Cristo, no solamente por el pecado sino también huye cuando es incapaz de dar testimonio de Él en medio de la sociedad, en  la familia, en medio de un mundo cada vez más indiferente  de Dios, de un mundo que piensa que todo se resuelve aquí en la tierra cuando no somos más que polvo y en polvo nos hemos de convertir.
 Pidámosle al Señor que nos haga sentir lo que Él sufre. Como diría San Ignacio, experimentar en nosotros los dolores con Cristo doloroso, el quebranto con Cristo quebrantado, la soledad y pena con Cristo que está solo y apenado. 
Él,  como dice el apóstol (Fil.2,6-11), no se consideró mayor por ser Hijo de Dios, sino que al contrario se humilló hasta la muerte de cruz. 
Y eso le ha valido el ser exaltado por el Padre por lo que todo ser humano, ha de postrarse ante Él.
Pidámosle al Señor que nos proteja,  guíe y  conduzca al amor del Padre. 

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el Domingo de Ramos. ciclo B.  24 de marzo   de 2024

18 de marzo de 2024

"Si alguien quiere servirme, que me siga, correrá la misma suerte que Yo, pero será honrado por mi Padre" (Jn. 12)

 


El pecado de Judá fue tan grande, decíamos el domingo pasado siguiendo el segundo libro de las Crónicas, que ya no hubo más remedio  y, se narraba la caída de Jerusalén.
El texto de hoy tomado del profeta Jeremías (Jr. 31,31-34 vuelve a insistir en el hecho, enmarcado en el año 586 antes de Cristo, cuando Nabucodonosor destruye Jerusalén y el templo.
Jeremías era uno de los deportados y, a este profeta Dios se dirige dándole como misión consolar a su pueblo, por eso el capítulo en el cual está inserto el texto proclamado y el capítulo anterior,  forman parte  de la "consolación de Israel".
Jeremías predice que después de un período de cautividad en Babilonia, Dios traerá a su pueblo de vuelta a la tierra de Israel. Aunque los israelitas pasaron por momentos difíciles, Dios promete reunirlos nuevamente en su tierra después de setenta años
El pueblo judío, pues,  deberá ir al exilio para purificarse de su pecado, sin que  Dios lo abandone totalmente, ya que el profeta debe consolarlo, manteniendo la esperanza en la renovación de la alianza con Dios Nuestro Señor.
Pero ya no será una alianza proclamada desde el exterior sino que será marcada en el corazón de cada uno,  es decir, Dios tendrá a este pueblo como suyo y el pueblo lo tendrá a Dios como propio, si vive a fondo el pacto nuevo.
Ahora bien,  esta nueva alianza está mirando al futuro, a la  que  sella Jesús con su muerte en cruz, manifestada en la última cena cuando se entrega totalmente al hombre anticipadamente en la Eucaristía. 
Se van acercando las horas del calvario, de la pasión de Jesús, por eso es más urgente acercarse a Él.
El texto del evangelio (Jn. 12, 20-33) dice que unos griegos, no eran por lo tanto judíos pero seguramente simpatizaban con el judaísmo y estaban presentes en la fiesta de Pascua, se acercan a Felipe y le dijeron "queremos ver a Jesús", por lo que Felipe y Andrés se acercan al Señor y le comunican este deseo.  
Jesús no responde directamente a esto que se le plantea, sino que contesta manifestando que es necesario comprometerse con Él por el misterio de la cruz, de allí que refiriéndose a su persona, afirme que  el grano de trigo si es sepultado en la tierra y muere, da mucho fruto.
Por lo tanto, el Hijo del hombre ha de morir para dar mucho fruto.  
¡Qué comparación tan bella, ya que toda semilla debe morir en la tierra para dar vida! 
Y así, Jesús partiendo de esa imagen, dirá yo también debo morir para dar vida, por lo que cada uno de nosotros, si queremos caminar detrás suyo, también hemos de morir para dar vida, para presentar al mundo una nueva forma de vivir, una nueva forma de existir en la sociedad lejos de toda cultura que quiera atraparnos y esclavizarnos meramente en lo material.
Jesús dirá que será glorificado, que en la teología de san Juan refiere a su muerte en cruz  y posterior resurrección.
En efecto, este evangelista no habla de la pasión y muerte de Cristo, sino de su glorificación, que implica su muerte para alcanzar la salvación,  la nueva creación para cada uno de nosotros.
A su vez,  Jesús  expresa su dolor o su desamparo por cómo padecerá la agonía en el huerto ante la proximidad de la muerte, pero afirma que no pedirá ser liberado de la cruz porque justamente a eso ha venido, ya que por esta forma glorifica también al Padre.
Y es en ese momento que se escucha la voz del Padre prestando su asentimiento y, Jesús entonces, con su humillación, con su dolor, como recuerda la carta a los Hebreos (5, 7-9), aprendió a ser Hijo de Dios, asintiendo a la voluntad del Padre y entregándose totalmente, se ofrece en la cruz para la salvación del hombre.
¡Qué hermosa enseñanza  también para nosotros, porque si estamos realmente entregados al Padre, si seguimos la indicación del Padre que nos dirá más de una vez "escuchen a mi Hijo, síganlo realmente", nos preparamos para alcanzar la perfección evangélica, y  la vida que no tiene fin en la eternidad!.
Queridos hermanos: se nos promete una nueva vida, vayamos entonces presurosos a ver a Jesús, sabiendo que verlo es participar de su glorificación, es decir, de su muerte e implica comprometernos cada vez más con Él tratando que, como el grano de trigo, muriendo a nosotros mismos demos nueva vida dejando de lado todo aquello que nos erige  como más importantes que el mismo Señor.
Somos débiles y pecadores pero con la gracia del Señor podemos vencer los obstáculos que se presentan y  vivir una vida  diferente.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 5to domingo  de Cuaresma. ciclo B.  17 de marzo   de 2024

