16 de enero de 2007

Las Bodas de Caná y la abundancia de los dones divinos


1.-El desposorio de Dios con el hombre.

El mensaje que nos dejó el pasado Tiempo de Navidad consiste en que el Hijo de Dios se ha desposado con la humanidad, haciéndose hombre en el seno de María e irrumpiendo en nuestra historia para darnos una nueva vida, recreación interior de todo el ser humano.
Este concepto de los desposorios entre Dios y la humanidad es un tema constante en la Sagrada Escritura. Siempre a lo largo del Antiguo y Nuevo Testamento aparecen las nupcias como una imagen que indica esa alianza que Dios realiza con la humanidad. Y tan fuerte es el signo, que cuando el pueblo de Israel se separa de Dios por el pecado rompiendo la alianza, es tratado como un pueblo adúltero, que se ha prostituido para ir al encuentro de los dioses falsos –entregándose a los brazos de otros amantes- dejando al Dios verdadero.
La Palabra de Dios con ésta imagen del matrimonio, quiere señalar esta unión entre Dios y la humanidad.
El profeta Isaías (cap.62, 1-5) hace referencia a éste argumento, y cómo el llamado de Dios se constituye en un pacto de amor con el pueblo elegido, es decir con nosotros.
Cada uno de nosotros es mirado con especial afecto, y así dirá “el Señor pone en ti su deleite y tu tierra tendrá un esposo” y más adelante, “como un joven se casa con una virgen así te desposará el que te reconstruye, y como la esposa es la alegría de su esposo, así serás tu la alegría de tu Dios”.
Hermosa descripción del verdadero amor entre Dios y cada persona, pero que también supone y promueve el amor nupcial en el que la esposa es alegría de su marido y éste la alegría de su mujer.
Ya que Dios elige la imagen del matrimonio para expresar su amor para con el pueblo, se ha visto siempre el matrimonio –unión de varón y mujer- como prolongación del amor de Dios para con la humanidad.
Podríamos afirmar que el matrimonio es la institución predilecta de Dios, para que en ella se exprese de modo perfecto la alianza entre el Creador y la criatura.

2.-Jesús presente en las bodas de Caná. (Juan. 2, 1-12)

Jesús aprovecha la invitación del hombre y se hace presente en una boda en Caná, para dejar una serie de enseñanzas.
Nos dice el texto bíblico que María estaba presente en la fiesta de esponsales –que en aquel tiempo duraba varios días- y también Jesús fue invitado con sus discípulos. El matrimonio se enriquece con la presencia del Señor Jesús. Estos novios aspiran a decirle al Señor, aún sin saberlo, “queremos que nuestras nupcias se inicien con tu presencia”. A lo mejor no entendían del todo la misión de Jesús, pero algo intuían, y el Espíritu de Dios va moviendo sus corazones orientándolos hacia quien es el verdadero camino de toda vocación humana, que como el matrimonio implica el don y la tarea.
Este es un dato importante para tener en cuenta. El matrimonio es una institución que consagra el don de lo alto que es el amor del varón y de la mujer y que necesita de la presencia del Señor desde el principio, justamente atendiendo nuestra debilidad de seres humanos.
Por eso la conversión del agua en vino tiene distintos significados, y de entre ellos, el que el varón y la mujer unidos en matrimonio le ofrecen al Señor el agua de su debilidad, de sus limitaciones, de sus dificultades para vivir en plenitud cristiana el amor humano, que es transformado en el vino nuevo de la alianza nueva que se sella con Cristo.
Ese matrimonio que comienza teniéndole a Jesús como eje de la vida conyugal tiene la seguridad de crecer en el amor, no sólo mutuamente, sino que se va difundiendo hacia el exterior. Por el contrario cuando falta esa presencia del Señor, más temprano o más tarde, se termina esa relación o por lo menos no se vive en plenitud.
En mis treinta y dos años de sacerdocio he tenido la posibilidad de tratar con muchos matrimonios, de compartir sus luces y sus sombras, y comprobar que el noventa por ciento o más de los fracasos matrimoniales, se debe a la ausencia de Dios en la vida matrimonial.
He percibido esto incluso en personas que se casaron por Iglesia, -más bien quizás respondiendo a una cuestión social que de fe- pensando que con sólo el esfuerzo de ambos, el matrimonio podría crecer sin necesidad de Dios.
Al respecto, más grave aún es el pensamiento vigente en la cultura actual en la que la ausencia de Dios ya es una evidencia que se va haciendo cada vez más palpable.
¿Qué es lo común hoy en día aún entre los bautizados? Unirse para ver si ese proyecto no sacramental prospera, si subsisten en el tiempo, para después de varios años resolver el casarse. Ya desde el inicio entonces se emprende el no compromiso, no se busca jugarse por un proyecto de vida entre el varón y la mujer.
Y por supuesto sin la presencia del Señor esto naufraga, y si acaso se concreta el matrimonio, ya está averiado el compromiso por la ausencia de Dios, ya que en la base hay un deterioro de fe muy grande.
En el fondo es la autoafirmación suficiente del hombre que cree en su propio poder para iniciar y continuar una obra que dada la fragilidad humana no puede prescindir de la ayuda divina.

