3 de noviembre de 2025

Yo creo que contemplaré la bondad del Señor en la tierra de los vivientes, porque Él es mi luz y mi salvación.

En este día  recordamos a los fieles difuntos, es decir, oramos por las almas que están en el purgatorio y que constituyen lo que denominamos Iglesia purgante o que se purifica. 
Ayer honramos a todos los santos, que forman parte de la llamada Iglesia Triunfante porque sus miembros han llegado a la meta para la cual han sido creados los hombres, el cielo,  los cuales están en comunión con  la Iglesia Militante, constituida por quienes peregrinamos en este mundo, ya que ellos interceden por nosotros y se presentan como modelos y ejemplos dignos de ser imitados.
La Iglesia enseña que los muertos en gracia de Dios y sin nada de que purificarse, ingresan directamente a la gloria, pero que a su vez, existen  los que se purifican con penas, antes de la visión beatífica.
Todos sabemos que por el pecado existe la culpa y la pena merecida por la falta cometida, por lo que el sacramento de la confesión  borra el pecado, sobre todo el pecado mortal,  o sea, la culpa,  pero queda pendiente la pena de la que debemos purificarnos en esta vida o en la otra, a no ser que el arrepentimiento haya sido tan perfecto y pleno que esto no sea necesario ante los ojos de Dios misericordioso.
Ahora bien, como es necesario purificar el desorden que el pecado deja en nuestro interior, el sacerdote en la confesión le dice a la persona, al penitente, que para reparar los pecados haga alguna obra de caridad o rece un misterio del rosario, o haga algún sacrificio. 
Sin embargo, esto no siempre es suficiente para reparar el daño que el pecado ha causado, por eso es que después de la muerte, a no ser que la persona se haya purificado en la vida, a través del sufrimiento,  de la enfermedad, la limosna, o acciones buenas,   debe ser purificada a fondo, e ingresar así en el estado de visión divina, la gloria eterna para la cual fuimos creados, ya que Dios no nos creó para la condenación., sino que por el contrario, como  San Pablo le recuerda a su discípulo Timoteo (I Tim. 2,4) Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. 
Acabamos de escuchar en el evangelio que Jesús (Jn. 14, 1-6) enseña que vuelve al Padre para prepararnos un lugar, y san Pablo (Fil. 3,20-21) recuerda que "somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como salvador el Señor Jesucristo".
Como ciudadanos del cielo, acá vivimos como en el exilio, por lo que es natural que Jesús una vez que haya preparado un lugar para cada uno, venga a nuestro encuentro para llevarnos junto al Padre. 
A su vez, en la primera lectura que acabamos de proclamar, tomada del segundo libro de los Macabeos (12,43-46), vemos cómo Judas Macabeos, después de la batalla, hace una colecta y ofrece ese dinero al templo de Jerusalén para que se ore por los difuntos. 
Eso se mantuvo a lo largo del tiempo porque es algo bueno y piadoso, y ciertamente, de las oraciones por los difuntos, la más efectiva es la celebración de la misa, porque se aplica al alma que se purifica el mismo sacrificio de Cristo nuestro Señor. 
Por eso hemos de ser también muy devotos de las almas del purgatorio, como lo era San Juan Macías, el santo dominico que veneramos en esta iglesia, el cual, según una manifestación privada durante su vida sacó más de un millón de almas del purgatorio para llevarlas al gozo eterno, del cielo. 
De modo que por lo que rezamos en el Credo, "creo en la comunión de los santos", estamos afirmando que hay una relación estrecha con los santos que están en el cielo, a quienes vemos y miramos para imitarlos, con las almas del purgatorio, para que puedan ir pronto al encuentro de Dios, a la gloria del Padre, gracias a nuestros sufragios y sacrificios de todo tipo, y nosotros, que formamos parte de la iglesia militante, que necesitamos de la intercesión de los santos, y también de que aquellos que se ven recompensados con la vida eterna puedan pedir por nosotros mientras estamos en este mundo. 
Recordemos que mientras vivimos en la tierra lo que sea penoso,  nos purifica, porque el sufrimiento no es signo de algo negativo, sino que, al contrario, lo que uno padece en vida es muy útil para purificarnos y presentarnos delante de Dios de manera diferente. 
Por eso la importancia que tiene el ofrecer todos los días nuestro padecimiento, nuestro sufrimiento, todo lo malo que tenemos que vivir, todo lo que soportar mientras caminamos por este mundo, sabiendo que son oportunidades que concede Dios muchas veces, para una mejor y mayor purificación interior y se concrete lo que escuchamos en la segunda lectura, llegar a ser ciudadanos del cielo. 
Hermanos: Que el Señor, que ha preparado un lugar para cada uno de nosotros en el momento de nuestra muerte, venga a buscarnos y llevarnos con Él a la gloria del Padre. Ojalá nunca nos falte la luz necesaria para comprender estas realidades, y la fuerza espiritual para poder vivirlas.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en la Conmemoración de los fieles difuntos. 02 de noviembre de 2025. 

27 de octubre de 2025

"Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, confiándonos la palabra de la reconciliación" (2 Cor. 5,19).

 