11 de marzo de 2024

Los judíos se han apartado del Señor, profanando el culto y cayendo en el pecado, llegando a tal punto que ya no hubo más remedio.......

Hemos escuchado en la primera lectura tomada del 2do Libro de las Crónicas (36,14-16.19-23) una interpretación teológica a la luz de la fe, de los acontecimientos que llevaron a la destrucción de Jerusalén, a la caída del reino de Judá y al destierro de los judíos a Babilonia. 

El texto es muy claro, la causa de estos males corresponde a la infidelidad del pueblo, ya que los profetas enviados por Dios son rechazados o muertos y, tanto los jefes como los judíos se han apartado del Señor,  profanando el culto y cayendo en el pecado, llegando  a tal punto que ya no hubo más remedio....... 
O sea, ya no se puede hacer nada para salvar al pueblo caído en la infidelidad a Dios, por lo que Jerusalén y el Templo son destruidos,  muere mucha gente y los sobrevivientes son desterrados a Babilonia. 
Pero Dios rico en misericordia, como escuchábamos en la segunda lectura, suscita a alguien para que el pueblo retorne a su tierra, y así, será el rey persa Ciro, quien permita regresar a los judíos a su tierra, ayudándoles para reconstruir el templo y la ciudad de Jerusalén.   
Como Señor y guía de la historia humana, Dios se vale de dos personajes diferentes: Nabucodonosor será la mano del castigo divino con el destierro por setenta años, y Ciro para mostrar claramente que todo está sujeto a la soberanía divina.
Reflexionando acerca de nuestra realidad actual, entendemos que el desastre al que ha llegado nuestra Patria se debe precisamente al olvido de Dios, a su desaparición de la cultura, de las costumbres, de la vida de muchos de los que gobiernan y los gobernados, donde el amasar fortunas mediante la corrupción de no pocos ha sido moneda corriente durante muchos años.
Todas esas injusticias indudablemente se vuelven contra la nación,  en especial la perversa ley del aborto que fue impuesta a todos los argentinos, clamando al cielo el grito de los inocentes sacrificados.
De allí la necesidad de volver a Dios, no solamente a través del culto, que es lo que reclama también el libro de las crónicas, sino también llevando una vida moralmente buena, buscando a Dios, agradándole y buscando siempre el bien de los demás. 
Recordemos que siempre el olvido de Dios lleva al olvido de los hermanos, ya que es imposible amar al prójimo si no se ama antes a Dios nuestro Señor. 
Y Dios amó tanto al mundo (Jn. 3, 14-21), proclama la liturgia de hoy, que envió a su Hijo único y lo entregó a la muerte, para que "todo el que cree en Él  no muera, sino que tenga vida eterna".
En efecto, es a través de la muerte de Cristo crucificado, por la que  la salvación del hombre está garantizada e invita a responder al Señor con la misma generosa entrega de nosotros mismos.
Ahora bien, Dios que, como dice el texto de San Pablo (Ef. 2, 4-10), es rico en misericordia, sin embargo, a menudo no sabe qué hacer con nosotros a causa del pecado personal o comunitario, de modo que la vida pecaminosa del hombre llega al colmo que, como observa la primera lectura, ya no hubo más remedio, ya no hay más remedio.
Pero Dios sigue apostando por nosotros y esperando la conversión, el cambio de vida, el tomar en serio el hecho de que somos hijos adoptivos del Padre que nos busca, que  ama tanto que entregó a su Hijo a la muerte por nuestra salvación. 
De allí, que así como fue levantada la serpiente de bronce en el desierto, en la época de Moisés, para que quienes habían sido mordidos por la misma, contemplándola se curaran, así también, elevado Cristo en la cruz,  los que creemos en Él seamos salvados. 
No se nos impone creer en Jesús, se nos invita a ello, y cada uno  deberá dar su respuesta, conociendo las consecuencias de su elección. Si cree en Dios, si cree en Jesús como salvador o si no cree en Él como salvador. Tenemos que mirar entonces al Cristo crucificado y ahí recordar entonces que tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo para salvarnos. Por eso es necesario que nos transformemos en hijos de la luz como recuerda en  Evangelio. 
San Juan, en el prólogo de su Evangelio y en el texto de hoy, precisamente habla de que vino la luz, pero las tinieblas o los que viven en las tinieblas no la recibieron. El que vive en el mundo tenebroso del pecado huye de la luz, porque sus obras quedan expuestas. El que obra en cambio conforme a la luz, obra al bien, no tiene problema en acercarse a Cristo que es la luz del mundo. 
Hermanos, avanzamos  en este tiempo de Cuaresma y llegaremos a la Semana Santa, a la Pascua del Señor y allí celebraremos justamente la resurrección de Cristo que después de haber pasado por la cruz, vuelve otra vez a la vida y nos entrega la vida eterna, porque el que cree en Él tiene la vida eterna. 
Pidámosle al Señor que se siga manifestando su poder, que el pecado sea abatido y vencido y brille con más esplendor la abundancia de su gracia divina que tanto necesitamos. 
Si bien Dios es rico en misericordia, es también justo y quiere nuestra respuesta. El mundo hoy en día sigue pensando en que Dios es tan bueno que hace la vista gorda a todo, sin embargo, el libro segundo de las Crónicas asegura que no es lo que sucede. 
Y esto es así, porque justamente el pecado enceguece a quienes lo hacen y culmina con la destrucción de ellos mismos, como acabamos de escuchar en la primera lectura. Pidámosle al Señor que  podamos salir siempre de los engaños del demonio para  brindarle a Dios un culto limpio y  entregarnos siempre a su servicio.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 4to domingo  de Cuaresma. ciclo B.  10 de marzo   de 2024