3.-No tienen vino y la hora de Jesús

“No tienen vino”, dice María a Jesús. ¿“Qué tenemos que ver nosotros?” responde su Hijo, pero después actúa. Jesús quiere enseñar que no es de su incumbencia el hecho material de la falta de vino pero sí tiene responsabilidad en lo que la conversión del agua en vino quiere significar.
Al convertir el agua en vino está diciendo “vengo a ofrecerles la abundancia de la gracia, de la presencia de Dios, de los dones de lo alto, para que ustedes como personas, como matrimonio, puedan llegar a la plenitud”.
Y seguirá diciendo Jesús “No ha llegado mi hora”. ¿Cuál es la hora de Jesús? Es su pasión, muerte y resurrección.
Al realizar este milagro está apuntando a esa “hora”. En la Cruz y Resurrección es donde se concreta la entrega del Señor a la humanidad. La conversión del agua en vino, de un modo abundante -seiscientos litros- está expresando la abundancia del don de Dios que ya comienza a manifestarse en las bodas de Caná pero que se perfeccionará en el misterio Pascual, cuando ese Dios que no es mezquino cuando se entrega, prodigue lo mejor de sí.
No piensa más que abundar en el corazón del hombre, para que éste uniéndose a El, pueda llegar a la plenitud. Y he aquí que se hace necesaria para esta amistad la entrega de nosotros mismos, representada por el agua.
El hombre, en efecto, entrega el agua de su nada, de sus limitaciones.
Esa vida nuestra que muchas veces como el agua, es insípida, es decir sin el “sabor” de la verdadera sabiduría; inodora, es decir sin el “olor de la santidad”; e incolora –sin el fuego de la caridad-.
Al entregar “nuestra agua” al poder de Dios, El nos la devuelve con el sabor del vino nuevo de la gracia, dando a nuestra existencia una potencia interior, un crecimiento tal, que nada ni nadie podrá quitarnos.
Por eso la importancia de ir al encuentro del Señor, que El esté presente en nuestra vida.
Convencernos que el “sin mí nada podéis hacer”(Jn. Cap 15.) es una realidad.
El ser humano pareciera que no se convence nunca que nada puede hacer sin El. De allí que el Señor nos brinde como distintas señales para que nos encontremos con El. A veces nos prueba duramente para que allí en la experiencia del vacío total y de la nada sepamos mirar la salvación que generosamente nos ofrece al darnos lo mejor de sí y abundantemente.

4.-El mejor vino de la santificación personal y los dones especiales

El encargado de la fiesta le dice al esposo “tú has dado el mejor vino al final”, al revés de lo que suele suceder. El mejor vino que se suministra al final está sugiriendo que todo lo que proviene del Señor es mucho mejor que lo que procede del hombre, aún cuando éste dé generosamente. Dios supera todo lo que el hombre pueda dar.
En la medida en que Cristo está presente en nosotros y vamos creciendo en la unión con El, se da este crecimiento interior en el orden de la gracia que nos va santificando cada vez más.
Pero al mismo tiempo en la abundancia de sus dones, Jesús nos prodiga todo aquello que se ordena al servicio de los demás. Y es lo que S. Pablo denomina los carismas (I Cor.12, 4-11).

Estos dones, estos carismas, estos servicios que recibimos todos, son no para enriquecernos a nosotros mismos, sino para ponerlos al servicio de la comunidad.
Y así habla el Apóstol del don de la fe, del don de ciencia, de sabiduría, de milagros, de hacer curaciones, de profetizar etc.
Este es un catálogo muy pequeño descrito por San Pablo. No puede abarcar -otra vez la abundancia de los dones de Dios- toda la riqueza del Señor. El Espíritu Santo no se ata a estructura o limitación alguna para dar al hombre tanto crecimiento espiritual para el servicio de la comunidad.
De allí que hemos de descubrir lo que poseemos como dones especiales, para ponerlos al servicio de los otros.
Ahora bien, sucede a menudo que demasiado volcados al mundo exterior no sabemos descubrir esa riqueza divina presente en nosotros.
Se hace necesario, pues, que cada uno descubra el don de ser catequista, de trabajar en el mundo de la caridad, de la pastoral de la salud, de enseñar las cosas de Dios. Participar en política para ordenarla según Dios, en el mundo de la economía para llevarla a servir al hombre en sus necesidades, en fin, ordenar nuestros talentos a la gloria de Dios en el servicio a los hermanos.
A veces nos sentimos insatisfechos en la vida, como vacíos, y puede suceder que esto se deba a que no nos entregamos a Dios y a los demás. Demasiado ocupados en nosotros mismos, por nuestro pequeño mundo sobre el que gira toda preocupación, no abrimos el corazón a nuevos horizontes de realización personal.
Es probable que el Espíritu nos vaya reclamando más entrega de nosotros mismos y al no hacerlo, se produce esa desazón interior que nos impide remontar el vuelo de la grandeza humana.
Estar abiertos entonces para escuchar la voz del Espíritu, para ir descubriendo cuál es la voluntad de Dios, de modo que el agua de nuestra nada se vaya convirtiendo en el sabroso vino de la gracia, participación de la misma vida de Dios.
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Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro” y del Movimiento Pro-Vida “Juan Pablo II”. Párroco de “Ntra Sra de Lourdes” de Santa Fe. Prof. Titular de Teologia Moral y DSI en la UCSF.Homilía en el II domingo "per annum" ciclo "C".
15 de Enero de 2007.

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