6 de enero de 2007

La historia Humana mirada desde la fe

Mientras son muchos los que gritan ¡no hay perdón ni olvido!, el Señor nos espera en el sacramento de la reconciliación y recibiéndonos como a hijos pródigos nos dirá: si estás arrepentido, hay perdón y olvido.

1. La visión histórica de los acontecimientos

La historia humana puede verse de distintas maneras. Una de ella es de forma lineal, narrando los acontecimientos lisa y llanamente, sin interpretaciones personales. Otra forma es haciendo una lectura de la misma teniendo en cuenta la cultura del momento. Otra aguzar la mente para descubrir las causas de los hechos y relacionar lo que acontece en algún lugar dentro de un marco de referencia más global. En fin, dependerá de muchas circunstancias y enfoques partiendo de quién narra los acontecimientos, de su visión, de su ideología y de su particular comprensión de las cosas.

Para los creyentes la única lectura válida de los hechos es desde la fe. Y esto es así porque el único Señor de la historia es Dios Creador.

Los acontecimientos no se producen al azar. Dios es el que va escribiendo la historia humana en la que los hombres, aún actuando con libertad, no escapan al designio de Dios.

Y el designio de Dios es siempre de salvación, aunque pareciera que todo se hunde.

De allí que hablemos de historia de salvación al conocer o no el entramado, muchas veces inexplicable, de lo que acontece.

Y podemos hablar también de una salvación de la historia en cuanto desde la fe vamos encontrando el sentido de todo y cómo la realidad toda es sanada.

Un ejemplo concreto lo tenemos en el relato bíblico del 2º libro de las Crónicas (cap. 36, 14- 23) que meditáramos el pasado cuarto domingo de cuaresma en la liturgia de la misa.


2. Una lectura desde la fe de los hechos vividos por los habitantes de Judá

“Después de la caída de Jerusalén en el año 587 a.C, una buena parte de la población de Judá fue deportada a Babilonia, hasta que Ciro el Persa autorizó el regreso de los desterrados a su país de origen. Así comenzó para Israel una nueva etapa, y los repatriados tuvieron que emprender la ardua tarea de reconstruir la comunidad nacional y religiosa” (El Libro del Pueblo de Dios (la Biblia) pág.1111).

El autor de los dos libros de las Crónicas, (un levita de Jerusalén que escribió alrededor del año 300 a.C), ofrece una reinterpretación de la historia de Israel, ante los interrogantes planteados por la caída de Jerusalén, la destrucción del Templo, la abolición de la dinastía davídica y el destierro.(La Palabra dominical, de Fernando Boasso, ciclo B, pág. 77).

Nos encontramos ante una lectura teológica, desde la fe, de los acontecimientos del pasado.

A pesar de las profecías de Jeremías, “todos los jefes de Judá, los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, imitando todas las abominaciones de los paganos… hasta que la ira del Señor contra su pueblo subió a tal punto, que ya no hubo más remedio”(cf. 2 Cró. Cap.36).

Queda así patente que la caída de Jerusalén, la destrucción del templo y la deportación, no son hechos causados meramente por la ambición de poder de Nabucodonosor, como cualquier historiador interpretaría, sino por la corrupción generalizada en que estaba sumida Judá.
Nabucodonosor, en rigor, sin saberlo, ni quererlo, fue un instrumento libre del designio salvífico de un Dios que quiso purificar a su pueblo.

Estamos ante la permisión divina del mal como medio necesario para elevar a su pueblo rebelde.

Como a chicos que se portan mal, Dios que es Padre, les pega un chirlo, para sacar frutos perdurables de una larga purificación “junto a los ríos de Babilonia” donde se sentaban a llorar acordándose de Sión (cf. salmo 136).

Luego de la purificación necesaria, Dios manifiesta su misericordia, esto es, muestra su corazón cerca de las miserias humanas suscitando un salvador temporal: Ciro , rey de Persia.