El domingo pasado, reflexionamos acerca de la figura del juez injusto que no hace justicia a la viuda que le reclama, aunque al final la escucha, no por deseo de ser justo, sino para que evitar molestias. 
Dios, en cambio, dice Jesús, actúa de manera distinta, ya que aunque demore, hace justicia, escuchando los reclamos de los màs débiles.
El libro del Eclesiástico (35,12-14.16-18), que acabamos de escuchar como primera lectura, justamente comienza diciendo que Dios es justo y no hace acepción de persona. 
Sin embargo, el texto muestra la preferencia de Dios en orden a proteger a la viuda, al huérfano, al extranjero, al que se hace pequeño, o es humilde delante suyo clamando por su ayuda. 
De manera que ya el texto nos está anunciando que Dios escucha el clamor, sobre todo, de aquellos que son desechados en este mundo. 
Pero, a su vez, es justo, no hace acepción de persona, o sea, Dios no accede al reclamo del pobre, si el mismo no es justo,  o a la del rico, si tampoco lo es, sino que es justo con unos y otros. 
Siguiendo con este tema de la justicia divina, escuchamos al apóstol San Pablo, que le escribe a su discípulo Timoteo (2 Tim.4,6-8.16-18). Acá Pablo anuncia la proximidad de su muerte, y dice que está a punto de ser derramado como una libación. 
¿A qué se refiere eso de la libación? La libación consiste en  derramar aceite, vino o agua encima de la víctima que se ofrecía a Dios nuestro Señor,  de manera que el mismo Pablo se compara con esta forma de rendir culto a Dios, de ofrecerse en sacrificio. 
Por otra parte,  él mismo dice que ha hecho este camino manteniendo en alto la fe y la perseverancia en el bien,  que está por llegar a la meta y espera del justo juez que le dé el premio de la  vida eterna. 
Uno puede pensar qué pretencioso es Pablo, al considerarse ya  salvado y todavía no ha muerto. Es que  tenía tanta intimidad con Dios que ya le había anticipado justamente la gloria. 
Y Dios como justo juez, haciendo un balance de la vida del apóstol, considerando su vida pasada, pero teniendo en cuenta lo bueno que ha hecho  mientras evangelizaba, justamente le dará el premio que espera, la meta del encuentro definitivo con Dios, por la cual él ha peleado el buen combate de la fe. 
Y no solamente eso espera para él, sino  también para nosotros, en la medida en que hagamos el bien  y estemos unidos al Señor. 
Y en el texto evangélico (Lc.18,9-14) nuevamente aparece la figura de Dios como juez, que escucha tanto al humilde como al soberbio. 
Hagámonos presente en ese cuadro, el fariseo de pie adelante en el templo, dice a Dios: "te doy gracias, porque no soy ladrón,  no soy adúltero,  no soy esto, no soy como ese publicano que está al final del templo, de rodillas, pidiendo perdón, yo ayuno,  pago la décima parte de mis entradas al culto", o sea, se presenta como  modelo de perfección, digno de ser imitado por los que quieren ser justos.
Y el publicano, recaudador de impuestos para Roma, y por lo tanto odiado, reconociendo su pecado, dirá, "Señor, ten piedad de mí". 
Y dice Jesús que este último, porque se humilló, ha sido enaltecido, ha sido perdonado y amado, el fariseo, en cambio salió peor que antes, porque además de lo que tenía, acumuló el de la soberbia, el del desprecio por el publicano, el de mirar sobre el hombro al otro. 
Y en este cuadro hay un tercer personaje, que es cada uno de nosotros, ¿Dónde nos ponemos? ¿Junto al fariseo? ¿Junto al publicano? ¿Pensamos que somos perfectos, que todo el mundo tiene que rendirnos pleitesía, que no tenemos nada de qué arrepentirnos, o en cambio, pensamos que somos pecadores, necesitados siempre de la misericordia de Dios? ¿Cuántas veces miramos al prójimo por encima del hombro, a través de la crítica despiadada, de los juicios?
Por eso está aquel dicho famoso, es preferible caer en manos de Dios juez, que en las manos del ser humano que juzga al prójimo, porque en el momento de juzgar, el ser humano es incluso cruel, impiadoso. Dios, en cambio, a pesar que ve nuestras culpas, si observa que estamos arrepentidos y luchamos para cambiar, para ser mejores, Él tiene misericordia y tiende la mano para elevarnos. 
Analicemos  los momentos en que somos como el fariseo o como el publicano, cuál de los dos personajes prima más en mi vida, y sacar como conclusión la necesidad de humillarse delante del Señor, porque sólo el que se humilla es elevado. 
En cambio, el que se eleva, el que quiere convencer a Dios de que es perfecto, está listo, no  progresa en esa tarea.
Aprendamos siempre de los santos, que se consideraban lo último, "yo la peor de todas", como decía Santa Teresa. Reconocer lo que somos para que el Señor trabaje nuestra nada y nos eleve justamente por el camino de la santidad. Hermanos: Pidamos  la gracia de Dios para que ésta nunca nos falte.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en el domingo XXX del tiempo litúrgico durante el año. 26 de Octubre de 2025. 

20 de octubre de 2025

"La Palabra de Dios es viva y eficaz; discierne los pensamientos y las intenciones del corazón" (Hebreos 4, 12)

 


San Pablo aconseja a Timoteo (2 Tim. 3,14-4,2)  que ya  que conoce las Escrituras desde niño, "ellas pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación, mediante la fe en Cristo Jesús", por lo que ha de proclamar la Palabra de Dios, insistir con ocasión o sin ella, reprender, exhortar, con paciencia incansable y con afán de enseñar.
A su vez, le recordó que la Palabra no está encadenada, de manera que nadie puede aprisionar la palabra divina e impedir que esta sea conocida y pueda educar en la justicia, "a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para hacer siempre el bien". 
Precisamente la Palabra de Dios de este domingo  hace hincapié en el poder de la oración de intercesión, en la figura de Moisés  o, de súplica, en la persona de la viuda que busca se le haga justicia.
En efecto,  el Éxodo (17,8-13) se refiere a Moisés, que ha cruzado el Mar Rojo y se dirige a la tierra prometida, pero los amalecitas le cierran el paso, y se entabla una batalla entre ambos  ejércitos. 
Mientras Moisés está en la cima del monte, con los brazos en alto en actitud de súplica,  triunfa Israel, pero cuando sus brazos decaen, vencen loa amalecitas, por lo que fue necesario que dos personas sostengan sus brazos en forma de cruz, actitud que es anticipo del gesto orante de Cristo, cuando clavado en la cruz, intercede delante del Padre por cada uno de nosotros, como nuevo Moisés. 
Esto asegura, por lo tanto, que la oración llega siempre a Dios, y también se manifiesta su respuesta a los que suplican devotamente.
En el texto evangélico (Lc. 18,1-8) una mujer viuda, desprotegida según la consideración judía, por lo que debía ser atendida, ya que era por ese hecho preferida del Señor, insiste ante un juez injusto para que le haga justicia ,  para que éste cumpla con su deber.
No está reclamando lo injusto que la favorezca, no está pensando en coimearlo para que haga lo que reclama, sino que sea justo.
Este juez no temía  a Dios ni le importaban los hombres, pero al final cumple con su deber para que la mujer lo deje de molestar. 
Y a partir de eso, el mismo Jesús dice, "oigan lo que dijo este juez injusto". En efecto, si el juez injusto, termina declarando lo que corresponde cumpliendo con su deber, ¡Cuánto más el Dios del cielo, que escucha las súplicas de los elegidos, no se va a apresurar para responderle al que implora con fe, devoción y perseverancia!
Por lo que observamos, Dios,  nos hace esperar, pero en  responde a nuestras súplicas, si estas son buenas, si se hacen con insistencia. 
Por eso, la actitud del cristiano ha de ser siempre golpear la puerta del Señor para que Él responda a nuestras inquietudes buenas. 
Queridos hermanos: Hoy recordamos, como todos los años, a las madres en su día. Pedimos por todas ellas, incluso por aquellas que no han podido serlo físicamente, pero lo son en el cariño, en el espíritu. Pedimos también por las madres que no quisieron serlo, y eliminaron a sus hijos a través del aborto. Pedimos por todas aquellas mujeres que, conociendo el influjo hermoso que tiene la madre sobre sus hijos, especialmente cuando son pequeños, les enseñan a rezar, les enseñan a suplicar a Dios nuestro Señor, les transmiten la Palabra de Dios como sucedió precisamente con Timoteo de lo cual hace referencia el mismo San Pablo. 
Queridos hermanos es muy importante orar siempre,  proclamar la palabra de Dios que hemos recibido, leer la biblia, que no muerde. ¡Cuánto tiempo perdemos con el celular!, y en cambio,  ¿ cuánto tiempo le dedicamos a la Palabra de Dios, o a la oración? Comparemos entonces, ¡Cuántas veces realmente nos comportamos con mezquindad en relación con Dios nuestro  Señor! Jesús espera una conversión sincera de parte nuestra, no dilatemos su realización. 


