24 de marzo de 2025

Dios tiene paciencia con nosotros, reclama la conversión de vida y promete la salvación si damos frutos abundantes de bien.

 
Los textos bíblicos de este domingo tercero de cuaresma que acabamos de proclamar, ponen el acento en la necesidad de la conversión para no perecer, como señala el texto del Evangelio.
Comenzando por el libro del Éxodo (3,1-8.13-15), contemplamos cómo se concretó la vocación de Moisés, el cual  estaba despreocupadamente ocupándose del rebaño de su suegro Jetrò.
A través de una zarza ardiente  Dios se presenta y le manifiesta que tiene una misión para  él, que consiste en guiar al pueblo de Israel, que está en Egipto,  a la tierra prometida, que mana leche y miel. 
Se trata de una misión que implica de parte de Dios, haber escuchado el lamento, la angustia de un pueblo sometido y esclavizado. 
Y Moisés pregunta acerca de que cuando vaya al encuentro del pueblo, ¿qué les diré? ¿Cuál es el nombre de quien lo eligió para conducir al pueblo sometido? Es importante esto, porque para la mentalidad antigua, conocer el nombre implicaba una forma de posesión de la otra persona. Y Dios responde, aunque no da su nombre,  "yo soy el que soy", señalando así su existencia desde toda la eternidad, en el pasado, en el presente y en el futuro. 
Es decir, los israelitas deben conocer que de ese modo el Dios de sus padres Abraham, Isaac y Jacob  es quien envía a Moisés.
O sea, "yo soy", es quien elige y envía a Moisés,  para que conduzca al pueblo a la salvación,  pueblo que no solamente debe salir de la esclavitud de Egipto, sino que debe cambiar totalmente su manera de vivir y de pensar, y dejar de lado todo lo que haya de idolatría, lo  que se ha adherido de paganismo a su conciencia o a su costumbre. 
En efecto, habiendo vivido tantos años en medio de un pueblo extranjero, no es de extrañar que se hayan apartado del Dios de sus padres, de Abraham, de Isaac, de Jacob, y que por lo tanto vivieran conforme a las costumbres del mundo egipcio. 
Por eso tienen que purificarse a través del desierto y desprenderse de todo aquello que impedía vivir una alianza perfecta con Dios.
Ese Dios que los guía, como señala el apóstol San Pablo (ICor. 10, 1-6.10-12), que  en el desierto alimenta y apaga la sed del pueblo con el agua de la roca que era Cristo , por lo que Dios tiene entonces actitudes muy especiales de amor para con el pueblo elegido. 
Sin embargo,  muchos quedaron tendidos en el desierto, no entraron en la tierra prometida a causa de su infidelidad, porque caminar por el desierto significaba también abandonar todo aquello que pudiera impedir el culto verdadero con el Dios de la alianza. 
De manera que es importante descubrir todo lo que Dios indica siempre al pueblo elegido,  que debe cambiar,  que ha de convertirse.
También nosotros que caminamos por esta vida,  tenemos en nuestro existir apegos idolátricos, que no son propios de los cristianos. 
¡Cuántas costumbres del mundo y de la sociedad se nos pegan en nuestro obrar  cotidiano o incluso miramos con buenos ojos cuanto en realidad no forman parte del plan de salvación que Dios tiene para con cada uno de nosotros! 
De manera que el tiempo de cuaresma es también un tiempo para caminar purificándonos, y descubrir si realmente Dios es lo más importante en nuestra vida cotidiana. 
¿En qué debemos cambiar o convertirnos actualmente? ¿O en qué debemos progresar si ya hemos cambiado? 
El texto del Evangelio (Lc. 13,1-9) muestra a un Jesús que  previene, que dice que no son más malos o más pecadores aquellos que han sufrido un accidente o han muerto, sino que todos hemos de pasar por esa conversión tan necesaria, que abre las puertas al Dios verdadero y que permite dar frutos en abundancia. 
Pero al mismo tiempo muestra Jesús la paciencia de Dios, en la figura  de la higuera en medio de la viña que no da fruto. 
La higuera siempre fue un ejemplo que personifica al pueblo de Israel, que muchas veces por su infidelidad no da frutos. Pero también indica la paciencia de Dios. 
Por eso ante la posibilidad de cortarla y desecharla, porque no hubo conversión, ni cambio, ni fruto alguno, Dios decide dar un tiempo más para que esa higuera pueda producir frutos de santidad. 
Así también Dios tiene paciencia con nosotros, y mientras  reclama una conversión y una vida nueva,  asegura darnos un tiempo más,  para que no durmamos, ni quedemos tranquilos, ni pensemos que todos los años sucederá lo mismo, sino que en cualquier momento se nos puede pedir cuenta por los frutos. 
Pidamos la gracia de Dios para que podamos avanzar, pero creciendo, en el amor de Dios y en el seguimiento de Cristo.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  el tercer domingo de Cuaresma. Ciclo C. 23 de marzo de 2025

17 de marzo de 2025

Jesús se transfigura, asegurando que la cruz redentora es el paso necesario para ser santos y ver el rostro resplandeciente de Dios.