4 de marzo de 2024

La presencia del viejo templo de Jerusalén cede su lugar a aquel que es el Nuevo Templo, es decir, Cristo nuestro Señor.

 



En la liturgia de este domingo, encontramos varias enseñanzas para este recorrido cuaresmal que estamos haciendo hacia la Pascua. 
En la primera oración de esta misa, suplicamos a "Dios de misericordia y origen de todo bien,   que en el ayuno, la oración y la limosna nos muestras el remedio del pecado, mira con agrado el reconocimiento de nuestra pequeñez", reconociendo que le agradaba precisamente que nos humilláramos delante suyo.
¿Y por qué estos tres signos cuaresmales? porque el ayuno o cualquier penitencia cuaresmal, permite el dominio sobre el cuerpo,  luchar contra nuestras pasiones. La oración nos abre a Dios nuestro Señor, permite dirigirnos a Dios como indigentes que somos, y la limosna abre el corazón ante los demás que están  necesitados. 
De hecho, tanto la Sagrada Escritura como los santos Padres insisten que la limosna cubre multitud de pecados. 
La segunda enseñanza la encontramos en la primera lectura proclamada (Éxodo 20, 1-17), donde Dios realiza su alianza, su pacto, con el pueblo de Israel, con el pueblo elegido. 
Para realizar este pacto, Dios recuerda al pueblo que Él lo sacó de Egipto, de la esclavitud, para hacerlo libre. Pero ahora es el momento de la respuesta del pueblo de Israel al amor divino que han recibido. 
La respuesta será la vivencia de los mandamientos que permiten al hombre justamente seguir siendo libres, porque el pecado esclaviza,  es causa de todos los males en la sociedad. 
De hecho, si toda la humanidad cumpliera los diez mandamientos, el mundo sería totalmente distinto. Por lo que a través de estos mandamientos, o diez palabras, que es lo que significa el término decálogo, Dios señala en qué consiste el culto que  debemos darle y, por otra parte, cómo ha de ser nuestra relación con el prójimo.
A estos diez mandamientos o diez palabras, Jesús los  resume en dos: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu vida, y amarás a tu prójimo como a ti mismo". 
Los mandamientos liberan el corazón del hombre,  ayudan a salir de la esclavitud del pecado, como Dios liberó de Egipto a Israel.
En efecto, el pecado de los orígenes oscurece el entendimiento del hombre y debilita su voluntad, por lo que la ley muestra el camino que lo hace libre, ley divina impresa en el corazón humano y que puede ser conocida por todos por medio de la razón.
En tercer lugar nos encontramos con el texto del Evangelio (Jn. 13-25). Se acercaba la pascua de los judíos y Jesús llega al templo de Jerusalén y observa que en el atrio del templo, se encuentran los cambistas que ofrecen el dinero del templo a cambio de las monedas romanas, con las que no se puede ingresar, y a su vez se encuentran los animales que la gente compra con el dinero cambiado para después ofrecer en sacrificio a Dios. 
De manera que este era un espectáculo bastante común y Jesús lo sabía, pero toma la determinación de expulsar a todos del recinto porque quiere dar un signo.
Echa a los vendedores, expulsa a los animales y dirá "no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio".
¿Qué quiere señalar con esto el Señor? Enseña con este hecho que con su muerte y resurrección termina el culto del Antiguo Testamento y comienza el del Nuevo Testamento, y así la presencia del viejo templo de Jerusalén cede su lugar a aquel que es el Nuevo Templo, es decir, Cristo nuestro Señor. 
En efecto, Jesús se convierte en aquel que se entrega al Padre por la salvación del hombre, se ofrece en sacrificio, por eso también la expulsión de los animales, porque la única víctima que será ofrecida y que satisface al Padre es precisamente Él mismo, que se entrega como ofrenda perfecta, agradable a Dios. 
Y así, Jesús  se constituye en el Nuevo Templo  e invita a todos que nos transformemos en Nuevo Templo del Espíritu. Precisamente viviendo estas tres condiciones de las que hablaba en primer lugar, el ayuno, la oración, la limosna, y caminando por este camino de la liberación que son los diez mandamientos, podemos ser templos del Espíritu Santo y  dar también culto verdadero a Dios nuestro Señor. 
Por otra parte, la muerte en cruz de Jesús no es comprendida ni por judíos ni por paganos refiere San Pablo (1 Cor. 1, 22-25). Pero lo que parece ser algo insensato a los ojos de los demás, para Dios es un signo de sabiduría, si parece como signo de debilidad, insiste el apóstol, para Dios es un signo de fortaleza. Porque justamente a través del empequeñecimiento, de la humillación, es como Jesús salva,  redime y conecta nuevamente con el Padre del Cielo. 
Ojalá mientras caminamos en este tiempo de cuaresma nos convirtamos con todo lo que ofrece el Señor como medio. 
Aspiremos a una conversión sincera, que el Señor realmente pueda sentirse feliz porque hemos transformado nuestra vida, no sea que suceda lo que señala el texto del Evangelio, que si bien se habían convertido unos cuantos creyendo en Jesús, sin embargo  no les prestaba mucha atención porque como conocía el interior de cada uno, sabía que su conversión era pasajera y no permanente. 
A eso hemos de aspirar nosotros, a una conversión, a una reforma de vida que perdure en el tiempo, no solamente para el tiempo de cuaresma o para la pascua, sino que sea realmente un camino nuevo para cada uno. 
Pidamos la gracia de lo alto para que siempre contemos con la ayuda divina para llevar a cabo todo esto que Dios nos propone.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 3er domingo  de Cuaresma. ciclo B.  03 de marzo   de 2024