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en el domingo XXIX del tiempo litúrgico durante el año. 19 de Octubre de 2025. 

13 de octubre de 2025

San Pablo escribiendo a Timoteo (2 Tim.2,8-13), recuerda que "la salvación esta en Cristo Jesús", el cual ha de ser el centro de nuestra existencia, para participar de la vida eterna prometida con bondad.

"Muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio" (Lc. 4,27), dirá Jesús en el Evangelio. 
Y esto es justamente lo que acabamos de escuchar en la primera lectura (2 Rey. 5,14-17). Este hombre, un extranjero, general del ejército Asirio, va a pedirle al profeta Eliseo la curación de su lepra, porque una prisionera de guerra había dicho a su esposa que había en Israel un profeta que curaba, y hasta allí  fue Naamán. 
El profeta le dijo, báñate siete veces en el río Jordán. En un primer momento se enoja, diciendo "El Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio?" pero los servidores le dijeron, te han pedido algo tan simple, ¿por qué no haces caso? 
Entrado en razón, así lo hizo, y quedó purificado de la lepra, como acabamos de escuchar, de modo que fue a agradecer a Eliseo portando regalos, el cual declina los obsequios ofrecidos. 
Naamán, entonces, pide llevar tierra del territorio de Israel para poder honrar al Dios de Israel, al verdadero, en su propio paìs.
No olvidemos que en aquella época estaba la creencia de que cada nación tenía su propio Dios, limitada su potestad dentro de las fronteras, y lejos de ella no actuaba, por eso quería llevarse tierra de Israel, para poder dar culto al Dios verdadero.
Vemos en este pasaje, por lo tanto, dos momentos, por un lado la purificación de la lepra, y el segundo momento, la salvación de este hombre, por la fe en el Dios verdadero, porque para liberarnos del pecado de nuestras lepras, no solamente lo hemos de pedir, sino que hemos de mirar siempre al autor de la salvación, que es Dios.
Por otra parte, ¿Qué es lo que acontece en el texto del Evangelio? (Lc. 17,11-19). Yendo a su encuentro, diez leprosos, a lo lejos, le gritan al Señor, "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!". 
Jesús se da cuenta que quieren liberarse de la lepra, que los apartaba de la comunidad y del culto, y a su vez, cargando con la creencia que eran  pecadores, castigados, por lo tanto, con esa enfermedad tan  humillante que los constituía en impuros.
Y Jesús, según la costumbre de su tiempo,  indica que vayan a los sacerdotes, ya que ellos deben certificar la curación y de esa manera,  integrarse nuevamente a la familia, a la sociedad y al culto. 
Mientras nueve de ellos obedecen la indicación de Jesús, uno retorna alabando a Dios por su curación,  e inclinándose ante Él, lo adora. 
Se trata de un samaritano, un extranjero, alguien que no es judío,  que posiblemente no tenía idea  muy clara sobre quién era Jesús, pero que al verse curado, regresa para  agradecer. 
También aquí observamos el momento de la purificación y el momento de la salvación, cuando alabando a Cristo y reconociendo que de Él le vino la salud corporal, recibe también la salud espiritual, con las palabras "Levántate y vete, tu fe te ha salvado".
Por lo tanto, así como Naamán se encontró con Dios en el pasado,  este hombre purificado se encuentra con Jesús, el único salvador.
Ahora bien, Jesús pregunta, "¿Dónde están los otros? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?", reconociendo la falta de agradecimiento de los nueve restantes, privados de la salvación interior que sólo produce la fe en el Dios verdadero. 
En nuestra relación con Dios, muchas veces pedimos permanentemente cosas y beneficios, pero  una vez complacidos, no existe agradecimiento, como si Él tuviera la obligación de concedernos siempre lo que reclamamos, cuando lo que se nos pide es una fe firme en el Dios verdadero, y esperar que actúe cuando mejor lo considere. 
¡Cuántas gracias, cuántos dones recibidos! Sobre todo cuando Jesús quita nuestras lepras interiores a través del sacramento de la reconciliación, recibiendo, en abundancia, la misericordia divina. 
Por eso la necesidad de reconocer que Jesús es el Salvador, el que redime al hombre, el que murió en la cruz por nosotros, y ser agradecidos siempre por las gracias recibidas por puro amor.
San Pablo escribiendo a Timoteo (2 Tim.2,8-13) recuerda que "la salvación esta en Cristo Jesús", el cual ha de ser el centro de nuestra existencia, para participar de la vida eterna prometida con bondad.
Esta verdad ya está ausente en nuestro tiempo para muchos que se dicen católicos, porque ya no van a misa, o piensan que Cristo no salva, y que directamente buscan seguir las modas de nuestro tiempo, las energías, las pirámides, los perfumes esotéricos, las genealogías pecadoras de las que supuestamente  nos hemos de liberar. 
Es que cuando se deja de lado a Cristo como el Dios verdadero, el  hombre cae en la pavada, siguiendo  espejismos mundanos basados en fábulas engañosas, en la idolatría, como ya denunciaba san Pablo.
A su vez, como san Pablo, muchos se sienten encadenados y silencian su voz, pero "la palabra de Dios no está encadenada", por lo que "si renegamos de Él, Él también renegará de nosotros".
En nuestro tiempo estamos sometidos a costumbres que nada tienen que ver con la fe sino con los engaños que presenta permanentemente el espíritu del mal, que busca alejarnos del Señor.
La verdadera actitud permanente ha de ser la de este hombre curado que se acerca a Jesús alabándolo por lo que Dios ha hecho en su corazón y postrado ante él lo adora, rindiendo homenaje y comprometiéndose a seguirlo. 
El leproso agradecido era un samaritano, un extranjero, alguien extraño, por lo que también nosotros en nuestro tiempo con estas actitudes de fe vamos a ser vistos como extraños por el común de la gente, como extranjeros, considerados como ilusos que no han descubierto todavía que ya el Dios verdadero ha pasado de moda, ya que hay otras cosas que salvan, que le dan sentido a la vida humana. 
Por eso, es  importante volver siempre a Cristo, encontrarnos con Él, no dejarlo, y si sus exigencias parecen duras recordemos sus palabras (cf. Juan cap 6) si estamos tentados a alejarnos de su Persona, "Ustedes también quieren irse", para responder, "¿A dónde iremos? Señor solo tú tienes palabras de vida eterna"
Ojalá esto quede en nuestro corazón y permanezca ante las tentaciones del mundo que ofrecen presuntas maneras de salvación. 
Que podamos decir siempre, "Señor, ¿a dónde iremos? Solo tú tienes palabras de vida eterna". Solo tú no nos engañas. Solo tú quieres nuestro bien. Y así entonces la gracia de Dios nos acompañará siempre.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en el domingo XXVIII del tiempo litúrgico durante el año. 12 de Octubre de 2025. 