Estamos caminando bajo el signo de la cuaresma, tiempo de esperanza, que nos promete la resurrección final, pasando por la cruz, pero también el año santo tiene como punto central la esperanza, de la que Dios  nunca defrauda. 
Así aconteció con Abraham, que esperó contra toda esperanza, mientras salía de su tierra y parentela. Dios le había prometido una gran descendencia, pero su hijo no nacía, por lo que él vuelve a insistir, como persona que está ansiosa por tener un heredero, alguien que siga sus pasos. 
Y Dios repite que tendrá una descendencia numerosa, y para sellar esto,  realiza un pacto, que es unilateral ya que sólo Dios se compromete. 
En efecto, se realiza el rito de pasar por el medio de un animal descuartizado, indicando como era habitual en ese tiempo, que lo mismo le ha de suceder  si alguno de los que se comprometen no cumple con su palabra. 
De manera que es un signo, es un rito cargado de significación, ya que Dios pasa entremedio del animal descuartizado, asegurándole así a Abraham que se va a cumplir su palabra. 
Pero es necesario que Abraham salga de sí mismo, así como sale de su tierra y de su parentela, tiene que salir de sí mismo y mirar hacia adelante,  esperando el cumplimiento de la promesa. 
A su vez, en este tiempo de cuaresma, también hemos de salir de nosotros mismos, comenzar a caminar en la esperanza, despojándonos de toda seguridad que provenga del mundo, para solamente contemplar la gracia que el Señor nos brinda. 
Dios que nos ama, promete lo mejor para nuestra vida, la transformación interior proveniente del misterio pascual, la muerte y resurrección de Jesús. 
La esperanza hacía que Pablo tuviera su mirada puesta en la gloria del cielo (Fil.1,17-4,1). 
Sin embargo, señala escribiendo a los filipenses, que hay quienes tienen como finalidad de su vida el pecado, la lujuria, el desenfreno, pero que él y otros creyentes esperan la gloria de Dios, como ciudadanos del cielo, por lo que se orientan hacia  la cruz de Cristo, mientras están en el mundo.
Esperan ver el rostro de Dios que se les promete a los elegidos, por eso, la senda que ha de recorrer el creyente es el camino de santidad. 
Dejar de lado aquello que tienta, aquello que aparece como mejor, pero que en definitiva  conduce a la propia destrucción. 
Sólo Dios salva y  promete los bienes verdaderos, los del cielo. 
Jesús nuestro Señor, a su vez, se transfigura (Lc. 9, 28b-36), revelando su divinidad para darnos fuerza en medio de las necesidades de esta vida. 
Esta transformación de Jesús en el día de la transfiguración, justamente es continuación de lo que Él ya había dicho, anunciando a los apóstoles su pasión, su sufrimiento, su muerte, su resurrección, por lo que esa perspectiva de muerte en Jerusalén,  de alguna manera trajo desasosiego para los apóstoles, temiendo lo que sucedería. 
Por eso Jesús se transfigura, para asegurarles que la cruz de la vida  es un paso necesario, siendo la meta ver el rostro resplandeciente de Dios, de la gloria manifestada en el Monte Tabor. 
En ese momento comprendieron que la promesa de la gloria futura debía ser buscada y percibida por ellos mediante la esperanza.
Pedro manifiesta su gozo al contemplarlo a Jesús en su gloria, por lo que dirá "qué bien estamos aquí".
En el encuentro con Dios, contemplando su rostro, estaremos bien,  tendremos la paz total,  será colmada toda esperanza,  no habrá necesidad alguna de lo pasajero, será una vivencia de la divinidad. 
La transfiguración del Señor, por lo tanto, nos anima a mirar la cruz de una manera nueva,  sabiendo que es necesario pasar por el misterio de la cruz, como señala San Pablo, que anticipadamente en el tiempo vivió  Abraham. 
Porque todo lo que es prueba, todo lo que es sufrimiento, que aparece en la vida del hombre, no es más que un camino de purificación interior que conduce siempre a la perfección, a la plenitud de vida.
Cristo Nuestro Señor se transfigura, pero eso no es suficiente, se escucha la voz del Padre, que da testimonio de su Hijo: "Este es mi Hijo muy querido. Escúchenlo". 
Y así, tenemos la certeza que escuchando a Jesús, viviendo conforme a sus enseñanzas, encontramos la plenitud de vida que  necesitamos. 
Escuchándolo a Jesús, siempre vamos a transitar por el camino de la verdad, sin error alguno, sin opresión alguna, sin nada que  pueda impedir crecer en la verdad y en el bien. 
Pidamos hoy al Padre eterno, que en este tiempo de cuaresma, celebrando el año santo de la esperanza, podamos encontrar esa seguridad en Cristo Nuestro Señor que permita a lo largo de nuestra vida, aún en medio de las pruebas,  servirlo de corazón, llevando a la práctica su palabra,  comunicándola, a su vez,   a otros.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  el 2do domingo de Cuaresma. Ciclo C. 16 de marzo de 2025

10 de marzo de 2025

"Con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se confiesa para obtener la salvación" (Rom.10,8-13)

 