26 de febrero de 2024

Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, por lo que nos concederá por Él toda clase de bendiciones.

 


Este segundo domingo de cuaresma invita en la primera lectura a meditar acerca del sacrificio de Isaac (Gn.22,1-2.9a.10-13.15-18), que es anticipo  del sacrificio mismo de Jesús. 
Y así, Isaac cargando la leña para su propio holocausto es un anticipo  de Jesús  que llevará sobre sus espaldas el leño la cruz; a su vez, es  Isaac  el hijo amado de Abraham, mientras Jesús es el Hijo amado del Padre que se entrega para la salvación del mundo, por lo que ambos hijos se destacan por ser obedientes a la voluntad paterna.
Ahora bien, quizás nos preguntemos por qué Abraham no se siente extrañado por este pedido del Señor en el que estaba en juego el presente y también el futuro. En efecto, si Dios le prometió a Abraham ser padre de una descendencia multitudinaria, ¿cómo podía ser que su hijo Isaac muriera? ¿Qué explicación tiene este pedido? Los biblistas que han estudiado este pasaje y han dado diversas interpretaciones, declaran que en el texto hay una voluntad expresa de Dios exigiendo que se terminen los sacrificios humanos. 
No olvidemos que en la antigüedad (siglos VIII y VII  antes de Cristo) también en Israel se sacrificaban niños, asimilando así costumbres paganas  de otros pueblos. Por eso es que Abraham no se sorprende porque conocía todo esto de los sacrificios humanos. 
Pero también está la otra interpretación de que Dios no quiere sacrificios sino obediencia y, precisamente Abraham cuando lleva a su hijo para hacer de él un holocausto, esto es, la destrucción de la ofrenda por el fuego, está cumpliendo con lo que se le ha ordenado por lo que Dios  aprecia su obediencia y confianza en su Señor.
De hecho, es constante la indicación divina que no quiere  sacrificio, ni penitencia, sino obediencia, obedecer  significa "ob audire", tener el oído presto para escuchar a Dios y  seguir su palabra y voluntad.
Una vez que pasan la prueba Abraham e Isaac, queda bien en claro  que el patriarca busca la voluntad de Dios, se ha entregado a Dios desde el principio, desde que salió de Ur de los caldeos y sigue entregándose a la voluntad del Padre. 
Pero el único sacrificio que quiere el Padre, del cual es un signo el sacrificio de Isaac que no se llevó a cabo en definitiva, es el de Jesús que se ofrece al Padre para la salvación del mundo. 
Es muy fuerte lo que afirma San Pablo en la segunda lectura escribiendo a los cristianos de Roma (8,31b-34) al decir que Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, por lo que nos concederá por Él toda clase de bendiciones.
O sea, si el Padre ha hecho eso con su Hijo, ¿cómo no va a escuchar  nuestras súplicas y peticiones en el transcurso de nuestra vida? Porque el sacrificio de Jesús en la cruz ciertamente es un llamado para que nosotros también nos sintamos más comprometidos con Él, porque por la muerte en cruz fuimos redimidos. 
Por otra parte, considerando el texto del Evangelio (Mc. 9,2-10), nos damos cuenta que el misterio de la transfiguración confirma que después de la pasión y de la muerte del Señor, viene su resurrección. 