11 de octubre de 2025

El Señor escucha y ayuda para tener paciencia y, alargando ésta, ha de prolongarse también la confianza y la esperanza de cada creyente.


"¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que tú escuches, clamaré hacia ti: "¡Violencia!", sin que tú salves?", grita el profeta Habacuc (1,2-3, 2,2-4), a fines del siglo VII a.C., buscando una respuesta a las necesidades del pueblo elegido. ¿Hasta cuándo, Señor? ¡Cuántas veces nosotros le hemos dicho a Dios esto mismo!, ¿Cuándo me vas a escuchar? ¿Hasta cuándo tendré que soportar tantos males en mi vida, en mi salud, en mi fama, en mi honor, en mi trabajo, en distintos ámbitos de la vida? Hasta incluso mirando a la Iglesia en su conjunto, podríamos decirle, ¿hasta cuándo, Señor, seguiremos en una Iglesia que no siempre se presenta como enviada por Ti para evangelizar, para ser un modelo ejemplar? ¿Hasta cuándo, Señor? Pero el Señor escucha y  ayuda para tener paciencia y alargando ésta, ha de prolongarse también la confianza, la esperanza. 
Precisamente estando en el jubileo de la esperanza, sabemos que la palabra de Dios se cumple,   por lo que el Señor le contesta al profeta que "El que no tiene el alma recta sucumbirá, pero el justo vivirá por su fidelidad", o sea, el malvado tendrá que dar cuenta de sus maldades y el justo se salva por la fe. 
Dios no erradica enseguida y totalmente, a pesar de nuestro clamor,  al mal y a los malos de este mundo, porque concede tiempo para la conversión, para la transformación del ser humano, tal como lo enseña expresamente Jesús con la parábola del trigo y la cizaña. 
Ahora bien, si Dios siempre responde,  nosotros también debemos contestar al grito del Señor que continuamente  interpela y dice: ¡hasta cuándo vas a seguir pecando, cuándo vas a cambiar, cuándo vas a llevar una vida totalmente diferente¡Tú me pides a mí que actúe enseguida de tus requerimientos, pero tú no haces lo mismo! ¡Tantas veces perdonado! ¡Cuántas veces perdonado! 
Si Jesús dice que hemos de perdonar 70 veces 7, o sea siempre, al que nos ofende y pide perdón, es porque Él ya lo hace con nosotros. ¡Cuántas veces que hemos confesado y fuimos perdonado! 
Pero sigue diciéndonos: ¿hasta cuándo he de esperar, cuándo vas a comprometerte en serio? 
Ese Dios que dice como hoy san Pablo a Timoteo (2 Tim. 1, 6-8.13-14), renueva el don que has recibido. En el caso de Timoteo era el episcopado, en nosotros el don recibido está en el bautismo, en la confirmación, en el caso mío, en el orden sagrado. Tenemos que renovar el don que se nos ha otorgado. ¿Para qué? Para responder ante tanta bondad del Señor, y ser capaces de dar testimonio en este mundo de que lo hemos elegido a Jesús por encima de todo. 
De manera que nuestra fe en el Señor no solamente se manifieste, sino que también sea contagiosa para que otros se comprometan con Él, y advirtamos todos que hemos de servirle siempre. 
Ver de qué manera servimos al Señor a lo largo de nuestra vida,  cómo ponemos todo lo que hemos recibido a su servicio, dándole  gloria en este mundo, y haciendo el bien a nuestros hermanos. 
Precisamente hoy el Papa León XIV, celebrando el jubileo de los misioneros, dirá a todos, que hemos de evangelizar, llevar el Evangelio de Cristo, lo cual  significa, que hemos de ser servidores constantes al servicio de la viña del Señor y del Evangelio, como el servidor que  ara el campo, que cuida el ganado, que sirve a su señor en la mesa, o sea, que cumple su deber en todos los ámbitos. 
Recordar que el deber nos viene por el sacramento del bautismo, que llevamos la alegría de nuestra pertenencia a la Iglesia, presentando en el mundo la fe recibida y así aumente el número de los creyentes. 
Hermanos: Hemos de saber que Cristo, espera mucho de nosotros, no lo defraudemos. Busquemos hacerlo presente en el trabajo, en la familia, en el círculo de amigos, en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en el domingo XXVII del tiempo litúrgico durante el año. 05 de Octubre de 2025. 

29 de septiembre de 2025

Solamente el que contempla y agrada a Dios nuestro Señor, advierte que todo bien hecho en beneficio del prójimo refiere a Él mismo.