Comenzamos este sagrado tiempo de cuarenta días para caminar en el desierto interior y encontrarnos con Dios con corazón renovado.
Días propicios para profundizar en el misterio de Cristo, y  conocernos más a nosotros mismos, de modo que a la luz del ejemplo de Jesús, aprendamos a combatir al maligno que acecha siempre nuestro caminar y busca hacernos sucumbir en el pecado, para  alejarnos de Dios y de la meta del reino de los cielos. 
Este tiempo evoca los cuarenta años en el que el pueblo elegido caminando  en el desierto se encontró con Dios y fue probado por el espíritu del mal, por lo que no pocas veces abandonó al Creador y otras tantas retornó nuevamente a Él al descubrir que lo único que sostiene precisamente en la vida humana es la unión con el  que nos ha dado la vida, que nos llama a vivir como hijos adoptivos suyos.
Cuarenta días pasó Moisés en el monte preparándose para recibir las tablas de la ley, y otro tanto estuvo suplicando por el pueblo pecador caído en la idolatría del becerro de metal.
Cuarenta días caminó el profeta Elías  hasta llegar al monte Tabor y se encontrara con Dios.
Cuarenta días estuvo Jesús en el desierto ayunando y orando, siendo después tentado por el demonio.
Nosotros también estamos convocados para que en estos cuarenta días vayamos al desierto interior para encontrarnos con Jesús,  conocer sus enseñanzas y llevarlas a la práctica.
Ir al desierto con el deseo sincero de conversión, haciendo silencio en nuestra vida buscando no enloquecernos con las redes sociales, con el celular, con los acontecimientos del mundo, sino estar atentos a lo que sucede pero en clave de salvación y descubriendo la voluntad de Dios sobre el mundo y sobre cada uno de nosotros.
Eligiendo el seguimiento salvador de Jesús, caminamos buscando la santidad de vida, que  eleva por encima de las miserias y permite  encontrar la verdad plena presente en la enseñanza del evangelio. 
El texto del Evangelio (Lc.4,1-13) describe las tres tentaciones comunes que el espíritu del mal presenta al hombre durante su vida.
La primera tentación es el atractivo por los bienes de este mundo que acapara la atención y por los cuales somos capaces de dar la vida. 
La sociedad de consumo es el reflejo más claro de cómo se presenta esta tentación con frecuencia, por eso Jesús dirá que no sólo de pan vive el hombre, no sólo de los bienes materiales vive el hombre, no sólo del placer vive el hombre aunque éste sea a veces bueno, sino de la palabra, de la voluntad de Dios Nuestro Señor. 
Sabemos perfectamente que no pocas veces el placer que obtenemos en esta vida es efímero y que deja un sabor amargo en el corazón del hombre cuando se trata de un pecado. Por eso,  para combatir esta tentación, hemos de vivir austeramente, no enloquecernos, no estar pensando en tener más y más cosas, sino más bien en ser mejores seguidores de Cristo, virtuosos que buscan la voluntad del Padre. 
La segunda tentación es la del poder. El ser humano también se enloquece tratando de poseerlo, incluso algunos siguiendo al demonio, y así,  hay muchos que adoran al espíritu del mal con tal de conseguir en este mundo el poder y estar por encima de los demás, cayendo incluso en la tentación de igualar al mismo Dios. 
Ese poder proveniente del diablo o de modo pecaminoso, nos utiliza,  otorga muchas cosas en este mundo, por lo cual hemos de luchar y pensar más bien en vivir la humildad a imitación de Cristo.
Y la tercera tentación es  la de buscar el éxito. ¿A quién no le gusta ser alabado, reconocido, solicitado en este mundo? Ser puesto en el pináculo del éxito, ser reconocido como alguien importante, sospechando incluso que esto es también pasajero, ya que como dice el dicho, "sic transit gloria mundi",  "así pasa la gloria del mundo". 
El éxito es pasajero, aparece pero  después se desvanece. Por eso más que buscar el éxito en esta vida, intentemos sobresalir por la virtud, por la vida de santidad, por el seguimiento de Cristo. 
Reconozcamos con espíritu de fe que fortalecidos con el ejemplo del Señor podemos caminar en este mundo haciendo frente al  tenebroso del maligno que busca apartarnos de Dios, de aquél a quien siempre hemos de ofrecer las primicias de nuestros frutos espirituales. 
Precisamente la primera lectura (Deut. 26,4-10) nos habla de cómo el hebreo ofrecía a Dios las primicias de las cosechas, reconociendo que a Él se lo debía, porque  siempre lo estuvo salvando de todo peligro y de todo mal.
Nosotros también hemos de ofrecer las primicias de la cosecha,  los frutos de bondad que podemos ir adquiriendo en este tiempo de cuaresma, sabiendo que es importante crecer en esa profesión de fe de la cual habla San Pablo en la segunda lectura (Rom. 10,8-13). 
Creer en Cristo Nuestro Señor y Salvador, creer que Él es el Hijo del Padre que vino a salvarnos por el misterio de la cruz y resurrección y que invita a tomar esta cruz salvadora, recordando que "con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se confiesa para obtener la salvación". 

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  el Ier domingo de Cuaresma. Ciclo C. 09 de marzo de 2025

6 de marzo de 2025

Aprovechemos este tiempo de bendición para conocernos más interiormente, y vencer de ese modo al maligno, comprometiéndonos cada vez más con Jesús.

 

Después del pecado original, el hombre quedó inclinado al mal, víctima a menudo de su concupiscencia y, Dios rico en misericordia, prometió un redentor al cual envía en la plenitud de los tiempos, a su Hijo, que se hace hombre en el seno de María, y entra en nuestra historia, para guiarnos por el camino de la salvación. 
A su vez,  la venida del Señor fue anunciada por los profetas al pueblo elegido, Israel, en el cual iba a nacer el Salvador. 
Y a lo largo de la historia, se va repitiendo las infidelidades del ser humano, y la misericordia de un Dios que perdona, pero que purifica a través de las pruebas al pueblo pecador, y lo convoca, lo llama, para que vuelva nuevamente por el camino de la alianza. 
Y así, nos encontramos con que la historia de la salvación humana se transforma por la acción de Cristo en la salvación de la historia, porque Jesús con su muerte en cruz nos redime, y permite que reconciliados nosotros con el Padre del Cielo, podamos aspirar nuevamente a la vida eterna. 
En este caminar de la historia humana, Dios  ofrece cada año este tiempo de gracia, el tiempo de cuaresma, para que volvamos nuevamente a Él, dejándonos reconciliar con Dios, como dice el apóstol hoy (2 Cor 5,20-6,2), siendo, a su vez, cada uno de los creyentes instrumento de reconciliación entre los hermanos.
O sea, nosotros tenemos que ser reconciliadores delante de otros, para que todos se sientan llamados a la reconciliación con Dios. 
Sin embargo, es importante en estos tiempos tomar conciencia otra vez del pecado, cuyo sentido se ha perdido como reconocía Pío XII en 1948, y   hoy se ha agudizado más que nunca . 
Hoy más que nunca el ser humano cristiano, el bautizado, piensa que nada es pecado, en todo caso un error, una equivocación, que no es imputable a persona alguna, o se piensa que Dios es tan misericordioso que siempre perdona. 
Y es cierto que siempre perdona, pero espera siempre nuestra conversión, nuestro arrepentimiento, que volvamos la espalda al pecado y comencemos una vida nueva, realizando el bien. 
Para colmo de males, hoy no solamente la sociedad  dice que el hombre es una especie de dios, sino que también dentro de la misma Iglesia hay voces, incluso de pastores, que van diluyendo el sentido del pecado, y que enseñan que ya nada es pecado, o que depende de las intenciones de cada uno, o que el ser humano en su debilidad no puede vivir virtuosamente, y por lo tanto es inútil seguir trabajando por la perfección cristiana. 
Por eso hemos de volver siempre a los orígenes, mirarnos a nosotros mismos, aprovechando este tiempo de cuaresma, revisar nuestra vida, recorrer los mandamientos, y viendo las distintas actitudes que tenemos ante Dios y el prójimo, para saber cuáles son nuestras debilidades, qué es lo que hacemos para no dejarnos seducir por el espíritu del mal, qué hacemos para fortificar nuestro espíritu, porque el espíritu puede estar muy dispuesto, pero la carne es débil, y volvemos nuevamente a caer. 
Aprovechemos este tiempo de bendición para conocernos más interiormente, y vencer de ese modo al maligno, comprometiéndonos cada vez más con Jesús. 
La misma Iglesia ofrece, fundada en las enseñanzas de la Escritura, este camino tan especial de la limosna, la oración y del ayuno, como posibilidades concretas para  ir purificando nuestro interior. 