Jesús ha estado diciéndole a sus discípulos que va camino a Jerusalén para ser sacrificado, pero los discípulos están en otra cosa. Y así, cuando hace el primer  anuncio, Pedro dice que eso jamás sucederá,  y Jesús le contesta ¡sal de aquí Satanás! Están también los hijos del Zebedeo pidiendo a través de su madre que uno se siente a la derecha y otro a la izquierda de Jesús cuando esté en su gloria y además los discípulos peleando también para saber quién era el más grande. 
O sea, en lugar de entenderlo al Señor que habla de su pasión y muerte y de lo que esto va a significar para el mundo, siguen en sus propios proyectos, en sus mezquinos pensamientos y no pueden llegar justamente al corazón del Señor. 
¡Qué paciencia les tenía Jesús a sus discípulos, vivía diciéndoles las cosas con claridad, sin embargo  ellos estaban en otro mundo! 
Quizás algo también acontece con nosotros, ya que el Señor  habla de renuncia, de entrega, de sacrificio por la salvación del mundo y la humanidad está con otra onda,  pensando en otra realidad. 
En el texto del Evangelio el Señor invita a animarnos a subir al monte Tabor en el cual  se  transfigura ante los tres discípulos que lo acompañan mostrándose como Hijo de Dios, resplandeciendo su divinidad  delante de los hombres. 
Quiere prepararlos, y con ellos a nosotros también, para lo que viene, de modo que en el momento de la pasión no se escandalicen, porque después de la muerte sigue la resurrección, viene la gloria para el Señor y para todo aquel que lo siga con amor, con decisión de imitarle en todo momento. 
¡Qué bien estamos aquí! dice Pedro, porque la manifestación de Jesús lo ha deslumbrado, como a Santiago y a Juan, pero no termina todo eso en ese momento, ya que  se escucha la voz del Padre que dice "Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo". 
Esta manifestación del Padre acerca de Jesús, no solamente se dirige a los discípulos que tienen que escuchar al Señor anunciando su propia muerte, sino que también nosotros estamos llamados a escucharlo y  entender lo que significa el misterio de la cruz, a la que busca decididamente porque por obediencia al Padre desea morir de esa manera y salvar a la humanidad. 
El sacrificio de Jesús solamente puede ser comprendido mirándolo desde la fe. En efecto, ¿por qué tenía que morir el Señor? ¿No podía haber salvado  Dios al mundo de otra manera? Sí, pero  entonces no hubiéramos entendido el sentido redentor del sacrificio, del sufrimiento, del dolor, de la amargura del corazón por la que tuvo que pasar el Señor. 
También para nosotros se transfigura, muestra su divinidad para que no nos asustemos ni retrocedamos ante el sacrificio que Él hace de Sí mismo por la humanidad entera, sino que lo sigamos completando en cada uno su pasión y muerte, y así poder algún día estar con Él en la gloria del cielo.
En definitiva, el plan divino que pasa por la muerte de Jesús es para que podamos vivir a fondo lo que somos por el bautismo, hijos adoptivos del Padre. 
Pidamos entonces al Señor que nos dé su gracia, que nos escuche y conceda fuerza para  seguir sus pasos, el misterio del dolor que se transforma en gloria para la salvación del mundo y que otorga sentido  a lo que no pocas veces es difícil de sobrellevar. 
Quiera Dios nos transformemos de tal manera que vivamos una existencia nueva camino a la Pascua.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 2do domingo  de Cuaresma. ciclo B.  25 de febrero   de 2024

19 de febrero de 2024

El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mt. 4,4b)

 