Todos ellos "irán al cautiverio al frente de los deportados, y   se terminará la orgía de los libertinos"(Amós 6, 1.4-7), anuncia así  el profeta un castigo ejemplar para aquellos que en  el reino del norte, de Israel, se han cebado a costilla de los pobres, de los desechados de este mundo, agudizando más la injusticia, la diferencia social,  buscando solamente su propio interés, en el goce de lo pasajero, personas que se han cerrado en sí mismas  buscando su  placer.  
En definitiva, no nos encandilemos con el estilo de vida que podemos tener en este mundo, como el rico de la parábola que viste de púrpura y lino finísimo, -manera concreta de presentarlo llevando una vida de lujo- que banquetea con aquellos que después también lo van a invitar a sus fiestas y comilonas (Lc. 16,19-31).
El rico aquí descrito  no tiene tiempo para fijarse en el pobre Lázaro, que ni siquiera come de las migajas que caen de la mesa, teniendo sólo la compañía piadosa de los perros que lamen sus llagas.
El rico se preocupa únicamente de sí mismo, sus problemas, sus placeres, gozar en esta vida, lo que le pasa al otro poco importa, es problema de él, en todo caso, es lo que la vida le ha dado en suerte. 
Y llega el momento de la muerte, donde se iguala absolutamente todo, ya que todos vamos a morir, tanto el rico como el pobre,  aunque en este caso en la muerte también hay una diferencia. 
O sea, comienza  otra historia, aunque en la vida eterna o después de la muerte no existe el tiempo como tal, pero es otra historia. 
En efecto, el rico es atormentado y, lo es no meramente porque es rico, sino porque cegado por la riqueza, su corazón estaba bloqueado y no podía comprender lo que pasaba cerca suyo. 
No entraba en su consideración que mientras banqueteaba y derrochaba dinero  como muchas veces sucede, hay otro que no tiene ni siquiera lo necesario para vivir, para comer. 
El corazón así cerrado,  sigue bloqueado después de la muerte, porque solamente el que contempla a Dios nuestro Señor es capaz de darse cuenta que todo bien hecho en beneficio del prójimo en definitiva es un bien hecho a Dios mismo.
Justamente el santo que ayer celebrábamos, san  Vicente de Paúl, que se caracterizó por su amor por los pobres,  decía que era necesario acudir siempre  ante las necesidades de los demás para asistirlos, y más aún, decía que si estamos en medio de la oración y un pobre nos necesita, o un pobre clama para que lo ayudemos, Dios quiere que dejemos la oración y  acudamos a ese necesitado, porque es allí, a través de la persona de este necesitado, donde se manifiesta el mismo Dios y, esa acción buena se transforma en oración ante sus  ojos.
Como advertimos, la Palabra de Dios nos invita a abrir nuestro corazón ante el apremio del otro, atendiendo sus necesidades.
Justamente hoy, último domingo de septiembre, celebramos el día bíblico nacional pidiéndonos que valoremos más la palabra de Dios que el mismo evangelio lo dice ante el requerimiento del rico.
Precisamente Abraham advierte que es necesario escuchar a  Moisés y a los profetas. Moisés, que señala la vigencia de los diez mandamientos, y los profetas que anuncian la venida de la Palabra viva del Padre, que es Jesús, al cual hay que adherirse de corazón.
Hermanos: Escuchemos la palabra de Dios, que nos toque el corazón, que no sea algo que se recibe piadosamente solamente, sino algo que penetre en nuestro interior y nos conduzca a vivir de acuerdo a esa misma palabra de Dios que busca  nuestra conversión, el crecimiento espiritual, y mayor entrega a Dios, y a nuestros hermanos.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en el domingo XXVI del tiempo litúrgico durante el año. 28 de septiembre de 2025. 

22 de septiembre de 2025

El texto evangélico proclamado invita a procurar ser recibidos en las moradas eternas por los que hemos ayudado con nuestros bienes.

 


Este domingo y el próximo meditamos con el profeta Amós (8,4-7). Este profeta fue enviado por Dios a cumplir su misión en el Reino del Norte o Israel en la segunda mitad del siglo VIII a.C, que estaba  separado del Reino de Judá doscientos años antes.
¿Y con qué se encuentra el profeta? Conoce a una pequeña sociedad opulenta, con  sus personajes ricos, aquellos que tienen poder, con la clase noble de aquel tiempo, pero   existiendo, a su vez,  injusticia social, con la presencia de muchos pobres y miserables.
La riqueza acumulada había sido formada pisoteando a los pobres, como dice el mismo texto que acabamos de proclamar, y para tapar esa injusticia, realizaban un culto ostentoso a Dios en el templo, como para calmar su conciencia y quedar bien con Dios y el dinero. 
Pero a Dios no se lo engaña, no se puede dar un culto perfecto de orden religioso, pero después ser injusto en la vida cotidiana, perjudicando a la gente, e enriqueciéndose a costillas del otro. 
Por eso, Dios los rechaza "El Señor lo ha jurado por el orgullo de Jacob: Jamás olvidaré ninguna de sus acciones".
En el texto del Evangelio (Lc. 16,1-13) encontramos también la misma enseñanza en relación con la riqueza, ya que se exhorta a  colocar la esperanza en los bienes que no perecen,  darnos cuenta que la fortuna que se acumula en la tierra, no la llevamos a la otra vida. 
Por eso el texto remata con la afirmación que no se puede servir a dos señores, no se puede servir a Dios y al dinero, ya que si se contenta a Dios, lo que refiere al dinero pasa a segundo plano, pero si se busca amasar fortuna, es Dios el  que queda desatendido.
De hecho San Juan Crisóstomo, señala que las grandes fortunas que existen en la sociedad han tenido muchas veces un origen espurio,  se han formado  a causa de la injusticia cometida al prójimo.
O si la fortuna se ha formado lícitamente, se ha convertido en algo injusto en la medida en que la riqueza ha cerrado el corazón de los poseedores impidiéndoles hacer partícipes de sus bienes a otras personas, sobre todo a los pobres y los necesitados, aquellos que no pueden sobrevivir si no se los asiste con generosidad.
Es cierto que hay gente que no quiere trabajar, y san Pablo  dice al respecto que quien no quiera trabajar, que no coma (cf.2 Tes. 3, 10), pero, ¡cuántos hay que trabajan, se esfuerzan, pero sin embargo no obtienen lo suficiente para el sustento de su familia, y no les alcanza por tanto para vivir con dignidad! 
A su vez, el texto evangélico  invita a procurar ser recibidos en las moradas eternas por los que hemos ayudado con nuestros bienes. 
Así como este mal administrador trató de ganarse amigos en la tierra para que al quedarse sin trabajo hubiera quien lo ayudara, con más razón nosotros,  con la buena administración de los bienes, vayamos ganándonos amigos que nos reciban en las moradas eternas. 
El Señor por tanto nos pide una manera distinta de ver lo que es el mundo del dinero y riqueza, recordar que somos administradores en definitiva, que todos son dones que Dios nos ha dado. 
Es cierto que ponemos nuestro ingenio para poseer más o para lograr éxitos en la vida, pero también es cierto que es Dios el que nos da los verdaderos bienes para que  podamos crecer en este mundo. 
Es por eso que no se puede servir entonces a Dios y al dinero simultáneamente, porque se amará a uno y se odiará al otro. 
Al mismo tiempo la Palabra de Dios nos invita a recordar algo que es muy importante y que lo destaca San Pablo escribiendo a Timoteo en la segunda lectura (I Tim. 2, 1-8): "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad". 
De manera que todo ser humano está llamado a salvarse, a llegar algún día a la vida eterna junto a Dios, por eso es que  el mismo san Pablo dice  que es necesario orar por todos, en particular por los gobernantes, para que sepan administrar la cosa pública en favor de lo que más necesitan y no para sacar provecho propio.
Hermanos: Cristo Nuestro Señor nuevamente nos interpela, como Dios lo hizo en el Antiguo Testamento y muestra siempre el camino verdadero que hemos de transitar para llegar a las moradas eternas.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en el domingo XXV del tiempo litúrgico durante el año. 21 de septiembre de 2025. 