En efecto, recordemos que la limosna cubre la multitud de pecados, como dice la Escritura, y enseñan los padres de la Iglesia. Que el ayuno vence, o ayuda a vencer nuestros apetitos más desordenados, pero sobre todo vivir el ayuno del pecado, como dice San León Magno. Y la oración, que debe ser siempre una oración, en la que pedimos perdón y pedimos también al Señor nos guíe por el camino de la santidad. Comencemos entonces el tiempo de cuaresma, confiados en la gracia de lo alto.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  el Miércoles de Cenizas, Comienzo de la santa Cuaresma. 05 de marzo
de 2025



3 de marzo de 2025

Iluminados por la Palabra divina, guiemos con nuestro ejemplo y por el camino de la verdad a nuestro prójimo, dando frutos de santidad.


Nos expresa el Libro del Eclesiástico (27,4-7) que el ser humano es conocido por su palabra, por lo que podríamos decir que por Jesús, Palabra viva del Padre, nos remontamos y conocemos al Padre. 
A su vez, el texto del Evangelio (Lc.6,39-45) recuerda que de la abundancia del corazón habla  la boca,  de manera que a través del lenguaje, comunicamos al exterior lo que hay en nuestro interior.
Afirmamos además que un árbol bueno solamente da frutos buenos, y un árbol malo da frutos malos, y que lo mismo también acontece con el ser humano, ya que cuando éste es bueno, se conoce su bondad a través de su palabra y a través de sus obras,  y por el contrario, cuando el ser humano es malo,  su maldad  se manifiesta al exterior con palabras y con  obras. 
Y así, siempre tenemos la posibilidad de conocernos por los frutos que producimos, y conocemos al prójimo, a su vez, por medio de sus frutos de bondad, ya de palabra, ya de obra.
Sin embargo, en relación con el conocimiento del prójimo, el Señor advierte que no podemos con ligereza juzgar el interior de las personas, porque solamente Él conoce lo que hay en el corazón del otro, de manera que es necesario mirar primero la viga de nuestro ojo, para sacarla, y luego la  brizna que hay  en el ojo del otro.
De manera que es necesario tener en cuenta que muchas veces a través de las palabras y de las obras, si bien conocemos al ser humano, este conocimiento es engañoso y, corremos el riesgo de caer en una consideración equivocada, y emitir un juicio bueno cuando la persona es mala, o un juicio malo siendo una persona buena. 
Siempre hemos de actuar con prudencia, con discernimiento, buscando descubrir siempre la verdad, por eso  nos advierte Jesús en el Evangelio de hoy, que no busquemos corregir meramente a los otros de sus pecados y errores, sin ver primero lo que hay en nosotros, no sea que como ciegos guiemos a otros ciegos.
Suele suceder que nos molestan los defectos o pecados ajenos, porque comprobamos que también existen en nosotros, y así corrigiendo a otros, estamos reprochando lo que existe en  nosotros.
Y así, al ver reflejada nuestra interioridad en el proceder del otro, fácilmente juzgamos al prójimo. porque no nos atrevemos a juzgarnos y a reprocharnos lo que somos y, entonces sacamos esto afuera para corregir al prójimo. 
De manera que hemos de estar siempre atentos para descubrir a través de nuestra palabra y de nuestras obras qué es lo que hay en el interior, si hay bondad o si hay malicia. Si uno se observa a sí mismo con profundidad, ciertamente va a encontrar siempre cosas oscuras, que obviamente preferimos que nadie las conozca, aunque Dios sí las conoce en profundidad y sabe lo que hay en nosotros. 
De allí la preocupación por vivir siempre buscando a Cristo, seguirlo a Él, vivir conforme a su palabra, a su enseñanza, teniendo siempre una mirada que otea el futuro. ¿Qué futuro? El de la gloria eterna.
Al respecto, recuerda san Pablo, en la segunda lectura (I Cor.15,54-58) que llegará el momento en que será vencido el mal y será vencida la muerte. Respecto a lo que todavía posee poder sobre nosotros, tanto el pecado como la muerte, tenemos la seguridad, la certeza de que el día que Dios lo decida, será destruido no solamente todo mal, sino que también la muerte dejará de tener sentido en nuestra vida.
Pidamos al Señor que nos ilumine con su gracia, para que cada día busquemos lo que quiere de nosotros y sepamos hablar y orar conforme a su voluntad y a nuestra dignidad de hijos de Dios.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  el octavo domingo durante el año. 02 de marzo
de 2025


24 de febrero de 2025

En nuestra existencia temporal debe sobresalir un estilo de vida en el que rija el amor a los enemigos e imitación del Padre misericordioso.