Recién cantábamos en el salmo interleccional, "Muéstrame Señor tu camino y guíame por él" y de esa manera caemos en la cuenta que  el tiempo de cuaresma es un camino de salvación ya que estamos invitados a buscar un conocimiento más profundo del misterio de Cristo, -como hemos pedido en la primera oración de la misa- y vivir conforme al mismo, de modo que esta sea la meta de nuestra existencia, lo que le dé sentido a nuestra vida.
Precisamente  por el sacramento del bautismo hemos sido marcados para siempre como hijos adoptivos de Dios, de manera que la existencia humana no tendría sentido si no camináramos permanentemente hacia ese encuentro personal con el Señor.
El tiempo de cuaresma es pues, un tiempo de conversión ya que Dios pasa a nuestro lado e invita a una revisión profunda de nuestra vida, pero no para quedarnos en el puro lamento por lo que observamos en nuestra existencia, sino para mirar hacia adelante, teniendo un proyecto de vida renovado por el conocimiento superior del misterio de Cristo y una adhesión a esa vida nueva que se  ofrece a todos.
El Señor  presenta en su propia vida un camino, y así  en el texto del Evangelio (Mc. 1,12-15) hemos escuchado que después del bautismo en el Jordán  fue llevado e impulsado por el Espíritu que había descendido sobre Él, al desierto, que no solamente es el lugar del encuentro con Dios, sino también el ámbito en el que es tentado, y en el que padecemos lo mismo, cuando nuestro corazón está desértico o cuando no está unido a Cristo nuestro Señor.
El espíritu del mal aprovecha para tentarnos  por medio de nuestras debilidades que él  conoce muy bien, por eso  hemos de conocernos más profundamente para saber de qué manera vamos a afrontar estas tentaciones, estos influjos demoníacos que siempre tendremos en nuestra vida de bautizados.
También a nosotros el Espíritu, después del bautismo, nos impulsa y  lleva al desierto, a este desierto de la vida, porque muchas veces no está presente Dios, pero que conduce  para que veamos cómo Jesús vence al Espíritu del mal y le imitemos en medio de las pruebas.
El texto del evangelio de Jesucristo según san Marcos es muy escueto, no menciona qué tipo de tentaciones tuvo el Señor, sino que  dirá que fue tentado de diversa manera, que convivía con las fieras, cumpliéndose aquello del profeta Isaías en que llegarán días en que también reinará la armonía en medio de la naturaleza animal, y los ángeles le servían, ángeles que servían también a Adán en el paraíso.
Encontramos en este ejemplo de Jesús que es tentado y resulta victorioso ante el enemigo, una conexión con el libro del Génesis que narra la creación y el pecado del hombre, porque mientras que Adán fue expulsado del paraíso, Jesús venciendo al maligno convoca a todos nuevamente a este paraíso que es su reino, que  proclama en Galilea, afirmando que "el reino de Dios está cerca",  porque está presente el mismo Jesús que proclama la novedad de la vida que significa aceptarlo Él como Hijo de Dios hecho hombre.
A su vez, dada la presencia del Reino, que es Él mismo, exclama a toda persona que quiera escucharlo, "conviértanse y crean en el Evangelio", siendo este el grito permanente del tiempo cuaresmal.
No tendría sentido este tiempo penitencial si el corazón del hombre no se transforma, porque el Señor pasa, -como decía- al lado nuestro, e invita a una existencia nueva, porque Dios quiere hacer con nosotros un pacto, como lo hizo con Noé (Gen. 9, 8-15).
Acabamos de escuchar en la primera lectura, que una vez pasado el diluvio, símbolo del bautismo, Dios hace un pacto con Noé y con sus hijos,  pacto unilateral, porque  Dios promete no volverá a suceder esto de nuevo, sin pedirle nada al hombre a cambio, porque sabe de nuestras debilidades, por las que no pocas veces pasamos de la fidelidad a la infidelidad al Evangelio, de la amistad divina a la falta de ella, siguiendo  Dios  confiando en nosotros, porque la alianza perfecta con el hombre se realiza en el sacrificio de la cruz.
Precisamente proclama esta verdad el apóstol san Pedro (1 Pt. 3,18-22) al decir que "Cristo murió una vez por nuestros pecados -siendo justo padeció por los injustos- para llevarnos a Dios. Entregado a la muerte en su carne, fue vivificado en el Espíritu".
Y especifica que el diluvio es figura del bautismo por el que somos salvados, significando un "compromiso con Dios de una conciencia pura" para comenzar una vida nueva.
Queridos hermanos  hemos de poner lo mejor de nuestra parte para avanzar en el conocimiento de Cristo y lograr la conversión, el amor de Cristo, la amistad con Cristo.
Hemos de cambiar  en la forma de pensar, no dejarnos esclavizar por pecado alguno, porque Cristo ha muerto para que seamos libres, libertad que alcanzamos en el bautismo para responder a la gracia de lo alto y no quedar  de nuevo esclavos del espíritu del mal que busca siempre someternos y separarnos de Cristo.
Pidamos humildemente la gracia de lo alto para poder realizar esta conversión creyendo en la necesidad de vivir más y más a fondo el evangelio que nos proclama Jesús.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 1er domingo  de Cuaresma. ciclo B.  18 de febrero   de 2024

15 de febrero de 2024

Elevemos nuestras súplicas a Dios para que derrame generosamente su misericordia sobre quienes lo buscamos.