15 de septiembre de 2025

"Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga vida eterna"

 

Hoy celebramos la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz. Como es una fiesta del Señor, los textos bíblicos y la liturgia entera tiene primacía sobre los textos propios del  domingo XXIV del tiempo Ordinario. 
Esta fiesta tiene su origen en la dedicación el 13 de septiembre de 335, de la Basílica de la Resurrección en Jerusalèn, construida por el emperador Constantino, junto al lugar del calvario y cerca del sepulcro de Nuestro Señor.
Al día siguiente, el catorce de septiembre se hizo una exposición de la reliquia de la santa cruz que había descubierto Santa Elena y de allí comenzó a extenderse esta devoción por todo el oriente. 
En Roma comienza en el siglo sexto recién, cuando el catorce de septiembre se presenta al culto de los fieles cada año  la reliquia de la santa cruz, extendiéndose posteriormente a todo el mundo.
El pueblo de Israel, en camino por el desierto a la tierra prometida, vive quejándose como siempre,  añorando  lo que dejaron en Egipto. 
Es un pueblo rezongón,  característica ésta, propia de la disconformidad del ser humano con todo, aún con Dios, el cual  les pega un chirlo con el envío de  serpientes venenosas que comienzan a morder a la gente quedando el tendal en el desierto. 
Entonces, recordando  que hablaron de más, corren buscando a Moisés, para que los libre del flagelo (Núm. 21,4-9).
Y Moisés nuevamente intercede delante de Dios, ya que  en el Antiguo Testamento, es un anticipo de Jesús, como mediador, como intercesor por la humanidad delante del Padre. 
Y Dios le dice que haga una serpiente de bronce, la levante en un asta,   y todo aquel que la contemple después de ser mordido quedará salvado, convirtiéndose  así  en un anticipo concreto de la Cruz de Cristo, como lo manifiesta  el mismo Jesús (Jn. 3,13-17)
Así como Moisés  levantó la serpiente de bronce en el desierto, también Jesús será levantado y atraerá a todos hacia Si.
De modo que Cristo se presenta como el Salvador para todos aquellos que hemos sido mordidos por la serpiente del demonio.
El espíritu del mal siempre está el acecho del ser humano, trata de separarnos de nuestra amistad con Dios para esclavizarnos y por lo tanto hacer lo que quiere con cada uno de nosotros. 
Por eso, es importante  recordar quién es Jesús, en palabras de san Pablo, quien escribiendo a los Filipenses (2,6-11) recuerda que el Hijo de Dios no se sintió menoscabado en su divinidad al hacerse hombre, sino que se humilló tomando la naturaleza humana, señalando que el camino de la salvación pasa por la humillación.
A su vez, nosotros  hemos de  asimilarnos al mismo Cristo y, reconociendo nuestra nada, contemplemos su grandeza divina que se hizo nada, postrando  nuestra rodilla delante suyo, como así también ha de suceder que se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra, de manera que Cristo sea aquel que nos guíe siempre.
Dice Jesús que "Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga vida eterna". Ojalá grabáramos en nuestra mente estas palabras, "que Dios  amó tanto al mundo que nos envió a su Hijo para que muriendo en la cruz nos redimiera del pecado y de la muerte. 
Y ante ese tanto amó Dios al mundo que nos envía a su Hijo, el ser humano tiene que responder también, no quedarse contemplando meramente el misterio de grandeza de Dios, sino intentando amarlo sobre todas las cosas, entregando el deseo de vivir en su amistad. 
Si Dios amó tanto al mundo que nos envía su Hijo, hemos de mirarlo en la cruz salvadora cuando nos sentimos pecadores, para así liberados de las mordeduras del demonio podamos caminar en este mundo haciendo el bien, adorando a Dios, sirviendo al prójimo con la mirada puesta en la eternidad que nos espera. 
Pidámosle al Señor su gracia para vivir firmemente este ideal de santidad que pasa por la imitación, y seguimiento de Cristo crucificado.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. 14 de septiembre de 2025. 

8 de septiembre de 2025

Como discípulos suyos, sigamos a Cristo hasta el calvario, cargando nuestra cruz diaria, iluminados siempre por la sabiduría que viene de lo alto.

 