Los hombres terrenales, que proceden del primer Adán, dice San Pablo (I Cor. 15,45-49) viven conforme a lo terrenal. En cambio, los hombres celestiales, que como Cristo proceden del cielo, son celestiales, de modo que "de la misma manera que hemos sido revestidos de la imagen del hombre terrenal, también lo seremos de la imagen del hombre celestial".
O sea, si queremos ser transformados en hombres nuevos, celestiales, hemos de obrar conforme a lo que Dios quiere de nosotros.
Precisamente, Jesús marca una línea de conducta completa en el texto que acabamos de proclamar (Lc. 6,27-38), y consiste en la imitación del Padre en lo que respecta a la relación con el prójimo.
Recibimos la enseñanza que manifiesta que la forma de vencer al enemigo y al mal, es haciendo el bien, por lo que el amor a los enemigos, resulta ser una verdadera revolución en el mundo.
En efecto, el cristianismo trae esta novedad que no posee ninguna religión, la de amar a los enemigos, devolver con el bien el mal recibido, hablar bien de aquellos que lastiman o que murmuran sobre nosotros, no guardar resentimiento sobre nadie, buscar siempre la salvación de nuestros hermanos, sean estos buenos o malos. 
Lo que realmente cambia el mundo  es el amor que otorga  Cristo, el cual vivimos y  transmitimos al prójimo en medio de la sociedad.
Es cierto que se trata de algo que cuesta, que es difícil, pero con la gracia de Dios todo es posible, por lo que  es necesario salir de nosotros mismos, del  egoísmo que esclaviza nuestro yo, y mirar más allá buscando el bien del prójimo.
Justamente lo que hace zozobrar a nuestra sociedad es el clima de odio, de desamor, de espíritu de venganza, de crítica, del juicio permanente por el que no tenemos piedad de nuestros hermanos. 
La vivencia del Evangelio implica ser misericordiosos como el Padre del Cielo lo es, siendo prolongación de la misericordia divina, o sea, teniendo nuestro corazón cerca de las miserias del hermano,  para entender al otro, para ayudarlo a que cambie, para que vea en nosotros alguien que se preocupa por su bien espiritual. 
¡Cómo cambia la vida  presente cuando se llena de esos sentimientos que son propios de Cristo nuestro Señor, el cual ha venido a sacar al hombre del pecado y de la muerte para conducirlo a la vida eterna, a la vida que no tiene fin! 
Queridos hermanos: no estamos llamados para vivir pensando en cómo destruir al otro o vengarnos de sus ofensas, sino que somos convocados a hacer realidad ese amor a los enemigos, como lo tuvo el mismo Cristo que en la cruz dijera al Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen, cuando siempre estuvo dispuesto a acercarse al pecador para rescatarlo de su miseria, de su pecado y darle la oportunidad de encontrarse con el Padre del Cielo. 
El Señor es muy exigente en el pedido que  hace a cada uno de nosotros y marca concretamente un estilo de vida que debe sobresalir en medio de la sociedad y que debe distinguirnos siempre de aquellos que no profesan la fe en Cristo nuestro Señor. 
En definitiva, el juicio siempre Jesús lo remite al Padre ya que "Yo no he venido a juzgar al mundo, sino a salvarlo".
Lo cual no significa que el ser humano pueda hacer cualquier cosa, pensando en que Dios es tan bueno que perdona siempre, ya que ha de regir un  corazón arrepentido, que esté dispuesto a cambiar,  un corazón que haga el propósito de comenzar una vida nueva. 
Alguien que realmente se ha sentido tocado por el amor de Dios, ha de  abrazarse a ese amor de Dios con una vida totalmente nueva. Pero quien permanece con el corazón cerrado al amor divino y  al prójimo, y busca hacer todo el mal que  quiere, no puede apelar a la misericordia de Dios como un pasaporte de salvación. 
Queridos hermanos, estamos llamados a esta vida nueva que Dios ofrece también a cada uno de nosotros, respondamos con generosidad para que en el mundo reine la paz, abunde el amor  a Dios, que se prolonga en el amor a los hermanos. Amén.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  el séptimo domingo durante el año. 23 de febrero de 2025


17 de febrero de 2025

"¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en él tiene puesta su confianza! Él es como un árbol plantado al borde de las aguas...y nunca deja de dar fruto"