Ciro, el pagano, sin comprenderlo en profundidad, realizará el designio salvador del Dios de la Alianza Sinaítica.

Inspirado dirá: “el Dios del Cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra”, -reconocimiento de la única soberanía que descansa en Dios- “y él me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén de Judá. Si alguno de vosotros pertenece a ese pueblo, ¡que el Señor, vuestro Dios, lo acompañe y que suba!” (2 Cró. Cap.36).

El Señor vuestro Dios, dice, no nuestro Dios, quedando así plasmada la sujeción al único Dios, aunque quizás no sea el suyo, que le inspira su obrar de restauración desde las cenizas de la destrucción.


3. Una necesaria lectura desde la fe , de nuestra historia contemporánea

Esto nos lleva legítimamente a mirar nuestra historia humana desde una óptica distinta a la que estamos acostumbrados.

No es el petróleo lo que motiva la guerra de Irak, sino el pecado del poder desmedido que anida en el corazón de los hombres. Así podríamos decir de los acontecimientos del pasado reciente, las dos guerras mundiales, por ejemplo, como los del presente.

En el origen de todos los males se encuentra el pecado del hombre que prescindiendo de Dios se erige, o pretende erigirse en Señor de la historia.

El estado lamentable de nuestro país, por ejemplo, debe verse en ésta óptica, es decir, el abandono de Dios por la absolutización del poder humano, y el querer vivir a espaldas de la sagrada ley de Dios, es lo que nos ha sumido en la degradación más grande de nuestra historia.

Cuando los legisladores pretenden cambiar la ley de Dios proveyendo al pueblo de leyes inicuas, lo hacen movidos por esa tentación que existe “desde el principio” de pretender ser como Dios.

Cuando los que deben impartir justicia no lo hacen, jaqueados por el afán de perdurar en el poder, están tentando a Dios, aturdido por el clamor de tantas injusticias, para que la ejerza en plenitud.

Cuando los que deben buscar el bien común de los pueblos, sólo piensan en enriquecerse y en favorecer a los poderosos de este mundo, renuncian a ejercer la misión que Dios mismo les ha encomendado y de la que pedirá cuentas largamente.

Cuando desde lo religioso no pregonamos la verdad en todo su esplendor y valentía, renunciamos a hacer presente oportuna e inoportunamente las enseñanzas del evangelio.

Cuando el pueblo, encandilado con tantos espejismo de falsas bonanzas, prescinde de Dios, se somete al capricho de sus gustos y pasiones.
De allí que cobra actualidad la palabra de Dios que dice “todos los jefes de Judá, los sacerdotes y el pueblo, multiplicaron sus infidelidades”.

Pero como Dios saca bienes de los males, y mantiene inalterable su designio de salvación, suscitará, en atención a los que se mantienen fieles a su voluntad, el modo de levantarnos de tanta postración, pasando por este cautiverio de la purificación que constituye el soportar tanta locura y perversión.

La Pascua del Señor se aproxima rápidamente. Vayamos al encuentro de Cristo muerto y resucitado, para que uniéndonos cada vez más a El, encontremos en su palabra y su vida el remedio sanador de tantos males.

Mientras son muchos los que gritan ¡no hay perdón y olvido!, el Señor nos espera en el sacramento de la reconciliación y recibiéndonos como a hijos pródigos nos dirá: si estás arrepentido, hay perdón y olvido.

Mantengamos en pie nuestra esperanza, confiando en que el Señor de la historia y de los corazones, nos mostrará caminos de grandeza y de dignificación del hombre, creado a su imagen y semejanza.

Como el “resto” de Israel, es decir, aún sintiéndonos como los pocos fieles al Señor, trabajemos en la realización del bien, para la construcción de un mundo nuevo.

Es en el seguimiento de la voluntad de Dios cada día de nuestra vida, donde perfilaremos la restauración de nuestro pueblo.

Como el grano de mostaza, fructificaremos en abundancia.


(*) Profesor de Teología Moral de la UCSF
ribamazza@gmail.com

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