En la primera lectura que hemos escuchado, tomada del libro de la Sabiduría (9,13-18), afirma abiertamente qué frágiles son los pensamientos del hombre y qué difícil al ser humano entender los designios de Dios, los proyectos divinos.
En efecto, si apenas tiene el hombre capacidad para comprender acerca de las cosas de este mundo, mucho menos podrá entender qué es lo que Dios quiere como Señor de la Historia, siendo necesario por lo tanto,   que recibamos la Sabiduría y el santo espíritu de lo alto.
De modo que el texto sagrado nos enfrenta con nuestra fragilidad, nuestra pequeñez, nuestra incapacidad en definitiva para conocer en profundidad lo que Dios quiere de cada uno, de lo que espera de la historia humana,  por lo cual es necesario alcanzar la sabiduría que viene de Dios, que ilumina nuestra mente y  enseña cómo actuar. 
Eso lo vemos, por ejemplo, cuando Pablo, escribiendo a Filemón (9-10.12-17), le dice que reciba nuevamente a Onésimo. 
¿Quién es Onésimo? Es un esclavo que servía a Filemón y que en un momento determinado se  escapa, va en busca  de Pablo, se pone a su servicio, y ya viejo el apóstol lo recibe y evangeliza.
Después de un tiempo, aunque le es útil el servicio de Onésimo, Pablo lo envía de regreso  a Filemón, diciéndole que lo trate ya no como un esclavo, sino como un hermano en la fe. 
Fíjense cómo Dios le ha dado la sabiduría suficiente a Pablo para solucionar un conflicto concreto. No menciona que es necesario abolir la esclavitud, impensable en ese tiempo, sino que exhorta a Filemón que cambie de actitud,  que reciba a este hombre, y lo trate ya no como un esclavo, sino como un hermano en la fe. 
Entonces, la sabiduría de Pablo enseña a Filemón cómo trabajar también sabiamente y tener otra actitud con este esclavo que antes lo servía a ciegas, por lo que Dios va mostrando el camino a transitar para que se realice su voluntad, ante una situación concreta.
Y llegamos al Evangelio (Lc.14,25-33). Jesús va camino a Jerusalén. ¿A qué va a Jerusalén? A morir crucificado, y de ese modo ser glorificado,  la hora en la que la humanidad será redimida.
A su vez, la gente lo sigue, por eso se da vuelta y les dice, ustedes me siguen a mí. ¿Saben a dónde voy? ¿A qué voy? Si quieren ser discípulos míos, es necesario que se nieguen a sí mismos, que me amen más que a los parientes de cada uno, y a sus  bienes. 
O sea, está diciendo, si ustedes quieren actuar sabiamente, vivir bien según la voluntad divina este es el camino que les propongo
A su vez, a través de dos parábolas, la de quien va a construir o la del rey que sale a combatir con otro rey, establece el principio que se ha de pensar siempre antes si se cuenta con los medios para tener éxito en lo que cada persona emprende.    
Y así, ha de pensar cada uno qué hará para concretar el seguimiento de Cristo nuestro Señor, ¿en qué tengo que renunciar? ¿En qué tengo que cambiar? ¿Cómo ha de ser mi vida de aquí en más para poder ser discípulo del Señor? ¿Seguiré caminando en este mundo dedicándole a Dios nada más que algún momento durante el día? ¿Seguirán siendo para mí lo más importante los asuntos temporales? ¿O pondré el acento de mi vida en el seguimiento de Cristo para caminar con seguridad al encuentro del Padre al final del camino de mi vida? 
¡Cuántas veces el corazón del hombre se distrae, se obsesiona por tantas cosas en este mundo, tantas preocupaciones a las cuales dedicamos tanto tiempo, cuando solamente es importante justamente descubrir cuál es la voluntad de Dios! ¿Qué es lo que Dios quiere? Solamente es importante justamente descubrir cuál es la voluntad de Dios, ¿Qué es lo que Dios quiere de mí concretamente, en mi familia, en mi trabajo, en mi encuentro con los demás? ¿A qué tengo que renunciar porque me estorba, me impide el seguimiento de Cristo? ¿Qué es más importante en mi vida cada día? El seguimiento de Cristo, escuchar su palabra, seguir su voluntad, mirar a los demás como Dios los mira, ayudar a los demás como Dios  los ayuda. 
Por eso es importante pedir justamente alcanzar esa sabiduría tan necesaria para descubrir qué es lo que Dios quiere en este camino mío hacia el encuentro con Él y la fuerza necesaria para  vivir a fondo lo que  quiere de cada uno. 
Recordemos, por otra parte, que en esto se juega nuestra vida, como  cantábamos recién, ya que nuestra vida pasa como un soplo, hoy estamos, mañana no lo sabemos. 
Ante un tiempo que apremia, buscar vivir a fondo lo que es el seguimiento de Cristo, ser su discípulo, para  hacerlo presente en el mundo en el cual estamos insertos.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en el domingo XXIII "per annum". 07 de septiembre de 2025. 

1 de septiembre de 2025

Ustedes se han acercado al Juez del Universo, a los espíritus de los justos que han llegado a la perfección, a Jesús, el mediador de la nueva alianza.

 

La idea central de los textos bíblicos de hoy refiere a la exaltación de la humildad y, de contrario modo, al rechazo de la soberbia.
Ya en la primera lectura, tomada del libro de Eclesiástico (3,17-18.20.28-29), se afirma: "Hijo mío, realiza tus obras con modestia y serás amado por los que agradan a Dios. Cuanto màs grande seas, màs humilde debes ser, y así obtendrás el favor del Señor".
A su vez, del soberbio se afirma que "no hay remedio para el mal del orgulloso, porque una planta maligna ha echado raíces en él".
Y esto es así, porque si a la ignorancia le agregamos la soberbia, caemos en la necedad, como afirma santo Tomàs de Aquino, resultando imposible corregir a una persona así, porque  llevada por su orgullo, no percibe el mal presente en su vida personal. 
El término humildad, viene de humus, tierra, "recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás" recordamos cada miércoles de cenizas, quedando en claro nuestra fragilidad constitutiva.
En efecto, si tenemos cualidades, virtudes, capacidades, o hemos triunfado, o somos respetados y queridos, se debe a que fuimos beneficiados con dones que se originan en Dios.
El ser humano muchas veces busca aparecer como mejor, aparentar grandeza, poder, cuando en realidad la verdadera lucha, el verdadero trabajo, es tratar de ser  más buena persona, cristiano ejemplar, persona que es alabada por Dios y también por los hombres.
Además, en la medida en que el corazón del hombre se mantiene en humildad, se orienta a la Jerusalén celestial, como refiere la carta a los hebreos (12, 18-19.22-24). O sea, ya en este mundo, el ser humano, por la humildad, se orienta a Jesús que espera especialmente a los humildes, porque han buscado en esta vida parecerse a aquel que no vino a  ser servido sino a servir, a  Cristo que entregó su vida en la cruz por la salvación del hombre.
En el evangelio (Lc. 14,1.7-14) Jesús se refiere a la humildad en el ámbito de una cena en casa de un importante fariseo que lo invitó. Seguramente estaban presentes  personas importantes invitadas. 
En el tiempo de Jesús, durante estas comidas, era habitual que alguno de los presentes pronunciara un discurso, de manera que resultara una ocasión  para aprender sobre algún tema de interés.
Por lo tanto, Jesús aprovecha para referirse a lo que veía y necesitaba ser corregido para bien de los presentes. En esta oportunidad nota cómo los invitados se abalanzan para obtener los primeros puestos, o los puestos más importantes en las mesas de la cena. 
Les dirá que no se inquieten por esto, porque puede venir alguien más importante y, el que los invitó les haga dejar el lugar para esa persona especialmente reconocida, más bien, pónganse en el último lugar, ya que así tendrán la posibilidad de ser elevados.
O sea, hacerse pequeño cada uno, colocándose en el lugar menos importante, ya que después si  corresponde, podrá ser enaltecido. 
A su vez, le deja otra enseñanza al fariseo que lo invitó, exhortándolo a que cuando haga una comida no invite a la gente de renombre que le corresponderá con otra invitación a su casa, sino más bien, invite a quienes no pueden retribuirle lo que él ha hecho.
Por lo tanto, el ser humano debe procurar siempre hacerse pequeño, no solamente ante los ojos de Dios, sino ante los ojos de los demás. 
Ahora bien, hay un aspecto importante, y es que la humildad no está reñida con la justicia, por ejemplo, reclamar justicia cuando una persona es tratada mal en su trabajo o se le paga de un modo injusto.
O sea, si en el trabajo alguien es maltratado y humillado por aquel que tiene autoridad, tiene derecho a informar y pedir que cese ese trato negativo, y que sea reconocido como persona digna de respeto. 
Pero mientras no se trate de cosas así de justicia lo importante es que uno mismo asuma humildemente que no es nada y que el verdadero reconocimiento viene de Dios nuestro Señor. 
Con humildad buscar la gloria de Dios, con humildad buscar servir al prójimo, pero que esto no sirva nunca como medio para buscar el propio enaltecimiento. 
Pidamos al Señor la gracia necesaria para que, siguiendo su ejemplo, podamos vivir en la comunidad con humildad de corazón y buscando siempre reverenciar a los demás como superiores a nosotros mismos.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en el domingo XXII "per annum". 31 de agosto de 2025. 