La idea central de este domingo refiere a que existen  delante de cada uno de nosotros dos caminos, uno que lleva a la vida y otro que lleva a la muerte, uno que lleva a la felicidad plena sobre todo la vida eterna y el otro que lleva a la muerte.
De hecho si tomamos el texto del profeta Jeremías (17,5-8) de entrada afirma que "¡maldito el hombre que confía en el hombre y busca su apoyo en la carne, mientras su corazón se aparta del Señor!". Ahora bien, estas palabras no significan que no es ilícito confiar en nadie, sino refiere a que se pierde aquí el hombre que pone en este mundo su confianza meramente en lo humano, en lo que está de moda o aceptado por la sociedad, o se apoya en las ideologías vigentes en cada momento histórico de la humanidad, que piensa que son verdaderas todas las cosas que la sociedad plantea como tal aunque sean totalmente contrarias al evangelio.
Sucede incluso entre los católicos, que todo aquello que no refiere precisamente al evangelio está tomado y visto como algo excelente, como algo hasta superador de la mirada propia del pasado que se considera demasiado atada a la moral, a las virtudes, a la religión.
Las uniones de hecho, el auge de la homosexualidad, la corrupción aceptada en los negocios, las religiones orientales y el peligro del panteísmo presente en el corazón humano, el relativismo en todos los campos, justifican y aplauden el endiosamiento de una exacerbada libertad humana en desmedro de la verdad y del bien.
Esta situación hace que la persona viva en una tierra  "salobre e inhóspita", o sea, que en definitiva como se ha atado a lo pasajero, así también aquello en lo que ha puesto su confianza se  desvanece en el tiempo.
En cambio, "¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en él tiene puesta su confianza! Él es como un árbol plantado al borde de las aguas...y nunca deja de dar fruto", es decir, se trata de aquel que confía en Dios, que busca seguir su voluntad y se goza en escuchar su palabra.
Feliz el que pone en el Señor toda su confianza!" (salmo 1) cantábamos recién en el salmo responsorial, cuya meta es hacer siempre el bien sabiendo que esto le conducirá al encuentro definitivo con Dios nuestro Señor.
El texto del evangelio (Lc.6,17.20-26) presenta el mismo planteo por medio de las bienaventuranzas. Según los exégetas, la versión que trae Lucas de las bienaventuranzas posiblemente es la más cercana a la predicación del Señor.
Lucas no toma las ocho bienaventuranzas de las que habla Mateo, sino que se centra en cuatro de ellas, que hacen feliz a la persona y por el contrario, toma los famosos "hayes" que corresponden a un estado digamos miserable para quien ha optado de una manera diferente a seguir la voluntad de Dios.
"¡Felices los pobres de espíritu!", afirma en primer lugar, estos son los que no se atan justamente a las riquezas de este mundo, pensando que las mismas le dan seguridad en medio de la sociedad.  Si tenemos en cuenta lo dicho por Jeremías, hay gente que ha puesto su confianza, su seguridad, en la riqueza, en el poder, en la gloria de este mundo. 
Al respecto, conocemos lo que Jesús ya dijo en relación con el hombre que había cosechado tanto que lo único que pensaba era en guardar, acumular y darse buena vida y, Dios le dice "esta noche morirás ¿para quien va a ser todo esto?".  
Con lo cual vemos que la riqueza no da ninguna seguridad de vida, ni de felicidad, mas bien  cierra el corazón de la persona ante las necesidades del prójimo,  como aconteció con el famoso rico Epulón que mientras él banqueteaba, el pobre Lázaro se alimentaba de las migas que caían de la mesa.
Lázaro  tenía puesta su confianza en Dios, porque aquel que no tiene nada, confía en que su Creador, puede sacarlo de sus miserias, dándole respuesta a sus necesidades.
Esto conduce a pensar que el hombre cuanto más se encuentra con Dios, lo sigue y se alegra en él, encontrará la felicidad mientras viva en este mundo, en medio de las persecuciones y luego la gloria.
Recordemos, a su vez, que en la actualidad, seremos dichosos toda vez que nos dejen de lado por ser creyentes o tengamos que sufrir todo tipo de persecución a causa del evangelio, ya que imitaremos al mismo Jesús en su pasión y muerte, aunque no sea cruenta para nosotros como lo fue para Él.
En definitiva se trata de que cada uno de nosotros analice su vida personal presente, pasada y futura, a la luz del evangelio y nos preguntemos realmente que cabida tiene en nuestra existencia cotidiana la presencia de Dios.
¿Realmente Dios da sentido a mi vida? ¿me gozo en su palabra? ¿me confío en su poder y su potencia? ¿trato de agradecerle todo? o más bien ¿prefiero emanciparme de él y llevar la vida cotidiana según lo que nos muestra el mundo pensando que allí está la verdadera felicidad y seguridad?
Todos sabemos por experiencia que la felicidad que podemos gozar en este momento es limitada, no dura para siempre, llega el momento en que se experimenta el vacío del corazón, fruto de la ausencia de Dios en nuestro caminar diario.
Pidamos al Señor que nos de su gracia para que vivamos  siempre como resucitados, como invita san Pablo. Precisamente, el apóstol san Pablo (I Cor. 15,12.16-20) enseña que si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe, mientras que si Cristo ha resucitado, también nosotros resucitamos en el bautismo y resucitaremos al fin de los tiempos, a la vida eterna de la gracia que ya comenzamos a vivir mientras transitamos en esta vida.
Vayamos entonces al encuentro del Señor y busquemos en Él la seguridad, la verdad, el bien, la vida definitiva que se nos promete y que nos espera.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  el sexto domingo durante el año. 16 de febrero de 2025

10 de febrero de 2025

La pesca, la evangelización, dará mucho fruto toda vez que quien evangeliza, se apoye en la voluntad de Jesús, que es la del Padre.