 


Con este día de cenizas, comenzamos el tiempo litúrgico de cuaresma, que es un período especial de gracia, ya que contamos con la posibilidad de hacer este recorrido penitencial, recordando los cuarenta años en que los judíos demoraron para llegar a la tierra prometida, actualizando el tiempo que estuvo Jesús en el desierto siendo tentado por el demonio, en fin, tiempo de gracia al cual estamos llamados a vivir intensamente. 
Que no acontezca otra vez lo que muchas veces sucede en nuestras vidas, que llegamos a la Pascua y decimos, "no he aprovechado el tiempo de cuaresma para prepararme a este misterio tan grande de la muerte y resurrección de Jesús". 
Por eso, más que hacer una promesa, tratemos de vivir a fondo cada día como si fuera el único y, así renovar nuestro deseo de conversión.
Hemos de elevar nuestra súplica de confianza a Dios para que tenga misericordia de cada uno y nos ayude a buscarlo ansiosamente.
El profeta Joel (2, 12-18) refiere a la necesidad del sacrificio, del quebranto de los corazones para comenzar de nuevo la amistad con el Señor y, San Pablo (2 Cor. 5, 20-6,2) proclama "déjense reconciliar con Dios", porque viene Él al encuentro del hombre y la reconciliación puede quedar en la nada si no respondemos generosamente al misterio de salvación al cual se nos invita a vivir. 
El texto del Evangelio (Mt.6,1-6.16-18) describe los tres signos que marcan el camino de la penitencia, o sea, la limosna que cubre multitud de pecados, la oración que permite humillarnos delante de Dios reconociendo su grandeza y la pequeñez humana y, el ayuno,  que implica dejar de lado lo que puede separar del Señor. 
Precisamente el Papa San León Magno en una de sus homilías sobre el ayuno, hablará sobre todo del ayuno de pecado, debiendo estar allí nuestra atención. 
Vivir intensamente la cuaresma es ingresar de lleno en el misterio de Cristo y en nuestra condición de hijos adoptivos de Dios, el cual  espera de cada uno que ya fue redimido por la Cruz, una respuesta de entrega, de amor, y de búsqueda  de su amistad. 
Todos somos pecadores, por lo que no podemos mirar de reojo al prójimo pensando que somos santos y los demás en cambio  pecadores, como lo hizo el fariseo aquel que se comparaba en su oración con el publicano porque él se sentía superior al otro.
Todos necesitamos reconciliarnos con Dios, lo cual urge, perentoriamente se nos llama a buscar al Señor,  la amistad con Él, a  dejar de lado todo aquello que impide su amistad y su gracia. 
El Señor nos da este año otra oportunidad de volver a Él, de dar la espalda a todo lo que sea malo y adherirnos a lo que sea bueno, dispuestos a practicar aún con nuestras limitaciones, el Evangelio del Señor, por lo que la buena noticia se nos transmite cada día para que escuchemos la voz del Señor y la pongamos en práctica.
"Ojalá escuchéis hoy su voz y no cerréis vuestros oídos", proclama el Salmo, por eso hemos de comenzar esta cuaresma con confianza en la ayuda de Dios. 
Reconocemos que somos débiles, pero que nuestra fortaleza procede de Dios, no depende de las fuerzas propias de cada uno.
Siempre somos débiles y muchas veces estamos abrumados por nuestras culpas y por aquellas cosas que nos cuesta vencer y que repetimos continuamente, pero con la gracia de Dios todo es posible, todo puede ser transformado. 
En el rito de la imposición de cenizas se pide que recordemos la necesidad de conversión cubriéndonos con  ceniza, porque  recuerda  aquello de que somos polvo y en polvo hemos de convertirnos.
Ante el misterio de la muerte que sabemos  llegará a cada, nos damos cuenta que somos polvo y al polvo retornamos, para con la gracia de Dios, participar de la gloria que no tiene fin.
Pidamos al Señor su gracia, no tengamos miedo en responderle, hagamos todo lo posible para crecer en santidad cada día, meditando la palabra, practicando el ayuno de acuerdo a nuestras posibilidades, siendo generosos en la limosna y suplicantes en la oración. 