25 de agosto de 2025

Dice el Señor: "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mi" (Jn. 14,6)

 


En el texto de Isaías de este día (cap. 66,18-21), el profeta se dirige al pueblo vuelto con ilusión del exilio, pero que ahora en su tierra sufre penosos problemas,  su fe flaquea y agoniza su esperanza, por lo que le sigue este anuncio de salvación.
En efecto, después del exilio iba surgiendo un judaísmo cerrado sobre sí que buscaba defender su identidad, evitaba mezclarse con los extranjeros, sugiriendo la exclusión de los mismos de  la salvación.
En este contexto, el profeta anuncia el día mesiánico de la reuniòn de todos los pueblos en Jerusalèn, lugar de salvación universal.
O sea, no solamente el pueblo de Israel está llamado a la salvación, a la vida eterna, sino todos los pueblos de la tierra, toda persona que viene a este mundo por ser criatura de Dios, está llamada a la salvación, formando un único pueblo. 
Es cierto que para que eso suceda, indudablemente hay que dejar de lado muchas barreras, la de la cultura, la de la raza, incluso de las creencias, para poder aceptar la verdad que está presente en el único Dios, uno y trino, y manifestado en la persona de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre en el seno de María.
De manera que aún todos aquellos que creen en el budismo, o son islamitas, o buscan a Dios de otra forma, están llamados a formar un único pueblo, pero aceptando a Jesús como el Hijo de Dios hecho hombre, como el único salvador. 
En el texto del Evangelio (Lc. 13,22-30, Jesús enseña que son recibidos aquellos que vienen del norte o del sur, de oriente o de occidente, o sea, aquellos que lleguen de distintos lugares del mundo, y que ciertamente lo acepten a Él, porque aquellos que vienen del judaísmo lo han rechazado, no se han convertido. 
Y por eso Jesús, con toda claridad, cuando le preguntan acerca de si son pocos los que se salvan -pensando el que pregunta sólo en los judíos como pueblo elegido-,  les dirá que es necesario pasar por la puerta estrecha. Es decir, tanto judíos como paganos deben pasar por la puerta estrecha de la salvación, de la renuncia de sí mismos.
La puerta estrecha que va también, como dice el texto paralelo de San Mateo, el camino estrecho. Porque para la perdición tenemos muchas facilidades, y por eso el Evangelio habla del camino amplio, y de la puerta amplia, para alejarse de Dios. En cambio, para pertenecer al Señor, el camino  es estrecho y la puerta es estrecha. 
Y dirá el Señor también, que no basta con golpear la puerta, "Señor, ábrenos". "¿Quiénes son ustedes? Yo no los conozco" respondiendo a la afirmación de que convivía con ellos en su vida mortal.
Alguien podrá decir, "yo era monaguillo", "yo pertenecía a la catequesis", "yo  a la acción católica", "estaba en el grupo juvenil". Pero el Señor podría responder, "No los conozco", porque no basta el haber recibido el bautismo, ser cristiano, sino que es necesario transitar el camino estrecho, y pasar por la puerta estrecha. 
O sea, no basta la fe, sino que son necesarias las obras. Lutero decía que era suficiente con la fe, y se olvidaba de las enseñanzas de la carta de Santiago, que la fe sin obras no sirve para nada. Por lo tanto, es la realización de obras concretas, en honor de Dios y en caridad para con el prójimo, lo que conduce a la salvación. 
Muchas veces se mete en la conciencia colectiva la idea de que todo el mundo va al cielo. De hecho, si bien no tenemos una revelación divina acerca de eso, son pocos los que van directamente al cielo. Los demás, con la gracia de Dios, y si morimos arrepentidos de nuestros pecados, tenemos que purificarnos en el purgatorio. 
Si leemos por ejemplo, los avisos necrológicos de cada día, nos encontramos que la gente se adhiere al duelo de alguna persona y ya parte de la idea de que el difunto está en el cielo,  y no es así. 
El Papa Benedicto XII,  a través de la bula Benedictus Deus (año 1336), definió dogmáticamente que después de la muerte si hemos muerto en gracia, después de ser purificados, veremos cara a cara a Dios, nos encontramos con la vida eterna, en el cielo. Asimismo los muertos en pecado mortal son inmediatamente condenados.
O sea, Benedicto XII, define que después de la muerte hay salvación o condenación, por lo que  tenemos que trabajar permanentemente para llegar a la vida eterna, que está como promesa para toda la humanidad, en la profecía de Isaías y en el mismo Evangelio. 
Pero es necesario responder con nuestra libertad porque somos libres para responder o no a Dios nuestro Señor ante aquello que nos ofrece, mientras siempre ayuda con su gracia para llegar a la vida. 
Y así, en la Carta a los Hebreos (12,5-7.11-13), el autor sagrado advierte que de Dios recibimos corrección, y que cada uno de nosotros debe sentirse feliz por ser corregidos por Dios, porque eso ayuda justamente a cambiar y  comenzar  una vida nueva. 
Así como un padre si ama a su hijo  lo reprende cuando  hace algo malo, así también el Padre del Cielo nos corrige para que podamos cambiar y seguir en este camino de la salvación. 
Por eso es muy importante, queridos hermanos, trabajar incansablemente para unirnos cada vez más a Jesús, de tal manera que cuando golpeemos la puerta, en lugar de decirnos que no nos conoce, diga vengan benditos de mi Padre al reino que no tiene fin. Ustedes sí han hecho la voluntad del Padre mientras vivían, vengan por lo tanto a participar del reino.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en el domingo XXI "per annum". 24 de agosto de 2025.