Dios elige a los que quiere, no por su sabiduría o por su destreza para predicar su palabra, sino que elige a cada uno porque es su voluntad, y  se inclina por quien  es considerado  inútil,  débil, o falto de sabiduría, para que se vea que de su poder viene todo don y grandeza humana.
Incluso llama para continuar con su obra a pecadores, con tal que se conviertan y estén dispuestos a vivir de otra manera, como aconteció con San Pablo. 
Y esto ya se observa en el Antiguo Testamento, por eso  en la primera lectura nos encontramos con la vocación, el llamado al profeta Isaías (Is.6,1-8). 
Él en una visión contempla la grandeza de Dios, y ante esta gloria divina conoce que es nada. 
Sin embargo, Dios envía a un serafín  para que poniéndole una brasa en la boca, le dijera "tu culpa ha sido borrada y tu pecado ha sido expiado", de manera que en él se cumplió aquello que dice San Pablo, "por la gracia de Dios soy lo que soy". 
De manera que ante la pregunta que se hace el mismo Dios, "¿a quien enviaré?", Isaías dirá, "¡aquí estoy, envíame!", con lo cual contemplamos a un profeta totalmente transformado por la gracia y la fuerza de Dios, decidido a llevar a cabo la misión que se le ha encomendado. 
En el Nuevo Testamento contemplamos a Jesús que elige a los primeros discípulos que lo  acompañarán para llevar el mensaje del Evangelio (Lc.5,1-11). 
Él es el salvador del mundo y lo hará muriendo en la cruz y resucitando al tercer día, pero quiere que su misión esté acompañada y precedida por el obrar de aquellos a quienes elige y que después de su retorno al Padre, continuarán su obra. 
En el Evangelio encontramos  que Jesús elige a Simón,  Santiago y  Juan como pescadores de hombres, misión diferente a lo que hacían.
Según el texto, habían  intentado pescar durante la noche, pero nada habían logrado. Como especialistas en el tema sabían que la tarea iba a ser infructuosa.
Sin embargo, al pedido del Señor de remar mar adentro y echar de nuevo las redes, Simón  dirá "si tú lo dices, echaremos las redes" y confiando en su palabra  dejará de lado su propia experiencia. 
Y pescando en lo profundo, llenaron las redes de tal manera que las dos barcas casi se hunden por el peso de las redes repletas de peces. 
Es interesante ver en todo esto todo un signo, y es que  la pesca, la evangelización, dará mucho fruto toda vez que el que evangeliza, el que es enviado, se apoya en el parecer del Señor, en su voluntad.
Es decir, no priman los propios criterios o los conocimientos del pescador, sino el pedido e indicación de Cristo nuestro Señor. 
Y por otra parte, pescando en lo profundo, o sea siguiendo a Cristo en serio,  con compromiso, no un seguimiento superficial, pasajero, blandengue, sino un seguimiento que comprometa a toda la persona. Por eso es que el mismo san Pablo (I Cor. 15,1-11) enseña que tanto él como otros testigos de la resurrección evangelizan llevando a todo el mundo lo que se llama el kerigma de la predicación. 
O sea, enseñando que Jesús murió por la salvación del mundo, resucitó y se apareció luego a muchos, los cuales son los que dan testimonio de esa su resurrección. 
De manera que es el misterio de la muerte y la resurrección el que  eleva al hombre a una dignidad nueva porque es el comienzo de la salvación. 
San Pablo dirá que es el último, como el fruto de un aborto,  ya que fue perseguidor de la iglesia, pero que sin embargo el Señor lo eligió, de modo que por gracia de Dios es lo que es. 
Eso nos indica que ninguno de nosotros puede excusarse diciendo que vale poco o que es muy pecador, sino que ha de sentir ese llamado a misionar y a evangelizar y lanzarse  a esta tarea hermosa que es hacer presente a Jesús en la sociedad en la cual estamos insertos. 
Hermanos: Pidamos a Dios  que nos ha elegido  desde el sacramento del bautismo, que podamos conocer la misión a la que somos convocados para  hacerlo presente en la sociedad y, así con nuestro ejemplo, con nuestro testimonio, podamos atraer a muchos al encuentro personal con Jesús y seguir así en la iglesia evangelizando a todos aquellos que todavía no lo conocen o lo conocen mal como Salvador del hombre.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  el quinto domingo durante el año. 09 de febrero de 2025

3 de febrero de 2025

Las puertas eternas del Cielo se abren para que entre Jesús, el Salvador, y para que también nosotros vayamos caminando detrás suyo.

 

Ciertamente Jesús y María Santísima, o José, no estaban obligados a cumplir la ley de Moisés, ya que comienza con el Mesías la vigencia de la ley del evangelio.
Sin embargo, el Hijo de Dios, al asumir nuestra naturaleza humana y vivir entre nosotros,  manifiesta siempre disponibilidad para observar la ley de Moisés, aunque la perfecciona con gestos nuevos, siendo ejemplo mostrando que ha venido para hacer la voluntad del Padre. 
¿Qué marcaba la ley de Moisés? ¿Cuál es el origen de este ofrecimiento del varón primogénito en el Templo? Remontémonos al Antiguo Testamento, cuando Dios, para sacar al pueblo de la esclavitud de Egipto, decide la muerte de todos los primogénitos de los egipcios y así,  el ángel exterminador pasa por cada casa y el primogénito varón muere. 
Este hecho, de alguna manera, empuja al faraón a dejar salir al pueblo, comenzando la liberación del pueblo elegido. 
La ley de Moisés ordenaba que recordaran esto a lo largo del tiempo, por lo que  debían educar a los hijos señalando cómo el Señor los había sacado de la esclavitud de Egipto a través del ángel exterminador. 
A raíz de esto, debían ofrecer en sacrificio a los machos primogénitos de los animales, mientras que  el primogénito varón de los seres humanos, debía ser rescatado, con la ofrenda de las palomas, dos pichones y, debían ofrecerlo al Señor en el templo de Jerusalèn.
Y así entonces, cumpliendo con esta ordenanza mosaica, Jesús es llevado al Templo de Jerusalén  para ser ofrecido al Padre del Cielo, de manera que se manifieste así, por otra parte, que el Hijo de Dios hecho hombre, siempre ha estado en esa actitud de ofrecimiento al Padre, cumpliendo con su voluntad.
Esa voluntad divina que se acata en esta presentación y anticipa la entrega generosa de  morir en la cruz, salvando así   a la humanidad. 
Por eso también a esta fiesta se la llama la Fiesta del Encuentro. El encuentro entre Dios, o sea, Jesús, el Hijo de Dios vivo, y toda la humanidad. Particularmente, los paganos, de los cuales habla el mismo Simeón, el cual alzando al niño en brazos, da gracias a Dios y dice, "ahora puedo morir en paz, porque mis ojos han visto la salvación, Luz para el pueblo elegido y  luz para los paganos". 
Y nosotros mismos hemos recordado que Jesús es luz para el mundo, con la bendición de las candelas y llevarlas encendidas hacia el altar. 
El cristiano también debe comprometerse a ser luz para el mundo, es decir, que las obras de cada día han de brillar por el seguimiento de Cristo,  por la realización del bien, por buscar  la voluntad del Padre. 
De manera que iluminados nosotros por esa luz que es Cristo, hemos de iluminar también con nuestra presencia en medio de este mundo, de tal manera de ser la vida del creyente, que podamos ser luz para los demás. 
De ese modo, quienes nos vean a través de nuestras conductas,  palabras y obras, puedan reconocer realmente, que nos hemos encontrado con Jesús, luz del mundo y así sigamos iluminando también a la cultura de nuestro tiempo, a la sociedad que peregrina en este mundo hoy en día. 
Y siempre con ese deseo de seguir caminando hasta entrar en el santuario,  del cual hacíamos mención en el Salmo responsorial "Ábranse puertas eternas para que entre el Rey de la Gloria". 
Las puertas eternas del Cielo se abren para que entre Jesús, el Salvador, y para que también nosotros vayamos caminando detrás de Él y podamos gozar para siempre de la participación de la vida divina. 
El Señor ha venido a rescatarnos, ha venido a salvarnos, entreguémonos también nosotros dócilmente a todo lo que Dios pudo obrar en el corazón de cada uno.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  la Fiesta de la Presentación del Señor.  02 de febrero de 2025