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el miércoles de cenizas. 14 de febrero   de 2024


12 de febrero de 2024

Señor, Tú eres mi refugio y me colmas con la alegría de la salvación (Salmo 31)

 


En el Antiguo Testamento, el libro del Levítico contiene muchas prescripciones, que debían cumplir los judíos, ya sea para mantenerse en la pureza ritual, ya sea para tener una práctica constante de ciertas normas que incluso los diferenciaba de otros pueblos. 
Una de las prescripciones reglaba la conducta a observar ante el enfermo de lepra, el cual debía ser desplazado de la comunidad por razones sanitarias,  declarándolo impuro, y porque se consideraba la lepra como castigo divino  por el pecado, se lo excluía del culto, para mantener la pureza  ritual también (Lev. 13, 1-2.45-46).
De modo que el enfermo era impuro por doble motivo, la razón sanitaria, porque la enfermedad era contagiosa, y el motivo cultual también porque no se lo consideraba puro religiosamente hablando. 
Por lo tanto era ya un muerto en vida,  anunciando su impureza a su paso, siendo su compañía la de otros leprosos, viviendo en lugares apartados del campamento o residencia del pueblo.
En caso de curarse podía retornar a la comunidad previa autorización del sacerdote que testimoniaba su curación.
Si vamos al texto del Evangelio (Mc.1, 40-45) contemplamos la presencia de Jesús que viene a mostrar su cercanía ante el enfermo.
Por eso no es de extrañar que el leproso se acercara a Jesús, estando esto  prohibido, ya que seguramente este hombre había escuchado que el Señor curaba a muchos enfermos y él podría curarse.
El enfermo se acerca a Jesús, se arrodilla, siendo esto signo de humildad y al mismo tiempo de fe, y le dice, "si quieres puedes limpiarme", expresando su deseo de salud para su cuerpo, pero que lo deja al criterio del Señor, no viene con una actitud de querer imponer,  sino de súplica confiada porque ha curado a otros. 
Y Jesús hace algo que estaba prohibido por la ley de Moisés, se acerca, toca al enfermo y le dice, "quiero, queda purificado". 
No olvidemos que según la ley también, Jesús al tocar al enfermo,  se convierte en impuro para los ojos de la comunidad, pero como vemos, Jesús que es el enviado del Padre, prescinde de todas esas categorías y viene a mostrar una actitud totalmente superadora. 
No se ata a la ley como tal, sino que obra en unión con el Padre para la salvación de la persona, y se conmovió, es decir, en sus entrañas se sintió tocado por ese espectáculo del hombre enfermo y por eso le dijo, "quiero, queda purificado".
Sin embargo,  lo enviará al encuentro del sacerdote, ya que eso lo exigía la ley y Jesús lo quiere respetar, no tanto porque fuera estrictamente necesario porque ya estaba curado, sino porque necesitaba el testimonio del sacerdote para entrar nuevamente en la comunidad de los purificados. 
A su vez,  advierte, "no digas nada a nadie", para mantener así, lo que en san Marcos se denomina el secreto mesiánico. 
Es decir, Jesús quiere mantener en secreto, podríamos decir así, su misión y su papel de Hijo de Dios y de Mesías para que la gente no se acercara a Él nada más que por interés o por considerarlo un Mesías político y no como era el Hijo de Dios hecho hombre. 
Pero este hombre purificado no puede dejar de comunicar por todas partes  que ha sido curado dando gracias a Dios por su sanación.
Jesús  está enseñando que se acerca a cada uno de nosotros porque de alguna manera somos leprosos, que por el pecado nos convertimos en aquellos que están alejados de Dios y que necesitamos de su misericordia para participar nuevamente de la comunión con Él.
Liberados del pecado podemos avanzar en esta vida dando ejemplo de santidad como el Señor espera de cada uno de nosotros.
Por eso siempre hemos de pedir al Señor que nos cure y  purifique para que cada día podamos imitarle más y más como  enseña el apóstol San Pablo en la segunda lectura (1 Cor. 10,31-11,1).
San Pablo insiste en que todo lo que hagamos, "ya coman, ya beban, o cualquier cosa que realicen, háganlo todo para la gloria de Dios". Este fue el lema de San Ignacio de Loyola, Ad Maiorem Dei Gloria, "para la mayor gloria de Dios", consigna que trató de comunicar siempre la primera santa mujer argentina que el Papa canonizó hoy, llamada  Mamá Antula o santa María Antonia de san José.
Ella, expulsados los jesuitas del Reino de España y de otros lugares,  trata de que los ejercicios espirituales no mueran. 
A pesar que estaba prohibido predicar los mismos, ella se mantendrá firme y tratará de llegar a las almas por medio de los ejercicios de San Ignacio, buscando siempre la conversión y que la gente comience una vida nueva, todo para la mayor gloria de Dios. 
Deja esta santa un ejemplo hermoso de que nunca debemos bajar los brazos ante las dificultades de la vida o de la cultura de nuestro tiempo y que siempre hemos de apostar por todo aquello que sea para el bien de nuestros hermanos y para la gloria de Dios. 
Por eso pidamos al Señor por la intercesión de esta santa argentina que nos dé la gracia de ser fieles a lo que hemos recibido y fieles también a proclamarlo a toda aquella persona de buena voluntad que quiera conocer el Evangelio de Jesucristo.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 6to domingo del tiempo "per annum" ciclo B.  11 de febrero   de 2024