27 de enero de 2025

Alimentemos nuestro ser, pensamientos y vida, con las enseñanzas que la Sagrada Escritura derrama en el corazón de cada uno.


 Hoy en la Iglesia Universal se celebra el Día de la Palabra de Dios para resaltar justamente aquella que por su carácter divino, alimenta nuestra vida, cada momento, cada instante, y que le otorga sentido a las distintas problemáticas del existir. 
Los textos bíblicos justamente apuntan a la importancia de la Palabra y así en la primera lectura tomada de Nehemías (8,2-6.8-10) se describe cómo los judíos que han vuelto del exilio de Babilonia gracias a un decreto favorable de Ciro el Grande,  comienzan la reconstrucción de  Jerusalén, levantan sus murallas y el templo, deseando alcanzar el mismo existir que tenían antes del  destierro.
Y precisamente lo que destaca el texto, es que un día solemne, toda la comunidad se reúne para escuchar largamente la Palabra de Dios. 
En efecto, el sacerdote Esdras proclama incansablemente la Palabra divina, y la gente, hombres, mujeres, niños, están atentos, ensimismados, pensando en esa Palabra que se les transmite. 
Llenos de gozo, porque pueden nuevamente volver a celebrar la liturgia que tenían antes del destierro, saltan de júbilo, aclaman al Señor con alegría,  como si Él mismo estuviera presente en medio de ellos, uniéndolos, formando una sola comunidad. 
Como decía este hecho produce una gran alegría en todos los presentes, gozando de la Palabra de Dios, que los constituye en familia reunidos como hermanos.
Posteriormente   se les insiste en que vayan a celebrar con una buena comida y bebida, compartiendo, por cierto, con los más necesitados.
Este acontecimiento de gozo por la restauración de Jerusalèn y de la comunidad, manifiesta cómo la Palabra de Dios transforma la existencia del  hombre, si el ser humano se deja conquistar por ella. 
Hemos de buscar, en la Palabra, la alegría que nos falta a todos, y que Dios  comunica por medio de ella. 
En el texto del Evangelio (1, 1-4; 4,14-21), Lucas, asegura a Teófilo, que escribe sobre Jesús partiendo del testimonio de quienes fueron desde el principio testigos oculares de los hechos descritos, de manera que conozca bien la solidez de las enseñanzas recibidas.
A continuación  el texto retoma en el capítulo cuarto ubicando a Jesús en Nazaret, y que en día sábado -como lo hacia habitualmente-  se dirige a la sinagoga, y proclama un texto del profeta Isaías. 
Terminada la lectura, se sienta y, en lugar de explicar la Palabra que ha proclamado, dirá "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír".
 ¿A qué se refiere? Que el anuncio de Isaías se ha cumplido en su misma persona. 
En efecto, Jesús consagrado por la unción ha sido enviado a "evangelizar a los pobres, a anunciar la liberación de los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor"
Porque Él fue enviado para ser luz de los pueblos, para liberar a los oprimidos del pecado y de toda miseria, para proclamar un año de gracia, para revivir el derecho y la justicia en medio de todos, para hacer presente en definitiva al Dios de la misericordia, al Dios del amor. 
Es por eso que dice, "hoy se ha cumplido esto", o sea, que se cumple a través de su presencia, de su persona, porque  ha venido justamente para hacer realidad este anuncio de salvación. 
Jesús ha sido ungido en el día del bautismo, como lo hemos reflexionado anteriormente, y desde ese momento el Espíritu lo conduce, lo  guía, para que viva la misión que el Padre le ha encomendado. 
De manera que Jesús sigue hablándonos  en el decurso del tiempo a través de su Palabra. 
De hecho, en la liturgia de cada domingo, la primera parte de la misma está destinada a que nos alimentemos con la Palabra de Dios, a que meditemos sobre la enseñanza de la Sagrada Escritura, y así podamos conocer cuál es la voluntad de Dios sobre cada uno y sobre toda la humanidad. 
La Palabra de Dios  también enseña, como recalca hoy el Apóstol San Pablo (I Cor.12, 12-30), que somos un cuerpo. La Iglesia es un cuerpo. Y que así como el cuerpo humano tiene distintos miembros, así también el cuerpo que es la Iglesia tiene distintos miembros con distintas funciones. Pero que ninguno debe ser considerado como inútil, ninguno debe ser considerado como que está de más, sino al contrario, saber que cada uno ocupa un lugar, una misión en este mundo.
 Cada creyente  está llamado, justamente desde la Iglesia, a ser misionero, a sentirse creado para llevar al mundo la Palabra de Dios que debe dar sentido a la existencia de cada uno, mostrando cuál ha de ser nuestro estilo de vida mientras caminamos por este mundo. 
Por eso vayamos ansiosos al encuentro de Cristo que es la Palabra de Dios Padre. 
Alimentemos nuestro ser, pensamientos y  vida, con las enseñanzas que la Sagrada Escritura  derrama en el corazón de cada uno.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  el tercer domingo durante el Año. 26 de enero de 2025